Eucaristía y transformación de la realidad

 En las primeras vísperas de la Solemnidad de Corpus Christi y como último de los temas de nuestra semana de la Eucaristía quisiera reflexionar con ustedes un momento acerca de cómo el sacramento de la caridad se convierte para el cristiano en ocasión de transformación de la realidad o lo que también podríamos decir más propiamente la santificación del orden temporal. 

Es importante recordar que cada vez que celebramos la santa Misa estamos participando en la actualización el misterio pascual, es decir la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por lo que no podemos desligar que la celebración ritual tiene un fuerte contenido sacrificial, evocar este momento nos lleva a considerar como los pensamientos, sentimientos, acciones y actitudes de Cristo en aquel momento marcan nuestra vivencia de este acontecimiento que es ante todo un acontecimiento salvífico, ¿podríamos olvidar acaso que Cristo está entregando su vida para la reconciliación de la humanidad con Dios? ¿Esta reconciliación acaso es separable de la reconciliación de los hombre entre sí? ¿esta reconciliación acaso no trastoca todo la creación? Y es que si el pecado pervirtió el recto orden de la vida según fue planeado por Dios en el comienzo de todo, el sacrificio de Cristo que ha venido a justificarnos habrá de sanarlo todo. 

El misterio pascual no sólo ha satisfecho la deuda de justicia con Dios, ha ido más allá, nos ha movido al plano de la caridad, al plano del amor divino, que no sólo perdona sino que nos eleva, podríamos pensar pasamos de la atención de una justicia distributiva, que da a Dios la satisfacción meritoria por el ofrecimiento de Cristo en la Cruz, y nos transporta al ámbito de lo que se llama la justicia restaurativa porque sana las relaciones entre Dios y los hombres, entre los hombres entre sí y de los hombres con el Universo creado. Más aún no sólo contemplamos el sacrificio de Cristo sino también que participamos en él por banquete pascual, el Señor asoció el memorial de la salvación a este comida, una comida que evoca el evento liberador del éxodo, el hombre exiliado de la comunión con Dios ahora al participar de este banquete retorna a la comunión, recordemos como los fariseos se extrañaban de que Jesús tomase comida con publicanos y pecadores, esto es porque el compartir el pan implica la solidaridad con el otro, pero en el caso de nuestras relaciones con Dios no es el menos quien es reduce al más, al contrario es el más quien eleva al menos, es decir no es Cristo quien pierde su dignidad divina, es más bien Él quien eleva nuestra humanidad.

A esto sumemos el hecho de que san Juan asocia el banquete pascual al servicio, al amor hasta el extremo, a dar la vida por el otro, a amar como Cristo nos amó. Y san Pablo cuando nos habla en la primera carta a los Corintios acerca de la isntitución de la Eucaristía, lo hace recordando a los cristianos que no han de hacer acepción de personas, todos son hermanos, uno en Cristo Jesús, puesto que se estaban observando desordenes en los ágapes que se unían a la celebración. De este modo participar de la Eucaristía para el cristiano es un compromiso con la transformación no sólo de su vida interior, si no también de su vida exterior, de su relación con la comunidad en la que vive, así como en la celebración el pan y vino, pertenecientes al orden temporal, son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, todo cristiano ha de ser testimonio de Cristo en el mundo viviendo los valores del Reino, en justicia, en caridad, en paz, en comunión, en reconciliación, en diálogo, etc. Sobrenaturalizando así la realidad en la que vive. 

Nos recordaba el Papa Benedicto XVI que: “….la «mística» del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: « El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan », dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí.” (Deus Caritas est n.14) 

La Eucaristía transforma la realidad porque es el sacramento del amor hasta el extremo, que hace de cada comunidad germen del Reino en donde esta se desarrolla.


Img: Misa Jornada Mundial de la Juventud – Brasil