Recogemos en estas breves páginas algunas reflexiones que nos pueden ayudar a profundizar en una auténtica espiritualidad del Corazón de Jesús, muchos se preguntan de qué va, cómo hacer la vida, cómo profundizar en ella, ir un poco más allá de la novena popular que encontramos en la librería, que aunque muy edificante nos deja sintiéndo hambre de más. Ello me ha llevado a compendiar esta serie de 30 reflexiones que nos podrían acercar a dar un siguiente paso, más allá de rigores científicos lo único que pretenden es estimular nuestro crecimiento en la unión con Jesús. (Puedes descargar el PDF o seguir más abajo para ver el contenido)
El punto de partida es considerar un breve recorrido histórico sobre esta devoción que en su momento se consideró novedosa y para otros parece ya pasada de moda, la verdad que cuando un Papa dice que se trata de algo “esencial” significa que no es ni la una ni la otra, sino que está siempre presente, ellos nos lleva al segundo paso considerar qué es lo que contemplamos en este misterio y es ahí que nos detenemos a ver el Amor de Jesús del cual es símbolo su Sagrado Corazón, un amor divino y un amor humano así como cuáles son los ejercicios fundamentales que caracterizan a esta espiritualidad, a saber la consagración y la reparación, deteniendonos un momento en su gran talante eucarístico.
Posteriormente se da paso a considerar algunos testimonios sobre el Corazón del Señor, reflexionando cómo utiliza esta expresión la Sagrada Escritura, que nos dice la Sagrada Liturgia a través de sus oraciones, qué ha dicho el Magisterio papal y qué hay de los testimonios de los santos. Luego dando un paso más a fondo habiendo reflexionado en lo anterior nos preguntamos ¿cómo puede incidir esto en nuestra vida espiritual? Y así es que dedicamos un par de capítulos a la oración, sea la del Señor sea la nuestra, a la lucha ascética que se vive en la purificación de nuestro corazón y a la edificación de una vida conforme al amor donde recordamos que la primacía de la gracia tiene su correspondiente en la libertad del hombre que colabora con ella a través del ejercicio de las virtudes, hacemos una consideración también sobre la gran importancia que tiene la vida sacramental como un tesoro del cual nos hace participes el Corazón del Señor.
Posteriormente damos paso a una serie de meditaciones variadas en las cuales tocamos algunos puntos interesante sobre nuestra vivencia de esta espiritualidad. Y al final se presentan dos apéndices: el primero en el que consideramos el Inmaculado Corazón de María como el correspondiente del amor al Sagrado Corazón de Jesús y el segundo dedicado especialmente a sacerdotes para profundizar en lo que este Corazón lleno de amor dice a los Ministros Consagrados de cara a su santificación.
Esperamos estas paginas contribuyan al crecimiento del amor a este Corazón que tanto ama a los hombres de todos los tiempos.
La Eucaristía ha sido siempre una clave de lectura para entrar en la profundización de este misterio de amor, unas palabras que el santo Padre dirige en una carta acerca de la importancia de la formación litúrgica me parecen muy adecuadas de cara a estas reflexiones, comenta el Papa Francisco sobre nuestra participación en la Santa Misa:
“Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.”
El Corazón de Jesús esta ardiente de amor, amor por nosotros, de que nos dejemos amar por Él ¿estamos dispuestos a acoger su invitación?
¿Qué quiero mi Jesús?…….Quiero quererte,
quiero cuanto hay en mí del todo darte,
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.
Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.
Quiero, amable Jesús, abismarme
en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.
Quiero por fín, en Ti transfigurarme,
morir a mí, para vivir Tu vida,
perderme en Ti, Jesús, y no encontrarme.
(Calderón de la Barca)
Parte I – El Misterio del Corazón de Jesús
Para entrar en la meditación de los tesoros que encierra el Corazón de Jesús en primer lugar hacemos breve recorrido de lo que la Tradición de la Iglesia ha ido recogiendo sobre el tema, luego reflexionamos qué es lo que contemplamos en este Misterio, el Amor del Señor, un amor divino y un amor humano, así como también cuáles son los actos propios de esta espiritualidad: la consagración y la reparación. Posteriormente hacemos una consideración del porqué decimos que es una devoción propiamente Eucarística.
1. El Corazón de Jesús en la Tradición de la Iglesia.
4. El Acto de Consagración al Corazón de Jesús.
5. La Reparación al Corazón de Jesús.
6. La Sagrada Eucaristía y el Corazón de Jesús.
Parte II – Testigos del Corazón de Cristo
A continuación presentamos una serie de temas que nos invitan a contemplar los testimonios que encontramos en la Biblia, la Liturgia, el Magisterio y la vida de los santos sobre el Corazón del Señor, lo hacemos preguntándonos: ¿Cuál es el uso que la Sagrada Escritura da a la palabra Corazón? ¿Cómo se manifiesta la fe en el amor del Señor en la Sagrada Liturgia a través de las oraciones del Sagrado Corazón y la lectura creyente que hacemos de la Palabra? ¿Qué han dicho los Papas sobre esta devoción? ¿Cuál es el testimonio de lo santos sobre este punto?
7. El “corazón” en la Sagrada Escritura.
8. La Sagrada Liturgia y sus textos sobre el Corazón de Jesús.
9. El Papa y la devoción al Corazón de Jesús.
10. Santa Margarita María Alacoque y el Sagrado Corazón de Jesús.
11. San Óscar Romero, el obispo del Corazón de Jesús.
12. San Claudio de la Colombiére. – 56 –
Parte III – El Corazón de Jesús y nuestra vida espiritual
Se dice que la vida espiritual del hombre se desarrolla por tres medios: la oración, la vida virtuosa y los sacramentos. La gracia de Dios que hemos recibido en el bautismo nos ha hecho renacer a la vida de hijos del Padre pero esta vida debe crecer, desarrollarse, y en lo ordinario del día a día, muchos hombres lejos de llevar a cabo este proceso se han ido llenando de cargas a lo largo del camino y muchas veces se han apartado de Él, por tanto es importante presentar un camino de retorno, una vía para volver, directrices claras sobre qué hacer para unirnos cada vez más a este Corazón amante que no busca sino unirnos hacia Sí en un abrazo eterno de amor. Tomamos como punto de partida la oración, presentando el Getsemaní como el modelo de la oración del Corazón de Jesús y por tanto modelo de nuestra oración, luego damos algunas pautas para aprender a conformar en la oración nuestro corazón al de Cristo y luego se presentan unas breves notas sobre la importancia de la adoración para aquel que se dispone a unirse a Jesús. Posteriormente hacemos un recorrido ascético sobre la lucha y el modo de combatir para conquistar esta vida nuestra para el Corazón de Jesús, purificándonos de lo que nos separa de Él y lanzándonos por adquirir aquello que nos asemeja más a Él. Por último contemplamos la maravilla del don que nos dio el Salvador en los sacramentos que brotaron de su costado abierto, a través de los cuales nos transmite su vida divina.
14. Getsemaní, modelo de oración del Corazón de Jesús.
18. Trabajando nuestra sensibilidad.
19. El amor es más que un sentimiento.
20. Una medicina del Corazón de Jesús.
21. Subiendo la escalera del amor.
22. Sangre y agua brotaron de su costado abierto.
Parte IV – Meditaciones
Presentamos a continuación una serie de meditaciones variadas sobre el corazón de Jesús, la primera nos recuerda qué nos enseña esta espiritualidad en tiempos de crisis, la segunda y la tercera se detienen a contemplar las dos virtudes con las que Jesús caracteriza su proprio Corazón, la cuarta trata un aviso importante para nuestro progreso en la vida espiritualidad, la quinta busca hacer una aproximación al misterio del Corazón de Jesús y la vida social, y las últimas tres buscan movernos a realizar ejercicios concretos de confianza en el Señor.
24. Mansedumbre: La virtud de los fuertes.
25. Humildad: la virtud de los realistas.
27. El Reinado Social del Sagrado Corazón.
A modo de conclusión…Volviendo al Corazón de Jesús.
Hemos recorrido largo y tendido una meditación sobre el Sagrado Corazón, Historia, Liturgia, Magisterio, Santos, Doctrina, Sacramentos, Ejercicios de Confianza, etc. hasta llegar al punto de ver como ilumina nuestra vida espiritual, ante todo esto no podemos sino maravillarnos de los tesoros que este Divino Corazón nos presenta, este texto no ha querido ser sino unas breves consideraciones a tener cuenta al meditar el Misterio de su amor, muchos han escrito más detallado y mejor, pero nada como asomarnos a esa herida de su costado abierto para rendirnos en homenaje de amor a Él. Con todo esto me parecen muy ciertas unas palabras del P. Jean Croisset s.j. que decía ya hace muchos años:
“Nadie se puede aplicar a conocer a Jesucristo, sin que luego halle en Él todo lo que hay de amable en las criaturas, ya sean racionales, ya sean destituidas de razón: cada uno tiene su atractivo para amar: unos son llevados de una hermosura grande, otros de una dulzura singular, una integridad indulgente, una elevación grande, junto con una gran modestia son para algunos los encantos a los que pueden resistirse: oro hay que se dejan llevar por las virtudes que les faltan, pareciéndoles más admirables que las suyas: y otros gustan más de las cualidades que son más conformes a sus propias inclinaciones. Las buenas cualidades y las verdadera virtudes se hacen amar por todo el mundo. Pero si hubiese alguna persona sobre la tierra, dice un gran siervo de Dios, en quien concurriesen juntas todas las razones de amar ¿Quién dejaría de amarla? Pues todo el mundo sabe y confiesa que todo lo dicho se halla junto con excelencia en la adorable persona de Jesucristo, y, no obstante, no es amado Jesucristo sino por muy pocos” (Juan Croisset, La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, p.70-71)
Justo aquí podemos encontrar a lo que apuntamos en con este propósito de una espiritualidad del Corazón de Jesús, todo debe llevarnos a darnos cuenta como en Él encontramos toda perfección, y esa perfección se realiza en el gozo inmenso que Él vivió al hacer la voluntad de su amadísimo Padre movido por el Espíritu Santo del cual estaba ungido, obrando de tal modo Él también se convirtió en la imagen viva y presente de su misericordia para con nosotros, al sabernos amados de tal manera, no podemos sino corresponder uno al amor con que hemos sido amados viviendo como hijos en el Hijo por el Espíritu Santo que se nos ha dado, entrando en su Corazón nuestro corazón se purifica y late al unísono con el suyo, y también busca hacer siempre la voluntad del Padre, no por la fuerza, no por la coacción, sino por amor, porque le reconoce como el sumo Bien, la suma Verdad y la suma Belleza. Ahí toda la lucha emprendida tiene su sentido y realmente vemos que lo que llamamos lucha es simplemente un remover de nosotros todo lo que nos arrastra y pesa, por eso vamos a Él a aprender en esa escuela de amor atentos a su llamado que nos dice “Vengan a mí todos los fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.” (Mt 11, 28-30)
Apéndice 1 – El Inmaculado Corazón de María
Apéndice 2- Santa María Magdalena
Apéndice 3 – La caridad de Cristo nos apremia
Apéndice 4- Corazón de Cristo, fuente de la caridad pastoral
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1. El Corazón de Jesús en la Tradición de la Iglesia
En los primeros siglos del cristianismo, los santos Padres de la Iglesia así como otros escritores contemplaron el Corazón de Jesús como la «fuente de vida eterna”. El corazón abierto de Jesús es, para ellos, el lugar de donde manan los sacramentos: la sangre y el agua brotan del costado herido de Jesús, son símbolos de la Eucaristía y al Bautismo, los sacramentos fundamentales para gozar de la vida de la gracia, de la vida eterna a la que nacemos como hijos de Dios, por ello también aquel momento en el Calvario sería considerado por algunos incluso el momento del nacimiento de la Iglesia.
Escuchemos el testimonio de san Juan Crisóstomo:
“No accidentalmente o porque casualidad brotaron tales arroyos, sino porque la Iglesia había sido fundada a partir de ambos. Sus miembros saben esto, puesto que han venido a la vida por el agua y son alimentados por la carne y la sangre. Los misterios tienen su fuente ahí, de modo que cuando te acerques al cáliz sobrecogedor debes ir como si fueses a beber se su mismísimo costado” (Homilías sobre el Ev. De Juan, 85, 3)
Hacia el medioevo cristiano encontramos diferentes santos y escritores que buscaran profundizar en el misterio del costado abierto del redentor, meditaran en su dulce amor, por ejemplo veamos a san Pedro Damián en el siglo IX que diría:
“…en el pecho de Jesús están escondidos todos los bienes de la sabiduría y de la ciencia, el saca de ese tesoro celeste caridades abundantes capaces de enriquecer nuestras penurias y nuestra pobreza, ahí se encuentran inmensas riquezas que prodiga generosamente para la salvación del mundo entero…En ese pecho encontramos las armas para defendernos, una ayuda poderosa contra las tentaciones y las más puras delicias en este valle de lágrimas. Están afligidos, el recuerdo de sus pecados les preocupa ? Entren en el Corazón de Jesús, un refugio seguro para los desdichados » Sermón 63 sobre san Juan.
También en este siglo encontraremos también las experiencias de fenómenos extraordinarios de algunas místicas, como santa Lutgarda quien vivirá la misma experiencia de intercambio de corazones que viviese santa Margarita siglos más tarde, o también santa Gertrudis a quien san Juan se apareciese en visiones y le comentase las grandes gracias que recibió mientras estuvo recostado en el pecho de nuestro redentor en la Última Cena, o santa Angela de Foligno (siglo XIII) que vivió entre sufrimientos y éxtasis, según el testimonio que dio a su confesor ella cuenta como en una ocasión mientras soñaba le fue mostrado el Corazón de Cristo y se le dijo “En este Corazón no hay mentira, todo es verdad” (Vida, pass.13)
Poco siglos más tarde encontraremos a dos de los grandes apóstoles del culto o devoción al Sagrado Corazón como la conocemos hoy, san Juan Eudes y santa Margarita María. San Juan Eudes compondrá diferentes oficios litúrgicos para adorar al Corazón de Jesús, de hecho sus meditaciones sobre el amor del Señor pasaran a ser en gran medida la doctrina que nosotros consideramos hoy y de la cual hablaremos en breve. Santa Margarita María viviría la experiencia de las visiones del Sagrado Corazón que pediría adoración y reparación por los pecados cometidos contra la Santísima Eucaristía, ella buscará promover la devoción en medio de su convento no obstante los grandes sufrimientos físicos que experimentaba ya que le fue concedido unirse a los sufrimientos de Jesús por una gracia especial y los sufrimientos morales por las incomprensiones departe de otras hermanas miembros del monasterio. Finalmente vería hacia el final de su vida como la devoción se comenzaría a extender.
La devoción se difundió rápidamente y no faltaron sus críticos, sobre todo provenientes de corrientes de una espiritualidad rigorista que se había ido formando durante varios siglos, incluso convocarían un falso sínodo en el que llamarían la devoción al Corazón de Jesús como idolatría, el Papa Pio VI condenó en 1788 esa intervención y más en general cualquier oposición doctrinal y práctica a la devoción al Sagrado Corazón.
Los apóstoles del Sagrado Corazón son muchísimos, muchos sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas, podríamos destacar en el siglo XX a Santa Teresita de Jesús y Santa Faustina Kowalska quienes contemplarían este misterio de amor, a través de los ojos de la misericordia divina.
Hacia nuestros días san Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco han hablado de Él en diversas ocasiones a través de sus intervenciones en Cartas, Ángelus, Catequesis en Audiencia General y Homilías.
Por ejemplo, el Papa Francisco diría el 9 de junio de 2013 “el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad… la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!»
Al contemplar este panorama, aunque sea a grandes rasgos vemos, querido hermano, como esta devoción no es una entre tantas Pio XII de hecho diría que “ jamás ha estado completamente ausente de la piedad de los fieles” (HA 25), y es que volvernos a contemplar el Corazón de Cristo es contemplar su amor por el Padre y por nosotros, es entrar en contacto con la misericordia misma, es ir de la mano de la gran tradición de la Iglesia que no cesa de recordarnos cuanto nos ha amado nuestro Redentor y cómo constantemente nos llama a la conversión para que podamos gozar en plenitud de la vida de la gracia a la cual renacimos por las aguas del Bautismo.
2. Su Amor Divino
Cuando contemplamos el misterio del Corazón de Jesús estamos contemplando el símbolo de su amor, dada las dos naturalezas de Cristo (humana y divina) hemos de recordar que en Jesús podemos hablar en ese sentido de un amor humano y un amor divino, de hecho podemos afirmar que en su Corazón santísimo el amor del hombre se ha reconciliado con el amor de Dios y han latido al unísono, meditemos brevemente en el significado de este misterio, considerando en un primer momento, el amor divino en el Corazón de Jesús.
La relación de amor que se establece entre el hombre y Dios es fundamentalmente una relación de amistad, pues tiene sus notas clásicas: se quiere el bien del otro, existe reciprocidad y hay noticia del amor. Esto lo encontramos manifiesto en las relaciones de Jesús con sus apóstoles a los que llama amigos porque les ha revelado el conocimiento del Padre (cf. Jn 15,15) «el verdadero signo de la amistad es que el amigo revele a su amigo los secretos de su corazón, pero visto que los amigos no forman más que un solo corazón y una sola alma, el amigo guarda aún en su corazón lo que vela a su amigo» (Santo Tomás de Aquino)
En la Biblia el amor de Dios hacia el hombre que nos presenta el Antiguo Testamento parte de la alianza establecida entre Él y su Pueblo, el amor de divino en la Sagrada Escritura se expresa en términos de ternura (cf. Dt 32, 11), en sentido paterno (cf. Os 11, 1.3-4), materno (cf. Is 49, 14-15) y de modo especial, conyugal (cf. Ct 2, 2; 6, 3; 8,6)
El distintivo que añadirá la Nueva Alianza inaugurada por el sacrificio de Cristo es que no se tratará ya de un pacto basado en un temor servil, sino en la amistad que debe reinar las relaciones familiares, particularmente en aquellas entre los padres y los hijos, como quien forma parte de la misma casa de Dios (cf. 1 Tim 3, 15).
En el Corazón de Cristo conocemos el amor que Dios ha tenido por el hombre, la carta a los Efesios nos habla sobre este conocimiento el cual viene presentado como la vida eterna (cf. Jn 3, 16). Dicho conocimiento de Dios en Jesucristo se obtiene en esta vida por la fe, y llegará a su plenitud en la visión beatífica, cuando se contemple la humanidad y la divinidad de Cristo en el cielo. Por la fe el misterio se interioriza en primer lugar como conocimiento y luego como amor, de tal modo que en la humanidad de Cristo al conocimiento de la divinidad se une el conocimiento del amor de Dios, particularmente en los misterios de la Encarnación y de la Redención por su muerte en Cruz (cf. Jn 15, 13)
Cuando se habla del amor del Corazón divino, hablamos de la caridad divina en cuanto el amor sustancial de la Santísima Trinidad, aquel amor del Hijo por el Padre en el Espíritu Santo. Por ello decimos que la espiritualidad al Sagrado Corazón es una espiritualidad trinitaria porque es a ese amor al que nos lleva Jesús por la acción del Espíritu Santo. Pero también decimos que se trata de un amor redentor, porque se derrama en los corazones de los hombres para su salvación, por ello el amor divino que se adora no es comprensible fuera de la acción del Hijo y del Espíritu Santo
El Papa Francisco ha recordado como la grandeza del amor del redentor que se esconde en el Corazón de Jesús al decir que éste «es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad.»
El misterio del amor redentor del Corazón de Jesús trasciende la compasión natural que un hombre puede tener por otro que se encuentra en pena, su amor se eleva a un plano divino, y es que entre lástima y misericordia existe un factor común la tristeza por el mal ajeno, pero existe un radical diferencia, el que tiene misericordia busca aliviar y superar la tristeza ayudando a aquel que se encuentra en necesidad por eso el Papa Francisco dirá que “la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!”
Del amor divino del Corazón de Jesús surgen abundantes gracias para la vida espiritual del cristiano, san Juan Eudes en una de sus meditaciones dirá que dona un amor eterno, inmenso e infinito, haciéndonos gozar por gracia lo que Él gozaba por naturaleza, así participamos del amor con el que el Padre ama al Hijo, es decir del Espíritu Santo; somos coherederos con Cristo de todos su bienes, así como por ese amor divino el Padre tiene en el Hijo todas sus complancencias y delicias, así las tiene en nosotros. El Papa Pio XII afirmará que por esta caridad divina, los Apóstoles y Mártires recibieron la fortaleza para el anuncio de la verdad y el ardor del celo, los Doctores pudieron ilustrar y defender la fe, los Confesores pudieron practicar de modo heroico las virtudes y ser de ayuda al prójimo; y las Vírgenes renunciaron alegremente a los goces de los sentidos
¡Contemplemos esas maravillas con una dulce sobriedad! ¡regocijémonos con amor y simplicidad! ¡De todo nuestro corazón, alabemos al Señor nuestro Dios su beatitud, honorémosle sin cesar, con todas nuestras fuerzas, crezcamos en su amor! ¡Aprovechando en conocimiento y sabiduría, en la pureza de su Corazón, no solamente despreciemos todo aquello que es transitorio, carnal, terrestre, sino también extirpemos de nosotros mismo toda afección desordenadas para tales cosas! ¡Abandonémonos [en Él] totalmente para poder ser elevados por el amor, transformados y establecidos en el abismo de luz y de verdad imperecederas! Ahí, no habremos de estar más atentos a nosotros mismos, a nuestros actos, a lo que sea, no nos recordaremos de nada creado. Ahí no seremos más que uno con el Señor (Dionisio el Cartujo)
El amor misericordioso del Corazón de Jesús transforma al hombre, lo eleva, le hace salir de sus bajezas, de su afición a las criaturas, de sus afanes desordenados, de la esclavitud de una pasión desenfrenada, le hace darse cuenta de la altura y grandeza que lleva en su interior, esa vocación a la vida divina, esa vocación a formar parte de la gran familia de Dios, la misericordia de Jesús, le hace romper con su visión pesimista de la historia de la cual muchas veces le parece que no hay escapatoria, la luz que arroja sobre su vida tiene una fuerza tal que disipa toda tiniebla, le va revelando su vida como una historia de salvación, el calor de su amor le da un nuevo vigor a sus miembros que como paralizados por el frío del desamor se han entumecido y comienza nuevamente a moverse, a caminar, a dar un paso tras otro hasta que corra a los altos collados a los cuales está llamado. La misericordia realmente es la irrupción del amor divino en la historia de la humanidad, la cual vino por la obra del Verbo encarnado que entregando su vida en el madero de la Cruz liberó a su criatura de la dura servidumbre y la conquistó para sí ¿qué podrá hacer esta criatura ahora sino amar al que le amó con tanta generosidad?
3. Su Amor Humano
Por su naturaleza humana Jesús también vivía en cuanto hombre una vida interior como nosotros, el también tiene un alma, recordemos el alma aunque no la vemos porque es espiritual, la percibimos por su obrar, por sus potencias, por lo que ella puede, el cual se manifiesta en el entendimiento, por el cual conocemos la verdad de las cosas, por su voluntad, por la cual queremos el bien conocido. También Jesús vivía estas realidades, por eso al contemplar su Corazón contemplamos que en cuanto hombre amaba buscando siempre el bien, Él desarrollaba una vida interior como nosotros,una vida intelectual y moral.
Jesús también conoció como un ser humano puede conocer. La Sagrada Escritura nos lo muestra: dice san Lucas (2, 52) en los relatos de su infancia que crecía en “en sabiduría, en edad”; el profeta Isaías (11, 2-3) profetizó que Él estaría “colmado del espíritu de sabiduría y de entendimiento, de ciencia y de consejo” santo Tomás de Aquino meditando en la relación que existe entre el conocimiento que existe en Jesús al ser Dios y hombre verdadero dirá apoyándose en el versículo de Apocalipsis (5,12) que dice “Digno es el Cordero de recibir la divinidad y la ciencia” que Cristo conoce todo “lo que de cualquier modo existe, existirá o existió, o fue hecho o dicho o pensado por quienquiera que sea, en cualquier tiempo.”. De ahí que nuestro Señor conocía todo lo que habría de padecer como dice a sus apóstoles “Miren, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará.” (Mt 20, 18-19). Considera querido hermano por un momento al meditar en el amor del Corazón de Jesús: Él te conoce, Él nos conoce, sabe quienes somos, conoce nuestras luchas, conoce nuestros problemas, esta sabedor de nuestras debilidades, conoce ciertamente nuestras faltas, su conocimiento es tan perfecto que más de algún santo dirá que en el Getsemaní, mientras oraba al Padre, contemplaba no sólo los sufrimientos que habría de padecer, sino que también contemplaba los pecados por los cuales padecería, y sabemos que Él no había pecado, entonces contemplaba nuestros pecados querido hermano, ¡cómo no se estremecería! Sudaba gotas de sangre e incluso un ángel vino a consolarle.
Considera por un momento al meditar en el amor del Corazón de Jesús: Él te conoce, Él nos conoce, sabe quienes somos, conoce nuestras luchas, conoce nuestros problemas, esta sabedor de nuestras debilidades, conoce ciertamente nuestras faltas, su conocimiento es tan perfecto que más de algún santo dirá que en el Getsemaní, mientras oraba al Padre, contemplaba no sólo los sufrimientos que habría de padecer, sino que también contemplaba los pecados por los cuales padecería, y sabemos que Él no había pecado, entonces contemplaba nuestros pecados querido hermano, ¡cómo no se estremecería! Sudaba gotas de sangre e incluso un ángel vino a consolarle. Y quieres saber que tan grande es el misterio de amor que encierra el Corazón de Jesús, que no sólo Él te conoce, sino que también, ejercitando su voluntad, asumió esos sufrimientos para salvarnos, sí el tomó sobre sí libre y voluntariamente nuestros pecados para rescatarnos de la muerte eterna, el eligió todo esto por amor a nosotros, porque el amor no es otra cosa sino procurar el bien del otro, y Cristo nos procuró el mayor de los bienes, la comunión plena con Él en cielo, deberíamos conmovernos hasta las lágrimas al escuchar con cuanto libertad y firmeza elige dar su vida por nosotros “Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente.” Dice en el evangelio de Juan (10, 18)
Así como en Cristo encontramos una inteligencia y voluntad humanas, también encontramos una sensibilidad y afectividad físicas que están, como diría algún teólogo, radicadas materialmente” en su cuerpo como nos sucede a todos los seres humanos. Los autores sagrados nos hablan de los diferentes emociones y gestos expresivos de Jesús, deseo como cuando la Última Cena dijo “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer…” (Lc 22, 15) o la alegría al enviar a los 72 discípulos en misión dice el evangelio que “En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.”(Lc 10, 21) «La mirada, las palabras y las actitudes de Cristo dejan adivinar, por tanto, en filigrana, un verdadero corazón humano»(P. Eduardo Glotin, La Biblia del Corazón de Jesús) La Sagrada Escritura nos muestra esta sensibilidad y afectos de Jesús, se enfadó cuando los discípulos no dejaban acercarse a los niños (cf. Mc 10, 14), es más, les abrazaba (cf. Mc. 10, 16) se conmovió al ver la multitud de personas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 36), lloró por la muerte de Lázaro (cf. Jn 11, 35) y por la necedad de Jerusalén (Lc 19, 41), miró con amor al joven rico (cf. Mc 10, 21), vemos el celo con el que obra al expulsar los vendedores del Templo (cf. Mc 11, 15), se entristeció en la agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 38), fue consolado por la visita del ángel (cf. Lc 22, 43) etc.
Que hermoso considerar queridos hermanos, que al contemplar el Corazón de Jesús, estas contemplando aquel amor que no ama fríamente, sino con ternura y suavidad, que busca hacer llegar a nosotros la misericordia divina, por canales que son tan naturales para nosotros como las mismas emociones, considera como sentiría la suegra de Pedro cuando llena de fiebre Jesús se le acercó la tomo de la mano y la curó. Imagínate a aquellos niños que querían conocerle, ver a aquel de quien todos hablaban, al que todos admiraban porque pasaba haciendo el bien y que quizás ya estaban por retirarse entristecidos por el regaño de los mayores cómo se habrán sentido cuando el salió en su defensa, con que ternura los habrá abrazado y que alegría invadiría el corazón de aquellos niños cuando eran bendecidos por el mismo Dios en las manos de Jesús. Considera sus tristezas al ver como hoy como en aquellos días, muchos le rechazan, le critican o son tan fríos e indiferentes con Él, Jesús lloró por la terquedad de aquellos que no entraron en la conversión, ¿cuántas lágrimas le habremos ocasionado? Quizás llorará por la muerte espiritual de aquel que cae en pecado mortal como cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro; y cuánta alegría experimentará su Corazón santísimo cuando entramos en la conversión y nos volvemos a Él, cuando no somos indiferentes ante sus sufrimientos en Cruz, cuando decidimos abrazar en fe la vida nueva a la que nos ha invitado, Él mismo ha dicho que esto hace a todo el cielo entrar en una gran alegría.
En el corazón de Jesús se reconcilia el amor de Dios y el amor del hombre, la voluntad de Dios y la voluntad del hombre, el hombre vuelve a decir sí a Dios. En el Corazón de Cristo el Corazón del hombre aprende a decir sí a la voluntad divina, entrando en comunión de vida con la Santísima Trinidad.
“El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre; habla también al mundo de hoy. En una sociedad, en la que la técnica y la informática se desarrollan a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo. Al mostrarnos su Corazón Jesús nos recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de vida más elevada” (San Juan Pablo II, Angelus 2 de julio de 2000.)
4. El Acto de Consagración al Corazón de Jesús
Si bien es cierto que la espiritualidad del Corazón de Cristo no consiste en una serie de prácticas determinadas, sino que, teniendo como base el acto de amor, acto esencial la vida interior, busca en el fondo disponer al hombre a corresponder al Amor que el Señor ha tenido con amor, se ha de afirmar que en la espiritualidad del Sagrado Corazón se han establecido dos actos por los cuales se ha caracterizado de modo particular desde el siglo XVI gracias a san Jean Eudes y santa Margarita Maria Alocoque, estos son la consagración y la reparación. Las raíces de esto las podemos ver en la misma caridad de Jesucristo pues son expresión de la entrega total y la satisfacción debida por el pecado, que Él ha realizado en la Cruz dando su vida por amor al Padre y por amor a los hombres.
Los actos de consagración en el sentido actual fueron un elemento propuesto ya en el siglo XVII por la escuela salesiana de espiritualidad, san Francisco de Sales lo proponía como una renovación del compromiso bautismal hecha frente al confesor a través de una compromiso de dedicarse al amor de Dios. El Cardenal Pierre de Bérulle y san Juan Eudes verán en el sí de Jesucristo (cf. Hb 10, 5) el modelo de la entrega de cada cristiano a la voluntad del Padre. En ese contexto espiritual se colocará la consagración al Sagrado Corazón realizado por santa Margarita María Alacoque y su director espiritual san Claudio de la Colombiére s.j. El Papa León XIII la llamó «la plenitud y la perfección de todos los homenajes» que se dan al Corazón de Cristo. La consagración es el ofrecimiento de sí mismo, con todo lo que se tiene al Sagrado Corazón, a la vez que se reconoce que todo lo que se es y se tiene ha sido recibido de Dios. Es una “respuesta generosa y decidida que nace de la experiencia personal del amor de Jesucristo, respuesta llena de adoración y de un amor sobreabundante que llamamos reparación, unión íntima y personal desde la oración y la vida a la Redención operada por Cristo»[J. García] Se trata pues de una donación generosa al Señor que busca reafirmar las promesas bautismales, en el sacramento por el cual se entra a la vida cristiana, el hombre ha sido marcado por el carácter como perteneciente a Dios y busca renovar esa pertenencia.
En éste acto de consagración el hombre busca manifestar su plena confianza y abandono en Aquel que le amó primero, obedece de alguna manera al deseo que tiene el hombre de tener un punto firme en su vida, a partir del cual pueda interpretar la realidad y que le permita hacer frente a los vaivenes de la cotidianidad, necesita sentir en el fondo de sí “el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe…la presencia de Cristo, corazón del mundo»[Benedicto XVI]. Este acto de entrega total no es algo radicalmente novedoso en la Iglesia, por ejemplo en un viejo tratado llamado “De decem caecitatibus” del siglo XIV se lee la siguiente recomendación: Primeramente, ofreceos al Señor en la simplicidad de vuestro corazón, por los tiempos y por la eternidad, declaraos listos a la prosperidad y a la adversidad, a la vida y a la muerte, animados por el único deseo de hacer su voluntad y renunciar a vuestra propia voluntad. Ofreceos para que Él os posea como le plazca [M.-V. Bernadot] Este ardor que renueva el acto de consagración denota también el matiz pasional y sentimental que tiene la espiritualidad del Sagrado Corazón, pero éste obedece en primer lugar a un acto de la voluntad libre movida por el intelecto que en la fe ha conocido el amor redentor de Jesucristo. De tal modo que el elemento sensible constituye un signo de la integralidad de esta espiritualidad, ya que busca abrazar al hombre completo para que entrando en el Corazón de Cristo reciba más diligentemente todas las gracias necesarias para el pleno desarrollo de su vida espiritual.
Así la espiritualidad del Sagrado Corazón, no puede desentenderse de su elemento sentimental, ella dona el matiz humano-afectivo que dispone al hombre ha introducirse y a interiorizar los misterios de Cristo, no se trata de una mero objetivismo que puede llegar a intentar cosificar las realidades de la vida espiritual que nos ha sido dada por la gracia, también hay un elemento afectivo que permite la participación en las mismas, es parte de la dinámica de la Encarnación misma. Este tipo de espiritualidad se puede llamar apasionada porque su esencia es el misterio del sufrimiento por amor, el misterio pascual, se trata de un deseo profundo de amar ardientemente hasta el extremo de entregar la propia vida Jesucristo porque Él la entregó primero porque nos amaba y para hacernos partícipes de esa misma vida en la comunión de la Iglesia. La consagración es en el fondo un intercambio de amor que a su vez nos abre al amor a los demás. …el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34)…[Benedicto XVI]
La consagración al Corazón de Jesús, es dar un paso hacia lo definitivo, pues sólo en la donación total Cristo se puede desarrollar el amor en su plenitud, de tal modo, ésta es un mecanismo utilísimo para el desarrollo pleno de la vida espiritual, ya que modelada por la caridad ardentísima del corazón divino, las virtudes crecen en el hombre de modo intensísimo pues se encuentra en tensión hacia lo eterno, generándose una unión con Dios por amor y en la que Dios crea el amor, porque como se dijo anteriormente Dios no sólo desea el bien para el otro (amor de benevolencia) sino que también lo crea. El desarrollo del amor hacia sus más altas grados y su más íntima pureza conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del «para siempre». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente, el amor es un salir de sí mismo, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios León XIII decía que la consagración es útil a todos pues “Después de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús, sentirán crecer su fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a seguir su ley y sus preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la llama de la caridad.»
Pío XI la proponía como el medio para que el Reino de Dios se actualizara en la vida del cristiano, Pio XII decía que por ella los méritos obtenidos por la victoria sobre el demonio, el pecado y la muerte, y los tesoros de la sabiduría y ciencia se presentan disponibles para el cristiano. La consagración al Corazón de Jesús, no es una acción intimista, antes bien, tiene un carácter misionero puesto que Cristo a través de los miembros de su Cuerpo Místico busca extenderse a todos los confines del mundo, ofreciendose al Padre en un acto supremo de amor Frente al deber de la nueva evangelización, el cristiano que viendo el Corazón de Cristo, Señor del tiempo y de la historia, a Él consagra y junto consagra los propios hermanos, se descubre portador de su luz. Animado de su espíritu de servicio, él coopera a abrir a todos los seres humanos la perspectiva del ser elevador hacia la propia plenitud personal y comunitaria [San Juan Pablo II] El hombre sale de sí para entregarse completamente a este Corazón amantísimo, en Él descubre el amor ardiente de Dios por el género humano, ello lleva al cristiano a renovar su carácter misionero, puesto que no puede no amar a los hombres a los que Jesús ama, y los amará como Él ama, porque amará en Él. «Conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás.» [Benedicto XVI]
A continuación presentamos una oración de consagración personal propuesta por el Manual de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón
“¡Oh amabilísimo Jesús mío! Para probarte mi gratitud y en desagravio del gran número de infidelidades con que te he ofendido, yo N.N. te ofrezco mi corazón, me consagro enteramente a Ti y propongo con tu gracia no volver a ofenderte jamás.”
5. La Reparación al Corazón de Jesús
La doctrina cristiana…tiene tres principios sobre los cuales establece todo su ejercicio: la abnegación de sí mismo, que es mucho más que privarse de placeres; llevar la cruz, que es mucho más que soportarla; seguir a Nuestro Señor no sólo renunciándose a sí mismo y llevando la cruz propia, sino también practicando toda suerte de buenas obras. Sin embargo, no se demuestra tanto el amor abnegándose y obrando cuanto padeciedo [San Francisco de Sales]
El acto de consagración al Sagrado Corazón nos recuerda que esta devoción acentúa la mediación redentora de Jesucristo, sin embargo este elemento se conecta perfectamente con la acción reparadora que pedía el corazón de Cristo a santa Margarita María, pues se trataba del devolver amor por amor, de tal modo que la mejor manera de satisfacer a la frialdad del hombre sería la adoración y la consagración de sí al amor de Dios. Reparar es una obra de justicia que busca compensar por el pecado cometido. Sobre la consideración del amor de Cristo en su sagrado Corazón podemos decir que es un amor que es despreciado y maltratado, ese amor divino, espiritual y sensible, no es correspondido por los hombres, es un amor que sufre y al que para devolver el honor debido, hay que amar.
Si en un primer momento se busca corresponder al amor de Jesús, el cristiano no puede luego sino querer satisfacer por aquellos que no le corresponden, a eso se refiere la reparación, ella busca cumplir con el deber de enmendar por las injurias recibidas. La reparación tiene su fundamento en el acto de Redención cumplido por Jesucristo, a causa del pecado la justicia divina fue lesionada, y para ser sanada exige una satisfacción de parte del hombre. El misterio pascual es el modo en el que Jesús pagó por los hombres para suplir a la deuda que se tenía. Así el acto de reparación es una satisfacción a la justicia divina, pero en el Corazón de Jesús se encuentra más que eso, se trata de una participación al amor redentor de Cristo por el hombre, es un sufrimiento por unión de amor. La reparación no es sólo arrepentirse por el pecado cometido sino dar el amor debido que no ha sido correspondido. El pecado “afecta” a Dios en cuanto, que le impide consumar su amor hacia el hombre, un amor que se ha sido dado de forma gratuita en una un relación que está por encima de todo aquello a lo que el hombre podría tener derecho como criatura, esto no afecta en nada la naturaleza divina, ya que el pecado sólo afecta de modo efectivo al hombre pero muestra en que sentido se hiere, se causa sufrimiento, a Dios. Esta caracterísitca del amor divino la vemos en Lc 19, 41ss cuando Jesús llora por la neecedad de Jerusalén Por un lado, la reparación ofrece la idea de una satisfacción a Dios por el pecado, ya que este es una ofensa personal ante Dios, es un rechazo a su Señorío y Amor, en sentido repara la relación entre Dios y los hombres. Pero el pecado también ha hecho que el hombre se alejase de la vida eterna, y esto afecta también a las demás creaturas, esto significa que la obra de Dios queda herida, por lo que la reparación ofrecida por la reparación de Cristo restaura el orden en la obra divina, renueva en sí todas las cosas. Así se habla en el primer caso del aspecto subjetivo y, en el segundo, del aspecto objetivo de la Reparación realizada por Cristo en la Redención.
El sacrificio de Cristo, a diferencia del de la Antigua Ley, es un sacrificio único, definitivo (de una vez por todas) y eterno, en cuanto que se consuma en el cielo por medio de la resurrección, perpetuando Cristo eternamente su ofrenda al Padre como sacerdote y víctima que intercede por nosotros. La reparación como se entiende modernamente en cuanto término es reciente sin embargo la práctica de la misma se puede atestiguar en los origenes de la fe en las diversas prácticas penitenciales. Y es que «el acto de reparación tiene como sujeto la Iglesia, como materia la ingratitud de sus miembros, como objeto la persona del Redentor y como naturaleza el amor»[Eduardo Glotin] El Corazón de Cristo nos revela que, al asumir nuestra naturaleza humana y una vez incorporados a Él por el bautismo en la Iglesia, también podemos unirnos a su amor redentor y reparar por los pecados cometidos, es decir nos hace gozar de los beneficios de su Reparación y nos hace capaces de poder ofrecernos también nosotros mismos en unión a Él. Cristo ofrece en sí el sacrificio de expiación por los hombres, lo atestigua el mismo en «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate de los muchos» (Mc. 10, 45) san Pablo dirá que se entregó por nosotros (cf. Ef 5, 2) y en da una connotación expiatoria a la Eucaristía (cf. 1 Cor 11) e invita a los cristianos unirse en este sacrificio “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1). Asimismo menciona la posibilidad de ofrecerlo para el provecho de otros cuando dice “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24)
El padre Reginald Garrigou-Lagrange explicará el deber de la reparación desde un punto de vista moral en atención a expiar la pena temporal, ya que en el cometer un pecado mortal hay dos movimientos, por una parte el rechazo de Dios, y por otro la atracción hacia una creatura en lugar de Dios, la primera genera la pena eterna, la segunda la pena temporal; y aunque por la conversión y la Confesión sacramental es perdonada la pena eterna aún queda reparar la pena temporal, es decir reparar el desorden del afecto por la creatura en lugar del Creador. El pecado venial aunque no merece la pena eterna, si la temporal aunque ésta en menor grado, por lo que siempre existe el deber de reparar. Este deber en la espiritualidad del Corazón de Jesús se lleva a cabo en primer lugar a través del aceptar las pruebas que puedan ocurrir así como ofrecer las consolaciones que se vivan, sea que vengan de Dios, sea que vengan de los hombres. La reparación es inseparablemente contrición dolorosa, aceptación de las pruebas y ofrenda gozosa, al Corazón de Jesús, de todos los gozos compensadores que le vienen del Padre y de los hombres; esa reparación glorificadora, implícitamente consoladora, constituye una respuesta de amor a la revelación de nuestra reparación por Cristo, ofrecida al Padre en nuestro nombre. Así la reparación subjetiva ofrecida al Corazón de Jesús por los cristianos está ella misma perfectamente enraizada en la reparación objetiva que el continúa a ofrecer en nuestro favor en el sacrificio eucarístico. Así habrá quien en la reparación distinga dos momentos, en primer lugar, la consolación de Jesucristo por los dolores padecidos en compensación por el pecado del hombre, en segundo lugar, contemplando al Cristo sufriente, contemplando sus sentimientos, se sube a la satisfacción por el Amor de Dios, que ha sido despreciado por el hombre al pecar.
La espiritualidad al Sagrado Corazón contempla en la línea de la reparación un ejercicio particular de oración que tiene por objeto busca consolar a Jesús que en el Huerto de los olivos sufrió la agonía por los pecadores, será un reconocer su amor retribuyendo amor a Aquel que dió su vida por la salvación del género humano, esta práctica se unirá a la adoración eucarística que ya con la fiesta de Corpus Christi buscaba realizar el mismo objetivo reparador, dandole así un tributo especial al amor de Cristo. En la Eucaristía se actualiza de modo particular la espiritualidad del Sagrado Corazón, porque junto con su Pasión es el testimonio del gran amor de Dios por los hombres, es más por su presencia real en las especies eucarísticas Jesús se encuentra siempre cercano al hombre, por ello los ejercicios de reparación están en línea con la devoción eucarística. La reparación produce frutos de caridad, puesto que hace que el hombre salga de sí mismo para entrar en el Yo de Cristo, participando de su triple amor, de modo tal que ama unido a Él, y amando a Jesús, ama lo que Él ama, por lo que entra en la plena comunión de los santos en el cuerpo místico de Cristo. El Papa Pio XI recuerda como a la devoción al Sagrado Corazón está vinculada la reparación por las ofensas cometidas a tan grande amor, la propone como remedio contra los males socioeconómicos que se vivían en la época, pues reconoce que tienen su origen en el corazón del hombre por la sed de avaricia, así la oración y penitencia a la que invita la reparación desenraizará de los hombres la avaricia, pues «El hombre que ruega mira arriba, es decir, a los bienes del cielo que medita y desea, todo su ser se hunde en la contemplación del admirable orden creado por Dios, que no conoce el frenesí de los acontecimientos ni se pierde en fútiles competencias de siempre mayor velocidad» [Pío XI] de ese modo se reordena su interior y en su actividad externa obrara consecuentemente. La fuente de donde mana todo fruto de la expiación que ofrecen los Cristianos es el sacrificio cruento de Cristo que se actualiza en la celebración santa Eucaristía, y en el que se unen a Cristo sus fieles como su místico cuerpo en oblación total al Padre. “Y cuanto más perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tantos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos” [Papa Pío XI]
Una imagen que ayuda a entender las consolaciones ofrecidas al Corazón de Cristo es la del ángel que aparece reconfortándolo en el evangelio de san Lucas, así como nuestros pecados fueron ocasión de sus sufrimientos, nuestros actos de amor son ocasión de su consuelo, «si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias» [Pío XI] . El verdadero devoto del Sagrado Corazón es amante de la cruz, pues en ella se manifesto el amor de Dios por la humanidad, es en donde muestra el amor por los hombres. Es ahí donde se manifiesta el misterio de la redención y la donación de los sacramentos.
“Se trata aún hoy de conducir a los fieles a fijar la mirada adorante en el misterio de Cristo, Hombre-Dios, para convertise en hombres y mujeres de vida interior, personas que sienten y viven la llamada a la vida nueva, a la santidad, a la reparación, que es la cooperación apostólica a la salvación del mundo, personas que se preparan a la nueva evangelización, reconociendo al Corazón de Cristo como corazón de la Iglesia: es urgente para el mundo comprender que el cristianismo es la religión del amor”.[San Juan Pablo II]
La reparación ciertamente es en primer lugar y con razón un deber de justicia ante la gran bondad que el Señor muestra hacia sus criaturas y la ingratitud con que se le corresponde, sin embargo, no este dolor de ver como el Amor no es amado, debe dar origen por un lado a la oración asociandonos a sus sufrimientos, pero por otro lado a la misión, sí, reparación y misionariedad están intimamente ligadas, sabiendo que Jesús arde de deseos de comunicar su amor a todos los hombres ¿podremos quedarnos de brazos cruzados? ¿Acaso no buscaremso también nosotros buscar apagar la sed del que en el madero de la Cruz buscaba saciarse con nuestro amor? La espiritualidad del Sagrado Corazón bajo sus dos actos de consagración y de reparación nos hace realmente misioneros del amor, buscamos que todos le conozcan, que todos le amen, que Él mismo nos use como canales para llevar la gracia de su bondad a todos los rincones de la tierra, que su Amor lata en nuestros pequeños corazones para que llegando a todos los hombres estos se vuelquen en un homenaje de amor hacia Él. Reparar también indica salir a la calle, llevar el amor, hacer amar al Amado. Conducir a los hombres hacia Él, anunciando a toda criatura el kerigma: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n.164)
6. La Sagrada Eucaristía y el Corazón de Jesús
La fiesta del Corazón de Jesús está intimamente ligada a la de “Corpus Christi” en ella hacemos memoria del gran don que nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado el Santísimo Sacramento del Altar. En Él se manifiesta la profundidad del amor con que Cristo ha abrazado a la humanidad, amor que san Juan describirá como un “amor hasta el extremo” puesto que dio su vida por todos. Cada vez que participamos de la Santa Misa no hacemos otra cosa sino participar de este misterio de amor, podemos gozar de los frutos de su pasión, volvemos al Calvario, participamos de su sacrificio en Cruz por nosotros.
Nadie nos ha amado como Él, Jesús mismo nos enseñó “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” y Él nos ha llamado sus amigos y nos manifestó su amor aquel primer viernes santo. Ante este gran acto de amor no podemos quedar indiferentes hemos de corresponderle abriendo nuestros corazones a ese tesoro abundantísimo de Caridad que latió en su Sacratísimo Corazón. De hecho, contemplar en la vida de la Iglesia el amor de Cristo Jesús que se ofrece como víctima en el santo sacrificio de la Misa, es lo que se conoce como la devoción al Corazón Eucarístico de Jesús, es aprender a descubrir en su Corazón santo ese movimiento interior que le llevo no sólo a dar su vida por nosotros en el madero de la Cruz, sino a perpetuar los efectos de su sacrificio incluso hoy en cada celebración eucarística, bien lo dijo Él que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Cuánto amor brota de los corazones de los hombres al contemplar el inmenso Amor del Señor, con razón decía santa Teresa: «Amor saca amor»!
Fue la fuerza de ese amor purísimo la que lo movió a sellar la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres, su Preciosísima Sangre, que brotó aquel día de su costado abierto, es la misma que hoy continua a purificar nuestros corazones concediéndonos la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por las corrientes mundanas que nos inducen al pecado y la muerte y que nos quieren apartar de Él, su Santísimo Cuerpo continua a ser nuestro “pan para el camino” que nos alimenta para permanecer y perseverar en fidelidad en nuestro peregrinaje hacia la patria celeste. En cada santa Misa buscamos unirnos como Iglesia, Cuerpo Místico, a Cristo nuestra Cabeza, en el culto agradable al Padre, formando lo que san Agustín llamaría el “Cristo total”, cabeza y miembros. Anhelamos unirnos a su Corazón Eucarístico para:
- Adorar a Dios, Uno y Trino, fuente de la vida, de la salvación, de todo bien
- Agradecerle por todos los beneficios recibidos de su generosidad, ¡cuántos dones espirituales e incluso materiales nos son concedidos día con día!
- Expiar por nuestros pecados y los del mundo entero, buscando compensar por las veces en que no le hemos amado o en las que otros no le han amado. ¡En cuantos templos Jesús se encuentra solo en el Sagrario!
- Suplicar por todas nuestras necesidades, personales y familiares, por nuestros amigos y enemigos, comenzando por las gracias espirituales que nos auxilian en nuestro peregrinaje hacia el cielo e incluso por las cuestiones materiales que nos puedan resultar útiles en este caminar.
¡Cuántos beneficios nos vienen de la vivencia del amor al Corazón de Jesús que late de un modo especial en la Santísima Eucaristía! El llamado prisionero del amor en la Hostia Consagrada nos invita a corresponder al amor de Dios, Uno y Trino, entrando en su Corazón. La Eucaristía acrecienta nuestra unión con Cristo, nos hace crecer en caridad, nos purifica de los pecados veniales y nos previene de los mortales, fomenta la comunión y nos hace solidarios con los más necesitados.
La adoración eucarística que tributamos fuera de la Santa Misa no hace otra cosa sino prolongar para nosotros ese encuentro de amor con el Señor, ahí nos nutrimos de la vida eterna que brotó del costado abierto del Redentor. Por lo que, venir a estar frente a su presencia, es gozar de una hora de cielo, de una hora de paraíso, de una hora de serenidad en la paz de la eternidad. Siempre que venimos a encontrarnos con Él podríamos hacer nuestras las palabras de un salmo “¡Qué deseables son tu moradas Señor del universo! Mi alma se consume y anhela en los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo” (Sal 84, 3).
Al llegarnos a su presencia podríamos orar diciendo “Amado Jesús mío, ¡cuánta es mi felicidad y qué alegría experimento al tener la dicha de venir a verte, de venir a pasar en tu compañía esta hora y poderte expresar mi amor! ¡Qué bueno eres, pues que me has llamado; cuán amable, no desdeñándote en amar a un ser tan despreciable como yo! ¡Oh, sí, sí; quiero corresponder amándote con toda mi alma!” (San Pedro Julian Eymard) Y al considerar este amor que nos une, seremos movidos por él a salir al encuentro de nuestro hermano que pasa necesidad, contemplar el amor de Cristo en la Eucaristía nos interpela a realizar todo tipo de obras de misericordia por aquellos con quienes formamos un solo Cuerpo, con aquellos por quienes el también dio su vida, ¿cómo no amar a los que Él ama?
Una de las notas características de la espiritualidad del Sagrado Corazón es poner en primer lugar siempre a Jesús, la experiencia de una vida centrada en Cristo, en la que nada va antepuesto a Él marca la pauta de nuestra relación estrecha con ese Amor que colma los anhelos de los corazones de los hombres, este Corazón merece toda honra, toda alabanza, toda adoración, pues es el Corazón del Hijo de Dios, pero profundicemos un poco más ¿qué es la adoración? ¿qué importancia tiene? ¿Cómo se hace?
Comencemos por recordar, el pueblo de Israel en el desierto mientras peregrinaba rumbo a la tierra prometida era precedida por la tribu de Judá, sabemos que en hebreo Judá quiere decir alabanza, y es interesante para nosotros que vamos como peregrinos hacia la patria celeste que también se nos presente este paradigma como una manera de recordarnos qué es lo primero en atención a nuestro ser cristianos.
Se dice que en toda movimiento dinámico siempre hay que tener presente el fin, y el fin de la vida del hombre es la glorificación de Dios, de ahí que una de las peticiones del Padre Nuestro diga “santificado sea Tu nombre”, en cada cosa que realizamos siempre buscamos infundir ese matiz, buscamos darle esa forma, configurar todo nuestro obrar de manera que seamos, como dice san Pablo, una alabanza para la gloria de Dios. Ya en la más tierna infancia del Niño Jesús, los magos venidos de oriente nos revelan la importancia de este primer movimiento, ellos se pusieron en camino para adorar al Dios-Rey que había nacido en Belén, por ello el Papa Francisco nos dirá que: “Si perdemos el sentido de la adoración, perdemos el sentido de movimiento de la vida cristiana, que es un camino hacia el Señor, no hacia nosotros. Es el riesgo del que nos advierte el Evangelio, presentando, junto a los Reyes Magos, unos personajes que no logran adorar.” (Homilía del 6 de enero).
Si todo nuestro obrar debe caracterizarse por esto, y sabemos que todo nuestro obrar está animado por nuestra vida de oración, significa que en ella debe primar de un modo especial la oración de adoración.
Pero ¿qué es adorar? Esta palabra viene del latín ad – ore , literalmente nos da la noción de llevar a la boca, y que es lo que llevamos a la boca, una palabra, pero no cualquier palabra, es una palabra que elogia, ensalza, enaltece, reconoce y admira a nuestro Señor por quién es Él y por las maravillas que obra, es reconocer su perfecciones, es olvidarnos de nosotros mismos para volvernos a Él.
Dice el Catecismo de la Iglesia que adorar:
“La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre […] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.” (Catecismo n. 2628)
La adoración está íntimamente vinculada a la justicia, pues de ella brota dandole a Dios lo que le debemos, de hecho la “religión” entendida en cuanto virtud es propiamente una hija de esta virtud cardinal. De hecho, el mismo Señor en el decálogo nos manifiesta este deber nuestro como el primero de los mandamientos, aún más cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante el comienza recordando el Shemá “Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con toda tu fuerzas”, ¿qué es adorar al Señor sino amarlo de esta manera?, incluso cuando en el desierto es tentado por el demonio luego de ofrecerle “poder y gloria” si se ponía de rodillas y le adoraba, el Hijo de Dios evoca la Sagrada Escritura y dice: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto” (Lc 4, 8) Es sumamente importante en nuestra vida de fe aprender a vivir esta dimensión de la vida espiritual puesto que “La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.” (Catecismo n. 2097)
Esto mismo lo vemos reflejado en la Sagrada Escritura, volviendo al ejemplo de la adoración de los magos, vemos como también hay otro personaje que no supo adorar, sino que busco ponerse a sí mismo en lugar del Niño Jesús, ¿Quién es este? Herodes. El Papa Francisco nos invita a recordar cuan peligroso y fácil es caer en la idolatría que es lo radicalmente opuesto a la adoración “En realidad, Herodes sólo se adoraba a sí mismo y, por lo tanto, quería deshacerse del Niño con mentiras. ¿Qué nos enseña esto? Que el hombre, cuando no adora a Dios, está orientado a adorar su yo. E incluso la vida cristiana, sin adorar al Señor, puede convertirse en una forma educada de alabarse a uno mismo y el talento que se tiene: cristianos que no saben adorar, que no saben rezar adorando. Es un riesgo grave: servirnos de Dios en lugar de servir a Dios. Cuántas veces hemos cambiado los intereses del Evangelio por los nuestros, cuántas veces hemos cubierto de religiosidad lo que era cómodo para nosotros, cuántas veces hemos confundido el poder según Dios, que es servir a los demás, con el poder según el mundo, que es servirse a sí mismo.” (Papa Francisco, Homília del 6 de enero de 2020)
El corazón del hombre ha sido hecho para amar, para recocer el bien y moverse afectiva e inteligentemente hacia él, sin embargo cuando nuestro interior no está rectamente ordenado poniendo a Dios y su voluntad en primer lugar, tendemos a aficionarnos o apegarnos a otras cosas, buscamos hacernos “dioses” a nuestra medida según nuestra “necesidad” o mejor dicho según nuestras “ganas”. Así nos esclavizamos de bienes materiales, la ropa, las joyas, el dinero, etc. o incluso inmateriales, los afectos, posiciones, respetos humanos, etc. El hombre que no adora a Dios adorará cualquier otra cosa, bien se dice “uno es lo que ama” si amas las cosas de la tierra, terreno serás, si amas las cosas del cielo, celestial serás. Lo decía san Juan de la Cruz de modo poético hablando de la unión del alma que ha llegado a la perfección en el amor de Dios cuando escribía “la amada es en el Amado transformada”.
Tan necesaria es la adoración en la vida del cristiano que la fuerza de nuestro ser y nuestro que hacer cristiano encuentra ahí su fundamento, para asemejarnos cada vez más a Jesús, para adquirir sus actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos, es preciso pasar tiempo con Él en adoración, es más, el fruto de todo nuestro apostolado misionero está ahí, ya lo decía un sacerdote anciano una vez “el éxito de la misión se alcanza primero en la oración”. Ciertamente hace falta salir de nuestra comodidad, profundizar en el conocimiento de la Sagrada Escritura y del magisterio de la Iglesia e incluso de ciencias auxiliares, claro que conviene pensar nuevas formas de presentar el Evangelio, planificar y programar las cosas que hemos de hacer, pero no hemos de olvidar el fundamento que el Señor. El mismo Jesús nos dio ejemplo de esto cuando luego de sus largas jornadas de predicación y atención a los más necesitados pasaba la noche en oración ante el Padre celestial. Y en este sentido claro que vale la súplica, claro que vale la intercesión pero debe todo ser precedido por la adoración.
Siguiendo con el ejemplo del pasaje de la Escritura sobre los magos venidos de oriente, el Papa Francisco nos recordaba como también estaban junto a Herodes los Doctores de la Ley, aquellos que conocían la Escritura, estos también escucharon hablar de Jesús, pero no por eso fueron y adorarón, a partir de ahí nos recordará el Santo Padre que: “En la vida cristiana no es suficiente saber: sin salir de uno mismo, sin encontrar, sin adorar, no se conoce a Dios. La teología y la eficiencia pastoral valen poco o nada si no se doblan las rodillas; si no se hace como los Magos, que no sólo fueron sabios organizadores de un viaje, sino que caminaron y adoraron. Cuando uno adora, se da cuenta de que la fe no se reduce a un conjunto de hermosas doctrinas, sino que es la relación con una Persona viva a quien amar. Conocemos el rostro de Jesús estando cara a cara con Él. Al adorar, descubrimos que la vida cristiana es una historia de amor con Dios, donde las buenas ideas no son suficientes, sino que se necesita ponerlo en primer lugar, como lo hace un enamorado con la persona que ama. Así debe ser la Iglesia, una adoradora enamorada de Jesús, su esposo” (Homilía 6 de enero de 2020)
La mejor manera de aprender a adorar al Señor es aprendiendo de la mejor escuela de oración que tenemos, los Salmos de la Sagrada Escritura, por ejemplo el Sal 92, Sal 148, Sal 150 o también Dn 3, 57ss. También las mismas oraciones que nos propone la Iglesia en la Sagrada Liturgia como por ejemplo el “Santo” que es el himno de adoración que se eleva Dios, Uno y Trino tanto en la tierra como en el cielo según el vidente del Apocalipsis. Existen numerosos recursos en pequeños devocionarios y libros de oraciones que también son un recurso útil para este fin.
La experiencia de Dios en la vida de cada uno será la mejor motivación, al contemplar las obras del Señor como lo descubres a Él, en la sanación de una enfermedad de dificil tratamiento descubrimos su omnipotencia, cada vez que nos concede su perdón a través del sacramento de la reconciliación descubrimos su misericordia, cuando en medio de crisis económica y laboral vemos que nunca ha faltado lo necesario para comer y vivir descubrimos su Divina Providencia, cuando contemplamos como durante mucho tiempo no obstante nuestras debilidades, tropiezos y caídas nos continúa a llamar a su servicio santo descubrimos su infinita Paciencia, al ver como no castiga nuestros pecados como mereceríamos podemos contemplar su gran clemencia, al ver como nos recompensa por nuestra buenas obras más de lo que merecerían contemplamos su Generosidad infinita, al contemplar como las situaciones que considerabamos incomprensibles en algún momento hoy tienen sentido en orden nuestra salvación contemplamos su Divina Sabiduría.
De modo especial en nuestra vida tiene un lugar particular la práctica de la Adoración Eucarística, contemplando a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, es el momento propicio para formar en nuestro corazón la actitud que más tarde se convertirá en plegaria, de adoración, de acción de gracias, de expiación o de súplica.
Ciertamente, a Dios se le puede adorar en cualquier lugar, pero siempre a nuestra naturaleza humana conviene tener momentos y espacios adecuados para formar el corazón, de ahí que la Adoración al Santísimo Sacramento es con gran razón un don del Señor, no sólo porque se quedó realmente entre nosotros, sino que, como toda realidad sacramental es un gesto de su misericordia ya que sabiendo que el hombre conoce por los sentidos ha querido dejarnos estos signos sensibles, en los cuales nos comunica su gracia, su vida divina, sabiendo que en este sacramento de Amor, nos ha dejado algo mucho más grande, se que ha querido hacer presente Él mismo.
Santo Tomás de Aquino lo decía de la siguiente manera: “Lo de escoger un lugar determinado para adorar no se requiere por parte de Dios, a quien adoramos, como si se hallase allí recluido, sino por parte del propio adorador. Y esto por una triple razón. La primera, por la consagración del lugar que hace concebir en los orantes una especial devoción y confianza en ser escuchados con mayor seguridad, como nos consta por la adoración de Salomón (3 Re 8). La segunda, por los sagrados misterios y otros objetos sagrados que contiene tal lugar. La tercera, por la concurrencia de muchos adoradores, por lo que la oración se hace más digna de ser escuchada, según aquello de Mt 18,20: Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Suma Teológica, II-II q.84 a.3 sed contra 2
De ahí que el Papa Benedicto XVI nos recordaba en alguna ocasión que ahí:
“En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico…. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor» (Sal 115, 16-17).” (Jueves 7 de junio de 2012)
La misma adoración al Señor es de gran beneficio incluso para nosotros mismos, para nuestras comunidades, para nuestros proyectos, para todo nuestro ser y hacer. Dios infinitamente misericordioso y sabio con razón estableció como el primero de sus mandamientos la adoración. De hecho si recordamos en qué momento fueron dadas las tablas de la Ley a Moisés, recordaremos que fue cuando el Pueblo estaba saliendo de Egipto y poniéndose en camino a peregrinar por el desierto rumbo a la tierra prometida, justo habían salido de la esclavitud, justo habían roto con la situación de opresión que vivían, por eso algún comentarista nos dirá que en aquellas diez palabras, el Señor no les dio otra cosa sino las instrucciones para vivir en libertad, la primera de las cuales es la adoración de Dios uno.
Al considerar todo lo que hemos dicho de la adoración no resulta extraño que nuestra Madre la Iglesia haya asociado a la práctica de la Visita al Santísimo Sacramento por al menos 30min una indulgencia plenaria. Recordemos que esta gracia que se nos concede apunta a remisión de la pena temporal, es decir nos ayuda a romper al apego o afición desordenada que el pecado deja en nosotros una vez cometido, aunque haya sido perdonado en el sacramento de la reconciliación todo pecado deja consecuencias en nuestras vida a causa del desorden que implica, por tanto, cuando cumplida las debidas disposiciones nos acercamos a adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento durante este tiempo, la Iglesia implora para nosotros esta gracia del cielo en virtud de la facultad que Jesús le confirió de atar y desatar.
Al meditar acerca del rol de la adoración en nuesta vida no nos queda otra cosa sino buscar ponerla en práctica, poniéndo la mirada en Dios nuestro Señor que no se deja ganar en generosidad, hagamos nuestras aquellas palabras que san Juan de la Cruz escribía en cuatro versos que tituló Suma de perfección: “Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, y estarse amando a la amado”
7. El “corazón” en la Sagrada Escritura
La Sagrada Escritura utiliza la palabra corazón en diversas ocasiones y con distintos significados, vamos a exponer sintéticamente un poco sobre ello en base a una conferencia del sacerdote pasionista Luis Diez Merino titulada “La revelación bíblica y el corazón de Jesús” en el marco del Congreso Internacional «Cor Iesu, Fons Vitae» de 2007. Esto nos ayudará a profundizar el porqué es tan importante para nosotros este símbolo del amor del Señor.
En el Antiguo Testamento, el término “corazón” sirve para designar en ocasiones la región cardíaca, el pecho u órgano, por ejemplo el libro de Oseas en un lugar lo hará equivaler a un término traducido por “membranas” (cf. Os 13, 8), otras veces en el contexto de la batalla se utiliza para señalar la parte del cuerpo que se ataca en un combate (cf. 2 Sam 18, 14). En otras ocasiones adoptará un sentido figurado dando a entender: La sede de la vida física (cf. Gn 18, 5), la sede de la vida interior (cf. Ez 22, 14), la sede las funciones intelectivas (cf. Si 1, 16), la sede de la vida volitiva (cf. 1 Sam 13,14), sede la vida moral y religiosa (cf. Jer 32, 40) o de la ciencia y virtud (cf. Sal 7, 119). Así se habla del interior o fondo de las cosas, particularmente del interior del hombre, su inteligencia, voluntad, sentimientos o sus inclinaciones, dando a conocer su bondad o malicia, revelando la esencia de una persona.
Los llamados salmos de la Pasión, por su parte, anuncian los sentimientos del Redentor Sal 15, 9 que Pedro pone en labios del Mesías (cf. Hch 2, 26); o el Sal 22, 15 que en tiempos de san Justino se adjudicaba para los sentimientos de Jesús, o el sal 69, 21 en los que los Padres veían un preludio del Getsemaní.
Así podemos decir que por corazón en la mentalidad del Antiguo Testamento se entendía o el corazón físico, órgano del cuerpo humano; o en sentido metafórico-poético, como la sede la vida psico-espiritual, de las facultades intelectuales o del querer y las decisiones.
En la filosofía de la época también se le atribuían las funciones psicológicas, poniéndolo en contacto íntimo con las facultades sensitivas, la sede la razón (sentir, querer y pensar); o referido a la naturaleza se entendía como lo más íntimo a las cosas.
También se utiliza la palabra corazón respecto al hombre como el lugar donde habita Dios en el cristiano (cf. Rom 5,5; Ef 3, 17) y en donde se decide la salvación y la sede de la fuerza vital (cf. Lc 21, 34). Es donde Dios actúa (cf. Lc 16, 15) y al mismo tiempo, es la sede de la respuesta del hombre (cf. Mc 11, 23) puesto que es centro de la vida interior, de los sentimientos, afectos, deseos y pasiones (cf. Hch 2, 26; Jn 16, 6; Rom 10, 1) del entendimiento (cf. Mc 7, 21) de la voluntad (cf. 2 Cor 9, 7) y de su personalidad (1 Pe 3, 4). Es la raíz de todo el obrar humano (cf. Lc 8, 27)
Dos momentos importantísimos para la espiritualidad del Corazón de Cristo los encontramos, uno en san Pablo, que dirá que ama en las entrañas de Cristo (cf. Ef 7-8) y en este amor entrañable imitaría a Jesús (cf. Flp 1, 21)
Aquí pueden encontrar su fundamento bíblico los actos esenciales de la espiritualidad que se desarrollarán más adelante, así como una base sólida para presentarla como camino de unión con Jesucristo, meta última de la vida cristiana. Otro será la identificación metafísica de Dios con el amor, el cual se ha manifestado de Jesucristo: Dios es sustancialmente Amor.
“Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.” (1 Jn 4, 8-10)
La palabra «corazón» es utilizada en la Sagrada Escritura para designar la interioridad del hombre, desde el cual se configura su identidad, existiendo dos dimensiones de este espacio interior: la primera, una asociación entre alma y corazón para expresar un sentir en torno a un deseo o decisión (cf. Os 2, 16; Gn 34, 3; Jc 19, 3); la segunda, se refiere a la libertad espiritual que se configura entorno a la responsabilidad personal y la inspiración divina. El corazón es el lugar donde se inscriben o se conciben las acciones que se ejecutarán y las palabras que se hablarán
“¿Qué es, pues, el corazón? el corazón es el interior del hombre… Es él quien reúne y unifica el ser. Como tal, el corazón ‘piensa’ y el corazón ‘quiere’. Es a la vez el centro y la fuente de cada uno de entre nosotros. De aquí se deduce que, no teniendo el hebreo palabras para designa la conciencia moral, es el corazón el que hace, simbólicamente, sus veces” (P. Luis Diez Merino)
8. La Sagrada Liturgia y sus textos sobre el Corazón de Jesús
Sabemos que la Sagrada Liturgia es la fuente y culmen de la vida de la Iglesia, de modo que al celebrarla nos unimos como Cuerpo Místico de Cristo a nuestra cabeza y elevamos por medio de Él en el Espíritu Santo una alabanza agradable a Dios Padre todopoderoso. Conocer lo que los textos de las oraciones y lecturas nos presentan para las celebraciones del Corazón de Jesús es sumamente importante no sólo porque ellos recogen la oración oficial de la Iglesia, sino también porque oramos como creemos es lo que en la Tradición eclesial se conoce como el principio “Lex orandi-Lex credendi”, en esta ocasión nos centraremos en los textos de la santa Misa. Colocaremos los textos de las oraciones en Latin y Español ya que el latín es la versión oficial a partir de la cual se hacen las demás traducciones.
Misal Romano
En primer lugar, la antífona de entrada esta tomada del Sal 32 y dice “Los proyectos de su Corazón subsisten de generación en generación, para librar de la muerte a sus fieles y reanimarlos en tiempo de hambre”. Cuando se habla de “proyectos” la palabra quiere designar el plan divino de Amor para el hombre nace del Corazón de Cristo, es decir se trata de un amor Providente, pues de Él procede la vida que colma al hombre.
La oración Colecta, Se presentan dos opciones para la Misa del día, revela al Corazón de Cristo como causa de alegría para los hombres, el latín original usa el término gloriantes para describir este estado lo que da una noción de altura celeste, es decir en Él el cristiano se gloría, pues goza de los beneficios de su amor de Caridad, y se pide el don de una gracia abundante (supereffluéntem) que provenga de Él. En la segunda se hace alusión al corazón Herido de Jesucristo por los pecados de los hombres, con el fin de sanarlos a través de los tesoros que brotan de Él, los cuales han sido donados por el Padre de manera ilimitada, de tal manera que donde abundó el pecado sobreabunda la gracia (cf. Rm 5, 20). Ante Él, el cristiano busca corresponder con un amor piadoso, para poder satisfacer por los beneficios recibidos.
Concéde, quáesumus, omnípotens Deus, ut qui, dilécti Fílii tui Corde gloriántes, eius praecípua in nos benefícia recólimus caritátis, de illo donórum fonte caelésti supereffluéntem grátiam mereámur accípere. Per Dóminum. Vel: Deus qui nobis in Corde Fílii tui, nostris vuleráto peccátis, infinítos dilectiónis theasáuros misericórditer largíri dignaris, concéde, quáesumus, ut, illi devótum pietátis nostrae praestántes obséquieum, dignae quoque satisfactiónis exhibeámus offícium. Per Dominum. | Dios todopoderoso, concede a quienes, alegrándonos en el Corazón de tu Hijo amado, recordamos los inmensos beneficios de su amor hacia nosotros, merecer recibir una inagotable abundancia de gracia de aquella fuente celestial de los dones. Por nuestro Señor Jesucristo. O: Oh, Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo. |
La Colecta de la misa votiva se mueve en la línea de la imitación de Cristo, suplicando al Padre el poder ser revestidos con sus virtudes e inflamados con sus afectos en aras a una conformación con su imagen y al goce de la redención.
Fac nos, Dómine Deus, Cordis Filii tui virtútibus indui et afféctibus inflammári, ut, eius imágini confórmes effécti, aetérnae redemptiónis mereámur esse partícipes. Per Dominum. | Señor, Dios nuestro, revístenos con las virtudes del Corazón de tu Hijo e inflámanos en sus mismos sentimientos, para que, conformados a su imagen, merezcamos participar de la redención eterna. Por nuestro Señor Jesucristo. |
Sobre la oración sobre las ofrendas de la Misa de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús se pide al Padre ver el corazón del Hijo para que la ofrenda sea agradable, es decir por el Corazón de Cristo el amor de los hombres llega al amor de Dios y expia sus culpas.
Réspice, quǽsumus, Dómine, ad ineffábilem Cordis dilécti Fílii tui caritátem: ut quod offérimus sit tibi munus accéptum et nostrórum expiátio delictórum. | Considera Señor, te pedimos, el amor inefable del corazón de tu Hijo amado, para que nuestra ofrenda sea un presente agradable y una expiación por nuestras faltas |
La oración sobre las ofrendas de la misa votiva es una súplica para obtener la perfecta unión con Jesucristo para poder realizar una ofrenda digna al Padre. Unidos por el amor del Corazón de Cristo la ofrenda y los oferentes son santificados.
Deus, Pater misericordiárum, qui propter nímian caritátem, qua dilexísti nos, Unigénitum tuum nobis ineffábili bonitáte donásti, praesta, quásumus, ut , cum ipso in unum consummáti, dignum tibi offerámus obséquium. Per Christum. | Oh, Dios, Padre de toda misericordia, que, por el gran amor con que nos amaste, nos has dado con inefable bondad a tu Unigénito, haz que, en perfecta unión con él, te ofrezcamos un homenaje digno de ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. |
El Prefacio recuerda la caridad que movió al Corazón de Cristo para entregarse por la salvación de los hombres a la muerte en cruz, como el agua y sangre que brotaron de su costado son símbolos de los sacramentos de la Iglesia, en los cuales los hombres pueden gozar de la vida divina que de ellos provienen.
…Qui, mira caritáte, exaltámus in cruce, pro nobis trádidit semetípsum, atque de transfíxo látere sánguinem fudit et aquam, ex quo manárent Ecclésiae sacraménta, ut omnes, ad Cor apértum Salvatoris attrácti, iúgiter haurírent e fontíbus salutis in gaudio… | … El cual, con amor admirable, se entregó por nosotros y, elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia, para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber siempre con gozo de las fuentes de la salvación. |
Las antífonas de la comunión tomadas de Jn 19, 34 y 7, 37 recuerdan el Corazón de Jesús como la fuente de de la que mana la vida de la que están necesitados los hombres
Unus mílitum láncea latus eius apéruit, et contínuo exívit sanguis et aqua. | Uno de los soldados le abrió el costado con la lanza y de inmediato salió sangre y agua. |
(in Pasqua) Si quis sitit, véniat ad me et bibat, alleluia, alleluia. | (En Pascua) Si alguno tiene sed, que venga mi y que beba, aleluya aleluya. |
En la oración poscomunión se pide como fruto de la Eucaristía un crecimiento de fervor en el amor que lleve a reconocer a Cristo presente en los hermanos.
Sacraméntum caritátis, Dómine, sancta nos fáciat dilectióne fervére, qua, ad Fílium tuum semper attracti, ipsum in frátribus agno´scere discámus. Qui vivit et regnat in sáecula saeculórum. | Señor, que el sacramento de la caridad encienda en nosotros el fuego del amor santo por el que, cautivados siempre por tu Hijo, aprendamos a reconocerle en los hermanos. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. |
Leccionario
Las misas de la Solemnidad varian en sus lecturas según el ciclo litúrgico en que nos encontremos, recordemos que de este modo nuestra madre Iglesia nos invita a enriquecernos con el tesoro de la Palabra de Dios, los ciclos varian según al Evangelista que se lee, en el Ciclo A se lee a san Mateo, en el Ciclo B se lee a san Marcos y el ciclo C se lee a san Lucas.
Para el ciclo A: El libro del Deuteronomio (Dt 7, 6-11) presenta la elección divina motivada por el amor y la fidelidad del Señor a sus promesas hechas a los Patriarcas, y a cambio el no pide sino lo mismo, amor y observancia a de sus mandatos, se enuncia así un binomio inseparable en la relacion de Dios y su Pueblo, a saber, amor-fidelidad. El sal. 102 es un salmo de alabanza en el que el salmista se invita a bendecir al Señor por todas su beneficios: perdón, sanación, justicia, enseñanza, compasión y misericordia. La segunda lectura tomada de la Primera Carta de san Juan (1Jn 4, 7-16), es un manifiesto de la Caridad, es ella la que distingue las relaciones fraternas entre los cristianos y en ella se conocerá la plenitud de vida de cada uno.
La caridad divina también es la que distingue la relación de los cristianos con Dios, pues Él tomó la iniciativa en el amor enviando a su Hijo Único para el perdón de los pecados, los hombres por su parte son llamados a permanecer en ese amor, gracias al don del Espíritu Santo. El Evangelio (Mt 11, 25-30) recoge el texto mateano sobre la imitación de las virtudes del corazón de Jesús: humildad y mansedumbre, asimismo el inicio del texto recuerda como estos misterios son más fácilmente acogidos por los “pequeños” que por los “sabios y entendidos”. Podría decirse el Humilde es reconocido por los humildes, puesto que el Amor atrae hacia sí a los que son capaces de despojarse de sí para amar. Como dice el principio filosófico: lo semejante se conoce por lo semejante.
Para el ciclo B: La lectura del profeta Oseas (Os 11, 1.3-4.8c-9) revela como la profundidad y la violencia del amor de Dios, que hace que se “le revuelva el corazón”, este texto retoma la imagen del amor Paterno para describir el modo en qué Dios ama a Israel. El salmo está tomado del profeta Isaías (Is 12, 2-3.4bcd.5-6), en él que se aclama al Señor como la fuente de la fuerza, alegría y salvación de Israel. El texto de la carta a los Efesios (Ef 3, 8-12.14-19) es continuamente citado en el Breviario Romano y en la Liturgia de las Horas, en él se destaca como los tesoros de Dios han sido revelados en Jesucristo, y como en Él, el amor cristiano se presenta como lo más grande que hay y que lleva al hombre a su plenitud de vida en Dios. Esa vida divina de la cual partícipa en Cristo se fortalece en lo más íntimo del hombre por acción del Espíritu Santo. El texto del Evangelio de san Juan (Jn 19, 31-37), es quizás el texto que más cita la Sagrada Liturgia al contemplar el misterio del Corazón de Jesús, pues en Él se contempla su costado traspasado que revela al corazón herido por amor para el perdón de los pecados, del cual han brotado sangre y agua, en los cuáles la fe de la Iglesia ha visto el nacimiento de la misma y de la gracia que se derrama a través de los siete sacramentos.
Para el ciclo C: La primera lectura tomada del profeta Ezequiel (Ez 34, 11-16) presenta el amor del Señor como el de un Pastor que cuida celantemente del rebaño que se le ha confiado, pero es un amor personal, puesto que hace distinciones entre las ovejas según la necesidad que presentan, así a unas las cura, a otras las busca, a otras las fortalece, pero a todas las hace reposar y gozar de buena vida. El salmo 22 es la perfecta respuesta a la primera lectura, pues en este el hombre reconoce a Dios como su pastor y los grandes beneficios que de Él ha recibido, alabando su bondad y misericordia infinita. La segunda lectura tomada del carta de san Pablo a los Romanos (Rm 5, 5b-11) es una exhortación a la confianza en Dios pues Jesucristo ha perdonado de los pecados de los hombres, les ha justificado y salvado, gracias a ello el amor de Dios ha sido derramado en los corazones de los hombres por el don del Espíritu Santo. El Evangelio de san Lucas (Lc 15, 3-7) actualiza el mensaje del profeta Ezequiel y de la salmodia pues recalca la alegría del Señor por la conversión de sus hijos simbolizada en la alegría del pastor que se alegra al encontrar la oveja perdida, la bondad del Señor y su ternura se manifiesta en el modo en que el pastor toma la oveja sobres sus hombros y regresa a su casa muy contento por haberla encontrado, evidenciando también la gran misericordia de Dios.
9. El Papa y la devoción al Corazón de Jesús
Desde el inicio de la devoción los sucesores de san Pedro han velado por una recta comprensión y han aprobado la devoción al Corazón de Jesús, veamos algunas pinceladas sobre que nos dicen acerca sobre este misterio de amor.
“Clemente XIII el 6 de febrero del mismo año, concedió a los Obispos de Polonia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la facultad de celebrar la fiesta litúrgica. Con este acto quiso la Santa Sede que tomase nuevo incremento un culto, ya en vigor y floreciente, cuyo fin era «reavivar simbólicamente el recuerdo del amor divino» , que había llevado al Salvador a hacerse víctima para expiar los pecados de los hombres.” (HA 27)
En 1856 el Papa Pío IX hizo que la celebración del Sagrado Corazón fuera una fiesta celebrada en la Iglesia en todo el mundo.
León XIII en la carta encíclica Annum Sacrum dirá sobre la consagración al Corazón de Jesús: “el acto de piedad que aconsejamos a todos, será útil a todos. Después de haberlo realizado, los que conocen y aman a Cristo Jesús, sentirán crecer su fe y su amor hacia El. Los que conociéndole, son remisos a seguir su ley y sus preceptos, podrán obtener y avivar en su Sagrado Corazón la llama de la caridad.” Será él quien hará el acto de consagración de la humanidad en 1899
San Pío X, que en 1906 dispuso renovar la consagración todos los años.
Pio XI en 1925 establecerá la fiesta de Cristo Rey y pedirá que se renueve la consagración al Corazón de Jesús, de hecho escribirá una encíclica la Misserentissiumus Redemptor y dirá que: “en este faustísimo signo y en esta forma de devoción ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia?”
Pio XII escribirá en 1956 la gran carta encíclicaen la Haurietis Acquas, que obtiene su nombre de las palabras del profeta Isaías cuando dice en el capítulo XII “Beberán con gozo de las fuentes del salvador” Documento precioso que todo aquel que se considere devoto debería meditar para adentrarse en el Corazón de nuestro Señor y contemplar los grandes tesoros que nos ofrece, en esta encíclica el Papa nos enseña en qué consiste verdaderamente el culto al Corazón de Jesús.
San Juan XXIII afirma que «es una nueva luz, una llama de vida suscitada por el Señor para romper providencialmente la tibieza de los tiempos» y de hecho en su diario espiritual hará numerosas referencias al Sagrado Corazón perteneciendo el mismo a una asociación que llevaba su nombre.
El Concilio Vaticano II menciona en la Constitución Pastoral “Gozo y esperanza” que en Jesús Dios «amó con corazón de hombre» (GS.22); en la Constitución acerca de la Iglesia afirmará que «el nacimiento y desarrollo de la Iglesia, está simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado» (LG.3).
San Pablo VI en la Investigabilis Divitias, diría que “el don más grande del Corazón de Jesús es la Eucaristía”
Hacia nuestros días san Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco han hablado de Él en diversas ocasiones a través de sus intervenciones en Cartas, Ángelus, Catequesis en Audiencia General y Homilías .
El Catecismo de la Iglesia nos enseña en n. 478 que «Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo […] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres»»
San Juan Pablo II un siglo después de que León XIII afirmará sobre el Corazón de Jesús «La contemplación del Corazón de Jesús en la Eucaristía estimulará al creyente a buscar en ese Corazón el misterio inagotable del sacerdocio de Cristo y de la Iglesia. Le permitirá saborear, en comunión con sus hermanos y hermanas, la dulzura espiritual de la fuente de la caridad. El ayudar a todos a redescubrir su propio Bautismo le hará más consciente de tener que vivir su dimensión apostólica al difundir amor y participar en la misión de evangelizar…El creyente, al encontrar en el Sagrado Corazón el símbolo y la imagen viva de la infinita caridad de Cristo, que por sí misma nos mueve a amarnos unos a otros, no puede menos de sentir la exigencia de participar personalmente en la obra de la salvación. Por eso, todo miembro de la Iglesia está invitado a ver en la consagración una entrega y una obligación con respecto a Jesucristo».
Benedicto XVI en 2011 en la Jornada Mundial de la Juventud consagró a los jóvenes al Sagrado Corazón, asimismo en una carta con ocasión del 50 aniversario de la encíclica Haurietis Aquas diría “El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que nos invita a acudir la encíclica Haurietis aquas: debemos recurrir a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás.”
Por su parte el Papa Francisco diría el 9 de junio de 2013 “el Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó la salvación para toda la humanidad… la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!»
El 27 de junio de 2014 dirá en un homilía preparada por él: «El amor fiel de Dios a su pueblo se manifestó y se realizó plenamente en Jesucristo, el cual, para honrar el vínculo de Dios con su pueblo, se hizo nuestro esclavo, se despojó de su gloria y asumió la forma de siervo. En su amor, no se rindió ante nuestra ingratitud y ni siquiera ante el rechazo. Nos lo recuerda san Pablo: «Si somos infieles, Él —Jesús— permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2, 13). Jesús permanece fiel, no traiciona jamás: aun cuando nos equivocamos, Él nos espera siempre para perdonarnos: es el rostro del Padre misericordioso. Este amor, esta fidelidad del Señor manifiesta la humildad de su corazón: Jesús no vino a conquistar a los hombres como los reyes y los poderosos de este mundo, sino que vino a ofrecer amor con mansedumbre y humildad. Así se definió a sí mismo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Y el sentido de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que celebramos hoy, es que descubramos cada vez más y nos envuelva la fidelidad humilde y la mansedumbre del amor de Cristo, revelación de la misericordia del Padre. Podemos experimentar y gustar la ternura de este amor en cada estación de la vida: en el tiempo de la alegría y en el de la tristeza, en el tiempo de la salud y en el de la enfermedad y la dificultad.»
El 7 de junio de 2020 nos decía que «El mes de junio está dedicado de manera especial al Sagrado Corazón de Cristo, una devoción que une a los grandes maestros espirituales y a la gente sencilla del pueblo de Dios. En efecto, el Corazón humano y divino de Jesús es la fuente de donde siempre podemos obtener misericordia, perdón y ternura de Dios. Podemos hacer esto reflexionando sobre un pasaje del Evangelio, sintiendo que en el centro de cada gesto, de cada palabra de Jesús, en el centro está el amor, el amor del Padre que ha enviado a su Hijo, el amor del Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Y podemos hacerlo adorando la Eucaristía, donde este amor está presente en el Sacramento. De este modo, nuestro corazón también, poco a poco, se volverá más paciente, más generoso, más misericordioso, imitando el Corazón de Jesús. Hay una antigua oración —la aprendí de mi abuela— que decía: “Jesús, haz que mi corazón se parezca al tuyo”. Es una hermosa oración. “Haz mi corazón semejante al tuyo”. Una hermosa oración, pequeña, para rezar este mes. ¿La decimos juntos ahora? “Jesús, que mi corazón se parezca al tuyo”. Otra vez: “Jesús, que mi corazón se parezca al tuyo”.» El 9 de junio de 2021 nos decía «Los invito a cada uno de ustedes a mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a repetir con frecuencia, especialmente durante este mes de junio: Jesús, manso y humilde de corazón, transforma nuestros corazones y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad”. Recientemente el 1 de junio de 2022 nos recordaba “Hoy comenzamos el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de amor y de paz. Ábranse a este amor y llévenlo hasta los confines de la tierra, testimoniando la bondad y misericordia del Corazón de Jesús”
10. Santa Margarita María Alacoque y el Sagrado Corazón de Jesús
“Entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual —el beato Claudio de la Colombiere—, consiguió que este culto, ya tan difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana” Papa Pío XII
Santa Margarita María Alacoque fue una monja visitandina de un monasterio en Francia, que vivió entre 1647-1690, desde niña sintió una gran atracción a la unión con Jesús particularmente hacia el Santísimo Sacramento, luego de un tiempo de indecisión en la consideración de la vida consagrada por temor a dejar a su madre, finalmente entre en el monasterio de la Visitación, congregación fundada por san Franscisco de Sales y santa Juan de Chantal. Santa Margarita viviría una serie de revelaciones privadas en la que el Señor le iría manifestando el amor de su Corazón, estas situaciones sucedían habitualmente durante la Adoración Eucarística, muy reservada en estas experiencias decía no podía comentarlo hasta que bajo obediencia y guíada por san Claudio de la Colombiére pudo manifestar las cosas que vivía, a pesar de todo esto siempre buscaba vivir una vida virtuosa como las demás hermanas de su monasterio, de hecho sufriría mucho a causa de estas visiones que tenía, se dice que le dio tres armas para el combate espiritual en vistas a la santidad: una delicada conciencia pidiéndole que viviese con “simplicidad de corazón en intención recta y pura” , la obediencia en la cual insistía mucho sobre todo por su vocación de religiosa, y la cruz, la escuela del sufrimiento por amor. Habitualmente se habla de 4 revelaciones importantes entorno a la devoción al Corazón de Jesús, particular atención merece la cuarta:
Una vez mientras estaba frente al Santísimo Sacramento (era un día de la octava del Corpus Domini) recibí de mi Dios gracias extraordinarias de su Amor; me sentí movida del deseo de devolverle y de darle amor por amor. Él me dirigió estas palabras: «Tu no me puedes mostrar amor más grande que haciendo lo que tantas veces te he pedido»
Entonces descubriendo su divino Corazón me dijo: «He aquí aquel Corazón que tanto ha amado a los hombres y que nada ha ahorrado hasta desgastarse y consumarse para testimoniar a ellos su Amor. En signo de reconocimeinto, no encuentro sino de la mayor parte de ellos, ingratitudes por tantas irreverencias, sus sacrilegios y sus frialdades y los desprecios que ellos me da en este Sacramento de Amor. Pero lo que más me causa amargura es que sean también los corazones a mí consagrados los que me tratan así.
Por eso te pido que el primer viernes, después de la octava del ‘Corpus Domini’ , sea dedicada una fiesta particular para honrar a mi Corazón, recibiendo en aquel día la santa Comunión y haciendo una enmieda de honor para reparar todos los ultrajes recibidos durante el período en que ha sido expuesto sobre los altares. Yo te prometo que mi Corazón se dilatará para efundir con abundancia las riquezas de su divino Amor sobre aquellos que le ridan este honor y procuren que ello sea rendido por otros»
En las diferentes revelaciones pueden verse las 12 promesas que clásicamente se enseñan hiciese el Corazón de Jesús a sus devotos
- A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
- Daré la paz a las familias.
- Las consolaré en todas sus aflicciones.
- Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte.
- Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas.
- Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
- Las almas tibias se harán fervorosas.
- Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección.
- Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
- Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos.
- Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
- A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.
En santa Margarita hablar de espiritualidad del Sagrado Corazón conlleva a configurarse con Jesús a través de un continuo abandono confiado en Él, entregándose a su plan de salvación en medio de lo ordinario de su día a día, particularmente buscará siempre la reparación por las indiferencias o ultrajes que se cometen contra Él, de un modo especial en el Santísimo Sacramento, es decir, buscará corresponder al amor del Señor que muchas veces a causa del pecado no es correspondido por los hombres, se trata de amar por los que no aman, esto vendrá a ser lo que en el fondo se da a entender con la expresión “consolar” el Corazón de Cristo.
A nuestros días en medio de tanta indiferencia religiosa, cuando la vida cristiana manifestada en la participación activa en la Iglesia pasa a ser un compromiso entre otros (si queda tiempo o no hay nada mejor que hacer voy), cuando la vida de oración no existe muchas veces limitándose algunos a unos pocos momentos en la semana (pero para las series, paseos y entretenimientos hay horas), cuando tantas veces en diferentes lugares donde está Jesús presente en el Sagrario o expuesto solemnemente en el Santísimo Sacramento es abandonado (pero los centros comerciales llenos), cuando la lucha por vivir virtuosamente para corresponder a la gracia de Dios prácticamente se ha dejado a un lado, cuando la mentalidad de muchos hombres y mujeres va acomodándose a la modas pasajeras de este mundo y se va extinguiendo en ellos la fe, cuando muchos siguiendo la cultura del descarte olvidan al pobre, al anciano y al niño, al vulnerable, es entonces que Margarita María Alocoque nos recuerda que a aquellos que han hecho una experiencia personal de ojos abiertos y corazón palpitante del amor de Jesús no pueden ser indiferentes, también nosotros hemos de amar por los que no aman, consolar el Corazón de Jesús, oración, penitencia, obras de misericordia, evangelización y el propio empeño en la búsqueda de la virtud que nos hace imitar la vida de Cristo.
Todo es buscar corresponder a aquel que no hace sino amar a la humanidad ¿entre quien elegimos estar entre los que contristan el Corazón de Jesús como aquellos por los que lloró Jesús al contemplar la necedad que encontró en Jerusalén que no aceptaba su mensaje (Lc 19, 41) o entre los que aman y consuelan el Corazón de Jesús como los pobres y sencillos (Lc 10, 21) por los que lanzó una alabanza al Padre exultando de alegría porque abrazaban con sinceridad la Buena Nueva?
11.San Óscar Romero, el obispo del Corazón de Jesús
“Ejercicios espirituales. Venid descansad un poco. Siento, después de unos días abrumadores de trabajo y cansancio, la dulzura y la intimidad con Jesús. Cómo quisiera ganar en este necesario trato íntimo. Siento que Jesús me llama como un jefe, a planear un nueva fase, a confiarme un cargo. Será delicado. Le entrego todo. El mes del Corazón de Jesús me inspira el deseo de una consagración más a fondo. Quisiera distinguirme por eso: por ser el obispo del Corazón de Jesús y he sentido la riqueza y la trascendencia de estos ejercicios: la misericordia, la gracia, la paz, ¡un perdón tan necesario! Un renacer, ¡Una nueva fecundidad de mi bautismo y de mi ordenación! ¡Un resucitar la gracia que en mí está por mi ordenación! (Cuadernos Espirituales 1, p. 39)
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es una constante en las meditaciones que san Óscar Romero nos ha dejado a través de sus diferentes apuntes espirituales, él nos presenta el recurso al Corazón de Cristo en la línea de la espiritualidad de la confianza y santo abandono, la razón de su esperanza es siempre el amor de Cristo que no defrauda, en su Divina Providencia sabe por dónde nos lleva y a Él se encomienda personalmente, esto es propiamente lo que se encuentra en el fondo de cualquier consagración al Corazón de Jesús, es un separarse de toda preocupación mal sana, desterrar de sí todo afán desordenado de dominio para entregarse por completo al amor de Cristo, es hacer caso a sus palabras cuando nos dice: “Vengan a mí todos los fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Lleven mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt 11, 28-30)
La consagración, constituye uno de los actos esenciales de esta devoción, en el fondo se trata de una donación generosa al Señor que busca reafirmar las promesas bautismales. En el sacramento por el cual se entra a la vida cristiana, el hombre ha sido marcado por el carácter como perteneciente a Dios, en éste acto de consagración el hombre busca manifestar su plena confianza y abandono en Aquel que le amó primero, obedece de alguna manera al deseo que tiene el hombre de tener un punto firme en su vida, a partir del cual pueda interpretar la realidad y que le permita hacer frente a los vaivenes de la cotidianidad, necesita sentir en el fondo de sí “el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe…la presencia de Cristo, corazón del mundo» (Benedicto XVI). Este ardor que renueva el acto de consagración denota también el matiz pasional y sentimental que tiene la espiritualidad del Sagrado Corazón, pero éste obedece en primer lugar a un acto de la voluntad libre movida por el intelecto que en la fe ha conocido el amor redentor de Jesucristo. Esto también hace que la consagración al Corazón de Jesús resplandezca por su talante misionero, puesto que aquel que se entrega al amor del Señor buscará compartirlo con los demás. San Juan Pablo II en el marco del centenario de la consagración del género humano al Corazón de Jesús decía que “Frente al deber de la nueva evangelización, el cristiano que viendo el Corazón de Cristo, Señor del tiempo y de la historia, a Él consagra y junto consagra los propios hermanos, se descubre portador de su luz. Animado de su espíritu de servicio, él coopera a abrir a todos los seres humanos la perspectiva del ser elevador hacia la propia plenitud personal y comunitaria”
Claramente esto lo podemos ver operante ya en san Óscar Romero, veamos dos textos que al inicio de su sacerdocio nos lo muestran:
“Promitto (Prometo) Si, Cristo, por tu Sagrado Corazón yo prometo darme todo por tu gloria y por las almas. Quiero morir así en medio del trabajo; fatigado del camino, rendido, cansado, me acordaré de tus fatigas y hasta ellas serán precio de redención. Desde hoy te las ofrezco Señor Jesús, por tu Corazón y por las almas: ¡prometo!” (4 de abril de 1942)
“¡Confiad el Sagrado Corazón quiere que en su amor omnipotente ARROJES TODAS TUS POBRES SOLICITUDES…Él no tiene fin porque es eterno, Él no tiene miedo porque es omnipotente; unido a Él seré también eterno y omnipotente, sereno, impávido. Porque queremos hacer a Dios pequeño como nosotros, ciertas cosas no se las confiamos; porque nos parecen demasiado grandes, utópicas… ¿por qué? ¡Dios es tan pequeño como tus cálculos! ¡Blasfemo! Precisamente está allí el motivo de nuestra confianza: porque ignoramos humanamente cuál será la solución de tal o cual problema que nos preocupa. Ser la providencia de Dios incompresible a nuestros humanos cálculos, es el principal argumento que refuta nuestros temores mezquinos” (14 de febrero de 1943)
La consagración es uno de los actos por los cuales se caracteriza la devoción al Sagrado Corazón, el otro será la reparación, también esto lo vemos en san Oscar Romero, satisfacer por aquellos que han faltado contra el amor del Señor está presente sobre todo en relación a la Eucaristía, podríamos decir que reparar es amar por aquellos que no le aman. El acto de reparación es una satisfacción a la justicia divina, pero en el Corazón de Jesús se encuentra más que eso, se trata de una participación al amor redentor de Cristo por el hombre, es un sufrimiento por unión de amor La reparación no es sólo arrepentirse por el pecado cometido sino dar el amor debido que no ha sido correspondido.
Una nota sugestiva en este punto nos la da san Óscar Romero como Arzobispo de San Salvador al hablar sobre el amor a Jesús en el Santísimo sacramento.
“En el mensaje eucarístico les hablé de la presencia de Cristo entre nosotros, en las diversas formas que Él lo ha revelado: en la comunidad Iglesia, en sus ministros, en la proclamación de su Palabra, y sobre todo, en la Eucaristía, y cómo a esa presencia cariñosa del Señor le respondemos muchas veces con indiferencias, con persecuciones, con calumnias, y cómo, por tanto es necesario el desagravio” Jueves 4 de enero 1979
De cara a su predicación profética y martirio la devoción al Corazón de Jesús sin duda le dio un fuerte impulso para contemplar en Él lo que tanto defendió con sus palabras, los hombres por los que Jesús dio la vida. El que ama, ama a aquello que su amado ama, y como pastor de su Pueblo, san Óscar amó con verdadera caridad pastoral al rebaño que le fue encomendado, puesto que bebía de la fuente de donde esta brota, el amor de Cristo por los pecadores, por los más pobres, por aquellos por los que el mundo no se interesa, por aquellos que muchas veces son ignorados. El Corazón de Jesús ama incondicionalmente a todos y tiene una particular preferencia por aquellos que se encuentra en una mayor situación de vulnerabilidad, en su infinita misericordia busca salir a su rescate y para ello se sirve principalmente de aquellos que le aman intensamente, los santos. Tanta fue la intensidad del amor de Romero que le llevó incluso a arriesgar su propia vida, su fe obró por la fuerza del amor en el sentido más puro de la palabra, procurando el bien para todos, incluso en su denuncia lo que buscaba sabemos era la conversión de los que se prestaban al mal.
Este su modo de obrar venía de un profundo anhelo de santidad, el cual tenía como punto de partida el saberse objeto de la misericordia de Dios, sus escritos espirituales están perfumados por una conciencia de haberse sabido perdonado por Jesús. Sólo un misericordiado puede ser un verdadero apóstol de la misericordia. Esto no sólo muestra su humildad sino también el hecho que es un hombre que tiene experiencia del amor de Dios y es ese amor el que quiere comunicar para transmitir la vida eterna que Cristo nos ha concedido, un texto de su tiempo como joven sacerdote y otro como obispo nos ilustran como esta actitud siempre fue constante.
“El Señor me ha inspirado estos días fuerza, después de leer en la Curia algo del Padre Fuentes, principalmente la vida del Padre Álvarez, un gran deseo de santidad. He pensado hasta donde puede subir un alma si se deja poseer enteramente de Dios; y que es una lástima perder tiempo tan precioso y dones tan ricos. Demás, he visto que esto corresponde a un motivo de solidaridad para reparar el Sagrado Corazón las apostasías de todos los hombres, sus tibiezas, nuestros pecados. He conocido que un nuevo orden debe ser ante todo fundado en principio sobrenatural: ante todo debemos los escogidos de Dios llenarnos de su espíritu y lanzaremos con santa AUDACIA, venciendo la natural timidez” (4 de febrero de 1943)
“Misericordias Domini in eterno cantabo. Vino el padre Saénz a oír mi confesión general. ¡Qué negro abismo de mi parte! Qué abismo de perdón, de misericordia, de parte del Señor. Vivamos de reparación. Unión con el Corazón de Cristo, pues es Él que paga mi deuda. Es en mi dónde se realiza concretamente por Cristo lo que escribió san Pablo ¡Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” Mi compromiso con Cristo se hace más exigente! La sucesión apostólica me coloca como uno de los Doce frente a Cristo” (Cuadernos Espirituales 1, p.43)
Será un verdadero apóstol del Corazón de Jesús difundiendo lo que esta devoción implica en la práctica, incluso fue elegido como Presidente de un pequeño comité que pretendía renovar la devoción en Centroamérica, con ocasión de una visita al mercado en santa Tecla podemos ver como evangelizaba a través del Corazón de Jesús, buscando encarnar el amor de Cristo en actitudes y comportamientos concretos que son plausibles para todo cristiano:
“Les hablé del Sagrado Corazón de Jesús que continúa su amor en la Iglesia, y que todos nosotros somos Iglesia y tenemos que hacer presente el corazón de Cristo por nuestra santidad, por nuestra justicia, por todo aquello que haga más amable y fraternal la vida de nosotros” (7 de julio de 1979 – Visita al Mercado de santa Tecla)
La santificación de una persona en la línea de la espiritualidad del Corazón de Jesús, puede encontrar su fundamento teológico en como el triple amor (Divino, humano-espiritual, humano sensible) que gozaba Cristo supone la reconciliación entre la voluntad del hombre y la voluntad de Dios, podemos decir que en el Corazón de Jesús el amor entre Dios y el hombre han latido al unísono. El hombre no percibe la voluntad del Padre como una prisión, una camisa de fuerza, un imperativo categórico, sino como el lugar donde su libertad se expansiona y su vida adquiere sentido y plenitud. La voluntad del hombre corresponde a la de Dios con dulzura y suavidad no obstante los momentos de Cruz que se pueda atravesar, la voluntad divina es el bien al que aspira la voluntad humana, ahí donde encuentra su saciedad “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34)
Quizás el texto más sugestivo que tenemos de que tanto era el santo abandono de san Óscar Romero en el Corazón de Jesús es uno de sus últimos apuntes en ejercicios espirituales, citando una oración de san Ignacio nos dice como encontraba causa de consuelo y dicha en el amor del Señor, y lo que de su muerte pueda sobrevenir todo se lo confía a Él, es la máxima muestra del abandono de aquel que busca amar con el mismo amor de Jesús, identificar su voluntad con la del Señor, y así colaborar con Él en la obra de la salvación, entra en la voluntad del Padre, su cristificación va llegando a plenitud, hasta que sea sellada con el martirio en el altar.
“Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, solo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado. (San Ignacio). Así comento mi consagración al Corazón de Jesús que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana en mi vida. Así también pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida y acepto con fe en Él mi muerte por más difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país; y por el florecimiento de nuestra Iglesia…porque el Corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta para estar feliz y confiado que saber con seguridad que en Él está mi vida y mi muerte, que, a pesar de mis pecados, en Él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la patria.” (Cuadernos Espirituales 3, p.310-311)
12. San Claudio de la Colombiére
“…Oh Corazones, dignos verdaderamente de poseer todos los corazones, de reinar sobre todos los corazones y de los Ángeles y de los hombres. De ahora en adelante serán mis modelos y buscaré, en semejantes ocasiones, de hacer míos sus sentimientos. Quiero que de ahora en adelante mi corazón no esté sino en los Corazón de Jesús y de María o que aquellos de Jesús y María esten en el mío, para que le transmitan sus sentimientos y no se agite o no se mueva si no en conformidad de sus corazones” (San Claudio de la Colombiére)
Fue un sacerdote jesuita, padre espiritual y confesor de santa Margarita María de Alocoque, él tuvo el mérito de asegurar a las superioras de la santa que los fenómenos extraordinarios que vivía eran auténticas visiones, el P. Colombiere fue destacado por su intensa vida espiritual desde seminarista, fue muy elogiado por la hermosura de sus predicaciones y fue un sabio director espiritual. Santa Margarita María en su Autobiografía escribiría sobre él:
Un día en el cual el Padre había venido a celebrar la Santa Misa en nuestra iglesia. Nuestro Señor hizo grandes gracias a él y a mí. En el momento en que estaba para acercarme a recibirLo en la santa Comunión, me mostró su Sagrado Corazón como un horno ardiente y otros dos corazones, que iban a unirse y abismarse en el Suyo y me dijo: «De esta manera mi Amor puro une estos tres corazones para siempre»
Luego me hizo entender que esta unión venía cumplida enteramente para la gloria de su Sagrado Corazón, cuyos tesoros Él quería que yo descubriese al Padre, para que él lo hiciese conocer y se hicieran públicos las ventajas y la utilidad; y por eso quería que fuesemos como hermano y hermana partícipes en la misma medida de bienes espirituales…
Los escritos del P. La Colobiére se compendiaron en 7 volumenes la mayoría de los cuales recogen sus predicaciones a la Duquesa de York en Londres, a donde se dirigiría luego de la misión realizada en Francia, de hecho será en Londres donde vivirá la persecución con sus hermanos jesuitas, él no sufrirá el martirio pero si una dura prisión luego de la cual logró regresar a Francia y luego debido a la precaria salud con quedó después de aquel período fue hecho padre espiritual de los jesuitas en formación. Moriría a los 40 años de edad.
Uno de los elementos que caracterizarán la espiritualidad de san Claudio de la Colombière será el total abandono y confianza absoluta en la voluntad de Dios, a la que buscará volver constantemente, de hecho, el olvido de sí mismo será una característica que se imprimirá en él producto de la espiritualidad al Sagrado Corazón.
He establecido además de no querer ser amado y protegido por nadie, porque quiero tener en Dios mi padre, mi madre, mis hermanos y amigos y quien quiera que pueda tener un sentimiento de afecto por mí. Creo que me encontraré cómodo en un refugio tan dulce y seguro y no habré de temer a los hombres, ni los demonios, ni a mí mismo, ni la vida, ni la muerte. Con tal que Dios me apoye, soy feliz. Me parece que así he encontrado el secreto para vivir contento y que, de ahora en adelante, todo aquello que temía en la vida espiritual no me deba dar más miedo» (San Claudio, Diario Espiritual)
Esta experiencia que él vivía en primer lugar en su alma, será la que le llevará a aconsejar lo mismo a aquellas que se confían a su dirección, así escribiría a M. de Bisefranc
Ánimo, señorita, el Señor la ama tantísimo y sabrá Él encontrarla en medio del mundo para darle su Corazón y contarla entre sus predilectas. La exhorto en Su Nombre: no Le rechace y acepte con toda humildad y confianza la gracia que Él le ofrece. Si supiera que cosa significa ser toda suya, abrazaría con entusiasmo el ejercicio de la perfecta devoción…
Ciertamente no será un empeño sencillo para él, sobre todo hacia el final de su vida, ya que estaba acostumbrado a una amplia actividad apostólica, la cual lo habría llevado hasta Londres y a las condiciones más adversas cuando sufría persecución y enfermedad, de hecho en medio de esas crisis, luego de ser desterrado de Inglaterra, dirá en una carta que
…(sor Margarita) de parte de su querido Señor, me ordena de no pensar más al pasado, de no almanecar más proyectos para el avenir y, por el presente, de tener cuidado de un enfermo, que Dios ha confiado a mis cuidados para darme la ocasión de ejercitar la caridad y la paciencia. Y agrega que este enfermo soy yo y que debo hacer, sin escrúpulos, todo aquello que sea útil para restablecerme de salud. Y yo lo hago ciegamente
En última instancia el fundamento de esta actitud del santo se encuentra en la imitación de Jesucristo, que siendo hombre aprendió a obedecer, y a hacerlo hasta la muerte en cruz por la salvación de la humanidad, así esta espiritualidad de la entrega entra en el proceso de cristificación del P. la Colombiére, así diría en un Discurso sobre la conformidad con la voluntad de Dios haciendo eco de la oración de Jesús en el Getsemaní
Señor, se haga tu voluntad no la mía. Te debo alabar y agradecer de todo corazón porque se cumplan en mí tus designios. Aunque si estuviese en mi poder oponer resitencia a tus decisiones, no rechazaría el sujetarme a ella: «no como yo quiero sino como quieres Tú» (Mt 26, 39). Acepto de buen grado esta adversidad en ésta y en todas sus circunstancias. Por esto no me lamento, ni del mal que deberé soportar, ni de las personas, que son su causa, ni del modo en que llega, ni de las coyunturas de tiempo y lugar, ni cual me sucederá.
Estoy del todo convencido de hecho, que todas estas circunstancias las has querido Tú y pereferiría morir antes que oponerme en algo a tu santo querer. Sí, Dios mío, se haga tu voluntad en mí y en todos los hombres, hoy y en cualquier momento, en el cielo y sobre la tierra. Se haga en la tierra como se hace en el cielo. Amén.
La santidad consiste en el conformar nuestra voluntad con aquella de Dios…sobre esto se puede argumentar si, al mundo, hay o no muchos santos, desde el momento que casi todos los hombres están apegados a la propria voluntad…No existe gobierno más justo, más necesario y al mismo tiempo más ventajoso y dulce, que aquel de la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios es para nosotros ventajoso. Estar sometidos a ella es cosa agradable porque la voluntad de Dios no tiene otro fin que aquel de hacernos enteramente felices. ¿A que mejor guía nos podemos confiar sino a Dios? Nos abandonamos a ciegas al médico, aún y si no es infalible en su profesión… ¿y estaremos en quizás de someternos a Dios que todo lo hace con inteligencia y amor? ¿que nos ama cono cosa suya, como hijos que ha generado dos veces y por los cuales ha creado todo y nos ha destinado a la felicidad?
Para concluir este breve apartado presentamos el acto de Consagración personal que hiciése san Claudio de la Colombiére al Sagrado Corazón de Jesús, en él encontramos los diferentes elementos que caracterizan a un hombre que vivió intensamente esta espiritualidad.
El fin de este ofrecimiento es el de honrar el divino Corazón, sede todas las virtudes, fuente de todo favor celeste, refugio de todas las almas santas. Las virtudes que principalmente queremos honrar en Él son: en primer lugar, el amor ardentísimo por su divino Padre, unido al más profundo respeto y sincera humildad, que haya jamás exisistido en el mundo.
Segundo: la infinita, serena fortaleza en los sufrimientos, el arrepentimiento y el dolor por los pecados de los hombres, de los que se ha hecho cargo, la confianza del más amoroso de los hijos, unida a la vergüenza del más culpable de los pecadores.
Tercero: la tiernísima compasión por nuestras miserias y, no obstante estas, un inmenso amor por nosotros. Pretendemos además honrar su serenidad, la cual, en medio de fortísimos sentimientos, permanecía inalterada, porque anclada a una perfectísima conformidad a la voluntad de Dios, que Le hacía superar todo advenimiento contrario a su celo, a su humildad, y a su amor y a toda otra disposición de su Corazón.
Este Corazón nutre aún inalterados los mismos sentimientos hacia nosotros, pero sobre todo su amor ardiente, amor permanentemente dispuesto a versar sobre nosotros toda suerte de gracias y favores celestes, apiadado de nuestros males, continuamente solicitado por el deseo de hacernos partícipes de sus tesoros y de donarse a nosotros, dispuesto en todo caso a acogernos y a servirnos de refugio, de morada y paraíso desde esta vida.
Y, no obstante todo, en el corazón de nosotros hombres, no encuentra sino frialdad, olvido, desprecio e ingratitud. Ama y nos es amado, peor, su amor no es ni siquiera conocido, porque no nos dignamos de acoger sus dones, con los cuales querría testimonarnos su amor, ni pretendemos escuchar las tiernas y secretas declaraciones de amor que quisiera hacer a nuestro corazón
Adorable y amable Corazón de Jesús, en reparación tantos pecados e ingratitudes y para evitar que yo caiga en tal desgracia, Te ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de los que es capaz y me dono todo a Ti.
Desde este momento, con la máxima sinceridad (al menos así me parece) deseo olvidarme de mí mismo y de todo aquello que pueda tener relación conmigo para remover todo obstáculo, que me pueda impedir de entrar en tu divino Corazón, que has tenido la bondad de abrirme y en el cual me auguro de entrar para vivir y morir, junto a tus más fieles siervos, penetrado y encendido de tu amor.
Ofrezco a este Corazón todos los méritos, todas las satisfacciones que adquiriré con las Misas, las oraciones, las acciones, las mortificaciones, las prácticas religiosas, las obras de celo, de humildad, de obediencia y de todas las demás virtudes, que cumpliré hasta el termino de mis días.Y no sólo pretendo que todo sea dirigido a honrar el Corazón de Jesús y sus admirables virtudes, pero te ruego de aceptar la entera donación y de disponer en el modo que quieras, a ventaja de quien más te agradará.
Y, aunque yo haya cedido ya a las almas santas del Purgatorio, todo lo que hay de valido para satisfacer la divina justicia, todavía deseo que todo sea a ellas distribuida, según el arbitrio del Corazón de Jesús. Todo ello no me impedirá de satisfacer a mis obligaciones, de aplicar las Misas y orar según ciertas intenciones prescritas por la obediencia; de celebrar las Misas por la pobre gente, por mis hermanos y amigos, cuando me lo pidan.
Si como dispondría de un bien que ya no me pertenece, pretendo que la obediencia, la caridad y las otras virtudes que ejercitaré en aquellas ocasiones, sean todas del Corazón de Jesús, porque, dado que de Él recibo la facultad de cumplirlas, es justo que pertenezcan a Él sin reserva.
Sagrado Corazón de Jesús, enséñame a olvidarme completamente de mí mismo, porque esta es la única vía para poder entrar en Ti. Y porque todo lo que haré en el futuro, será tuyo, haz en modo que no cumpla nunca nada que no sea digno de Ti. Enséñame aquello que debo hacer para llegar a la pureza de tu amor, del cual me has inspirado tanto deseo. Encuentro en mí un gran deseo de agradarte, pero al mismo tiempo, me siento en la imposiblidad de alcanzar el fin sin una particular luz y ayuda, que puedo esperar solo de Tí. Cumple en mí, aún a pesar mío, tu voluntad.
Toca a Tí, Corazón divino de Jesús, hacer todo en mí; así, Tú solo, si mi haré santo, tendrás la gloria de mi santificación. Esto para mí, es más claro que la luz del día, pero será para ti una grande gloria. Sólo por ello deseo la perfección. Amén
13.Santa Teresa de Lisieux
La santa de Lisieux es abundante en el uso de símbolos para dar a conocer su experiencia del amor de Dios, uno de ellos que se presenta como constante en la historia de la devoción al Sagrado Corazón es la alusión al amor del Espíritu Santo que arde como una hoguera incandecente en el Corazón de Cristo y que ilumina según la ciencia del amor. Haciendo un parangón entre ardor que suscitan el afecto por las criaturas y que aleja a las almas de Dios, que como fuego las quema y hace daño pone en contraposición el fuego del amor que se encuentra en Cristo, el cual da luz y quema, pero no consume, sino que antes bien hace reposar
La vía para entrar en ese Corazón divino y en contacto con su Amor es la entrega total de sí «Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina . Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre» (Autobiografía MsB, 295).Este amor del Corazón de Cristo, será el eslabón que unirá su alma a la del Divino Redentor, y en él encontrará la fuente de toda su actividad y fecundidad de su apostolado.
Madre querida, ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré «Atráeme»; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva. Es cierto que, como santa María Magdalena, permanece a los pies de Jesús, escuchando sus palabras dulces e inflamadas. Parece que no da nada, pero da mucho más que Marta, que anda inquieta y nerviosa con muchas cosas y quisiera que su hermana la imitase. (Autobiografía)
Otro rasgo caraterístico de la espiritualidad del Sagrado Corazón que encontramos en santa Teresa de Lisieux es el valor del sufrimiento, es más, el amor a la cruz será uno de los ejes transversales que atraviezan su vida. Sea para consolar el corazón sufriente de Cristo a causa de las indiferencia y ultrajes que se cometen contra su persona, sea para hacerse partícipe de sus mismos sufrimientos colaborando como dice san Pablo a la Pasión de Cristo, sea como un medio de intercesión y por tanto de apostalado misionero por la salud de las almas, todo concurre en la cruz.
He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor…
Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo, sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito! (Carta 196)
En una carta a sor María de la Trinidad escribe como el corazón del Divino Niño puede ser confortado por las virtudes de los cristianos, las buenas obras que realizan son de su agrado, y le dan amor por amor Reparación
Que el divino Niño Jesús encuentre en tu alma una morada totalmente perfumada por las rosas del amor; que encuentre también en ella la lámpara ardiente de la caridad fraterna, que hará entrar en calor a sus miembrecitos helados y que alegrará su corazoncito haciéndole olvidar la ingratitud de las almas que no le aman lo suficiente. (Carta 246)
¡Si supieras qué indiferente quiero ser con las cosas de la tierra! ¿Qué me importan todas las bellezas creadas? Sería desdichada poseyéndolas, ¡estaría tan vacío mi corazón…! Es increíble lo grande que me parece mi corazón cuando contemplo todos los tesoros de la tierra, pues veo claro que todos juntos no podrían llenarlo; ¡pero qué pequeño me parece cuando contemplo a Jesús…! ¡Quisiera amarle tanto…! ¡Amarle como nunca lo ha amado nadie…! Mi único deseo es hacer siempre la voluntad de Jesús, enjugar las lágrimas que le hacen derramar los [2vº] pecadores… ¡No, no QUIERO que Jesús sufra el día de mis esponsales, quisiera convertir a todos los pecadores de la tierra y salvar a todas las almas del purgatorio…! (Carta 272)
Así el hombre se une con su Dios, como dice un axioma el amor hace semejantes a los amantes, y si el Amor de Cristo se manifestó con su máximo ardor en la cruz, quien lo ama también se unirá a Él en el Calvario, se trata de la unión en el Corazón de Jesús por com-pasión «El canto del sufrimiento unido a sus sufrimientos es lo que más cautiva su corazón…Jesús arde de amor por nosotras… ¡Mira su Faz adorable…! ¡Mira esos ojos apagados y bajos…! Mira esas llagas… Mira a Jesús en su Faz… Allí verás cómo nos ama.» (Carta 87)
La santa de Lisieux es realmente capaz de compadecerse de aquellos que viven en pecado, busca atraerles al amor de Cristo, con sus oraciones y sufrimientos, busca colaborar en la reparación del daño que se ha cometido al Amor, y no sólo eso, sino que invita a esta misión a otros, tiene la conciencia de ser una apóstol del Amor que no es sino ser un apóstol del Corazón de Jesús.
El sufrimiento será el medio que ella tendrá para colaborar con Cristo en la salvación del mundo para expandir su amor por los hombres, para así consolar a Jesús por los desprecios que sufre de los hombres, particularmente la de las almas consagradas a Él, también el Corazón de santa Teresa estará unido al de Cristo, y si bien no se habla de una unión de corazones como fenomeno extraordinario al modo en el que se habla en santa Margarita Maria Alacoque o santa Catalina de Siena, si podemos hablar de una unión de amor en la Pasión de Jesús, y la asumirá de modo especial el día de su profesión.
Cuando se quiere alcanzar una meta, hay que poner los medios para ello. Jesús me hizo comprender que las almas quería dármelas por medio de la cruz; y mi anhelo de sufrir creció a medida que aumentaba el sufrimiento. (Autobiografía)
Los sufrimientos serán el medio para alcanzar la perfección, lo expresará particularmente cuando habla de como padecían a causa de la enfermedad de su padre, en medio de esas tribulaciones dirá que junto a sus cinco hermanas volaba en los caminos de la perfección cristiana así como el mismo padecer las unía. Así para ella el verdadero amor se manifiesta en el sacrificio. Por ello la perfección pasa por la Cruz, pues el que verdaderamente ama Cristo vivirá su mismo destino por amor, y esto no lo reduce sólo al ambito de la vida religiosa, sino que lo propaga aún a sus tías que viven en el mundo a través de sus cartas.
Yo quisiera, en este día de su santo, quitarle todas las tristezas y cargar sobre mí todas sus penas. [2rº] Así se lo pedía hace un momento a aquel cuyo corazón late al unísono con el mío; y comprendí que lo mejor que él podía darnos era el sufrimiento, que no lo da más que a sus amigos predilectos. Y esta respuesta me hacía ver que no estaba siendo escuchada, pues veía que Jesús amaba demasiado a mi querida tía para quitarle la cruz...(Autobiografía)
La ciencia del amor le hace ver en la Cruz la clave de la santidad, en ella interpreta su itinerario vida espiritual, le hace salir de los engaños que podría llevar a la mediocridad de un concepción pusilánime del cristianismo, en la cual amor equivaldría a sentimentalismo, o a la desesperación, de uno que cae pero encerrado en sí mismo no es capaz de alzar la mirada para implorar la ayuda de Dios, es más sus caídas son ocasión para que despertar la compasión del Corazón de Jesús. El desasimiento de todo aquello que pueda querer ocupar el lugar del Señor en el propio interior, en el propio corazón, es el medio para hacer triunfar el amor a la Cruz.
Santa Teresa de Lisieux ciertamente manifiesta una profunda ciencia del amor del Señor, un profundo encuentro con el amor que late el Corazón de Jesús, ahí encontrará sentido la ofrenda al amor misericordioso así como las poesías que compuso en honor del Sagrado Corazón, de alguna manera ella contempla el misterio del Corazón del Señor desde la misericordia y de ahí se aproxima a vivirlo con cada vez mayor intensidad hasta llegar a configurarse con Él por el amor.
14.Getsemaní, modelo de oración del Corazón de Jesús
Podemos hablar de la oración de Jesús en el huerto como la oración del Corazón de Jesús, pues en ella vemos la cooperación de la voluntad humana a la voluntad divina, se encuentra como antesala a su pasión, y nos describe como Él la aceptó libremente por la salvación de la humanidad, así también nos presenta cuestiones que todo cristiano debe tener presente en su vida de oración de la cual el Señor es causa eficiente, ejemplar y final. Ahí tienen su sentido las experiencias extraordinarias que vivía santa Margarita María de Alocoque cuando se unía los viernes al sufrimiento de la agonía de Jesús e incluso le pidiese ofrecer esos momentos de un modo especial para reparar por los pecados cometidos en el mundo entero. Esta oración la encontramos en los evangelios sinópticos en Mt 26, 36-44; Mc 14, 32-41 y Lc 22, 39-46. En ella se pueden individuar diferentes elementos, entre ellos a continuación consideraremos brevemente el lugar y la hora de la oración, los sentimientos de Jesús, el modo en que ora y las palabras utiliza para descubrir qué nos dice sobre el Señor y en qué modo se presenta como un modelo de oración para la vida espiritual del cristiano.
En primer lugar, el evento tiene como ubicación el Huerto de los Olivos, san Lucas dirá que era costumbre de Jesús retirarse a orar ahí (cf. Lc 22, 39), se trata de un hecho ocurrido durante la noche, inmediatamente posterior a la Última Cena y previo a la traición de Judas y arresto de Jesús. El pasaje de la oración en el huerto ha sido considerado la antesala de la pasión de Cristo, el momento en el que se prepara para su sacrificio cruento en la Cruz, por ello esa noche recuerda las otras noches en las que el Señor se manifestó a sus elegidos, de modo especial aquella de la Pascua (Ex 12) . Es de notar que a menudo, durante la noche, Jesús se retiraba a Betania, en este caso no lo hizo así sino que debido a prescripciones de la Pascua se había quedado en Jerusalén, mostrando su obediencia a la Ley. Tomó a tres de sus discípulos para la ocasión y se alejó de ellos para orar, dirá san Juan Crisóstomo comentando el evangelio de san Mateo que se llevó a estos porque no se abatirían ya que en el Tabor habían contemplado su gloria.
Los evangelistas también nos relatan detalles sobre la postura del Señor al momento de la oración, lo cual es importante en la espiritualidad del Corazón de Jesús, porque con ello se resalta que la acción realizada implica toda la humanidad del Señor, una interioridad que se manifiesta en su cuerpo. Según san Mateo oraba «rostro en tierra» (Mt 26, 39), san Marcos refiere solamente que «cayó en tierra» (Mc 14, 35) mientras que san Lucas dice que estaba «arrodillado» (Lc 22, 41). Sin duda los tres quieren reflejar la misma realidad sobre un abajamiento descrito por la palabra «caer» usada por san Mateo y san Marcos e implícita en san Lucas. Un gesto de sumisión y abandono a la voluntad de Dios y que expresa una característica de la oración cristiana como lucha por la perseverancia ante una muerte martirial. San Hilario de Poitiers en su obra Sobre la Trinidad dirá que “sumisión no significa una nueva obediencia, sino el misterio de la economía de la salvación, porque la obediencia ya existe y la sumisión se ha producir en el tiempo. Así, pues, el significado de la sumisión no es otro que el de la revelación del misterio»
En el pasaje podemos ver los sentimientos humanos y en este sentido la afectividad del Corazón de Jesús. San Mateo dice que experimentaba «tristeza y angustia» (Mt 26, 37), aquí la expresión tristeza utilizada por el evangelista denotaba en su mundo una emoción sumamente fuerte y dolorosa incluso se utiliza para describir aquella que provocan los dolores de parto. San Marcos habla de «espanto y angustia» (Mc 14, 33), se trata de un espanto que tiene un sentido de asombro, es el mismo que se utiliza para designar las expectativas de la gente que presurosa corre a Jesús (cf. Mc 9, 15) para llevarle sus enfermos o para describir el temor de las mujeres en el sepulcro frente al ángel (cf. Mc 16, 5-6). San Lucas hablará de la intensidad de la oración, debida a una agonía que se manifestaba en «un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre» (Lc 22, 44). Éste es otro modo de transmitir lo que dice san Mateo y san Marcos cuando ponen en boca de Jesús la frase «mi alma está triste hasta la muerte» (Mt 26, 38; Mc 14, 34). «La angustia de Jesús es algo mucho más radical que la angustia que asalta a cada hombre ante la muerte: es el choque frontal entre la luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, el verdadero drama de la decisión que caracteriza a la historia humana.» (Benedicto XVI) San Ambrosio dirá que de este modo se nos manifiesta su naturaleza humana, asumiendo así los sentimientos de hombre a través del sufrimiento, se manifiesta como es el mal el que lo amenaza y que el acogerá sobre sí como el verdadero cordero que quita el pecado del mundo inmolándolo sobre sí.
Fundamentalmente se han de considerar las palabras utilizadas por Jesús como expresión de su interioridad, siguiendo el principio: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12, 34). San Mateo y san Lucas transmiten casi exactamente lo mismo, mientras que san Marcos varía puesto que agrega la noción de «Abba» para referirse a Dios, única vez utilizada por Jesús en la Sagrada Escritura y otras dos veces en las cartas de san Pablo (Rm 8, 15; Gal 4, 6) así como el reconocimiento explícito a su omnipotencia «Tú lo puedes todo» (Mc 14, 36). Dirá al respecto san Hilario “en ningún aspecto está limitado para su acción por la debilidad o el cambio aquél que tiene un poder sin medida”. Por lo demás siempre se transmite el rechazo inicial al cáliz pero, siempre dispuesto y abandonado a la voluntad del Padre «no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú » (Mt 26, 39) «no sea como yo quiero, sino como Tú quieres» (Mc 14, 36) «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42)
En este pasaje se evidencian las dos voluntades que hay en Cristo y que aparentemente entran en conflicto, algunos Padre de la Iglesia y escritores de su época nos dicen que el “si es posible” indica la naturaleza humana que pide que el cáliz le sea alejado, manifiesta en un primer momento su debilidad, un deseo que brota de la humana condición, el cáliz representa el martirio. Dirá san Efrén “la angustia de la muerte le invadió para que se manifestara su naturaleza de Hijo de Adán, sobre la que reina la muerte, como dice el Apóstol”. Sin embargo, la voluntad humana de Cristo, siendo libre del pecado original, es la voluntad de un hombre que está en perfecto acuerdo con la voluntad divina, así el hombre pide la intervención divina para poder aceptar el martirio y accede libremente a su pasión. “El alma del Señor experimentó la debilidad natural conforme a su conocimiento de la separación de [alma y] cuerpo…A su vez, reforzada por la voluntad divina, tomó ánimos contra la muerte…Él, pues, como hombre en sí mismo y por sí mismo sometió lo humano a Dios Padre.” (San Juan Damasceno) Así, en Jesucristo, Dios se dona a sí mismo, venciendo el mal a fuerza de bien, restableciéndose la concordancia de la voluntad del hombre con la de Dios y es la antesala de su muerte en Cruz en la que “…aparece, de manera velada y sin embargo insistente, la gloria de Dios, la transformación de la muerte en vida” (Benedicto XVI).
La relación entre la oración de Cristo en el Getsemaní como modelo de la oración del Corazón de Jesús y la oración del cristiano se establece en primer lugar como una invitación a la vigilancia en medio de la noche y la somnolencia que ataca al cristiano, Jesús es explicito al llamar a sus apóstoles a estar atentos (cf. Mt 26, 41) frente a la somnolencia que Benedicto XVI definirá como “un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por el poder del mal en el mundo…Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha”.
La oración se ha de hacer en un clima de recogimiento para lo que se requiere soledad y tranquilidad, con la confianza puesta en Aquel que en el Getsemaní ha luchado por cada uno de los hombres, allí ha dado el valor para el combate contra la muerte y enseñó a secundar la voluntad de Dios a pesar de la propia fragilidad. Es una oración en la dificultad, pero con la esperanza de la eternidad, es la gloria de la Cruz que resplandece en su Resurrección.
“Así pues, no hay duda que, sufrió por mí aquel que nada proprio tenía por lo que pudiera sufrir, y, dejando a un lado la felicidad de su eterna divinidad, se dejó dominar por el tedio de mi enfermedad. Él ha tomado sobre sí mi tristeza para comunicarme su alegría, y descendió sobre nuestros pasos hasta la angustia de la muerte, para llevarnos, sobre sus pasos, a la vida. Y por eso yo hablo con plena confianza de la tristeza, ya que predico la cruz. En verdad, Él no tomó de la encarnación una apariencia, sino la misma realidad. En efecto, Él debía tomar sobre sí el dolor para vencer la tristeza, no para aniquilarla, pues de lo contrario, lo que tuvieran que soportar la angustia sin dolor, no podría ser alabados por su fortaleza” (San Ambrosio, Exposición del Evangelio de san Lucas)
Contemplar a Cristo en sus misterios a través de la oración lleva al hombre a interiorizar sus palabras y acciones, de tal modo que se susciten en el propio corazón los sentimientos del Corazón de Jesús, se ilumine el entendimiento con su vida, se haga memoria de la propia historia como Historia de Salvación y se ordene la voluntad a actuar según la voluntad de Dios, siguiendo la invitación del Divino Maestro que dijo “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Por la oración hemos comenzar a vivir lo que el apóstol de los gentiles decía cuando invitaba a los filipenses a salir del amor desordenado de sí para entrar en el recto orden de Dios diciéndoles “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.”
El apóstol habla de tener el mismo sentir, en cuanto la disposición de la mente a para poder juzgar la cosas según Cristo, es decir la oración nos debe llevar a cambiar nuestro modo de vivir de tal manera que entrando en la humildad del que se siente necesitado de Dios nos acerquemos a Él, sabiendo que será la fuerza del Espíritu Santo quien en la oración irá haciendo nuestros corazones latir al unísono con el Corazón santísimo de Cristo y así también nosotros buscaremos vivir entrando en la voluntad del Padre.
15. La oración de meditación
Un camino a conformar nuestro corazón al Corazón de Cristo.
La oración para el cristiano es un constante entrar en relación con el Señor, un diálogo, un trato, un comunicarse con el Amor de su vida. Y existen diferentes formas o expresiones de la misma, puede ser pública o privada, comunitaria o personal, vocal o silenciosa, de acción de gracias, reparación, petición, expiación, adoración, alabanza, etc.
Los santos han dado diferentes definiciones:
- San Gregorio Niceno: “La oración es una conversación o coloquio con Dios”
- San Juan Crisóstomo: “La oración es hablar con Dios”
- San Agustín: “La oración es la conversión de la mente a Dios con piadoso y humilde afecto”
- San Juan Damasceno: “La oración es la elevación de la mente a Dios” o también “la petición a Dios de cosas conveniente”
- San Buenaventura: “Oración es el piadoso afecto de la mente dirigido a Dios”
- Santa Teresa: “Es tratar de Amistad con quien sabemos nos ama”
El Catecismo de la Iglesia toma como base la definición de santa Teresa de Lisieux: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Manuscrit C, 25r)”. De hecho, llega a definirla en términos de alianza y nos muestra a la vez su carácter trinitario “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.” (Catecismo n.2564)
Entrar en el Corazón de Cristo para orar no es otra cosa sino comenzar a contemplar nuestras vidas a la luz de su Palabra que es la expresión de su amor para nosotros, puesto que si vivimos conforme a ella le mostraremos nuestro amor para con Él. Conforme está escrito: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que escuchan no es mía sino del Padre que me ha enviado. Les he hablado de todo esto estando con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará todo y les recordará todas las cosas que les he dicho.” (Jn 14, 23-26)
Es útil hacerse de un método, particularmente para aplicarse a la meditación, que tan recomendada es por la Tradición de la Iglesia y que los maestros espirituales nunca eximirán de entre los ejercicios que ha de cultivar el alma que quiere vivir una relación auténtica con Dios. El método sirve como una guía, hay muchos, basta elegir algún, son como una andadera, sirven para comenzar el caminar, pero eventualmente se deja una vez se descubre cómo el Espíritu Santo, quien es el que anima nuestra oración, nos va guiando a cada uno. Proponemos el método de la escuela de san Sulpicio que el P. Antonio Royo Marín (n.500) sintentiza del siguiente modo:
«Preparación:
- Remota: una vida de recogimiento y de sólida piedad (vida de gracia)
- Próxima: escoger el punto la víspera por la noche: para ver las principales consideraciones y propósitos que habremos de formar; dormirse pensando en la materia de la meditación, al levantarse aprovechar el primer tiempo libre para hacer la meditación.
- Inmediata: ponerse en la presencia de Dios (especialmente en nuestro corazón), humillarnos profundamente: acto de contrición; invocar al Espíritu Santo.
Cuerpo de la oración:
- Adoración, Jesús ante nosotros: Considerar en Dios, en Jesucristo o en algún santo sus afectos, palabras y acciones en torno a los que hemos de meditar; rendirle homenaje de adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, amor, gozo o compasión.
- Comunión, Jesús en nuestro corazón: Convencernos de la necesidad de practicar aquella virtud, afectos de contrición por el pasado, de confusión por el presente y de deseo para el futuro; pedir a Dios esa virtud (participando así de las virtudes de Cristo) y por todas nuestras necesidades y las de la Iglesia.
- Cooperación, Jesús en nuestras manos: Formar un propósito particular, concreto, eficaz, humilde; renovar el propósito de nuestro examen particular.
Conclusión
Dar gracias a Dios por las luces y beneficios recibidos en la oración, pedirle perdón por las faltas cometidas en ella, pedirle que bendiga nuestros propósitos y toda nuestra vida, formar un “ramillete espiritual” para tenerlo presente todo el día, ponerlo en manos de Nuestra Buena Madre»
Un par de puntos importantes, muchos hoy en día mal entiende la palabra recogimiento, de hecho ni siquiera se entiende, porque nos pasa por alto, y esta es una condición indispensable para poder acercarnos a la oración, se trata de recoger todos nuestros pensamientos, sentimientos, inclinaciones etc, todo nuestro mundo interior, de concentrar nuestra atención a lo que nos interesa de verdad que es entrar en diálogo con Dios, es justamente lo contario de la dispersión en que tantos nos vemos envueltos a causa del frenesí de nuestra sociedad y que hemos de buscar vencer con estos ejercicios que nos harán ser uno frente a Dios. Un alma recogida no es un hombre o una mujer tristes y apagados, son almas que se entregan del todo por el todo en cada una de sus actividades, recordemos que lo contrario de la contemplación a la que nos quiere llevar el recogimiento por medio de la meditación no es la acción sino la dispersión.
Según la oración apunta no sólo a un mero ejercicio intelectual, sino que busca descubrir a Cristo en nuestra historia y amarlo, amándolo dejarnos transformar por Él y su palabra entrando en la obediencia de la fe y arrojándonos en el manantial de la gracia confiando en que lo que nos ha dicho se cumplirá, la oración busca una relación de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor. Pero no es menos evidente que toda oración para ser tal debe culminar con un propósito, algo por hacer, en el cual se patentice el camino de conversión al que nos lleva. Este propósito siempre estará en la línea de hacer la voluntad de Dios en la vida de cada uno de nosotros. De ahí que siempre así se irá dando forma a un corazón conforme al de Jesucristo.
16. Camino de Conversión
Jesús inicia su ministerio público diciendo “—El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; conviértanse y crean en el Evangelio.” (Mc 1, 15) De este modo el Hijo del Altísimo va llamando a todo hombre y toda mujer a abrazar la Buena Nueva de la salvación, esto no sólo implica creer en el mensaje que Jesús nos trae sino en Él mismo, creer no sólo implica asentir a la verdad revelada sino entrar en una relación íntima de amor con Aquel se que se nos presenta como el Bien supremo.
Si bien es cierto la conversión es un proceso que dura toda la vida tiene un punto de arranque para todos, el abrazo de ese anuncio inicial al que llamamos kerigma, el cual condensa el santo Padre de un modo maravillo en su encíclica Evangelii Gaudium: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (EG n.64). Si hermano esta palabra es para ti y para mí, a lo largo de los siglos este mensaje a resonado en los corazones de los hombres de diferentes maneras, y en él encontramos el núcleo de toda nuestra predicación, Cristo te ama, y si te llama a la conversión y para que descubras ese llamado altísimo que llevas inscrito en tu interior de ser un hijo de Dios, más aún si eres un bautizado, no sólo estás llamado a serlo, ya lo eres, ¿te has dado cuenta? Eres un hijo del Altísimo, también tu formas parte de la familia de Dios, la vida divina fluye en ti, y quiere crecer, expansionarse, desarrollarse, quiere arder como una llama de gran intensidad que se alimenta del Espíritu Santo que es la llama de amor viva que ardió en el pecho de Jesús.
En su Sagrado Corazón el Divino Maestro nos muestra la vía del amor para venir a Él. Sólo ahí encontrará descanso nuestro pobre e inquieto corazón humano, sólo ahí una morada y refugio seguro frente a los constantes ataques del mundo, el demonio y la carne; Él nos dará serenidad en medio del frenesí de nuestras sociedades actuales; el nos dará la mansedumbre para no devolver mal por mal en un mundo plagado de ira; Él nos hará dichosos no sólo en el otro mundo sino también en este a pesar de las contrariedades que podamos experimentar; Él es la razón de nuestro existir, la alegría en nuestro peregrinar a la Jerusalén celeste, la suma de todos los bienes que sacia los anhelos de nuestro corazón.
Esta vía del amor ha sido desglosada clásicamente por los maestros de vida espiritual en tres vías: la purgativa o principiantes, iluminativa o intermedios, unitiva o avanzados; cabe destacar que dada la dimensión dinámica de nuestra vida espiritual no han de verse solamente en un sentido lineal hay quien de hecho las ha comparado como una escalera de caracol que mientras asciende parece que vuelve sobre sí pero sin dejar de ascender, de modo que aunque vayamos muy avanzados siempre hemos de mantenernos con el mismo tenor de un principiante, dejando que sea el Espíritu Santo, fuego del amor de Cristo quien vaya haciendo la obra en nosotros.
Comencemos recordando que en todo hemos de presente que Cristo es el Maestro de humanidad, Él nos enseña quienes somos realmente, cuál es el plan divino para la humanidad entera y para cada uno en particular, Él es el hombre perfecto, Él es nuestro modelo santidad, el Amor Divino que latió en su Corazón es la fuente la gracia por la que su Amor humano purifica, ilumina y nos une hacia sí, haciendonos participar desde ya de la gloria de Dios. De ahí que afirmemos “En su vida, en su palabra, en sus gestos, en sus sentimientos y actitudes podemos encontrar la voluntad del Padre sobre nosotros. A realizar una imagen de Jesucristo en nuestras vidas estamos destinados todos y cada uno de nosotros, para que él sea el primogénito entre los hermanos (Rom 8,29).” (Manuel Ruiz Jurado, Tratado de la oración mental, Pos. 281). Recordemos, primogénito es el primer nacido literalmente, después de Él vamos nosotros, el nos va guiando, ahí donde esta la cabeza, habrá de estar el cuerpo.
Todo nuestro camino de conversión, es llegar a ser por gracia lo que Cristo es por naturaleza, por eso los cristianos maravillandose de este don que nos da Cristo llamaron a este proceso “divinización” puesto que lo verdaderamente humano es aquello que nos va haciendo más semejantes a Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre, y a esto tenemos acceso por la gracia, que es nuestra participación en la naturaleza divina, como dice la Sagrada Escritura “Su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos ha llamado por su propia gloria y potestad: con ello nos ha regalado los preciosos y más grandes bienes prometidos, para que por éstos lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, tras haber escapado de la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia. (1 Pe 3-4). El paso en este camino lo vamos marcando conforme vamos siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo, es Él quien nos santifica pero no sin nuestra libertad. Él nos va dando la forma de Cristo, podríamos decir también Él nos cristifica.
Gregory Popcack en su libro “Dioses rotos” tiene una maravillosa descripción muy sencilla y asequible a todos del recorrido de estas tres vías:
“En la primera etapa de la divinización – conocida como vía purgativa – empezamos a subir la escala del amor divino aprendiendo ( como decía san Agustín ) a « pisotear nuestros vicios »… En la primera etapa de la divinización – conocida como vía purgativa – empezamos a subir la escala del amor divino aprendiendo ( como decía san Agustín ) a « pisotear nuestros vicios »… Ya cerca del final de la escala de san Juan de la Cruz , entramos en la vía unitiva y en las últimas etapas de nuestra transformación divina , hasta que por fin estamos preparados para caer en los brazos de nuestro prometido , el Dios a quien santa Catalina de Siena llamaba ese « loco de amor »… Ya cerca del final de la escala de san Juan de la Cruz , entramos en la vía unitiva y en las últimas etapas de nuestra transformación divina , hasta que por fin estamos preparados para caer en los brazos de nuestro prometido , el Dios a quien santa Catalina de Siena llamaba ese « loco de amor »… Cuando llegamos al final de la escala y cruzamos la ventana , descubrimos una habitación presidida por un inmenso Corazón abrasado en un fuego ardiente . De pronto nos parece oír una voz procedente de ese fuego que nos invita a acercarnos más, a entrar en Él .” (G. Popcack, Dioses rotos, p.193)
Este camino de conversión que pasa por el fuego ardiente de la caridad de Cristo podríamos llamarle un proceso de cristificación cordial (recordemos “cordial” viene del latín “cordis” que significa “corazón”) nos vamos asemejando a Cristo por el amor entrañable que el va suscitando a cada paso del camino, en un primer momento el descubrimiento de su amor nos invita a aborrecer el pecado, mientras vamos limpiando la escoria que ha dejado en nuestros ojos vamos contemplando la la luz de esa llama incandescente, y renunciamos no sólo al pecado mortal y al pecado venial deliberado, sino que vamos buscando retirar de nuestras vidas todo aquello que aún sin ser pecado represente un retraso en este continuo acercarnos más a este Corazón ardiente, cuyo calor nos atrae hacia Sí y nos va uniendo a Él de modo que quiere hacernos entrar en sí, nos atrae con lazo de amor, no hay violencia, no hay coacción, no hay engaños, ni artimañas, todos generosidad y bondad, todo es dulzura, todo es don, todo es un abrazo con quien como diría santa Teresa “sabemos que nos ama”, seguiremos siendo nosotros mismos y Él seguirá siendo Jesús, pero nos parecerá que ya no hay tanta distintición como diría san Pablo “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20) porque como nos enseñan los santos que aprendido la ciencia del amor en el Corazón de Cristo, el amor crea semejanza entre los que se aman. “Esta es la razón de que quienes avanzan en su camino espiritual por las vías iluminativa y unitiva sientan cada vez menos ansiedad y más confianza . Cuanto más adelantados nos hallamos en esa senda espiritual que conduce a la divinización , más real es la idea de la promesa de Dios de hacernos partícipes de su divinidad” (G. Popcack p. 144)
17.Primeros pasos
Custodiemos el corazón custodiando los sentidos
Ya en concreto estas tres vías se recorren a través de un proceso de purificación interior en el que todo es gracia, incluso el mismo deseo de ser purificado es ya una acción del Espíritu en nosotros. Existen las llamada purificaciones activas y las purificaciones pasivas, las activas son aquellas en la que nosotros empleamos todos los medios a nuestra disposición que nos va mostrando el Espíritu a través de las enseñanzas de nuestra santa Madre Iglesia, las pasivas son acciones de Él que a veces no percibimos del todo pero que Él va realizando en modos que sobrepasan nuestra comprensión, dentro de estas últimas habrán unas que serán verdaderas pruebas de fe puesto que implicará soltar nuestros apegos desordenados a las criaturas, a nuestras ideas, planes, etc. Nos parecerá quizás que estamos solos pero en esa oscuridad en que se entrará es cuando la llama del Corazón de Cristo será la verdadera luz y guía y experimentaremos que no hace falta otra compañía.
La purificación activa implica recordar primero que hemos de custodiar nuestros cinco sentidos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) y también los llamados sentidos “internos” particularmente la memoria sensible y la imaginación, estos dos últimos nos muestran el vínculo que hay entre el mundo sensorial y nuestra alma se alimenta a través de ellos, aunque si bien es cierto nuestra alma es invisible y no la vemos, podemos conocerla por lo que ella puede, es decir por sus potencias, particularmente el entendimiento y la voluntad.
En el combate espiritual uno de nuestros mejores aliados es nuestro cuerpo, si bien es cierto en nuestro estado actual de naturaleza caída, tiende de suyo a cuanto puede provocarle un placer sensible, cuando los sentidos son rectamente gobernados por la razón iluminada por la fe, pueden convertirse en un motor que dé un nuevo impulso a nuestra vida espiritual. Por tanto, no se trata de anular o eliminar nuestra sensibilidad, sino de purificarla y ordenarla hacia nuestro fin último que es la divina unión, el amor sensible de Cristo que contemplamos en su Sagrado Corazón es el modelo acabado de una vida sensitiva plena y ordenada.
San Juan de la Cruz nos da un criterio de discernimiento para saber valorar las experiencias sensibles en nuestra vida espiritual:
“Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando los efectos que de ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales usan de las dichas recreaciones de los sentidos con pretexto de oración y de darse a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios. Y aunque la intención que tienen es para Dios, el efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios.
Por lo cual quiero poner aquí un documento con que se vea cuándo lo dichos sabores de los sentidos hacen provecho y cuándo no. Y es que todas las veces que, oyendo músicas u otras cosas, y viendo cosas agradables, y oliendo suaves olores o gustando algunos sabores y delicados toques, luego al primer movimiento se pone la noticia y afición de la voluntad en Dios, dándole más gusto aquella noticia que el motivo sensual que se le causa y no gusta de tal motivo sino por eso, es señal que sacar provecho de lo dicho y que le ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y en esta manera se puede usar, porque entonces sirven los sensibles para el fin que Dios los crió y dio, que es para ser por ellos más amado y conocido.
Pero el que no sintiere esta libertad de espíritu en las dichas cosas y gustos sensibles, sino que su voluntad se detiene en estos gustos y se ceba en ellos, daño le hacen y debe apartarse de usarlos. Porque, aunque con la razón se quiera ayudar de ellos para ir a Dios, todavía, por cuanto el apetito gusta de ello según lo sensual y conforme al gusto siempre es el efecto, más cierto es hacerle estorbo que ayuda y más daño que provecho. Y cuando viere que reina en sí el apetito de tales recreaciones, debe mortificarle; porque cuanto más fuerte fuere, tiene más de imperfección y flaqueza” (Subida al Monte Carmelo III, 24, 4-6).
Veamos uno a uno los sentidos, (seguimos al P. Antonio Royo Marín o.p. en su Teología de la Perfección Cristiana p. 347ss)
Vista: aunque se dice ser el más noble de los sentidos corporales hemos de recordar que sus representaciones tienen un enorme influjo seductor en el alma, fácilmente se deja llevar e impresionar por ella. Por ello hemos de cuidar evitar:
-Las miradas gravemente pecaminosas: Toda mirada voluntaria a una persona u objeto gravemente provocativo, sobre todo si va acompañado de un mal deseo es pecado grave. Lo dice el Evangelio: “Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28)
Miradas peligrosas: Cuando sin mal deseo, pero también sin causa ni razón suficiente, se fija la mirada en una persona, fotografía, escaparate, espectáculo, etc. Que puede inducir a pecado, se comete una imprudencia extremadamente peligrosa
Miradas curiosas: Son aquellas que, sin recaer sobre un objeto malo ni siquiera peligroso de suyo, no tiene otra finalidad que la del simple recreo de la vista….de suyo, no son reprensibles y hasta pueden ayudarnos-rectificando la intención-a elevarnos a Dios…Pero cuando el alma se entrega a estas cosas con excesivo apasionamiento o demasiada frecuencia, representa un obstáculo serio para la vida de recogimiento y de oración…Se impone así la mortificación del sentido de la vista aún en cosas lícitas o no peligrosas de suyo.
“Del gozo de las cosas visibles, no negándole para ir a Dios, se le puede seguir derechamente vanidad de ánimo y distracción de la mente, codicia desordenada, deshonestidad, descompostura interior y exterior, impureza de pensamientos y envidia” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 2)
Un autor contemporáneo nos recuerda la gran impotancia de este sentido
“…En los humanos la más poderosa habilidad sensorial es la vista. El cuerpo humano tiene un promedio de 11 millones de receptores sensoriales. Aproximadamente 10 millones de ellos están dedicados a la vista. Algunos expertos estiman que la mitad de los recursos del cerebro son usados para ver. Dado el hecho de que dependemos más de la vista que de cualquier otro sentido, no debería sorprendernos que las señales visuales sean el mayor catalizador de nuestro comportamiento. Por esta razón, un pequeño cambio en lo que ves puede conducir a un enorme cambio en lo que haces. Como resultado, puedes imaginar lo importante que es vivir y trabajar en ambientes que estén colmados de señales productivas y son carentes de señales improductivas” (James Clear, Hábitos atómicos, p.108-109)
La custodia de la vista es altamente importante, pero más importante aún es aprovecharla para fomentar la recta apreciación por aquello que es noble, bello, contemplar un paisaje más que por ecologismo o terapia (que no son mala cosa) sino para elevar nuestra mente al Creador. Un padre de familia que contempla a sus hijos jugar, esforzarse o incluso dormir acaso no experimenta en su interior una llamada a ser un mejor signo del amor de Dios Padre para ellos. Una madre de familia que cuida con atención y delicadeza a pesar de su trabajo de esos detalles que a muchos se les pasan por alto y que hacen sentir tan bien a los suyos acaso ¿no transmitirá con este gesto de una mirada que no se le escapa nada la buena providencia entrañable de Dios? Que hay del recurso a lecturas sanas, la contemplación de las buenas y bellas artes, una película que transmita un buen mensaje, las imágenes de los santos, recordemos los sentidos alimentan el alma y la elevan hasta Dios. La mirada pura del Corazón de Cristo nos interpela, cuando a aquel joven que anhelaba seguirle nos dice el evangelista que “lo vió y lo amó” (Mc 10, 21) Esa es la mirada que precede la palabra, esa mirada que contempla los más íntimo del corazón del hombre, esa mirada llena de misericordia, es la mirada hacia la que nuestro sentido de la vista esta llamada una mirada de amor.
El oído y la lengua: se reúnen porque están íntimamente asociadas, proporcionando la lengua el pasto principal a nuestros oídos. Menos noble y excelente que el de la vista, pero de amplitud más vasta y universal, es el sentido del oído. Por el nos entra la fe: fides ex auditu (Rm 10, 17) y por el oído, asociado a la palabra humana, adquirimos, pues más noticias que por cualquier otro sentido. Importa mucho, pues, someterle enteramente al control de la razón iluminada por la fe “Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto” dice el apóstol Santiago (3,2)
Hemos de evitar:
-Conversaciones malas: cuando se dicen o escuchan voluntariamente y con agrado cosas que ofenden gravemente a la pureza, la caridad, la justicia o cualquier otra virtud cristiana.
-Conversaciones frívolas: son las que, sin constituir pecado grave por su objeto o intención, no están justificadas ni por la necesidad ni por la utilidad propia o ajena. Entre ellas se cuenta todo el capítulo de las palabras ociosas, de las que dice Nuestro Señor que tendremos que dar cuenta en el día del juicio (Mt 12, 36)
“Del gozo de oír cosas inútiles derechamente nace distracción de la imaginación, parlería, envidia, juicios inciertos y variedad de pensamientos y de estos otros muchos y perniciosos daños” (san Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo III, 25, 3)
Hemos de fomentar:
-Las conversaciones útiles: todo lo que, siendo en sí mismo perfectamente honesto y sin perjuicio para nadie, pueda contribuir al provecho espiritual o material del prójimo o de nosotros mismos es lícito, conveniente y aconsejable.
-Las conversaciones santas: son las que tienen por finalidad inmediata el aprovechamiento espiritual propio y ajeno. Nada hay que conforte tanto a un alma y la empuje hacia la virtud como una santa conversación con personas animadas de un sincero deseo de santificarse.
Para lograr esto conviene practicar la mortificación positiva de estos sentidos: abstenerse a veces de oír alguna melodía, conversación etc. gratos al oído. Guardar silencio riguroso algunos ratos al día. Renunciar a noticias o curiosidades innecesarias cuando buenamente y sin llamar la atención puedan evitarse. Estos ejercicios también deben ser enriquecidos con la escucha de música y audios honestos, podcast edificantes, palabras sabias que nos inspiren el buen vivir, máxime si se tratase de la Sagrada Escritura o audiolibros que nos pudieran acompañar en largos viajes. Pero nunca se insistirá tanto en el silencio puesto que como dice la Escritura el Señor se manifestó al profeta en un “hilo silencio sonoro” lo que muchas veces se ha traducido como una suave brisa. En una Homilía el Romano Pontífice nos enseñaba “ la misión de Elías «sugiere tres cosas claras», dijo el Papa. «Para ir a buscar al Señor, en pie y saliendo de nosotros mismos, en camino», la primera cosa clara es precisamente estar «en pie y en camino». El segundo punto es «tener el valor de esperar ese susurro, ese “hilo de silencio sonoro”, cuando el Señor habla al corazón y nos encontramos». La tercera cosa es la «misión», la invitación a volver sobre los propios pasos para seguir «adelante»” (Papa Francisco, Viernes 10 de junio de 2016). Aprender a escuchar la voz de Dios particularmente en el silencio es sumamente importante, es la gran escuela de Jesús que vemos en los evangelios se retiraba de noche a orar, su Corazón ardiente de amor por el Padre le movía a esos momentos de intimidad, Tú a Tú, Corazón a Corazón, un diálogo en el que las palabras parece que pesan y simplemente se ama.
El olfato: es el sentido menos peligroso y que menos guerra nos hace en orden a nuestra santificación, para trabajarlo habrá que tener presente que hemos de aprender a) la tolerancia de malos olores cuando la caridad o la conveniencia lo exijan sin manifestar al exterior la menor repugnancia y si proferir jamás una queja, b) la renuncia al lujo y moderando el uso de perfumes que, aunque no constituyan pecado de suyo, pueden redundar en sensualidad.
“Del gozarse en los olores suaves le nace el asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo; enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su apetito” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 4)
En este punto hay que recordar la mortificación nos conviene sobre todo para ejercitarnos en vistas a la caridad fraterna, Jesús se acercó a los leprosos sin reparos sin ascos, es más que olor habrá tenido aquel hombre que vemos que pasó mucho tiempo encadenado y entre las tumbas poseído por un demonio, todo esto no lo privó de compadecerse de ellos. Por otra parte el uso de perfumes para honrar al Señor fue estimado por Jesús como un gran gesto de amor que tuvo una mujer que quebró un caro perfume de alabastro para ungir sus pies. Incluso Jesús dijo que al momento de ayunar para que sólo nuestro Padre en lo secreto viera lo que hacíamos incluso nos perfumásemos para pasar inadvertidos ante los apreciaciones de terceros, la regla clásica del “uso no el abuso” se impone, teniendo cuidado en cuáles sean nuestras intenciones del corazón, ¿de dónde viene? Y ¿a dónde me lleva? Para estar vigilante a la tentación de la sensualidad. Recordemos lo más importante es que nuestras obras sean perfumadas del buen olor de Cristo de modo que aquel que las vea pueda ver su rastro.
El gusto: se trata de moderar el ansia de comer y beber. Hemos de regularlo actuando por contrarios respecto a las manifestaciones del vicio de la gula, esto es:
Otros remedios:
-No comer ni beber nunca sin haber rectificado la intención (oración antes de comer y acción de gracias correspondiente)
-Evitar conversaciones sobre comidas y bebidas o prolongar excesivamente las sobremesas con tal de seguir comiendo nuevos postres y bebiendo licores
-Ensayar la disminución progresiva de alimentos hasta llegar al límite exacto de lo que necesita nuestro organismo
-Evitar singularidad y distinciones en calidad o cantidad de la comida, sobre todo viviendo en comunidad
-No quejarse de la comida, renunciar a ciertas satisfacciones lícitas como agregar más sal, abstenerse voluntariamente de algún manjar que causa mayor gusto o servirse un poco más de aquello que causa disgusto, abstenerse de bebidas alcohólicas o reducirla a su mínima expresión, etc.
“Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace la gula y la embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón, que comía espléndidamente (Lc 16, 19). De ahí nace el destemple corporal, las enfermedades; nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria. Críase derechamente gran torpeza de espíritu y estragase el apetito de las cosas espirituales, de manera que no pueda gustar de ellas, ni aún estar en ellas, ni tratar de ellas. Nace también de este gozo distracción de los demás sentidos y del corazón en descontento acerca de muchas cosas” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, III, 25, 5)
Estas advertencias nos hacen estar muy atentos nuestro Señor aconsejo el ayuno en el Sermón de la Montaña, incluso lo practicó en el desierto durante 40 días, la relación ordenada con la comida y la bebida nos enseñan a tener dominio sobre nuestro cuerpo, la gratificación que se experimenta al comer puede ser positiva porque nos ayuda a la conservación de la vida, pero no olvidemos que hemos de caer en la tentación de la búsqueda de gratificaciones por sí mismas, sino ordenarlas rectamente, de Jesús también vemos como en su amor generoso y abierto a los demás comía con fariseos, con publicanos, en un banquete de bodas como en Caná, es más nos dejo el más grande de los tesoros, la Santísima Eucaristía en el marco del Banquete Pascual, la comida rectamente ordenada es ocasión para compartir la vida, la amistad y el amor.
El tacto: es el sentido más grosero, y en cierto modo, el más peligroso de todos por su mayor extensión y por la vehemencia de algunas de sus manifestaciones. Hay dos modos principales de mortificarlo:
-Privándole de lo que lo halagaría, como por ejemplo evitando buscar siempre la silla más cómoda o la sábana más suave.
-Practicando la mortificación positiva del mismo sobretodo con el trabajo físico y las pequeñas mortificaciones corporales ordinarias, hechas de pequeñas renuncias practicadas con asiduidad y perseverancia.
“Del gozo acerca del tacto en cosas suaves, muchos más daños y más perniciosos nacen, y que más en breve trasvierten el sentido al espíritu y apagan su fuerza y vigor. De aquí nace el abominable vicio de las molicies e incentivos para ella, según la proporción de gozo de este género. Críase la lujuria, hace el ánimo afeminado y tímido y el sentido halagüeño y melifluo y dispuesto para pecar y hacer daño. Infunde vana alegría y gozo en el corazón, y cría soltura de lengua y libertad de ojos, y a los demás sentidos embelesa y embota según la cantidad del apetito. Empacha el juicio, sustentándole en insipiencia y necedad espiritual, y moralmente cría cobardía e inconstancia y con tiniebla en el alma y flaqueza de corazón, hace temer aún donde no hay que temer. Cría este gozo espíritu de confusión algunas veces e insensibilidad acerca de la conciencia y del espíritu, por cuanto debilita mucho la razón y la pone de suerte que ni sepa tomar buen consejo ni darle, y queda incapaz para los bienes espirituales y morales, inútil como un vaso quebrado” (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo III, 25, 6)
Esta advertencia no tiene que asustarnos pero sí recordarnos las lecciones de vida que los maestros de vida espiritual clásicamente nos transmiten para evitar que la comodidad o la sensualidad hagan mella en nosotros, nunca las descartemos a priori como retrogradas, sepamos ser como el padre de familia que sabe sacar tesoros de lo nuevo y de lo antiguo. Sin embargo sabemos rectamente ordenado el tacto se dice que es el sentido que mejor comunica el amor, no de casualidad Jesús siempre tocaba a los enfermos, lo vemos por ejemplo cuando toma a la suegra de Pedro de la mano para curarle de la fiebre, o cuando resucita a la Niña que para Él sólo estaba dormida, es más no tiene reparo en tocar a los leprosos, o tocar los oídos y la lengua a un mudo, quizás más tiernamente lo vemos cuando abraza a los niño que vienen hacia Él e imponiéndole las manos les bendice. Los afectos del Corazón de Cristo pasan por el tacto también y purifican nuestros corazones de las intenciones desviadas que puedan haber para utilizarlos para el bien, sin embargo no hay que olvidar que siempre hay que estar vigilantes porque el enemigo se encuentra siempre al acecho.
18.Trabajando nuestra sensibilidad
La educación de la imaginación, de la memoria y de las emociones
Los sentidos internos:
En antropología cristiana clásica se habla de los sentidos internos del hombre, el primero es el “sentido común” que unifica las imprensiones que recoge los sentidos externos (habiendo trabajado como hemos dicho anteriormente este se ha trabajado también; luego se habla de la “estimativa” que en los seres humanos es lo que equivale al “instinto” en los animales, la distinción se realiza en virtud que nuestra capacidad de conocer el bien por seguir el mal por evitar no se ve condicionado a producir reacciones ante los estímulos sino que al verse elevado por nuestra razón intelectiva por la cual reflexionamos sobre los diferentes acontecimientos que vivimos damos respuestas ante los problemas. En este campo al hablar del intelecto agotaremos el modo de trabajar este punto.
Por lo que nos quedan dos sentido internos, la imaginación y la memoria sensible (Seguimos al P. Antonio Royo Marín en su Teología de la Perfección Cristiana p. 358-359):
La imaginación, es importante purificarla porque “Toda idea adquirida por el mecanismo natural de nuestras facultades responde a una imagen previa que suministra la imaginación al entendimiento. Sin imágenes el entendimiento no puede naturalmente conocer” … “Puesta al servicio del bien, puede prestarnos servicios incalculables; pero nada hay que tanta guerra nos pueda dar en el camino de la santificación como una imaginación exaltada que haya sacudido el yugo y control de la razón iluminada por la fe. Profundamente afectada por el pecado original, obedece con dificultad al impulso de la razón y de la voluntad, que no ejercen sobre ella un imperio despótico como sobre los sentidos externos, sino solamente político, que falla muchas veces”
Medios para purificar la imaginación
Jesús nos muestra que no hemos de ceder a la presiones de nuestra imaginaciones, vivir en ellas no es más que vivir de pura fantasía, como Buen Maestro, el Señor nos ayuda a vivir en la realidad, contemplando los signos de los tiempos, incluso cuando lo apresan el claramente dice que públicamente a hablado, no se ha escondido, ¿qué crímenes le acusan?, incluso Pilatos no hayaba en Él causa de condena pero lo hace por complacer a sus captores, son los enemigos del Señor que inducidos por el padre de la mentira conspiran contra Él y tienden toda suerte de trampas. El hombre sediento de poder vive de imaginaciones y atropella realidades, pero la verdad al final siempre sale a la luz porque no hay nada escondido que no llegue a saberse. Y sin embargo, el más realista de todos como Jesús, sabe recurrir a la imaginación, de qué otro modo entender las parábolas y los signos que realiza, todos ellos destacan el gran arte del Divino Maestro que conociendo bien a su criatura le presenta estos medios de conocimiento tan aptos a los más sencillos que quedó tan grabado en la mente de sus contemporáneos que aún les recordamos hoy.
La memoria sensitiva: es decir aquella que tiene por objeto únicamente lo sensible, particular y concreto, en ella almacenamos nuestros recuerdos que evocan las emociones. Es sumamente importante purificarla teniendo en cuenta que hay que:
Sobre este último punto veamos lo que nos dice el P. Reginald Garrigou Lagrange:
“El olvido de Dios hace que nuestra memoria esté como sumergida en el tiempo, del que no ve la relación que tiene con la eternidad, con los beneficios y las promesas de Dios. Esta falta inclina a nuestra memoria a contemplar las cosas horizontalmente en la línea del tiempo que va huyendo, y del cual sólo es real el momento presente, entre lo pasado, que ya ha desaparecido, y lo futuro, que todavía no ha llegado. El olvido de Dios nos impide ver que aún el momento presente se halla en la línea vertical que lo une al único instante de la inmoble eternidad y que hay una manera divina de vivir ese presente momento, para que por los méritos pertenezca a la eternidad. Mientras que el olvido de Dios no nos levanta de la trivial y plana vista de las cosas en la línea del tiempo que pasa, la contemplación de Dios es como la visión vertical de las cosas, que no duran y del lazo que las une con Dios que no pasa jamás. Vivir como sumergidos en el tiempo es olvidar su valor, es decir, su relación con la eternidad. ¿Cuál será la virtud capaz de sanar este grave defecto del olvido de Dios? San Juan de la Cruz responde: ‘la memoria que olvida a Dios ha de ser curada por la esperanza de la bienaventuranza eterna, del mismo modo que la inteligencia tiene que serlo por el progreso de la fe, y la voluntad, por el aumento de la caridad’…Somos viajeros, y olvidamos que estamos de viaje. Cuando vamos en un tren y vemos que algunos viajeros descienden en una estación, nos hace recordar que pronto tendremos que descender también; de la misma manera, en nuestro viaje a la eternidad, cuando alguien baja, es decir, cuando uno muere, nos hace recordar que también nosotros hemos de morir y que estamos en viaje a la eternidad” (Las tres edades de la vida interior, II, 8)
Jesús, Hijo amado del Padre, no escatima en recordar la importancia de la memoria para vivir en la voluntad de Dios, cuando le preguntan ¿cuál es el mandamiento más importante? Que es lo que responde “Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo” en estas breves palabras vemos tiene tanta importancia la memoria, puesto que el recuerdo de Dios y sus obras es una constante de la Sagrada Escritura, contemplar las misericordias que Dios hizo con nosotros y nuestros antepasados nos lleva a renovar nuestra esperanza en Él. Más aún Jesús nos prometió la asistencia del Divino Espíritu para recordar todo lo que Él nos había enseñado. ¿Para que llenar nuestra memoria de cosas que no le aprovechan? ¿acaso la memoria de uno que ama no se encuentra constantemente recordando a su Amado?
Las pasiones
En terminología clásica por pasiones se entiende todo el mundo emocional del hombre y en este sentido el Corazón de Jesús al ser símbolo de su amor que es no sólo Divino sino también Humano implica un mundo emocional como nos dan testimonio los evangelios, particularmente san Marcos.
Hemos de considerar cómo proceden nuestra emociones (Seguimos al P. Antonio Royo Marín o.p. , Teología de la Perfección Cristiana pp.369-371):
Hemos de estar atentos, no se trata de reprimir las emociones sino de direccionarlas en su justo cauce, decimos hay que educarlas, si sólo reprimimos tarde o temprano todo estalla, el mundo emocional ha sido querido por Dios para la humanidad pero a causa de la herida del pecado original tienden a vivirse desordenadamente, por ello sabiendo el gran ímpetu que traen hemos de huir las ocasiones peligrosas de una pasión desordenada, porque todo nuevo acto que secunde la pasión la refuerza, pero sobre todo hay que orientarlas hacia el bien, es decir, ordenarlas:
“1° el amor hay que encauzarlo: a) en el orden natural: a la familia, las amistades buenas, la ciencia, el arte, la patria; b) en el orden sobrenatural: a Dios, a Jesucristo, a María, a los ángeles y santos, a la Iglesia, etc.
2° El odio hay que orientarlo hacia el pecado, los enemigos del alma (mundo, demonio y carne) y todo aquello que pueda rebajarnos y envilecernos en el orden natural o sobrenatural
3° El deseo hay que transformarlo en legítima ambición: natural, de ser provechoso a la familia y a la patria; y sobrenatural, de alcanzar a toda cosa la perfección y la santidad.
4° La fuga o aversión tiene su objeto más noble en la huida de las ocasiones peligrosas, en evitar cuidadosamente todo aquello que pueda comprometer nuestra salvación o santificación
5° El gozo hemos de hacerlo recaer en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre nosotros, en el triunfo de la causa del bien en el mundo entero, en la dicha de sentirse, por la gracia santificante, hijo de Dios y miembro vivo de Jesucristo….
6° La tristeza y el dolor hallan su expresión adecuada en la contemplación de la pasión de Jesucristo, de los dolores de María, en los sufrimientos y persecuciones de que es víctima la Iglesia o los mejores de sus hijos, del triunfo del mal y la inmoralidad en el mundo…
7° La esperanza ha de alimentarse en la soberana perspectiva de la felicidad inenarrable que nos aguarda en la vida eterna, en la confianza omnímoda en la ayuda de Dios durante el destierro, en la seguridad de la protección de María ‘ahora y en la hora de nuestra muerte’.
8° La desesperación hay que transformarla en una discreta desconfianza en nosotros mismos, fundada en nuestros pecados y en la debilidad de nuestras fuerzas, pero plenamente contrarrestada por una confianza omnímoda en el amor y misericordia de Dios y en la ayuda de su divina gracia.
9° la audacia ha de convertirse en animosa intrepidez y valentía para afrontar y superar los obstáculos y dificultades que se interpongan ante el cumplimiento de nuestro deber y en el proceso de nuestra santificación, recordando que ‘el reino de los cielos padece violencia, y solamente los que se la hacen a sí mismos lo arrebatan’ (Mt 11, 12)
10° El temor ha de recaer en la posibilidad del pecado, único verdadero mal que puede sobrevenirnos, y en la pérdida temporal o eterna de Dios, que sería su consecuencia; pero no de manera que nos lleve al abatimiento, sino como acicate y estímulo para morir antes que pecar.
11° La ira, en fin, hay que transformarla en santa indignación que nos arme fuertemente contra el mal”
Una palabra del Papa sobre el mundo emocional nos ilustrará más acerca de este tema (las negritas son nuestras):
El mundo de las emociones – Exhortación Apostólica Amoris Laetitia n.143-146
“Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos llamaban «pasiones», tienen un lugar importante en el matrimonio. Se producen cuando «otro» se hace presente y se manifiesta en la propia vida. Es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, y esta tendencia tiene siempre señales afectivas básicas: el placer o el dolor, la alegría o la pena, la ternura o el temor. Son el presupuesto de la actividad psicológica más elemental. El ser humano es un viviente de esta tierra, y todo lo que hace y busca está cargado de pasiones.
Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso le dolía el rechazo de Jerusalén (cf. Mt23,37), y esta situación le arrancaba lágrimas (cf. Lc 19,41). También se compadecía ante el sufrimiento de la gente (cf. Mc6,34). Viendo llorar a los demás, se conmovía y se turbaba (cf. Jn 11,33), y él mismo lloraba la muerte de un amigo (cf. Jn11,35). Estas manifestaciones de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su corazón humano estaba abierto a los demás.
Experimentar una emoción no es algo moralmente bueno ni malo en sí mismo. Comenzar a sentir deseo o rechazo no es pecaminoso ni reprochable. Lo que es bueno o malo es el acto que uno realice movido o acompañado por una pasión. Pero si los sentimientos son promovidos, buscados y, a causa de ellos, cometemos malas acciones, el mal está en la decisión de alimentarlos y en los actos malos que se sigan. En la misma línea, sentir gusto por alguien no significa de por sí que sea un bien. Si con ese gusto yo busco que esa persona se convierta en mi esclava, el sentimiento estará al servicio de mi egoísmo. Creer que somos buenos sólo porque «sentimos cosas» es un tremendo engaño. Hay personas que se sienten capaces de un gran amor sólo porque tienen una gran necesidad de afecto, pero no saben luchar por la felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios deseos. En ese caso, los sentimientos distraen de los grandes valores y ocultan un egocentrismo que no hace posible cultivar una vida sana y feliz en familia.
Por otra parte, si una pasión acompaña al acto libre, puede manifestar la profundidad de esa opción. El amor matrimonial lleva a procurar que toda la vida emotiva se convierta en un bien para la familia y esté al servicio de la vida en común. La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su libertad, brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos.”
19. El amor es más que un sentimiento
Purificación del entendimiento y la voluntad
Hasta aquí hemos tratado lo que se conoce por algunos autores como “la parte inferior del alma” expresión con la que designan toda la esfera relativa a la sensibilidad en sí, ahora procederemos lo que llaman “la parte superior” con lo que denotan el entendimiento y la voluntad.
El entendimiento
En Cristo, claro que hubo un entendimiento humano, perfectísimo dada la ausencia de pecado en Él y elevadísimo por su unión a su naturaleza Divina, Él nos muestra el ideal de lo que nuestro entendimiento iluminado por la fe que el Espíritu Santo nos da debe de llegar a vivir y es el conocimiento del bien y la verdad, pero para esto hace falta que nosotros aprendamos también a evitar cierto escollos (Seguimos al Padre A. Royo Marín o.p. en su Teología de la Perfección Cristiana, pp. 373-389)
Los pensamientos inútiles: “con frecuencia ocupamos nuestro espíritu con una multitud de pensamiento inútiles, que nos hacen perder un tiempo preciosos y desvían nuestra atención hacia lo caduco y perecedero con descuido y menoscabo de los grandes intereses de nuestra alma en orden a su propia santificación”
Ignorancia: “es preciso combatir la ignorancia sobre todo en materia de religión y espiritualidad. Ciertamente que -rectificando la intención- podemos y debemos estudiar también las ciencias humanas, sobre todo las que se refieren a la propia profesión y deberes del propio estado. Sería un absurdo inverosímil dedicar todos nuestros afanes a la ciencia humana y perecedera, que ha de acabar muy en breve (1 Co 13, 8) y descuidar la ciencia suprema de nuestros intereses eternos”
Vana Curiosidad: “En directa oposición a la virtud de la estudiosidad, de la que es su vicio contrario, está la curiosidad o deseo inmoderado de saber lo que no nos interesa o puede sernos perjudicial”
La precipitación en el juzgar: “es preciso acostumbrarse a proceder siempre con calma y reflexivamente, evitando la ligereza y precipitación en nuestros juicios y la inconstancia y volubilidad en nuestra manera de pensar, que tiene su fundamento en la falta de firmeza en nuestro espíritu de los principio o normas de acción”
El apego al propio juicio.
Al contrario hemos de fortalecer nuestro entendimiento cultivando la ciencia, sobre todo en materia de fe, participando de formaciones, enriqueciéndonos con la lectura de la vida y obras de santos, participando en diferentes iniciativas que nos ayuden no sólo a hacer crecer en cultura sino en vida cristiana más aún cuando los tiempos arrecian, no vivimos para responder preguntas, pero no podemos pasar evitándolas todo el tiempo, hemos de dar razón de nuestra esperanza, para esto no basta con conocer de mero seso sino también hacer experiencia orante de aquello que vamos aprendiendo.
La voluntad
Jesús también vivió una voluntad humana, la cual fue transformada y elevada por la voluntad Divina igual que decíamos para el caso del entendimiento, pero esta perfección en Jesús se manifestó en tanta grandeza que su voluntad humana siempre estuvo en concordancia con su voluntad Divina, aún en la agonía del Getsemaní que se prolongó hasta la Cruz, Él siempre buscó hacer la voluntad del Padre.
Para nosotros pues se trata de poner todo nuestro querer en Dios y desapegarlo de las criaturas en cuanto que ellas no colman nuestro anhelo de la bienaventuranza eterna, no se trata de “aniquilar las tendencias naturales de nuestra voluntad sustrayéndolas su objeto y dejándolas suspendidas en la nada, sino orientarlas hacia Dios, hacer de Dios el objeto único de ellas, reduciendo así sus fuerzas a la unidad” podríamos parafrasear la máxima del “tanto cuanto” de san Ignacio de Loyola diciendo, la cosas he de quererlas tanto cuanto me acercan a Dios y de rechazarlas tanto cuanto me alejan de Él. A esto hay que aunar el desprendimiento de nuestro propio yo de toda actitud egoísta, existen personas que al final se buscan a sí mismas en todo, incluso en las cosas más santas, si buscamos unirnos a Dios es preciso el examen continuo de sí buscando rectificar la intención de modo que la única voluntad que aspiremos cumplir es la de Dios, sólo entonces la nuestra encontrará toda su libertad y su pureza.
20. Una medicina del Corazón de Jesús
La virtud de la penitencia cristiana
Ante esta primera sección en la que vamos viendo la dinámica de purificación del corazón del hombre, podría parecernos un poco paradójico el hecho de que el Corazón de Jesús se me presenta con tanta dulzura, ternura y bondad mientras que a la vez volverme a Él implica un combate ciertamente desafiante, largo y sin tregua. A simple vista sí, pero recordemos no entramos en camino de conversión para ser amados, sino porque somos amados, y el alma que anda en amor dice san Juan de la Cruz “ni cansa, ni se cansa” es decir viviendo una vida de oración, piedad y recogimiento, estos combates son cada uno de ellos un signo de amor a Cristo, y como los antiguos israelitas también nosotros sabemos que no vencemos por nuestras fuerzas sino por la acción de Dios en nosotros, entonces ¿qué temeremos? Es más hemos de considerar la mortificación como un elemento propio de nuestro ser cristiano que manifiesta una virtud medicinal de la que a muchos no les gusta hablar: la penitencia.
«Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.» Col 3, 5
En clave cristiana la penitencia no es simplemente un castigo, sino que es ante todo una virtud, un ejercicio medicinal por el cual somos sanados de las heridas que el pecado deja en el corazón. Un maestro de vida espiritual nos enseña que se trata de un “hábito sobrenatural por el que nos dolemos de los pecados pasados con intención de removerlos del alma” (Teología de la perfección cristiana p.451) se trata de un hábito sobrenatural ya que movidos por la fe al cometer un pecado descubrimos que faltamos al amor infinito con que Dios nos ama por lo que luego de haber pedido perdón por las acciones malas que hemos cometido buscamos satisfacer, corregir, enmendar y reparar el daño que se ha causado. No es simplemente quejarse o lamentarse por el “si no hubiera hecho esto” “si no hubiera dicho esto” “sino hubiera pensado esto”, es más que eso, santo Tomás de Aquino diría “Dolerse del pasado con la intención de que el pasado no haya existido es una tontería. Pero no es esto lo que pretende el penitente, sino que su dolor es desagrado y reprobación de lo ocurrido en el pasado con la intención de eliminar las consecuencias, o sea, la ofensa de Dios y el débito de la pena. Y esto no es una tontería.” (Suma Teológica, III, q. 85, a.1 sed contra 3)
Así la penitencia es una virtud que en nuestro itinerario de santidad nos dispone a vivir la conversión como una actitud permanente y renovada, puesto que lleva implícito un propósito de enmienda, satisfaciendo a la justicia que se ha quebrantado, tiene un sólido fundamento por su relación con las virtudes teologales, las cuales nos llevan a conocer como Dios conoce (la fe), a esperar a Dios como nuestra felicidad suprema (la esperanza) y amar como Dios ama en el corazón de Jesús (la caridad), ya lo diría el Doctor Angélico “la penitencia incluye: la fe en la pasión de Cristo, por la cual somos justificados de nuestros pecados; la esperanza del perdón, y el odio de los vicios, lo cual pertenece a la caridad.” (Suma Teológica, III, q. 85, a.3 sed contra 4)
El cristiano que vive habitualmente está virtud se dice vive un espíritu de penitencia, pues adquiere un sentimiento de contrición que le lleva de continuo no sólo al dolor el mal cometido sino al arrepentimiento necesario por las faltas en las que se ve caer, es el hombre que no hace las paces con el pecado pero no deja que el pecado le quite la paz porque con sus actos de penitencias como puede ser una jaculatoria “Señor, ten piedad” o como puede ser un ligero y disimulado golpe de pecho, lo que hace es volver la mirada a la misericordia infinita de Dios Padre, que como diría un anciano confesor “nos perdona todo, nos perdona a todos y nos perdona siempre”.
Los antiguos monjes, llamaban a este espíritu de penitencia “compunción” palabra que viene del latín compungere que denota la idea de hacer agujeros con un punzón, el dolor de los pecados y las prácticas penitenciales eran un abrir el corazón de modo que todo lo que malo que lo infectaba salga, y sea purificado por la gracia de Cristo. El monje que llora su pecado lo hace en vistas a la sanación de su alma, ciertamente se trata de un tomar consciencia de lo que es el pecado para la vida espiritual el cristiano, pero se va más allá, porque de otro modo se quedaría en un simple conocer, el monje buscaba hacer corresponder sus afectos frente al conocimiento que era dado por la fe, de modo que al reconocerse como un hijo que ha fallado a su Padre amoroso, entra en el dolor que implica el acto de voluntad necesario para desasir, desapegar, soltar, liberar su alma de aquellos afectos desordenados a los que se había acostumbrado pero que simplemente le había invadido como una infección a una herida en el cuerpo, estaba hinchada, parece grande, pero simplemente está lleno de algo malo, abrir la herida para curar dolerá un momento, pero al final se recuperará la salud.
Así la compunción del corazón o lo que es lo mismo, el espíritu de penitencia implica involucrar nuestra dimensión intelectual, afectiva, volitiva y física, en una palabra, todo nuestro ser de modo que podamos gozar de la vida verdadera que se nos da en virtud de la gracia de Dios.
Cuenta uno de los Apotegmas de los Padres del desierto que “Sinclética, de santa memoria, dijo: “A los pecadores que se convierten les esperan primero trabajos y un duro combate y luego una inefable alegría. Es lo mismo que ocurre a los que quieren encender fuego, primero se llenan de humo y por las molestias del mismo lloran, y así consiguen lo que quieren. Porque está escrito: Yahvé tu Dios es fuego devorador (Dt 4, 24). También nosotros con lágrimas y trabajos debemos encender el fuego divino”
San Juan Pablo II, nos recuerda los diferentes matices que tiene la penitencia en la vida del cristiano:
«Si la relacionamos con metánoia (conversión), al que se refieren los sinópticos, entonces penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido el hacer penitencia se completa con el de dar frutos dignos de penitencia; toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa, en el vocabulario cristiano teológico y espiritual, la ascesis, es decir, el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo. La penitencia es, por tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano.
En cada uno de estos significados penitencia está estrechamente unida a reconciliación, puesto que reconciliarse con Dios, consigo mismo y con los demás presupone superar la ruptura radical que es el pecado, lo cual se realiza solamente a través de la transformación interior o conversión que fructifica en la vida mediante los actos de penitencia.» (San Juan Pablo II, Reconciliación y Penitencia, n.4)
Precioso tesoro que encontramos detrás de esta virtud que nos lleva a purificar nuestro corazón para entrar en la amistad con Dios, y así en esa intimidad con el Corazón de Jesús, sin ataduras del pasado, sino que cada vez más libres por su gracia, configurándonos cada vez más con Cristo, unidos a su pasión y muerte también entramos a gozar de la gloria de la resurrección. Lo beneficios que nos vienen de vivir intensamente esta virtud son abundantes, reproducimos algunos de los que reporta el padre Antonio Royo Marín o.p. en su obra clásica La espiritualidad de los seglares (p.212-213):
Ciertamente la penitencia nos lleva a purificar el corazón de las huellas que pudo haber dejado el pecado y nos previene de caer nuevamente en el error, sin embargo, hemos de tener presenta una cosa, llorar nuestros pecados debe también llevarnos a purificar nuestra mirada sobre nuestra historia personal. A menudo sucede que personas que han entrado en un camino de conversión, luego de haber vivido alejados de Dios terminan por entrar en grandes sufrimientos y ansiedades porque no quisieran haber hecho lo que hicieron, viven pensando en el “si hubiera” o “si no hubiera” y ya vimos que santo Tomás de Aquino, aquel que gozaba de una gracia particular de inteligencia y sabiduría para profundizar en los misterios de Dios, el hombre y el mundo desde la fe, llamaba a eso “tonterías”.
Y es que, en el fondo, el pasado ya fue, no se puede dar vuelta atrás y por estar mirando las miserias del ayer, se pierden de vistas las gracias que Dios otorga hoy, y las promesas que nos ha hecho para el futuro. Una máxima de vida espiritual que deberíamos asociar a la práctica de la penitencia es: “Al pasado sólo hay que volver la mirada para contemplar las misericordias del Señor”. Es un cambio de perspectiva, porque entonces ya no quedaré entrampado en la tristeza del pasado sino que daré el salto para el gozo de la caridad que me abrió la misericordia de Dios para vivir desde ya con alegría la vida nueva que nos dio en Cristo, hemos de comenzar a ver nuestra vida desde el Corazón de Jesús, sólo desde ahí, desde esa hoguera ardiente de caridad infinita, desde la luz incandescente que disipa toda tiniebla, desde el calor que mana de su entrañable bondad, sólo desde ahí es que se puede percibir la vida como una verdadera historia de salvación, historia de amor, una historia que une los corazones de Cristo y de los hombres.
21. Subiendo la escalera del amor
Virtudes, dones, frutos y bienaventuranzas
Pero dijimos en un momento que esto es sólo lo que nosotros podemos hacer, y esto es lo menos, porque lo más lo hace el Espíritu Santo, por un lado moviéndonos a que queramos esto y esto solo es posible a través de una vida virtuosa, sí porque son las virtudes: fe, esperanza, caridad, justicia, templanza, fortaleza y prudencia las que darán el tono a toda esta lucha, nos parece que es un deconstruir pero todo es más bien un edificar en el Corazón de Jesús, abismo de toda virtud, si repasamos las páginas veremos como en todo este proceso estas virtudes están presentes en todo este ensamblaje. Por otro lado el Divino Espíritu también ira purificando pasivamente aquello que está más allá de nuestras fuerzas, hasta que vivamos movidos por sus dones sagrados encendidos en la llama de su amor.
¿Cómo ocurre todo este movimiento entre las virtudes, dones, potencias del alma, etc? Pues bien, esto es lo que se conoce como el Organismo de Vida Sobrenatural del cristiano de lo cual presentamos una breve explicación:
Sabemos que los seres humanos hemos sido creados por Dios según nos dice la Biblia, y nos creó para que fuésemos cuerpo y alma. Por un lado el cuerpo es una realidad material y lo podemos percibir a través de los sentidos de la vista, el gusto, el tacto, el olfato y el oído; por otro lado el alma es una realidad espiritual, no la vemos ni tocamos ni escuchamos con nuestros oídos sin embargo podemos saber que está ahí porque obra a través de nuestro entendimiento y nuestra voluntad. Un animalito por ejemplo, actúa movido por su instinto, tiene hambre, busca comida, se siente en peligro, busca refugio, está cansado, se duerme, pero no puede reflexionar acerca de estas cosas. Mientras que el hombre sabe que tiene hambre, y puede decidir comer en un momento determinado u otro; se siente en peligro, sabe reflexionar acerca del peligro y puede elegir si enfrentarlo o no según lo crea necesario; ¿está cansado? Pues puede reflexionar acerca del porqué está cansado y decidir si seguir trabajando o no. Así por el intelecto podríamos decir que el hombre sabe que sabe, el intelecto se manifiesta en nuestra capacidad de conocer. Y por la voluntad el hombre es capaz de decidirse por una cosa u otra, manifiesta nuestra capacidad de elección.
Ahora bien a causa del pecado el hombre muchas veces conoce mal o elige mal, por ello es necesario entrar en el combate espiritual y purificar nuestro modo de conocer y de elegir, de modo que siempre conozcamos la verdad y siempre elijamos el bien ¿Cómo hacerlo? A través de una vida virtuosa.
La Iglesia nos enseña que existen ciertas virtudes que se llaman morales y que su una disposición firme y estable hacia el bien, esas dependen de nosotros el suscitarlas y hacer que crezcan; también nos enseña que existen otras virtudes llamadas “teologales” y que, si bien son también disposiciones firmes y estables, estás nos fueron dadas por la gracia de Dios el día de nuestro Bautismo, fueron un regalo de Él, aunque a nosotros nos toca ponerlas a trabajar. El hombre virtuoso se dispone a recibir un impulso especial de los dones del Espíritu Santo, el Señor nos los dio el día de nuestro Bautismo, los llevó a plenitud en la Confirmación, pero espera que nosotros dispongamos nuestra vida a través de la práctica de las virtudes para que ellos comiencen a activarse plenamente, hasta que lleguen a manifestar en nosotros una vida según las bienaventuranzas y que produce los frutos del Espíritu Santo. Esta relación entre virtudes, dones, bienaventuranzas y frutos del Espíritu podríamos entenderla con el ejemplo de una aplicación de un juego de video en un teléfono, se bajó del Internet, y se guardó en el teléfono, pero hay que instalarla y luego presionar sobre su icono para que cargue y podamos ejecutarlo, luego conforme se progresa en el juego se hacen disponibles nuevos niveles a los que pasar y que al inicio permanecía cerrados, un ejemplo limitado pero que da una idea.
Las virtudes morales se pueden resumir en las llamadas virtudes cardinales:
Prudencia: es una virtud que actúa sobre nuestro intelecto para que este pueda gobernar de manera ordenada nuestras acciones particulares, es hacer la cosa justa en el momento justo, se opone al vicio de la imprudencia que nos lleva a actuar en modo precipitoso e irreflexivo, a la negligencia que es la falta de prontitud para hacer algo que debe ser hecho, la irresolución que se manifiesta en aquel que constantemente cambia de decisión; o la astucia del que buscando un fin bueno o malo, lo hace por vías falsas o aparentes. La prudencia se trabaja acostumbrándonos a reflexionar antes de actuar, perseverando en los buenos propósitos y actuando con sencillez. El don del Espíritu Santo que la potencia para llevarla a su plenitud es el don de consejo, por el cual se recibe un auxilio especial del Espíritu para juzgar rectamente aquello que más agrada a Dios y ponernos en camino hacia Él. Le corresponde la bienaventuranza que dice “bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia”, en cuanto que el don de consejo recae sobre las cosas útiles o convenientes a nuestro fin, y nada tan útil como la misericordia. Fruto: la bondad y benignidad.
La justicia, es una disposición firme y estable que inclina nuestra voluntad a dar a cada uno aquello que es suyo, pone en orden todas las cosas y trae consigo la paz y el bienestar. Para practicarla podemos hacerlo en primer lugar evitando su vicio contrario, la injusticia, evitando contraer deudas que no se pueden pagar, y pagando aquellas que ya se adquirieron, tratando las cosas de los demás con más atención incluso que las propias, teniendo cuidado de no dañar el buen nombre o la fama del prójimo y evitando los favoritismos, de modo especial nos lleva a dar a Dios lo que se le debe a través de la virtud de la religión, que nos mueve a la devoción, a la oración, al sacrificio y a la adoración. Es potenciada por el don de piedad, con el cual el Espíritu Santo, nos inspira un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto que son hermanos nuestros e hijos del mismo Padre, que está en los cielos. Frutos: bondad, benignidad y mansedumbre. Su bienaventuranza dice “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” (también bienaventurados los mansos y los misericordiosos), ya que la piedad perfecciona las obras de la justicia.
Fortaleza: es la disposición firme y estable que empuja a la voluntad a perseverar en la búsqueda del bien aunque sea difícil, por ella nos lanzamos valientemente por las cosas buenas y resistimos en la adversidad. A ella se oponen los vicios del temor o cobardía, el de la indiferencia (no evita los peligros pudiéndolo hacer) y la temeridad (que desprecia aquello que es prudente). Se trabaja abrazando con generosidad las pequeñas molestias cotidianas para fortalecer el espíritu contra toda contrariedad e sufrimiento. Un medio que nos ayudará mucho es contemplar a Jesús en la Cruz, pues Él no evitó el sufrimiento con tal de hacer la voluntad del Padre y salvarnos. Le corresponde el don de fortaleza, con el cual el Espíritu Santo robustece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. La bienaventuranza que le corresponde es la de “Bienaventurados los mansos de corazón porque heredarán la tierra”, puesto que no hay nada más arduo que la educación de la propia voluntad para que no ceda ante la tibieza y la dificultad, “Más vale hombre paciente que valiente, mejor dominarse a sí mismo que conquistar ciudades” Prov. 16, 32. Por esto mismo sus frutos son la paciencia y la longanimidad.
Templanza: es la virtud que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del gusto y el tacto, no es sinónimo de frialdad, rigidez o insensibilidad sino de armonía, orden y creatividad, lo primero que busca es la paz en el ánimo. Para trabajar esta virtud hemos de practicar las pequeñas mortificaciones, con tal de preservar corrigendo, a través la castidad, la continencia, la humildad y la mansedumbre, que a su vez también serán los frutos que el Espíritu Santo irá forjando en nosotros. Le corresponde el don de temor, ya que a consecuencia del gran respeto a la majestad divina que el don inspira, procurar no incurrir en los pecados a los que se siente mayormente inclinado, como son los que tienen por objeto los placeres de la carne. Su bienaventuranza es la de “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos” ya que en virtud de la reverencia filial que nos hace sentir ante Dios, nos impulsa a no buscar nuestro engrandecimiento ni en la exaltación de nosotros mismos (soberbia) ni en los bienes exteriores (honores, riquezas y placeres carnales).
La fe es la virtud teologal que Dios infunde en nuestro intelecto, por la cual creemos en todo lo que Dios nos ha revelado y que la santa madre Iglesia nos propone como tal. Para crecer en fe hay pedirlo a Dios a través de la oración frecuente, debemos rechazar todo aquello que es un peligro para ella y cuando venga la inquietud ponernos a pensar en otra cosa y consultar con alguien más experimentado. Es potenciada por el don de entendimiento por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, se hace capaz de penetrar fácilmente las verdades que Dios nos ha revelado; y por el don de ciencia que el Señor nos da para que bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzguemos rectamente de las cosas creadas según nos llevan a Él. La bienaventuranza que le corresponde es la de “bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”, implica la limpieza del corazón porque hay que purificarlo de todos los pecados y afectos desordenados, lo cual se hace por las virtudes y dones, y la limpieza de la mente, de todo recuerdo que malo y de los errores contra la fe, y ésta es propia del don de entendimiento y esto nos eleva de tal manera que nos prepara para contemplar a Dios cara a cara en el cielo. Los frutos que produce son la fidelidad y el gozo.
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y la vida eterna como nuestra felicidad y confiamos en que Dios nos concederá los medios para alcanzarla. Ella es de gran ayuda en la purificación de nuestra memoria. Los pecados contra la esperanza son la desesperación y la presunción. Para trabajarla hemos de evitar los vicios contrarios, y si caemos pues ponernos en pie y retomar el camino con mayor ánimo, no preocupándonos excesivamente por el mañana, haciendo del Padre Nuestro nuestra oración favorita. Es impulsada por el don de Temor de Dios, por el cual el hombre, bajo el instinto del Espíritu Santo, adquiere docilidad especial para someterse totalmente a la divina voluntad por reverencia a la excelencia y majestad de Dios. Le corresponde la bienaventuranza que dice “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” porque gracias a ellas nos despojamos del apego desordenado a las riquezas y bienes terrenos. Sus frutos: modestia, castidad y continencia.
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Él es el máximo bien que quiere nuestra voluntad y por tanto la purifica y la eleva. Nuestro amor por Dios puede aumentar siempre, y se manifestará a través de la obediencia a su Palabra, buscando hacer todo en nuestras vidas por amor a Él. Podríamos incluir en todo lo que hacemos la frase “para mayor gloria de Dios”. Estudiaré para mayor gloria de Dios, trabajaré para mayor gloria de Dios, dormiré y descansaré para mayor Gloria de Dios, obedeceré a mis padres para mayor gloria de Dios, etc. Le corresponde el don de sabiduría, gracias a éste el Espíritu Santo nos lleva no sólo a conocer sino a gustar del conocimiento de Dios puesto que este don nos lleva a ver todas las cosas y a juzgarlas como Dios lo hace y en la medida en que nos conducen a Él. Le corresponde la bienaventuranza que dice “Bienaventurados los que obran por la paz porque será llamados hijos de Dios”, porque la paz no es otra cosa que la tranquilidad del orden; y establecer el orden para con Dios, para con nosotros mismos y para con el prójimo pertenece precisamente a la sabiduría; y porque precisamente somos hijos adoptivos de Dios por nuestra participación y semejanza con el Hijo unigénito del Padre, que es la Sabiduría eterna. Sus frutos son la paz, gozo y la caridad.
22. Sangre y agua brotaron de su costado abierto
La vida sacramental: un tesoro del Corazón de Jesús
En la larga tradición de la Iglesia siempre se ha visto en la escena de la trasfixión del Señor, ese momento en el que nos fueron dados los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, podríamos decir que toda la vida sacramental es un tesoro del Corazón de Jesús del cual podemos gozar como un don de su bondad.
La Iglesia continuadora de la misión de Cristo en la historia busca llevar la vida divina del Salvador de la humanidad a todos los hombres, viviendo así el mandato que le encomendó cuando dijo “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Esta misión continúa aún hoy, y a través de sus ministros, la Iglesia sigue siendo fiel a su encomienda.
Los sacramentos son signos sensibles de la gracia invisible de Dios, por medio de ellos se nos comunica la vida del Señor, es nuestra conexión a la fuente de vida, el Bautismo es el primero que recibimos y en virtud del cual morimos a nuestro hombre viejo para renacer como hijos de Dios, es justo ahí que es avida nueva comienza a fluir en nosotros, la vida que broto del Corazón de Jesús, su recepción es para nosotros el comienzo de una nueva etapa de la historia, Dios Uno y Trino infunde en nuestros corazones sus tesoros, y recibiendo la fe de nuestros padres vamos creciendo en esa en ella de día en día; más siendo esta la puerta de entrada aún es necesario culminar la iniciación cristiana con los sacramentos de la Confirmación y la Eucaristía, por el primer recibimos el fuego ardiente del amor Divino con el don del Espíritu Santo, el cual nos hace capaces de dar testimonio de Cristo en el mundo; por el segundo, manjar de los ángeles, pan bajado del cielo, el mismo Jesús se nos da como alimento realmente presente en las sagradas especies, verdadero Dios y verdadero hombre, a las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote, aquel pan y vino se convierten por el milagro de la transubstanciación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, este pan de vida, nos fortalece para el camino, enciende la caridad que en lo ordinario del día a día tiende a venir a menos, nos purifica del pecado venial y nos previene del mortal, mientras que nos hace unirnos más firmemente como hermanos y nos mueve a la solidaridad fraterna.
En su infinita bondad, Jesús quizo dejar un sacramento para reconciliarnos con Él si nos apartamos del camino cayendo por nuestra fragilidad y debil naturaleza, es la puerta de la casa del Padre Eterno donde con ansia nos espera con los brazos abiertos para recibirnos y sanar el corazón, el sacramento de la confesión, por él se nos restituye la gracia de Dios y nos une con Él en una profunda amistad, a la vez que nos reconcilia con la Iglesia ya que quien se aparta de Dios se aparta de la Iglesia y viceversa. También el Señor tiene otro modo de atender a sus hijos que a causa de la debilidad de la condición humana, presa de la enfermedad, suplica sus divinos auxilios, así como los enfermos que Cristo atendía en el Evangelio, ahora por el sacramento de la Unción de los Enfermos, les une a su Pasión por su bien el de toda la Iglesia, dandoles el perdón de sus pecados y la paz, e incluso la restauración de la salud física si Dios lo quiere, en los moribundos junto con el viático se convierte en la preparación para el regreso a la Jerusalén celeste.
¡Cuantos bienes nos ha dado el Señor! Y sin embargo no se agotan aqui los tesoros que brotaron del costado abierto del Salvador. Queriendo continuar su misión instituyó al colegio de los apóstoles para continuaran su obra en el mundo, ellos a su vez fueron designando suscesores a través del sacramento del Orden, que por definición es el sacramento de la misión apostólica, por medio de ellos Cristo continua a apacentar, enseñar y santificar a los hombres. Asimismo dejo otro sacramento al servicio de la humanidad, con el cual bendice la unión de aquel hombre y aquella mujer que dejan casa de padre y madre para formar una nueva familia, una comunidad de vida y amor que queda sellada con el sacramento del santo Matrimonio, esta alianza signo de la alianza de Dios y su Pueblo, de Cristo y su Iglesia, busca el bien de los esposos y la procreación y educación de los hijos, y crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo, de este sacramento los esposos obtieen la gracia para alcanzar la santidad en su estado de vida y acoger y educar responsablemente a la prole.
Que maravillosos tesoros los que brotaron del costado abierto del Redentor, tantas gracias que la Iglesia continua a diseminar por toda la tierra a través de sus misioneros, la vida nueva brota del Costado de Cristo, y recordemos que para san Juan este es el equivalente del rasgado del velo del Templo, es decir, la llaga del Redentor nos abrió el acceso a la vida divina, ¿por qué habríamos de privarnos de ella? ¿Cómo sentirnos interpelados a vivirla con mayor intensidad?
23. En tiempos de Crisis
En lo ordinario de la vida, todo hombre hace experiencia de períodos arduos, difíciles y oscuros, en medio de los cuales se siente interiormente cuestionado y no logra dar una respuesta clara o al menos que le satisfaga frente a esa realidad que le interpela, estos períodos habitualmente le llamamos períodos de crisis. Esta palabra de origen griego quiere traducirse literalmente como “separación” y es que justamente en esos períodos lo que se busca es separar los diferentes elementos, para poder hacer un análisis y discernir como responder a la situación que se está viviendo. Por eso mismo los diferentes tipos de crisis siempre se constituyen una etapa de cambio, el hombre muestra quién es y qué lleva en su interior, y según las decisiones que toma puede dar un paso adelante o hacia atrás. “Un momento de crisis es un momento de elección, es un momento que nos pone frente a las decisiones que tenemos que tomar.” (Papa Francisco, Homilía 2 de mayo de 2020)
De un modo particular toda crisis sea de salud, familiar, moral, emocional, social, económica, etc, siempre tendrá una repercusión en la vida espiritual, porque nada es indiferente para el alma, de un modo especial el tiempo de pandemia que estamos viviendo sabemos que ha despertado diferentes situaciones en nuestro interior ya que ha sido un tiempo de una crisis prolongada en nuestro mundo y que ha tenido sus repercusiones en diferentes tipos de crisis a nivel personal entre nosotros, crisis que nos hacen entrar en el drama del dolor y del sufrimiento.
“La actitud frente al dolor y sufrimiento pueden ser, y de hecho lo son, distintas, lo que se traduce en significaciones personales diferentes. Algunas actitudes frente al dolor y sufrimiento pueden ser (Maza, 1989:156-161): a) Amargura: las personas amargas producen sentimientos malignos, odian, tienen rabia, se desesperan; son desconfiadas. Les cuesta creer y amar. Se sienten vacías; b) hay personas que se deshacen frente al sufrimiento. No quieren vivir, han perdido la fuerza de actuar. Se sienten cansadas. No sienten odio o amargura. No les asombra nada. Ven como su vida se deshace y permanecen sufriendo en el tiempo como si el sufrimiento tuviera la particularidad de extenderse por sí mismo; c) una tercera actitud frente al sufrimiento es huir de él. Se tiende a protegerse porque se tiene miedo a sufrir, y así se evita el enfrentamiento y la lucha; d) también frente al sufrimiento se puede responder con la pequeñez. Se vive para la pena, su pena, y de alguna forma se la impone a los demás. Pide ser el centro de atención y lleva su corazón en una bandeja para llorar sobre él y así despertar en los demás lástima y pena. Se revuelve sobre su pequeñez y no soporta que los demás sean mejores. Le molesta la alegría porque la perdió y siempre su sufrimiento será mayor que el de los demás; e) el sufrimiento también despierta en otros una fuerza interior que les lleva a rebelarse frente al sufrimiento y el dolor y a engendrar vida, en ellos mismos y en los demás. El sufrimiento ya no es mezquino, odioso, estrecho, sino que produce una hondura en la vida, humildad y una nueva visión y afán de vivir y comprender. El sufrimiento se vuelve una puerta para algo más grande, bello y profundo.” (Claudio Lavados Montes, “El Sentido Cristiano del Surfimiento en la exhortación apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II” Revista de CienCias Religiosas, vol. Xviii, 2010 P.34-35)
De las cinco situaciones descritas vemos que sólo la última presenta un resultado satisfactorio ¿cómo se llega hasta ahí? ¿qué elementos de la espiritualidad cristiana, particularmente de la espiritualidad del Sagrado Corazón, nos ayudan a llegar a ese punto y realmente no sólo sobrevellar la crisis sino a saber trascenderla? ¿cómo a la luz de la fe podemos afrontar los diferentes períodos difíciles que pasamos en algunos momentos de la vida?
Comencemos por decir que en los tiempos de crisis usualmente afloran la inquietud, la tristeza, el desánimo, la amargura, etc. Esto tiene su raíz en diferentes causas, propongo tres a modo de ejemplo de entre aquellas más habituales:
-Entramos en la dispersión. En tiempos de crisis nos vemos sometidos a diferentes estimulos externos como internos que vienen aturdirnos, ya que a nivel psicológico la dispersión que provocan impide la concentración necesaria para la resolución de problemas causando la preocupación. No me ocupo de resolver las cosas que puedo por la angustia que experimento ante la posibilidad de tragedia en el futuro. En el caso de la enfermedad de un modo particular a esto se le añaden los malestares físicos que se puedan estar experimentando. Esto tendrá sus repercusiones también en la vida espiritual, porque experimentaremos dificultades en la oración ya que al no podernos concentrar mucho menos podremos entrar en el recogimiento interior necesario para ella, cayendo en diversos tipos de sequedades y arideces. Poco a poco la tentación será ir abandonando nuestas prácticas de piedad, reduciendo los tiempos de meditación, dejando los libros de lecturas espiritual, hasta que ya no tengamos para nada vida de oración, es el paso de la tibieza a la paralisis e incluso a la muerte espiritual.
-Tenemos una visión meramente terrena de la existencia humana, sentimos horror por el sufrimiento, nos escudamos bajo argumentos como “la salud (física) es lo más importante” y descuidamos otras dimensiones de nuestra vida, rechazamos y negamos la enfermedad, y al no asumirla como una realidad presente intensificamos la experiencia negativa. Nos revictimizamos encerrándonos en nosotros mismos, lo que degenera en melancolía y egoísmo puesto que no somos capaces de ver a otros cegados en nuestra fijación terrenal en nosotros mismos.
-De esto se deriva también un concepto errado de la muerte como el final del camino, pareciese que es la aniquilación total del ser humano, no hay nada más, pareciera que estamos condenados a la oscuridad, al olvido, al vacío y la soledad. El hombre rechaza el límite, quiere tener el dominio absoluto de todo y la muerte se le presente como lo contrario.
¿Qué hacer? En medio de estas situaciones hemos de recordar en primer lugar el Kerigma de la Iglesia, la Buena Nueva de la salvación, el Hijo de Dios se hizo hombre como nosotros, el amor de Dios se ha encarnado y ha latido en el corazón del hombre cuando Jesucristo asumió nuestra naturaleza humana, venciendo las ataduras del pecado y de la muerte por la fuerza del amor misericordioso que se ha manifestado en el madero de la Cruz, en su costado traspasado contemplamos como ha abierto las puertas de la vida que nos hacen entrar en la misma dinámica del amor divino. Cristo Jesús es la solución de Dios ante el drama que puede experimentar el hombre en cualquier crisis.
-Ahora bien en estos períodos difíciles, para hacer frente a la dispersión, tengamos siempre presenta la enseñanza de san Ignacio, en tiempo de turbación no hay que tomar decisión, es decir, mientras experimentemos en un período difícil fuertes inquietudes emocionales y de pensamiento, hemos de abstenernos de tomar grandes decisiones puesto que al no tener claridad en nuestra manera de juzgar la realidad posiblemente cometamos alguna imprudencia. El Papa Francisco comentando la reacción de los discípulos en el capítulo 6 de san Juan en el discurso del pan de vida y como unos se van mientras otros se quedan recuerda esta realidad.
“En mi tierra hay un dicho que dice: “No cambies de caballo en medio del río”. En tiempos de crisis, hay que ser muy firmes en la convicción de la fe. Los que se fueron, “cambiaron de caballo”, buscaron otro maestro que no fuera tan “duro”, como le decían a él. En tiempos de crisis tenemos la perseverancia, el silencio; quedarse donde estamos, parados. Este no es el momento de hacer cambios. Es el momento de la fidelidad, de la fidelidad a Dios, de la fidelidad a las cosas [decisiones] que hemos tomado antes. Y también, es el momento de la conversión porque esta fidelidad nos inspirará algunos cambios para bien, no para alejarnos del bien.” (Papa Francisco, Homilía 2 de mayo de 2020)
Lo primero que se aconseja ante cualquier calamidad es válido también ante las crisis: aprender a guardar la calma. Hemos serenarnos, contemplar la realidad en el marco global de nuestra historia, para ello es conveniente hacer un ejercicio mental que nos puede ayudar, un ejercicio de memoria deuteronómica. El Pueblo de Israel siempre que experimentaba la limitación, el dolor por su pecado o por la situación de opresión que vivía, recordaba las grandes obras que Dios había hecho en su favor. Hagamos algo similar nosotros también.
Visto a la luz de nuestra devoción en el Corazón de Cristo, recuerda con cuanto amor y bondad Dios te ha manifestado su amor en el pasado, haz memoria de las bendiciones que has recibido a lo largo de tu vida, empieza a verla como una historia de salvación, contempla su amor misericordioso que en tantas ocasiones ha transformado tu miseria en una ocasión de bondad y gracia, luego de ver el marco general, repasa en la jornada en que estas viviendo cuantas bondades te puede haber dado el Señor, antes de las 7 de la mañana fácilmente cuentas ya más de 10 bendiciones; habiendo hecho memoria, entonces dite a ti mismo “Dios que ha sido bueno conmigo en el pasado, que ha sido bueno conmigo hoy, lo seguirá siendo en el futuro, porque Él me bendice no tanto porque yo haga X o Y cosa, sino porque Él es Bueno” Esto es hacer memoria de la Bondad de Dios.
Esto irá dando serenidad a nuestro corazón porque estaremos entrando en la dinámica del Corazón de Jesús que en todo busca nuestro bien. Fruto de la serenidad recuperaremos nuestra capacidad de recogimiento interior y esto nos ayudará grandemente porque nos dará la unidad interior necesaria para entrar en oración y poder confrontar ese momento particular bajo la luz de la Palabra de Dios, insértando el período difícil que estamos pasando el gran marco de nuestra historia de salvación, es decir no veremos sólo el punto de dificultad sino que daremos un paso atrás para contemplar el gran panorama, incluso insertándolo en la historia de la salvación en general, esto es de verdad vivir lo que María santísima hacía cuando meditaba las cosas en su corazón (Cf. Lc 2, 19).
El Papa Benedicto XVI reflexionando sobre María santísima como asumía los momentos de oscuridad nos enseña que en esas ocasiones ella encuentra el fundamento de su fortaleza en la oración pues ella entra en diálogo con la Palabra que le es dada por medio del ángel a la hora de llevar a cabo su misión como Madre del Salvador “no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio” es más al conservar las cosas en su corazón ella reunía “todos los acontecimientos que le estaban sucediendo; situaba cada elemento, cada palabra, cada hecho, dentro del todo y lo confrontaba, lo conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que acontece en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede garantizar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón.” (Benedicto XVI, Audiencia General, 19 de diciembre de 2012)
-Frente al afán desordenado de bienestar terreno que nos lleva a la negación del dolor y sufrimiento (incluso de la enfermedad), hemos también de recordar que en esta vida ciertamente no podremos evitar la experiencia de estas situaciones, forman parte de la misma experiencia del ser humano, es cierto que hemos de buscar combatir los males presentes o posibles en la medida de nuestras capacidades, sobre todo cuando son fruto de la injusticia, no podemos convertirnos en cómplices, sin embargo, sabemos que esas realidades son parte de nuestra historia, no sólo hemos de preguntar el origen de los mismos para combatirlos, el porqué de ellos, sino también como afrontarlos cuando están presentes y, más aún, cuando estos se prolongan en el tiempo.
“Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Benedicto XVI, Spe Salvi 2007:37).
Es decir, el sufrimiento cuando llega debe ser iluminado con la Cruz de Jesús, porque en medio de la tribulación hemos de recordar que no es posible evitarla del todo, pero cuando llega es una ocasión de muchos bienes si es llevada adecuadamente porque podemos aprovecharla para completar a lo que falta en nosotros de la Pasión del Señor (Cf. Col 1, 24), desde ahí podemos interceder por otros, reparar por los pecados cometidos e incluso expiar los propios. Uno de los aspectos del sentido del sufrimiento es que debe ser aprovechado para hacer el bien, y esto es posible si unimos nuestro dolor al de Cristo.
“La respuesta a la pregunta sobre el significado del sufrimiento ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo. El sufrimiento, consecuencia del pecado original, asume un nuevo significado: se convierte en participación de la obra salvífica de Jesucristo (…) En cuanto Dios y hombre, Cristo ha asumido sobre sí los sufrimientos de la humanidad y en Él el sufrimiento humano mismo asume un significado de redención. En esta unión entre lo humano y lo divino, el sufrimiento manifiesta el bien y supera al mal” (Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Enfermo, 2002).
Aquí vemos otro aspecto desde el cual la espiritualidad del Corazón de Jesús aporta abundantes frutos para el cristiano, puesto que unirnos a los dolores del Señor por amor a la humanidad, es colaborar con Él en la obra de la redención, por un lado consolamos su Corazón al ofrecer una obra de satisfacción por aquellos que sumidos en la vida de pecado no corresponden a su amor, y por otro, hacemos extensivo su amor al interceder por tantos hermanos nuestros necesitados del amor del Señor.
De este modo el drama del sufrimiento humano adquiere un sentido, porque nos lleva a salir de nuestro ensimismamiento, de nuestro egoísmo, y comienzo a ver a mi prójimo, incluso cuando no soy yo el que materialmente sufre a causa de una situación, porque soy capaz de compadecerme del otro al punto que busco hacer algo para aliviar su mal, así damos otro paso, y como nos enseña la párabola del Buen Samaritano, ya no sólo soy objeto de la misericordia divina sino me convierto en su instrumento, el amor del Corazón de Cristo late de tal modo en mí, que comienzo a ser instrumento suyo, haciendo el bien con el sufrimiento y haciendo el bien al que sufre.
“El sentido del sufrimiento, es verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. El sufrimiento ciertamente pertenece al misterio del hombre». Juan Pablo II, Salvifici Doloris
Y sabemos que esto mismo nos da la alegría no sólo de corresponder al amor del Señor y de amar al prójimo en actitudes y comportamientos concretos, sino también es ocasión de un gran mérito porque así “acumulamos tesoros en el cielo” (Cf. Mt 6, 20) porque como dijo Jesús “lo que hicieron con uno de estos más pequeños mis hermanos conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Y esto nos lleva al siguiente punto.
-A la luz del misterio del Corazón de Cristo el misterio de la muerte se ilumina, puesto que al contemplar su amor, recordamos que a nivel terreno la muerte no es otra cosa sino la separación del alma y del cuerpo, situación que no estaba previsto en el principio al ser creado el hombre y que vino como consecuencia del pecado original, pero Jesús ha venido para que el hombre tenga vida y vida eterna, por las aguas del bautismo el alma ha renacido ya a la nueva vida en Cristo, pero aún falta que el cuerpo participe de esa vida divina, sabemos que eso ocurrirá en la resurrección al final de los tiempos cuando resucitemos como Cristo lo hizo. La fe en la resurrección ilumina el drama de la muerte, recordándonos que por un lado, este cuerpo terreno que habrá de corromperse luego de la muerte será enterrado como la semilla en la tierra, ello nos librará de las debilidades propias de la carne con las cuales hemos combatido durante tanto tiempo ganando toda suerte de méritos, de tal modo que un día recuperaremos nuestro cuerpo pero participante de la gloria de la nueva vida en Cristo Jesús, por lo tanto como dicen los textos de la Misa por los difuntos:
“…aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa
de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y, al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo…”
El Corazón amoroso de Jesús, ardiente de un amor humano perfeccionado a nivel espiritual y sensible por la acción del Amor Divino al que está unido, es para nosotros símbolo de esperanza puesto que anhelamos llegar a gozar de esa misma armonía interior del que vive en gracia de Dios, realidad que continuará como bienaventurados en el cielo y que llegará a su plena manifestación al final de los tiempos en la Resurrección.
Sobre este último punto es oportuno también meditar, puesto que cuando hablamos de esperanza, estamos hablando de una realidad que ciertamente anhelamos alcanzar pero que ya podemos comenzar a gozar es decir, en la medida en que nosotros en lo cotidiano de la vida aprovechamos los medios ordinarios que la Iglesia nos ofrece para nuestra santificación, en esa medida comenzaremos a gozar o recuperaremos si hemos perdido esa armonía interior que vive el hombre que busca como Cristo hacer la voluntad del Padre ¿cuáles son esos medios?: la perseverancia en la vida comunitaria, el ejercicio de una vida virtuosa, particularmente las obras de misericordia con los más necesitados; una vida sacramental activa: particularmente la frecuencia en la Eucaristía y la Reconciliación; y la oración asidua, sea la oración individual vocal o silenciosa, o la oración comunitaria, la meditación de la Sagrada Escritura etc, todas estas realidades pueden y deben ser también profundizadas, nosotros nos hemos limitado de alguna manera al período concreto de la crisis y hemos dado de alguna manera algunas pautas para saber afrontar cuando llega, pues este es el primer paso, pero hay mucho por trabajar aún para hacer de ese período una oportunidad de crecimiento.
La espiritualidad del Corazón de Jesús nos ayudará en esto porque nos recuerda la centralidad del anuncio del amor de Dios al hombre frente a los peligros que debe enfrentar el ser humano en su camino hacia al cielo, en medio del drama del sufrimiento le concede la gracia de volver la mirada lo esencial de la misión de Cristo de la cual hemos sido hecho partícipes, la redención del género humano a través de los sufrimientos en Cruz. Reanima incluso en ese sentido la vida del cristiano por un lado, en cuanto discípulo que aprende del Maestro a amar hasta el extremo, motivándole a vivir con cada vez mayor profundidad su conversión, y por otro, en cuanto misionero, que busca colaborar con Él en su obra de amor.
¿No vemos aquí también como se cumplen las promesas del Corazón de Jesús? nos da las gracias necesarias para afrontar estas situaciones, nos consuela en medio de la dificultad dándonos un sentido en medio del dolor, devolviéndonos así la paz, y quien en medio del dolor y la crisis sabe vivir en paz comunica la paz a su familia, el Corazón de Jesús es un verdadero refugio frente a la fragilidad de nuestra condición mortal protegiéndonos de la tibieza y el egoísmo, al aprovechar la dificultad para unirnos a Cristo en su obra de redención nos sentimos estimulados en nuestro camino de conversión anhelando vivir cada día más en santidad y dando pasos concretos para corresponder a la acción de la gracia de Dios en nuestra vidas, es más nos convertimos en verdaderos misioneros del Señor que buscan llevar los frutos de su redención a todos los hombres, en medio de la crisis, en medio del sufrimiento, en medio del dolor, incluso en medio de la enfermedad podemos ser verdaderos apóstoles de Jesús.
24. Mansedumbre: La virtud de los fuertes
Se dice que la mansedumbre es la virtud de los fuertes y a través de los canticos del Siervo Sufriente parece que se nos presenta la oportunidad para meditar este aspecto del Corazón de Jesús, pues el mismo lo dijo «aprended de mí que soy manso y humilde corazón »
Es precioso ver como a lo largo de la historia de la Iglesia, no obstante los múltiples estudios exegéticos que se hacen acerca de estos textos del libro de Isaías, la tradición ha codificado en la Sagrada Liturgia una lectura cristológica de estos escritos.
Es decir, ver en el Siervo sufriente al mismo Cristo. En este primer cántico vemos las características propias de la mansedumbre de su Corazón bendito, la suavidad y firmeza de su amor.
Aquel que es realmente fuerte no se impone por la violencia ni oprime con la amenaza y sin embargo su virtud se deja reconocer. Su actuar es tal que no se excede en el uso de sus energías, pero tampoco se deja llevar por la pusilanimidad, se deja guiar por la prudencia, haciendo lo justo en el momento justo.
Si ha esto le agregamos el reinado de la caridad que ha sido infundida en el alma en gracia, podremos ver como el manso, por la fuerza del amor sabe llevar dulce, suave y firmemente a la fuente misma desde donde éste procede.
Y ¿quien es el manso por excelencia sino el Hijo de Dios? ¿quien es más fuerte que Aquél que en la agonía de su Pasión y por su muerte gloriosa en la Cruz ha vencido al pecado y la muerte? Realmente de Él se puede decir «¿Quién como Dios? » Por ello Él establecerá la Nueva Alianza basada no ya en el cumplimiento de la Ley sino en la correspondencia del Amor.
Y como todo lo que Jesús es por naturaleza nosotros lo participamos por gracia, somos llamados hacer brillar también esta virtud de la mansedumbre que se mueve y actúa por la fuerza del Amor, dejando que el amor del Corazón de Cristo fluya en nuestros corazones, para que los abrase con la fuego de su Espíritu y pueda difundirse también a nuestros hermanos.
La vida del manso es recompensada con una bienaventuranza, es decir con una promesa de gozo anticipado de gloria, por el cual se le promete la posesión de la tierra, ¿cuál tierra? Aquella que mana leche y miel, aquella en la que todo es armonía y dulzura, aquella en la cual el sol de justicia no se pone, aquella en la que el hombre entra a descansar definitivamente en el cielo, aquella en la que el discípulo amado reposo su cabeza, aquella que se encuentra en el Corazón de Jesús.
“Bienaventurados los mansos porque poseerán la tierra” (Mt 5, 4). El hombre manso es feliz porque ha sabido dominarse a sí mismo por la gracia de Dios. Vence la ira y la indignación. Al final ya no hay combate, toda inquietud que disturba es superada y finalmente el triunfo ha sido definitivo, brotan los frutos de la serenidad y la paz interior. Cristo vence, Cristo reina y Cristo impera en todos los aspectos de su vida. Por ello es capaz de gozar de la tierra prometida, aquella tierra que se ha conquistado, en la que se goza de la paz eterna, en donde se entra en el descanso del Señor, donde hay una armonía perenne.
25. Humildad: la virtud de los realistas
Por definición ésta es la virtud que nos ayuda a regular el afán desordenado de propia excelencia, es decir es la virtud opuesta a la soberbia, pero ¿de qué manera lo hace? Podríamos responder, a través del realismo.
Es famosa la afirmación de santa Teresa cuando dice: “humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella” (6M, 10, 7)
Esta afirmación de la doctora del Carmelo es para nosotros una gran luz, porque nos hace ver como el humilde ante su limitación no se escandaliza, sino que lo asume con profundo realismo, por ello si llega a equivocarse en algo o si llega a pecar, no se paraliza de miedo cayendo en la desesperación, sabe que no es ángel de luz; tampoco llama al bien, mal; ni al mal, bien; sino que reconociendo su debilidad, se pone en camino de conversión. Por eso decía un maestro de vida espiritual “Nuestros pecados…se convierten para nosotros en fuentes de humildad y amor” (Ruysbroeck op cit. en Quiero ver a Dios del Beato Eugenio Ma. Del Niño Jesús, p. 393). Y es que sabiendo que no podemos salir de las situaciones que nos limitan por nuestras solas fuerzas, entonces nos abrimos a la potencia divina, nos abrimos a Dios y por ello el humilde goza de paz.
Ciertamente, no deberíamos tener que caer, afrontar situaciones límites o desastres para volvernos al Señor, pero usualmente ellas nos recuerdan nuestra realidad, porque en ellas somos probados, y vemos nuestro temple, y por bien que nos pudiera haber ido, vemos que no lo podemos todo, y esto nos hace tanto bien.
El psicólogo italiano Roberto Marchesini por ej. Vinculará la humildad a la sana autoestima
“tener una buena autoestima no significa tener necesariamente una buena opinión de sí mismo. La palabra autoestima significa auto-valoración, auto-medición, es decir, conocimiento de sí, de los propios límites y de las propias posibilidades. Una buena medida no es aquella que da el resultado más agradable, sino la que se aproxima más a la realidad…en términos teológicos, una buena autoestima se llama humildad… [por oposición] orgullo y pusilanimidad son los correspondientes teológicos de aquello que en psicología se llama narcisismo y menosprecio de sí” (Aristotele, san Tommaso d’Aquino e la psicología clínica, Capitolo IV “Della autoestima (o humildad)”)
Ahora bien, el cristiano no encuentra su paz solamente en saber aceptar que tiene límites, no, sino que encuentra su paz en saber que hay uno más grande que Él que le sostiene y lo eleva a las alturas de su vocación, el cristiano se sabe hijo de un Padre que todo lo puede. Por tanto, no tiene necesidad de controlarlo todo, no tiene que vivir lamentándose que no puede hacer todo lo que quiere, no tiene que perder la vida en el afán de dominio, no hay necesidad de todo eso, porque el Padre que le ama, hará concurrir todo para su bien (Cf. Rm 8, 28)
“Cuando el hombre considera en el fondo de sí mismo, con ojos encendidos de amor, la inmensidad de Dios…cuando el hombre, al volver en seguida su mirada hacia sí mismo, cuenta sus atentados contra el inmenso y fiel Señor…no conoce desprecio suficientemente profundo para darse satisfacción…Cae en un asombro extraño, asombro de no poder despreciarse con suficiente profundidad…Se resigna entonces a la voluntad de Dios…y, en su abnegación íntima, encuentra la verdadera paz, invencible y perfecta, la que nada turbará. Porque se ha precipitado en un abismo tal que nadie irá a buscarle allí…Me parece, a pesar de ello, que estar sumergido en la humildad es estar sumergido en Dios, porque Dios es el fondo del abismo, por encima y debajo de todo, supremo en altura y supremo en profundidad; porque la humildad, como la caridad, es capaz de creer siempre…la humildad es de tal valor, que alcanza las cosas más elevadas para enseñarlas; consigue y posee lo que no logra la palabra” (Ruysbroeck op cit. en Quiero ver a Dios del Beato Eugenio Ma. Del Niño Jesús, p. 392)
La humildad nos hace vivir en la realidad y no en fantasías baratas que puede crear nuestra imaginación, como por ej. Sucede cuando nos otorgamos lugares que no nos corresponden, sea el primero o el último. El humilde sabe que es lo que es delante de Dios. Nada más, ni nada menos. Por ello es feliz, porque no se frustra frente a lo que no puede controlar, ni se afana por tener que controlar excesivamente aquello que sí puede. La humildad no es una virtud de apocados, de hecho, ella nos abre de un modo maravilloso a la magnanimidad en la búsqueda de la santidad, santo Tomás lo recogía bellamente en un comentario a la carta a los hebreos “Debe el siervo considerarse siempre como un principiante y aspirar sin cesar a una vida más santa y perfecta sin detenerse nunca” (Com. In Espist. Ad Hebr. VI, lect 1- Flp 3, 12-13)
“¡La humildad tiene el gusto de Dios! Dondequiera que se encuentre la humildad, Dios desciende, y dondequiera que Dios se encuentre en la tierra, se reviste de ella como de un manto que oculta su presencia a los orgullosos y la revela a los sencillos y a los pequeños. Al aparecer Jesús en este mundo, llega a él como un niño envuelto en pañales Y esto les servirá de señal, les dijo el ángel, encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2, 12). Esta señal de humildad caracteriza siempre lo divino en la tierra” (Beato Ma. Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p. 395)
Toda la vida del hombre en este mundo es un continuo caminar hacia el Señor, un peregrinaje cuyo fin no es otro sino el entrar en la gloria de Dios en comunión de los ángeles y los santos. La vida del hombre es un continuo abrirse a la acción de la gracia de Dios por la cual el Espíritu Santo quiere ir configurando su vida con la de Jesucristo. La vida del hombre es un continuo descubrir y asumir la realidad de su vocación a la vida eterna, a la vida de hijos en el Hijo. La vida del hombre en breves palabras es un entrar en relación cada vez más íntima y profunda con su Dios y para ello es requisito indispensable la humildad del corazón. ¿cómo alcanzar esta humildad?
Uno de los principales medios lo encontramos en el templo de Delfos en Grecia, aquella máxima de vida “conócete a ti mismo” estas sabias palabras con la sencillez y profundidad de su contenido nos recuerdan la práctica de lo que hemos venido a llamar como el examen de conciencia, descubrirnos a nosotros mismos no sólo las acciones que realizamos sino también el origen de las mismas, las tendencias que revelan en nosotros, las consecuencias de esas acciones, los sentimientos que las acompañan, los momentos en que se suscitan, etc.
Este ejercicio debe llegar a ser para nosotros algo más que una mera introspección, debe ser un iluminar nuestro ser, nuestro obrar y nuestro sentir, a partir de la luz de Dios, confrontándonos con las enseñanzas y ejemplos del Divino Maestro nuestro Señor Jesucristo y lo que el Espíritu Santo ha ideo recordando a su Iglesia a lo largo de los siglos.
De un modo especial esta visión sobre nosotros mismos deberá de extender a todas las circunstancias que nos rodean, de modo que esta luz que nos viene de lo alto, la luz de la fe nos lleve a realizar un auténtico examen de la realidad en el cual descubramos la presencia de Dios. Recordemos que la humildad viene no del mero hecho de reconocer nuestras debilidad y miserias, sino, sobre todo, de reconocer la grandeza de nuestro Dios, es Él la medida de todas las cosas.
Hemos de estar atentos también a las tentaciones de la falsa humildad la cual se manifiesta en ideas que nos llevan al repliegue sobre nosotros mismos, lo que se dice “ensimismamiento” en el que lo único que hacemos es vernos a nosotros mismos, junto a lo cual se produce un fastidio en la acción, un sin sabor a toda obra que se pudiera realizar y que origina al final un desánimo, es decir que lleva al hombre a querer tirar la toalla en su camino de santidad. El humilde al ver su precariedad no se sienta de brazos cruzados simplemente a llorar sobre la leche derramada, sino que se abre a la acción poderosa de Dios en quien encuentra la fuerza para salir adelante, y avanzar el buen combate de la fe.
Ello nos lleva al segundo medio, la oración, suplicar a Dios que nos conceda la gracia de obtener la luz que disipa las tinieblas sobre la propia historia, que envíe la luz que aleja del orgullo y del ensimismamiento, para empezar a ver la propia realidad como Dios la ve, de este modo pierde el hombre el miedo a encontrarse con su pobreza, que lo hará, descubrirá incluso aquello que antes se le ocultaba sobre sí mismo, habilitándose nuevos espacios para la conversión.
Esto no es extraño a aquellos que llevan ya algún tiempo de caminar en fe, conformen avanzan van descubriendo sobre sí mismos cosas que antes no veían, es como quien sube una montaña, entre más alto está, el horizonte de su mirada es más amplio, encontrará tendencias maliciosas que antes desconocía, se dará cuenta que falló en más campos de los que creía en unos inicios, descubrirá más debilidades, es una ocasión para llorar los propios pecados, entrar en el arrepentimiento y dejar que la misericordia de Dios sane esas heridas que al principio no se miraban.
El beato Ma. Eugenio del Niño Jesús nos dirá “Hay otra respuesta divina, menos sabrosa en ocasiones que se debe aceptar con el mismo reconocimiento: es la misma humillación. Las humillaciones que nos ocasionan nuestras deficiencias, incluso los errores, cuando no la malquerencia del prójimo, son preciosos testimonios de la solicitud de Dios, que para la formación de las almas se sirve de todos los recursos de su poder y de su sabiduría. ¿Cómo juzgarlas de otro modo cuando se ve que toda gracia brota de la humillación como de su normal espacio? Aceptarlas es un deber; dar gracias a Dios por ellas indica que se ha comprendido su valor; pedirlas con san Juan de la Cruz es ya estar muy dentro en las profundidades de la sabiduría divina. Dice santa Teresita del Niño Jesús:
Coloquémonos humildemente entre los imperfectos; estimémonos como almas pequeñas a las que Dios tiene que sostener en todo momento…Es suficiente humillarse, soportar con dulzura sus imperfecciones; he ahí la verdadera santidad (Carta 243 a sor Genoveva, 7 de junio de 1897)
«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 9) proclama Jesús. La humildad y dulzura son sus virtudes características, el perfume personal de su alma, el que Él deja a su paso y que indica los lugares en que Él reina” (Quiero ver a Dios p.412)
Hemos de aprender a dar a Dios el honor que se merece, pues el es la fuente de todo bien, si algo podemos, es porque el nos concede la gracia, interioricemos aquellas palabras del salmo 113 “no a nosotros Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria”; meditemos los ejemplos de Jesús, consideremos su pobreza, el rey del universo se encarna en un pequeño niño para ser puesto en pesebre; considera como supo hacer el bien, aunque los demás no le agradecieran recuerda la curación de los 10 leprosos y como sólo un volvió, meditemos como en su pasión callaba mientras le injuriaban y maltrataban, perdonando a los hombres e incluso diciendo “Padre perdónales porque no saben lo que hacen”. Contempla su obediencia ya lo dice san Pablo “Jesucristo fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz para san Pablo, por eso Dios le concedió el nombre que está sobre todo nombre”.
Recordemos la enseñanza de Jesús en aquel banquete que nos narra el Evangelio:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido»
Dejemos que sea Él quien nos ubique en el puesto que nos corresponde en todo momento, no buscando nuestro propio gusto, sino buscando lo que a Él le agrada, ahí donde el me quiera ahí quiero yo estar. “Quiero lo que tu quieres, lo quiero porque tu lo quieres, lo quiero como tu lo quieres, lo quiero cuando tu lo quieras” decía una antigua oración.
Asimismo hemos de aprender a ser el servidor de todos como nos invita Jesús, aprender a ser el farolillo rojo, ¿qué es el farolillo rojo?. Antiguamente al final del último vagón de un tren éste llevaba una lámpara roja para indicar donde terminaba cuando todo estaba oscuro. Hoy en día se le conoce así al último ciclista que va a la saga en el tour de Francia. En el fondo quiere transmitir la idea de ser el último. ¿Para qué ser el último? Para ser el primero en servir como lo dice en Él cuando los apóstoles andaban buscando puesto: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».” (Mt 29, 25-28)
El ejercicio de la humildad nos tomará toda la vida, y nunca hemos de sentirnos seguros en haberla alcanzado, no sea que creyéndonos buenos, el fantasma del orgullo se transforme y vuelva en nuestro acecho. “Oración y humildad” “oración y humildad” “oración y humildad” solía repetir un predicador, esa es la vía que nos conducirá por el Corazón de Jesús al cielo. La seguridad y tranquilidad del humilde está en abandonarse en las manos de Dios. Sintetizo esto último con las preciosas palabras que Jesús dirigía a santa Margarita María Alocoque para transmitir a san Claudio de la Colombiére cuando le animaba a propagar la devoción al Sagrado Corazón “Sepa que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo, para confiar únicamente en mí”
Ya que nos encontramos al final de esta exposición de las virtudes recordemos que todas están conectadas entre sí, ellas crecen juntas como los dedos de la mano de un niño, también han sido comparadas en su estructuración a un árbol que tiene por raíz la humildad y por ramas todas las virtudes que tendiendo hacia el cielo se ven animadas por la caridad.
El cristiano “ha de ser verdaderamente humilde como la raíz escondida debajo de la tierra y aspirar a la vez a esas grandes cosas que se llaman fe viva, firme esperanza, ardiente caridad y unión con Dios cada vez más íntima, pura y radiante. Así se concilian ambos extremos como la raíz del árbol, figura de la humildad, y las ramas que miran al cielo, y son símbolo de la caridad; todas las virtudes están en íntima conexión y crecen juntas, como la raíz se adentra más y más en la tierra al mismo tiempo que la rama va hacia arriba en busca de la luz. Así en el cuerpo místico de nuestro Señor se han de realizan las palabas que san León dice del mismo Salvador La humildad esta sostenida por la majestad, la debilidad por la fuerza y lo que es mortal por lo eterno.” (Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, p. 689)
26. El Don de sí mismos
Ser discípulos de Jesús implica un constante meditar en los misterios de la vida del Señor, uno de los más grandes es aquel que vemos en el Getsemaní, cuando en el Corazón santísimo de nuestro Redentor, en ese bendito palpitar de amor, Dios atrajo al hombre hacia Sí en libertad para sanar su interior y redescubrir la voluntad divina como el refugio seguro y la vía dulce que conducen a romper las cadenas que buscan atar la voluntad del hombre. Seguir a Jesús, el Divino Maestro, ciertamente implica una serie de decisiones que tienen repercusiones en toda nuestra historia personal, el buen ejercicio de la libertad nos dispone poco a poco a acoger con docilidad aquello que el Padre ha pensado desde la eternidad para nuestra salvación y santificación. Toda nuestra historia personal, donde vemos manifestarse la debilidad propia de nuestra naturaleza caída, los temores que sentimos ante la seducción de las tentaciones, la gran capacidad que tenemos de cambiar y de direccionarnos hacia aquello que bueno, noble y justo; las alegrías que vivimos al descubrir las bendiciones de Dios en nuestro camino, la paz interior que experimentamos al hacer la voluntad de Dios, todo eso constituye nuestra historia de salvación.
Esa historia tiene un fin, sí, toda nuestra vida tiene un propósito, dar gloria a nuestro Dios, por ello san León Magno nos invita en un famoso Sermón: “Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (San León Magno, Sermón 21, 2 – 3).
En Jesucristo descubrimos cuál es el verdadero sentido de nuestra libertad, ella existe para acoger el don de Dios en nuestra vida, y el don de Dios, es un don de amor, y amor con amor se paga, por lo que el modo de corresponder a ese amor oblativo es como un amor semejante, por lo tanto nosotros también hemos de donarnos en amor a nuestro Dios, y es que amor saca a amor
«Por causa de este bien de amor, los santos no se dejan aplastar por la tribulación ni se desesperan en la perplejidad ni se dejan aniquilar cuando los abaten, al contrario, su leve y momentánea tribulación de ahora produce en ellos una inconmensurable riqueza eterna de gloria. En realidad, esta tribulación presente se dice momentánea y leve, no por todos, sino por Pablo y por los que son como él, porque poseen el perfecto amor de Cristo, derramado en sus corazones por el Espíritu Santo» (Orígenes, Comentario al Cantar de los cantares, Prólogo 2, 42)
El “Don de sí”, es un argumento presente en la espiritualidad cristiana de todos los tiempos, tiene su fundamento en la misma invitación que Cristo nos hace en el Evangelio: “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.” (Mt 16, 24) o “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme” (Mc 10, 21). Darse totalmente al Señor por la causa del Reino significa imitar los sentimientos de su Corazón y su confianza absoluta en el Padre, animado por la caridad del Espíritu Santo, es una donación total en el amor de Aquel que nos amó primero hasta el punto de poder decir con Él “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)
Así el núcleo de esta donación total, que propone como base la espiritualidad del Sagrado Corazón, no es otra cosa que el conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios, imitando a Jesús que dijo “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42) Fray Antonio Royo Marín O.P. dirá que se trata de “una amorosa, entera y entrañable sumisión y concordia de nuestra voluntad con la de Dios en todo cuanto disponga o permita de nosotros” (A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, p. 627). En sus grados más imperfectos, se llama resignación cristiana, y en los más perfectos, santo abandono.
Ahora bien, el don de sí se presenta como una necesidad dado que Dios no fuerza la voluntad del hombre, ya que en el orden de su creación ha dispuesto que éste sea libre, es más “exalta el valor y el poder de las facultades que ha puesto en nuestra naturaleza” (Beato María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, p.371), y en esta oferta libre de la voluntad, no se pierde ni se desnaturaliza la misma pues, una vez ofrecida, por su carácter inalienable, siempre queda en el hombre para que haga uso de ella.
De modo que el acto de donarse es un acto de amor y confianza en Dios, sumamente necesario para que su gracia pueda obrar completamente en nosotros y seguir avanzando en el camino de encuentro y unión plena Él. Es un eco de la desnudez espiritual que describirá san Juan de la Cruz (Subida al Monte Carmelo, I, 13, 12) cuando habla del modo para no impedir al todo:
Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo,
Porque para venir del todo al todo
Has de negarte del todo en todo
Y cuando lo vengas del todo a tener
Has de tenerlo si nada querer
Porque, si quieres tener algo en todo,
No tienes puro en Dios tu tesoro
Este don de nosotros mismos constituye el sacrificio más perfecto que podemos hacer ya que es un ofrecer en oblación nuestra la inteligencia y la voluntad, que son lo más excelente que tiene el hombre puesto que son las facultades de su alma que lo hacen imagen y semejanza de Dios. Así buscamos imitar la suprema oblación de Jesús.
«Toda la vida de Jesucristo está encerrada entre dos miradas sobre el libro de los decretos divinos que se relacionan con Él: entre la oblación silenciosa del comienzo, descubierta por la penetrante mirada del profeta, y la consumación final, relatada por el evangelista, no hay lugar más que para una ofrenda continua y un don total de sí mismo a la voluntad de Dios» (Quiero ver a Dios, p.375-376)
El don de sí tiene ciertos efectos en el alma: agudiza el entendimiento, puesto que el horizonte de su luz se vuelve más amplio por la fe, comienza a ver por sobre las cosas terrenas, se habilita a gracias más altas y se profundiza el amor de amistad entrando en una dulce intimidad con Dios, el alma camina con sencillez y libertad, por lo que su voluntad cada vez es más dócil a la divina, le hace constante y le concede serenidad en todas sus vicisitudes gozando de paz y alegría aún en medio de la tribulación.
«¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura. Mirad si quedaréis bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir.
Y mientras más se va entendiendo por las obras que no son palabras de cumplimiento, más más nos llega el Señor a sí y la levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habilitarla a recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos pedir, y Su Majestad nunca se cansa de dar. Porque no contento con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a sí mismo (10), comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar…Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces -como dicen- y cumplir El lo que ella le pide, como ella hace lo que El la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer.» (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 32, 11-12)
El Beato María Eugenio del Niño Jesús enumera una serie de cualidades de esta entrega total que no es sino la conformación de la voluntad humana a la voluntad divina, a saber: es absoluto, indeterminado y frecuentemente renovado.
Primero, comienza por afirmar que ha de ser absoluto, es decir hay que darse por entero, “es una completa desapropiación de sí en beneficio de Dios” (Quiero ver a Dios, p.377), la cual se percibirá más fuerte según sean las aficiones que tenga el alma. Quizás el primer acto que haya de cumplir será el más doloroso y significativo, será el inicio de un camino que habrá de conducirle a la oblación plena en Cristo. Toda desapropiación es una renuncia, que tiene como primer aspecto una entrega, un abandono confiado en Dios. Este camino lleva a la perfección en la propia vocación y a la plenitud de su gracia.
En el fondo este proceso, encuentra su fundamento teológico en la unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina en Jesús, Verbo de Dios Encarnado, “puesto que en Cristo su voluntad humana se encontraba desapropiada completamente, pues toda su existencia y sus operaciones pertenecían perfectamente a la persona (divina) del Verbo” (Quiero ver a Dios, p.378), ya que carente de pecado y gozante de la visión beatifica, el alma humana se encuentra en perfecta armonía con el plan de Dios.
Ahora bien, en nosotros, esto se realiza no por connaturalidad con Dios sino en virtud de la gracia que nos ha merecido Cristo y por la cual somos hijos en el Hijo, gozando por participación de la naturaleza divina.
Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». (Gal 4, 4-6)
La oblación que hacemos implica una participación en el sacrificio de Cristo, para ello es necesario pasar por una inmolación, ¿en qué acto concreto se manifestará? No lo sabemos pues esto se va comunicando conforme se camina, por ello debemos estar dispuesto a darlo todo y en cualquier modo, así pasamos a la siguiente característica del don de sí
En segundo lugar, la donación de nosotros mismos habrá de ser indeterminada (Cf.Quiero ver a Dios, p.379). Esta indeterminación tiene una función protectora ante las limitaciones conscientes que pudiésemos querer poner. Es común que las personas no se resuelvan a las cosas de un modo definitivo. Generalmente no se parte de cero, alguna determinación previa hay, pero a través de la donación total se lleva a otro plano, y es que, naturalmente, el hombre por generoso que sea, tiende a establecer las cosas a su modo, siendo en un inicio esta disposición a donarse un tanto imperfecta, sin embargo Dios se abre paso elevando la mirada del hombre y llevándole comprender que el modo humano de ver la historia no siempre coincide con el divino como nos los recuerda por boca del profeta Isaías “Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes (Is 55, 8-9)
Se trata de dejarse llevar por Él porque la perfección está en hacer su voluntad, “en la parte que tenemos que realizar y en el puesto que debemos ocupar” (Quiero ver a Dios, p.380) en tal modo de vivir la santa indiferencia en cuanto las propias preferencias optando siempre por unirnos a lo que Dios pensado, así el alma se ve siempre en la libertad de realizar cualquier obra buena.
En tercer lugar, para garantizar el ejercicio de este don, ha de ser frecuentemente renovado, así se combate la precipitación, se evita el volver a la propia voluntad en modo tal de hacer de este acto uno cada vez más intenso que sepa responder y adecuarse a las nuevas exigencias que puedan ir surgiendo. Se crea así una disposición habitual que se hace efectiva por la voluntad no obstante las contrariedades.
«La ofrenda de sí ha de elevarse sin cesar del alma como la expresión más perfecta del amor y como una incitación continua a la misericordia divina; por esta ofrenda el alma respira y aspira este don completo con apresuramientos y afirmaciones de su propia voluntad ¿cómo reparar esta actitud si no es volviéndose a dar mediante una ofrenda que aspira a ser completa y que cada vez se hace más humilde y más desconfiada de sí misma» (Quiero ver a Dios, p.382)
Para finalizar, conviene recordar que se nos ha dado un modelo también de esta entrega, nuestra Buena Madre, la Bienaventurada Virgen María. En el día de la anunciación, ella es modelo del don de sí, pues en su fiat se recoge todo lo que se espera, ella en virtud de su plenitud de gracia estaba bien dispuesta para acoger la misión que le sería dada por el ángel, tenía “todas sus energías sosegadamente dirigidas hacia la realización de la voluntad de Dios” (Quiero ver a Dios, p.385). No pone ningún obstáculo para la realización del plan de Dios, antes bien, lo único que pregunta en su sencillez era cómo habría de avenir su realización, no hay petición de un momento de reflexión o preparación, toda su vida estaba ya dispuesta en la docilidad completa a Dios.
«…Nada hay, pues, que no aguante el que ama perfectamente. Al contrario, si no aguantamos bastante más la causa cierta es que no tenemos el amor que todo lo aguanta. Y si no sufrimos pacientemente algunas cosas, es porque falta en nosotros el amor que todo los sufre. Y si en nuestra lucha contra el diablo fallamos frecuentemente, no cabe dudar que la causa es nuestra carencia de aquel amor que nunca falla» (Orígenes, Comentario al Cantar de los cantares, Prólogo 2, 45)
27.El Reinado Social del Sagrado Corazón
Llegado el final del año litúrgico comenzamos la última semana del Tiempo Ordinario con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, una fiesta que esta muy entrelazada con el misterio del Corazón de Jesús, es impresionante ver como a través de diferentes iniciativas se ha buscado consagrar las diferentes naciones a su Sagrado Corazón, incluso el Papa León XIII realizaría una consagración del “Género Humano” al Corazón del Salvador ¿Cómo comprender esto? ¿No es acaso esto lo que se llama el Reinado social del Corazón de Jesús?
La Solemnidad que instituyó Papa Pío XI a inicios de siglo XX, justo cuando la primera guerra mundial evidenció la caída de grandes imperios que cedieron luego del desgaste del conflicto, recalca que aunque los imperios y reinos de este mundo nacen y perecen, el reinado de Jesucristo, Nuestro Dios y Señor, es eterno, no perece, Cristo vence, Cristo impera y Cristo Reina Siempre.
Jesucristo, es el origen, el centro y el fin de todo nuestro itinerario de vida, y de la humanidad entera. Proclamar a Cristo Rey nuestro, es proclamar su soberanía, su gobierno, su Señorío sobre nosotros. Señorío que se adquirió en el madero de la Cruz ya que Él nos ha rescatado ahí de las tinieblas del pecado y de muerte.
Jesús es rey, pero no a la manera de un gobernante despótico y mezquino, sino a la manera del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Nuestro Rey se nos revela en la hora de su Pasión, llevando por corona unas espinas, por cetro unos clavos, por túnica nuestra piel y por trono la cruz. Este rey nos enseña que el verdadero poder está en el servicio, con cuantas atenciones y cuidados describe el profeta Ezequiel en unos versículos hermosos la actitud del Señor que sale como Pastor solícito a buscar a cada una de sus ovejas, busca a la perdida, venda a la herida, cura a la enferma, congrega a la dispersas, cuida de las fuertes y las conduce al aprisco a donde podrán descansar y alimentarse de verdes pastos. El verdadero reinado es el del amor que el ejerce en nuestros corazones.
Él, viendo que éramos indigentes, que no teníamos nada, que andábamos errantes por el camino de la vida, que vivíamos sumidos en el pecado y sus consecuencias, ha salido a nuestro encuentro y nos ha rescatado, nos ha dado no sólo un nuevo modo de ver la vida desde la fe, sino que nos ha dado la gracia para poder combatir; y no obstante aún hoy experimentamos la debilidad propia de nuestra condición humana a pesar de los continuos propósitos de enmienda que realizamos, Él no desdeña salir nuevamente por nosotros hasta que le sigamos de modo definitivo a Aquel aprisco de paz eterna donde como un sólo rebaño descansaremos junto a Él.
Cuando niños todos anhelamos estar junto a mamá o junto papá que nos cuidan y nos aman, cuando somos más grandes anhelamos pasar largos ratos en compañía con nuestros amigos jugando, conversando, riendo, teniendo aventuras o simplemente estando juntos; cuando somos mayores buscamos pasar largos ratos junto a aquella persona amada a la que nos hemos querido entregar totalmente y con la cual decidimos tomar un día la decisión de formar una alianza para toda la vida y formar una familia, cuando somos ancianos buscamos gozar de la presencia de aquellos amados nuestros con los que convivimos por tanto tiempo y por los que desgastamos nuestras vidas, cuando finalmente llegue la última hora, el momento supremo de dejar este mundo, ¿acaso no se estremecerá nuestro corazón cuando nos encontremos definitivamente con el Amor de nuestras vidas para entrar definitivamente en la gloria de su Reino?
«De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?» (San León Magno, serm. 4, 1).
Nuestro Rey, es un rey de amor, reina en nuestros corazones con la fuerza soberana de la Misericordia que abrotado de la hoguera inmensa de caridad que es su Sagrado Corazón, Él que nos ha tratado con tanta solicitud y cuidado busca que su amor produzca frutos de vida eterna en nuestras vidas. Aquel que ama procura el bien a su amado, pero ¿qué bien podríamos dar nosotros al Autor de todo Bien? ¿que podríamos darle a Dios que Él no posea ya? Santa Catalina de Siena nos enseña que para poder corresponder a su amor Dios nos ha dado al prójimo, identificándose sobre todo con aquellos que son despreciados por la sociedad. De ahí que aquel que dice amar a Dios ha de amar al prójimo. De ahí la razón de ser de que en Juicio Final, en aquel supremo examen de la última hora donde todo lo oculto será revelado, nuestro Rey y soberano nos examinará en el amor, como decía san Juan de la Cruz.
“Vengan benditos de mi Padre, reciban el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Vengan, ustedes que han amado a los pobres y a los extranjeros. Vengan, ustedes que han permanecidos fieles a mi amor, porque yo soy el amor. Vengan, ustedes los pacíficos, porque yo soy la paz. Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes.
No han rendido homenaje a la riqueza, sino que han dado limosna a los pobres. Han sostenido a los huérfanos, ayudado a las viudas, han dado de beber al que tenía sed y de comer al que tenía hambre. Han acogido a los extranjeros, vestido al que estaba desnudo, han visitado al enfermo, consolado a los presos, acompañado a los ciegos. Han guardado intacto el sello de la fe y se han reunido con la comunidad en las iglesias. Han escuchado mis Escrituras deseando mi Palabra. Han observado mi ley día y noche y han participado en mis sufrimientos como soldados valientes para encontrar gracia ante mí, vuestro rey del cielo. Vengan, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. He aquí que mi reino está preparado y mi cielo está abierto. He aquí que mi inmortalidad se manifiesta en toda su belleza. Vengan todos, reciban en herencia el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”
(San Hipólito de Roma (homilía atribuida), Tratado sobre el fin del mundo 41-43)
Los bautizados conformamos el reino sacerdotal de Cristo, y como tales, buscamos con sacrificios agradables a Él transformar la realidad, transformar nuestra sociedad, comenzando por nuestras vidas, “nada cambia tanto como cuando yo cambio primero”, y es en esa conversión que el Reino se va extendiendo, así lo entendieron los primeros cristianos.
“Que el ojo no mire nada malo, y ha tenido lugar un sacrificio; que la lengua no diga nada vergonzoso y ha acontecido una ofrenda; que la mano no haga nada contrario a las leyes, y ha sucedido un holocausto. Esto no es suficiente, sin embargo, es necesario además que nosotros hagamos buenas obras para que la mano haga limosna, la boca alabe a los ofendidos, y el oído escuche constantemente las lecturas divinas” (san Juan Crisóstomo)
Las transformación de la sociedad comienza por la conversión del corazón, de modo que nuestras colaboración a la extensión de la justicia y la paz de Cristo no sea simplemente algo superficial sino que se encuentre arraigado en la experiencia un encuentro personal de amor con Él. Por eso el Reino de Cristo no es de este mundo como le dijo a Pilatos en medio de la Pasión.
La Iglesia en cuanto continuadora de la misión de Cristo en la historia no puede dejar enseñar, regir y conducir a los hombres la felicidad eterna propia del Reino de los cielos, el amor del Corazón de Jesús le interpela a ir recordar a todos aquellos que tienen un rol de autoridad que hay un supremo juez al cual habrán de rendir cuentas de sus acciones, y recuerda a los cristianos en general que el Señor ha de reinar en su inteligencia cada vez que con fe asienten a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; ha de reinar en su voluntad, cada vez que hacen de la fe creída una vida en Cristo, que es lo mismo que decir una fe vivida; ha de reinar en el corazón, nunca anteponiendo ningún afecto terreno al Señor sino amarlo a Él por sobre todas las cosas; ha de reinar también en el cuerpo el cual es el mejor aliado en el combate espiritual para la santificación del hombre.
El reinado de amor de Jesucristo nos mueve a la solidaridad fraterna, a buscar que las estructuras sociales en las cuales participamos se vean permeadas por las búsqueda del bien integral de la persona, un cristiano debe “salar” e “iluminar” todos los ambientes en los que se mueve. Al contemplar a Aquel que elevado en la Cruz fue atravezado por la lanza, recordamos que Él congrega a todos los hombres hacia sí, su amor tiene un destino universal, y debe llegar a favorecer la construcción de la verdadera amistad social y fraternidad universal que tanto nos ha hablado el Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti, el amor provoca la apertura de salir al encuentro del otro como Cristo lo hizo con nosotros, dicha apertura construye lazos que vividos desde la caridad, transforma las sociedades. El Magisterio social que se ha constituido a lo largo del tiempo bebe del amor del sacrificio de Cristo en el Calvario, afirmará el Santo Padre que:
“Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40)». Esto supone reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor». Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas».
Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: «La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une». Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes que miran a intereses espurios. La buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus efectos disgregantes.
A partir del «amor social» es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos»” (Fratelli Tutti, 181-183)
Así pues es maravilloso ver como una auténtica espiritualidad el Corazón de Jesús no hace salir del peligro del “ensimismamiento” o del “intimismo”, nos debe volver agentes capaces de transformar la sociedad en la que vivimos, la reparación que ofrecemos al Sagrado Corazón de Jesús parte de la oración y se transforma en obras de misericordia que deben llevar buscar sanar las heridas de una sociedad marcada muchas veces por las consecuencias del pecado, si en el mundo las fuerzas del mal llegan a formar “estructuras de pecado” los cristianos en el amor del Corazón de Jesús nos sentimos interpelados a reparar ese mal generando estructuras de amor, con las cuales continuemos anunciar “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está por llegar; conviértanse y crean en el Evangelio.” (Mc 1, 15)
28. En vos confío
La espiritualidad del Corazón de Jesús, es un camino en el cual vamos abandonándonos cada vez a más a nosotros mismos para tenerle sólo a Él por nuestro tesoro, nos lleva a vivir confiados en su amor y su bondad, sabiendo que en su infinita misericordia no busca sino sólo prodigarnos el bien. Razón por la cual a cada paso del camino hemos de aprender a confiar más y más en Él. Así pues meditaremos tres ejercicios de confianza en el Señor: en vos confío, amor de conformidad y abrazando la Cruz.
Existe un pasaje precioso dentro del Sermón de la Montaña en el Evangelio de san Mateo, que a muchos se nos recuerda sobre todo cuando andamos muy agitados por alguna situación, cuando nos encontramos como sofocados porque queremos resolver todas las cosas de una vez, porque tenemos prisa en que las situaciones adversas pasen, quisiéramos ser un superatleta que lanzándose a la pista de la carrera de obstáculos, quisiera saltarlos todos de una vez.
Hemos escuchado tantas veces ese pasaje, o lo hemos citado tantas veces, sobre todo hablándole a los jóvenes para calmar sus ímpetus, que ya hasta se nos pasa desapercibido. Es un pasaje tan conocido, tan profundo y que enseña una verdad sumamente sencilla y que nos pasamos por alto.
En los días en que el futuro se nos presenta como una realidad muy distante, en que no sabemos cuándo va a terminar una situación que no podemos controlar, y que nos lleva a mirar el pasado con nostalgia de todo lo que podíamos hacer hasta hace poco, este pasaje se nos presenta como una luz en el camino para no sucumbir ante la tristeza que merodea el ambiente y que poco a poco va consumiendo a algunos.
El pasaje tan precioso y consolador, tan sencillo y clarificador, fue pronunciado por Jesús ante las multitudes, y cuanto bien nos haría situarnos con aquellas personas al pie de la montaña, podríamos imaginarnos como las ovejas en un día claro que suben la montaña guiadas por su pastor en busca de alimento, el pastor las lleva a un pastizal frondoso y verde, comida propicia y segura, en un lugar de paz y sosiego.
¿Qué nos dices Jesús? ¿qué nos dices oh buen pastor nuestro? ¿qué palabra dulce y suave nos quieres revelar para calmar nuestros corazones inquietos? Hagamos silencio, callemos y prestemos atención, Jesús va hablar:
“…no estén agobiados por su vida pensando qué van a comer, ni por su cuerpo pensando con qué se van a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Miren los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, su Padre celestial los alimenta. ¿No valen ustedes más que ellos? ¿Quién de ustedes, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué se agobian por el vestido? Fijense cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y les digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? No anden agobiados pensando qué van a comer, o qué van a beber, o con qué se van a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se les dará por añadidura. Por tanto, no se agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su afán.” Mt 25, 34
¡Oh abismo de sabiduría infinita! Que verdades tan claras y luminosas, pero que tantas veces nos pasamos por alto. Dos grandes enseñanzas a tener presentes en tiempos de tribulación, primero: considera cristiano que no estas sumergido en el caos y confusión, confía en tu Dios y Señor, confía en su Divina Providencia, es tu Creador quien lleva el gobierno del mundo. Segundo, considera cristiano cómo por más que te afanes no puede agregar una hora al día, sólo es posible vivir un día a la vez, no te pierdas la vida preocupándote excesivamente por un futuro que aún no llega y que ni siquiera sabes si llegará, aprovecha hoy para acercarte a tu Señor y verás como el mañana te hablará también de Él.
Jesús nos recuerda estas verdades para que confiemos en el Padre y nos lancemos en la búsqueda de todo lo que aproveche para alcanzar su Reino, porque ¿qué es el Reino de los cielos sino la herencia que nos ha sido prometida? Confianza en el que nos ama para que nos lancemos a lo que de verdad importa.
San Vicente de Paul, comentando en una carta (21 -02-1659) este pasaje escribirá:
“«Busquen el Reino de Dios y su justicia; lo demás se les dará por añadidura»… Se dice, pues, que hay que buscar el reino de Dios. «Busquen», no es más que una palabra, pero me parece que dice muchas cosas. Quiere decir… trabajar incesantemente para el reino de Dios y no permanecer en un estado flojo y parado, poner atención al interior para que esté bien regulado, pero no al exterior para divertirse… Buscar a Dios en ustedes, porque san Agustín confiesa que mientras le buscó fuera de él, no le encontró. Búsquenlo en su alma que le es su agradable morada; es en ese fondo donde quedan establecidas todas las virtudes que sus siervos intentan practicar. La vida interior es necesaria, es preciso tender a ella; si la descuidamos, faltamos a todo… Busquemos ser personas de interioridad… Busquemos la gloria de Dios, busquemos el reino de Jesucristo…
«Pero [me dirán], hay tantas cosas que hacer, tantos trabajos en casa, tantos lugares de trabajo en la ciudad, en el campo… hay trabajo en todas partes; ¿es preciso pues dejarlo todo tal cual está para no pensar sino en Dios?» No, sino que es necesario santificar esas ocupaciones buscando a Dios en ellas, y hacerlas más para encontrarle a él que para verlas hechas. Nuestro Señor quiere que, ante todo, busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para ello quiere que construyamos nuestro capital, con la vida interior, con la fe, con la confianza, con el amor, con ejercicios religiosos…, con trabajos y sufrimientos, a la vista de Dios, nuestro soberano Señor… Una vez establecidos en esa búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que el resto vendrá por sí solo.”
La confianza es una característica de la virtud de la esperanza, ésta por definición, es una disposición buena, firme y estable que Dios nos concedió el día de nuestro bautismo por la cual anhelamos el Reino de los cielos como nuestra felicidad suprema y confiamos en que no nos faltaran los auxilios necesarios para alcanzarla. Todo lo contenido en esta definición lo encontramos en ese pasaje precioso, sencillo y claro del Sermón de la montaña y que condesamos en esa jaculatoria maravillosa “En vos confío”
29.Amor de conformidad
En la vida del hombre los problemas del día a día sino se tratan con serenidad muchas veces terminan por consumir sus energías, dejarse llevar por la preocupación sin encauzar rectamente las cosas a la solución de los problemas puede llevar a una persona no sólo a desconcentrarse en lo que debería de ocuparlo, máxime cuando se tratan de cosas que no son previsibles al cien por ciento y que atentan contra la vida. El instinto de autoconservación nos puede llevar ciertamente a buscar soluciones a las problemáticas cuando es regulado por la razón, pero cuando se deja llevar por nuestra sensibilidad concentrándose más en el pánico ante la situación que no se puede resolver que esforzándose por buscar tratar aquello que sí se puede atender, puede ser catastrófico.
En su libro Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida, el renombrado autor y conferencista Dale Carnegie, explica éste fenómeno de muchas maneras, así como también expone diferentes vías para tratar de gestionar esos momentos que a muchos generan ansiedad, es interesante que en su investigación él habla de un método para tratar estos eventos, algunos lo considerarán un tanto fatalista, pero que ha dado resultados satisfactorios en varias ocasiones.
El método consiste en tres pasos muy sencillos, primero, preguntarse “¿qué es lo peor que puede sucederme ante esta situación?”; segundo, prepárarse para aceptarlo, si ello es necesario; tercero, tranquilamente proceder a mejorar lo peor. El cuenta el ejemplo de William Carrier, este era un trabajador de la compañía de fundición Bufalo Forge de Nueva York, en una ocasión se le asignó una tarea de instalar un mecanismo que limpiase las tuberías de gas de una empresa que había contratado sus servicios, el mecanismo era nuevo, probado sólo una vez y en condiciones diferentes a las que había dónde estaba siendo instalado, los imprevistos no tardaron en surgir, las cosas no funcionaron como se esperaba y no pudieron cumplir los términos de la garantía, las cosas fallaron, había fracasado en su trabajo. Él no sabía que hacer, había sido el responsable de aquella situación, tuvo tantas preocupaciones que empezó a enfermar del estómago y de los intestinos, así como también padeció muchísimo insomnio, fue entonces que descubrió la técnica de la que hablábamos.
Este método es muy interesante y útil, primero, preguntarse “¿qué es lo peor que puede sucederme ante esta situación?”; segundo, prepararse para aceptarlo, si ello es necesario; tercero, tranquilamente proceder a mejorar lo peor.
Su éxito radica, en que una vez se acepta lo peor como un posible futuro, lo que realmente se está haciendo es enfrentando el miedo de frente. Por lo que se le quita autoridad al pensamiento recurrente que tanto turba el interior del hombre. Sí, es que el peligro de las preocupaciones que no se saben encarrilar es que nos hacen perder de vista nuestro verdadero horizonte.
A este método le hace falta algo que al hombre de fe le sirve todavía de un modo muy superior para enfrentar los problemas de la vida sin perder la paz interior, ¿el qué?, una esperanza que no traiciona. Sí querido hermano, mientras todos temen la muerte como el final más trágico que alguien pueda tener, el hombre de fe sabe que esto es simplemente un instante de la vida, lo más importante es lo que viene después, la herencia prometida, entrar en la presencia de Dios en el cielo y la felicidad eterna junto a Él.
Por eso el justo Job, cuando es cuestionado por su confianza en Dios en medio de las situaciones más adversas que vivía decía, “Aunque me mate, yo esperaré, quiero defenderme en su presencia; con eso me daría por salvado, pues el impío no comparece ante Él.” (Job 13, 15-16) Por eso la madre que ve padecer a sus siete hijos por no sacrificar a los ídolos en el libro de los Macabeos les anima a sufrir el martirio diciendo “«Yo no sé cómo aparecieron en mi seno: yo no les regalé el aliento ni la vida, ni organicé los elementos de su organismo. Fue el Creador del universo, quien modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, por su misericordia, les devolverá el aliento y la vida, si ahora los sacrifican por su ley» (2 Mac 7, 22-23) Por eso con audacia san Pablo llegara a decir “estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Rm 8, 38-39)
Y es que para el cristiano más importante que la muerte o la vida, que la salud o la enfermedad, más importante que riqueza o pobreza, más importa es hacer la voluntad de Dios, eso es lo que san Francisco de Sales llegará a llamar el “amor de conformidad”, sabiendo que Dios busca siempre nuestro bien como amigo, nosotros nos conformamos a su voluntad con entera confianza, el santo pondrá un ejemplo sencillo, dirá “si no busco más que agua pura ¿que me importa que me sea presentada en vaso de oro o en vaso de cristal, dado que en cualquiera de los casos no tomaré sino agua? Hasta preferiré el vaso de cristal por tener el propio color del agua, que se ve dentro de él mejor. ¿qué importa que la voluntad de Dios se me presente en tiempo de tribulación o en tiempo de consuelo, si tanto en uno como en otro no busco ni quiero más que esa santa voluntad, la cual aparece tanto más vistoso cuando allí no hay otra belleza fuera del santísimo y eterno beneplácito?” (Tratado del Amor de Dios IX, 4)
Retomando la idea inicial y buscando elevarla a un plano de fe podríamos formular una buena estrategia para nosotros en tiempos de crisis, considera, primero, ¿cuál es la realidad a la que me estoy enfrentando objetivamente aquí y ahora? No lo que imagino, no lo que temo, no no no, aquí y ahora ¿qué estoy viviendo?; segundo ¿qué sería lo peor que podría sucederme si fuese necesario? Y realmente considera que es lo peor que te puede pasar, ¿la enfermedad? ¿la muerte del cuerpo? Eso es sólo un instante de la vida que no durará eternamente, aquello de que todo en la vida tiene solución menos la muerte es falso, porque Cristo ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él, Jesús es la solución de Dios. Una vez abrazamos la idea de lo que nos pudiera pasar, pasemos a lo tercero, ¿qué puedo hacer para mejorar mi situación actual en vistas a mi horizonte final, la vida eterna, la gloria de Dios? o lo que es lo mismo ¿cómo puedo ser santo en esta situación?
30. Abrazando la Cruz
Santa Teresa de Lisieux, conocida más popularmente como santa Teresita, es una joven francesa que murió en 1897 a una edad que muchos considerarían muy tierna, tan sólo tenía 24 años, falleció en medio de grandes dolores a causa de tuberculosis, sin embargo como a todos los hombres, ella también vivió la realidad del sufrimiento a lo largo de su corta vida. Esta religiosa del Carmelo no obstante su juventud fue declarada en 1997 Doctora de la Iglesia en, es decir como una santa cuya sabiduría eminente es propuesta para la consideración de todos los fieles, particularmente su doctrina contempla el amor misericordioso de Dios, su camino de santidad ha venido a llamarse el de la infancia espiritual, de muchas maneras ella con una gran claridad y sencillez ilumina el camino de fe de los hombres.
Sobre el tema del sufrimiento en particular ella tiene unos textos audaces, que a muchos podrían dejar perplejos, por ejemplo en una carta dirigida a una tía con ocasión de su cumpleaños escribirá: “Esta mañana, en la comunión, he pedido mucho a Jesús que la colme de sus alegría. ¡Ay, no es eso precisamente lo que Él nos está enviando desde hace algún tiempo! Es la cruz, sólo la cruz, lo que Él nos ofrece para descansar…Si yo fuera la única que sufriese, querida tía, no me importaría; pero sé muy bien hasta que punto ustedes comparten nuestro dolor. Yo quisiera, en este día de su santo, quitarle todas las tristezas y cargar sobre mí todas sus penas. Así se lo pedía hace un momento a Aquel cuyo corazón late al unísono con el mío; y comprendí que lo mejor que Él podía darnos era el sufrimiento, que no lo da más que a sus amigos predilectos. Y esta respuesta me hacía ver que no estaba siendo escuchada, pues veía que Jesús amaba demasiado a mi querida tía para quitarle la cruz…” (Carta 67, 18 de noviembre de 1888)
La pregunta sobre el sufrimiento ciertamente es un misterio, es algo propio de todo ser humano atravesar por él en mayor o menor medida “de una forma o de otra, el sufrimiento parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre.” (Salivifici Doloris 3), hay sufrimientos pasajeros y otros que se prolongan en el tiempo incluso a lo largo de toda la vida. “lo que expresamos con la palabra » sufrimiento » parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido » destinado » a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo” (Salvifici doloris 2)
En clave cristiana los sufrimientos los leemos a la luz de la Cruz de Jesucristo, en su Pasión y Muerte se condensan los dolores de toda la humanidad, y es que recordemos que al asumir nuestra naturaleza humana se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, y lo más grande de todo esto fue que por esos sufrimientos hemos sido redimidos. Lo dice a los discípulos camino de Emaus cuando estos bajaban acongojados y estupefactos ante la muerte cruel que padeció, pues le lanzó la pregunta retórica: “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?” Lc 24, 26
No podemos evitar todos los problemas que nos llegan, no podemos evitar el sufrir en tantas ocasiones, el punto está en qué hacemos con ese sufrimiento, ¿lo asumimos? ¿lo iluminamos a la luz de Cristo crucificado dándole un sentido? ¿recordamos aún que uniendo esos dolores a la Cruz del Señor estos adquieren un valor redentor?
Las palabras de santa Teresita que citábamos al inicio son sumamente iluminadoras en este sentido, ella habla de que Cristo concede la gracia de padecer con Él a sus amigos más íntimos, de hecho en alguna ocasión la santa llegará a afirmar que nunca estamos tan unidos a Cristo como cuando estamos en la Cruz con Él. Y es que al entregar su vida en el Calvario el Salvador del mundo realizó el acto de amor más grande que alguien ha podido hacer por toda la humanidad, por ello quien ilumina sus sufrimientos a la luz de la Cruz, está uniéndose de un modo íntimo a ese supremo acto de amor, esta amando con el mismo amor del Corazón de Jesús. De ahí que tantos santos, y especialmente los mártires, se gloriaban y maravillaban de poder sufrir por y con El. Ya lo decía san Pablo “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24)
Habitualmente ante la sola idea de sufrir todos huimos, nuestra carne parece no tolerarlo, tememos lo que pueda suceder, y sin embargo no lo podemos evitar, llegará, por ello cuando se presenten esas situaciones de dolor lo primero que nos ayudará a tratar con ellas será: asumirla.
Bien lo decían los Padres de la Iglesia, aquello que no es asumido no puede ser redimido, ellos lo decían hablando de la maravilla que es el hecho de que Cristo asumiera nuestra naturaleza humana, asumiera un cuerpo y un alma humanos, para poder redimir al hombre en su totalidad.
Ese principio cristológico es importantísimo en el camino de conversión y de sanación interior de la persona. Mientras más nos neguemos a reconocer que existe un sufrimiento no encontraremos la paz. Hay personas que llegan a tales puntos en su negación que terminan bloqueando de su mente situaciones dolorosas del pasado, sea porque ellos fueron los autores de un mal terrible o porque fue perpetrado contra ellos un mal terrible, perciben aquello como demasiado duro para ser afrontado entonces al bloquearlo crean una falsa realidad, y digo falsa porque los efectos de aquella situaciones tarde o temprano se manifiestan. Ciertamente este caso merece atención de especialistas de la ciencia de la psicología para poder desbloquear esa situación y poder progresar. En todo caso, sea más o menos complicado, el punto de partida es el mismo, siempre se ha de reconocer la presencia de esa situación para asumirla y luego tratarla.
A veces los sufrimientos vienen por consecuencias de nuestras decisiones otras por consecuencia de las decisiones de otros, y en ocasiones no lograremos encontrar respuesta de su origen, sin embargo no obstante esto, siempre podemos iluminarlos con la Cruz de Cristo, ¿cómo se hace esto? asumiendo los sufrimientos tal y como Cristo lo hizo en su Pasión, Él no protestaba, no se quejaba, no tomaba venganza, no era indiferente, ante los insultos no respondía con otra cosa igual, ofrecía sus dolores para la salvación de la humanidad, el entregó su vida perdonando a los que le provocaban todos esos suplicios (y en todos ellos nos encontrábamos nosotros representados), y no sólo eso, aunque haber recibido su perdón hubiera sido bastante, Él no se quedo ahí, sino que incluso nos justificó, porque no dijo sólo “Padre perdónalos” sino que agrego “porque no saben lo que hacen”.
¡Abismo de misericordia infinita! ¡Dulce amor! ¡Magnánima entrega! Cristo nos enseñó el camino hacia el cielo, y este pasa necesariamente por la Cruz. ¿Cómo la asumes cuando se hace presente en tu vida? ¿Imitas al Divino Maestro? recordemos que al pasar por el crisol de los sufrimientos, somos purificados de nuestros egoísmos, de nuestras miserias, somos liberados de las miradas estrechas y caminamos en pos de algo mucho más grande, incluso podemos consolar el Corazón de Cristo amándolo en lugar de aquellos que lo han rechazado y deciden no ha amarle. La Cruz nos hace morir de modo misterioso a nuestro hombre viejo para vivir a la altura de la vocación del hombre nuevo, de hijos de Dios, el cristiano no sufre por sufrir, el hombre no es masoquista ni Dios es un sádico, no, y porque la Cruz no es un fin en sí mismo, ella es la antesala de la Resurrección. Por eso la Cruz nos lleva a la verdadera paz que se vive en el amor a Dios.
Si estamos unidos a Cristo crucificado en la tierra, cuanto más gozaremos de Él en el cielo. “Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados” dice el Señor en una de las bienaventuranzas. De ahí que tantos santos amaran sufrir, no por el hecho del dolor mismo, sino porque sabían que se encontraban más unidos a Cristo, y si eso comenzó de un modo especial en la tierra, cuanto más será cuando entren en la gloria del Cielo. ¿No es entonces abrazar nuestra Cruz uno de los medios para mejor unirnos al amor del Corazón de Jesús?
Apéndice 1 – El Inmaculado Corazón de María
La Iglesia ha tenido a bien proponernos la celebración de esta memoria litúrgica el día posterior al Sagrado Corazón de Jesús, es en este sentido que hemos también de profundizar en este misterio, el corazón de María nos habla de una cosa en particular, del amor con el que se ha sentido amada la humanidad en Jesucristo. El amor del Corazón de Jesús ha hecho latir el corazón de María al ritmo de la misericordia.
«La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 19 y 51): toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada humana. Cuando leo en el Evangelio que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios… Como la de Él, su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar: El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones (Lc. 1, 48, 49).» (Santa Isabel de la Trinidad, Último reitro, día decimoquinto)
Recordemos que en sentido bíblico el corazón designa a la misma persona en su dimensión más íntima y única, es como el centro de su vida interior, de su memoria, intelecto y voluntad. En este sentido el contemplar el corazón Inmaculado de María es para nosotros contemplar el corazón del hombre que ha hecho suyo el amor del Corazón de Jesús, un amor que nos manifiesta la correspondencia más pura y perfecta de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios, en una palabra, al meditar María los acontecimientos de la vida de su Hijo en su interior, ella, la humilde esclava del Señor, la mujer del “Sí” a la voluntad de Dios, nos enseña el camino que lleva nos lleva al cielo, nos enseña a entrar en la obediencia de la fe, que llegará hasta acompañar a Jesucristo en el madero la cruz. El Inmaculado Corazón de María es modelo del corazón del cristiano que, libre de las ataduras del pecado, es capaz de acoger con plena docilidad la palabra que se hace vida, que se hace carne, que se hace hombre, la palabra que transforma totalmente la propia existencia poniéndola en relación a Cristo.
El Corazón de la santísima Virgen, recibe numerosos apelativos es la mansión del Verbo y santuario del Espíritu santo porque en ella habita el mismo Señor “El corazón de María, en perfecta sintonía con su Hijo divino, es templo del Espíritu de verdad (Jn 14,17), donde cada palabra y cada acontecimiento son conservados en la fe, en la esperanza y en la caridad.” (Benedicto XVI, 30/05/2009), inmaculado, porque ha sido preservado de la mancha del pecado, sabio, porque ha meditado en su interior los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, nuevo, porque ha recibido la novedad de la gracia merecida por Cristo, humilde, porque ha seguido el Corazón de Jesús manso y humilde, sencillo, porque en ella no hay doblez está toda entregada al Señor, firme, en el seguimiento de la palabra de Dios no obstante las dificultades martiriales del camino, dispuesto, ya que desde el anuncio del ángel hasta la espera de la venida del Espíritu Santo ella supo dejarse conducir por la gracia de Dios. (Cf. Misa de la Virgen)
«Entre las fiestas de la Virgen María, la de su corazón es como el corazón y la reina de otras, porque el corazón es la sede del amor y de la caridad. ¿Cuál es el sujeto de esta solemnidad? Es el corazón de la Hija única y bien amada del Padre eterno; es el corazón de la Madre de Dios; es el corazón de la Esposa del Santo Espíritu; es el corazón de la buenísima Madre de todos los fieles. Es un corazón totalmente abrasado por amor hacia Dios, totalmente inflamado de caridad hacia nosotros.
Es todo amor a Dios, porque jamás amó nada más que a Dios, y lo que Dios quiso que amara en él y por él. Es todo amor, porque la bienaventurada Virgen siempre amó a Dios con todo su corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas (Mc 12,30).
Es todo amor porque no sólo siempre quiso todo lo que Dios quería y jamás quiso nada de lo que no quería, sino que siempre puso toda su alegría en la voluntad de Dios. Es todo amor para con nosotros.
Ella nos ama con el mismo amor con que ama a Dios, porque es a Dios a quien mira y ama en nosotros. Y nos ama con el mismo amor con el que ama al Hombre Dios, que es su hijo Jesús. Porque sabe que es nuestro maestro, nuestra cabeza, y que nosotros somos sus miembros (Col 2,19) y por consiguiente que somos sólo uno con él.» (San Juan Eudes, Corazón Admirable)
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de aprender de nuestra Buena Madre a acoger su don en nuestros corazones, para que nuestras almas puedan decir con valentía como ella “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Apéndice 2 – Santa María Magdalena
Santa María Magdalena, es considerada una de las patronas de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, esto porque junto con María santísima y san Juan habrían acompañado al Señor en la hora suprema de la gloria, habría consolado a Jesús que moría solo colgado en el madero de la Cruz. Esta mujer había hecho experiencia del amor de Jesús al verse librada de siete demonios según nos dice la Escritura, le habría acompañado junto con otras piadosas mujeres y los discípulos de Jesús a través de sus predicaciones y en todo le habría servido con diligencia y prontitud. Una muestra de su profundo amor no sólo fue permanecer con Él en la hora en que todos les abandonaron en su pasión y en el calvario, sino que al tercer día yendo a perfumar su cuerpo en el sepulcro se quedaría perpleja y triste al no encontrarlo, mas cuál sería su alegría cuando se le aparece resucitado y glorioso, abrazándose a Él no quiere soltarlo ¿cómo dejar ir al amor de nuestras vidas? Sin embargo, Jesús la enviará en misión a decir a sus apóstoles que vayan a Galilea ya que ahí se verán, hermosísimo encargo por el cual la Iglesia la llama la “apostola de los apóstoles”.
El amor del Corazón de Cristo cambio la vida de la Magdalena, así ustedes y yo seguramente también hemos hecho experiencia de este amor misericordioso que ha salido a nuestro encuentro para librarnos del pecado y la muerte, para librarnos quien sabe de cuantas situaciones que nos apartarían de su compañía, de tantas ocasiones en los que podríamos entrar en la muerte, el también nos libera a nosotros como a la Magdalena de caer en las garras del enemigo seductor; y así como ella sentimos en nosotros un vivo deseo de seguirle, de ir con Él, de servirle con diligencia. Santa María Magdalena nos invita a acompañar a Jesús sobre todo ahí donde nadie le quiere seguir, hasta el calvario. Muchos van detrás de Cristo cuando multiplica los panes, eran más de 5000 contando solo los hombres, pero pocos les siguieron cuando se presentó a sí mismo como el Pan de Vida, muchos gustaban oír de sus predicaciones y le llevaban multitudes de enfermos, pero cuando toco probar la lealtad incluso de 12 que eran sus colaboradores más cercanos quedó solo uno, el discípulo amado. ¿A qué cruz has de seguir a Jesús? ¿cuál es el calvario por el que tienes que pasar a veces en soledad para seguir a Jesús? ¿Hasta donde habrás de acompañarlo para consolarlo cuando nadie lo quiere seguir? ¿Cuántos van detrás de los milagros del Señor y no detrás del Señor de los milagros? Acompañándolo ahí donde nadie lo sigue te preparas para gozar de su presencia como pocos lo pueden hacer, antes de su pasión muchos le escucharon, después de su resurrección solo lo vieron sus discípulos, primero los 12 y luego el resto, la alegría de la Magdalena abrazada a los pies de Jesús, también puede ser tu alegría cuando descubres que de la Cruz brota un retoño que da vida. Es más, sientes latir en ti ese impulso misionero que movió a santa María Magdalena a ir y anunciar Cristo vivo, y su presencia cercana a los hermanos.
Así pues como cristianos, al contemplar la figura de esta gran santa nos sentimos movidos a un seguimiento más entregado al amor de Cristo, más diligente en el servicio; nos sentimos compelidos a perseverar en medio de la adversidad, aunque muchos no lo sigan nosotros habremos de estar ahí al pie de la cruz; nos sentimos motivados a ir y anunciar al mundo que Cristo vive y que te espera para estar contigo y compartir su vida nueva.
Santa María Magdalena, una de los primeros miembros de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón nos recuerda que el que ama al corazón de Cristo ha de servir, reparar y misionar por amor a Aquel que nos amó primero.
“La Magdalena siguió hasta el Calvario a Cristo, que la había curado. Estuvo presente en la crucifixión, en la muerte y en la sepultura de Jesús. Junto con la Madre santísima y el discípulo amado recogió su último suspiro y el tácito testimonio de su costado traspasado: comprendió que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio. Y el Resucitado, como nos narra el evangelio de hoy, quiso mostrar su cuerpo glorioso ante todo a ella, que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle «el primer anuncio de la alegría pascual» (Colecta), para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la luminosa gloria de su resurrección.
Así María Magdalena nos enseña que nuestra vocación de apóstoles se arraiga en nuestra experiencia personal de Cristo. Nuestro encuentro con Él suscita un nuevo estilo de vida, ya no centrado en nosotros mismos, sino en Él, que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15), renunciando al hombre viejo para conformarnos cada vez más plenamente a Cristo, el Hombre nuevo.” (San Juan Pablo II, 22 de julio de 2000)
Apéndice 3 – La Caridad de Cristo nos apremia
2 Cor 5, 14
Esta afirmación de san Pablo es para nosotros ocasión de meditación en este día mientras buscamos profundizar en el misterio del amor de nuestro Señor Jesucristo del cual su sacratísimo Corazón es el símbolo que le identifica. La segunda carta a los corintios es una de las más antiguas del cristianismo datada en el año 57 (estamos a unos 25 años de la pasión, muerte y resurrección del Señor) fue escrita para preparar el segundo viaje del apóstol Pablo a la comunidad cristiana de Corintio, los biblistas dicen que ella encontramos no sólo una sino el contenido de probablemente 3 cartas del apóstol que al final se transmitieron como una sola, podríamos decir que en su conjunto encontramos dos enseñanzas principales: por un lado el ministerio apostólico y por otro la comunión de bienes, lo cual se manifiesta en la enumeración de las características de los enviados a predicar el Evangelio así como sus motivaciones, y en la importancia que hay que los cristianos de aquel lugar apoyen con una colecta a los cristianos de Jerusalén. La afirmación que nos interesa se encuentra en la primera parte en la cual va enumerando las características del apóstol: es un ministerio recibido, nadie se lo da a sí mismos, el evangelizador es escogido y enviado en última instancia por el Señor, quien más allá de su flaqueza recibe los auxilio de lo alto, su misión no sólo es predicar sino también llevar el buen olor de Cristo a donde quiera que vaya (cf. 2 Co 2, 14) de un modo especial esta misión se lleva a cabo participando de la pasión del Señor, el apóstol también sufre dolor e ingratitudes en su ministerio, pero estas tribulaciones son ocasión para que la gran difusión que tiene la Buena Nueva evidencia que no es de fuente humana su fuerza sino que viene de Dios. Se une a los fieles por amor y su interés no es el lucro al contrario el apóstol es desprendido. Todo esto es lo que se viene anunciando cuando dice: “La caridad de Cristo nos apremia”.
Esta afirmación hermanos puede ser entendida de dos manera: la fuerza del amor de Cristo en nosotros nos impulsa y por el amor a Cristo nos disponemos. Veamos cada una de estas afirmaciones.
- La caridad por un lado sabemos encierra un concepto de amor muy particular, la caridad es nuestra participación en el amor del Corazón de Jesús, es un amor “teológico” podríamos decir, es nuestro participar en el amor de Dios, un amor divino, que el fuego del Espíritu Santo, pero también es un participar en ese amor que obra a modo humano aunque tiene una fuerza sobrenatural, y que busca la gloria de Dios y el bien, en todos los sentidos, del prójimo; y no sólo eso es un amor que llega hasta la manifestación sensible, es decir que involucra nuestra dimensión afectiva. De este modo afirmar que la caridad de Cristo nos apremia, es decir que el amor del Corazón de Jesús late en nuestro corazón, Él es la fuerza que nos sostiene, nos anima y edifica toda la tarea de la evangelización. Más aún es ese amor que se manifestó de un modo especial en el Calvario el que no sólo nos ha reconciliado con el Padre, perdonando nuestros pecados y abriendos las puertas de la vida eterna, sino que también nos mueve a buscar que otros conozcan su amor. En nuestra espiritualidad del Corazón de Jesús nosotros conocemos claro el concepto de reparación como la oración o la penitencia que ofrecemos para amar por los que no aman, para satisfacer o compensar la injustica cometida contra el amor que no ha sido correspondido, pero hermanos, y aunque esto cierto, consolar el Corazón de Jesús va más allá, implica buscar llevar a que otros amen al Señor, de ahí que una de las características que deben animarnos ha de ser la misioneridad, no podemos quedarnos de brazos cruzados también en nosotros debe habitar ese deseo de que Jesús sea amado porque en nosotros late el amor de Cristo que continúa a decir “tengo sed” sed de los corazones de los hombres, de que ellos se dejen amar por mí. Y esto hermanos va más allá de la recitación de una formula de consagración implica que en mis actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos los hombres se sientan amados de tal modo que se pregunten de donde brota esa bondad que llega a amar aunque se sufra, aunque parezcamos al mundo como locos como parecían los apóstoles a sus contemporáneos (ese de hecho es uno de los temas de la carta) porque buscamos hacer el bien aunque no nos correspondan simplemente porque en mí Cristo quiere seguir actuando, cuando el otro hace experiencia del amor de Jesús en ti entonces eres un verdadero misionero del Corazón de Jesús.
- “La caridad de Cristo nos apremia” por otro lado puede ser entendido también como que todo lo hacemos por el amor a Cristo, y es que la motivación que nos lleva a dejar que la gracia de Dios actú en nosotros en vista a la misión, es la propia experiencia de reconocernos amados por Jesús, una experiencia que crece día con día, el punto de partida es siempre renocer como san Pablo que he sido alcanzado por su misericordia, Jesús aún cuando muchas veces hemos sido indiferentes o hasta enemigos suyos nos ha amado dando su vida en el madero de la Cruz, y me explico en esto, Cristo no te ama hasta que hayas entrado en la conversión, entras en la conversión porque te descubres amado por Él, su amor es incondicional, y al entrar en la conversión comienzas a corresponder a su amor.
Y a medida que pasa el tiempo, y meditas día a día su Palabra, haces tu oración y buscas practicar el silencio y recogimiento interior, comienzas a ofrecer todos tu pensamientos, palabras, sentimientos y obras a Él tomando como punto de partida tu hora de Guardia, entre más frecuentes los sacramentos, practiques obras de misericordia y vayas creciendo no sólo en el conocimiento de la fe sino en los efectos que todo lo que como cristianos creemos y practicamos tiene en nuestra historia, según vayas conformandote con la Cruz del Señor aceptando pacientemente los sufrimientos que te llegan y que no puedes evitar, asumiendo incluso en ocasiones algunos que aunque pudiénlos evitar no derivan en un consecuencia grave que atente contra tu vida y dignidad, o incluso practicando bajo la guía de tu confesor algunas mortificaciones voluntarias, en una palabra a medida en que vayas correspondiendo a la acción de la gracia de Dios en tu vida tomandote cada vez más en serio la santificación de tu vida, irás haciendo una experiencia más profunda de su amor, al punto en que te harás cada vez más semejante a Él, te descubrirás no sólo amado sino transformado por su amor. Porque el amor crea semejanza entre los que se aman. Y no sólo eso el hecho de saber que tu Amado no es amado como quiere ser amado te impulsará a profundizar en tu sintonía con Él buscando en todo no tanto tu consuelo sino su gloria, y de ahí crecerá cada vez más el ardor por ir anunciar el Evangelio. El amor deja de ser mercenario, es decir amo para obtener algo a cambio y comienza a ser oblativo, amor porque me quiero entregar a mi amado y entonces sus proyectos son los míos.
Hermanos, “La caridad de Cristo nos apremia”, no podemos quedar indiferentes nuestra consagración como Guardias de Honor implica una seria transformación de nuestras vidas y un gran dinamismo misionero, ayer hemos celebrado la Fiesta de la apóstol de los apóstoles santa María Magdalena a quien consideramos una de las primeras Guardias de Honor, al pie de la cruz ella nos alecciona en esto, al punto que una de las lecturas propuesta es justamente esta que meditamos, san Juan Pablo II hacía una hermosa consideración sobre esto diciendo
“La Magdalena siguió hasta el Calvario a Cristo, que la había curado. Estuvo presente en la crucifixión, en la muerte y en la sepultura de Jesús. Junto con la Madre santísima y el discípulo amado recogió su último suspiro y el tácito testimonio de su costado traspasado: comprendió que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio. Y el Resucitado, como nos narra el evangelio de hoy, quiso mostrar su cuerpo glorioso ante todo a ella, que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle «el primer anuncio de la alegría pascual» (Colecta), para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la luminosa gloria de su resurrección.
Así María Magdalena nos enseña que nuestra vocación de apóstoles se arraiga en nuestra experiencia personal de Cristo. Nuestro encuentro con Él suscita un nuevo estilo de vida, ya no centrado en nosotros mismos, sino en Él, que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15), renunciando al hombre viejo para conformarnos cada vez más plenamente a Cristo, el Hombre nuevo.” (San Juan Pablo II, 22 de julio de 2000)
Al participar en esta jornada de retiro pidamos esta gracia al Señor de que a través de esta consagración que hemos hecho podamos vivir cada día para su mayor gloria, buscando también llevar a que otros hagan experiencia de su amor.
Apéndice 4- Corazón de Cristo, fuente de la caridad pastoral
*Una meditación en el marco de la Jornada Mundial de Santificación del Clero
“Ellos (Los presbíteros) se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio, que desarrollan en unión con el Obispo y con los presbíteros. Mas la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio – porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros indignos – , sin embargo, por ley ordinaria, Dios prefiere manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, ya pueden decir con el Apóstol: «Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).»(Presbyterorum Ordinis 12)
Estas palabras del Concilio Vaticano II, personalmente siempre me han interpelado, y en un día como hoy conviene recordarlas, creo que son la más clara exhortación y guía que tenemos a una vida en santidad. Hemos sido consagrados por Dios para ser sus testigos en el mundo, para colaborar con nuestro Obispo en la continuación de la misión apostólica como dice el Catecismo, para llevar la vida nueva del Resucitado a todos los confines de la tierra, y el modo en que lo hacemos depende en gran medida del como vamos asumiendo la vida de Cristo Jesús en actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos concretos en nosotros. No podemos obviar el cambio de nombre que la ratio de formación sacerdotal ha dado a los períodos de vida que se vive en el seminario, con ello nos quiere recordar que somos discípulos a la escucha del Maestro que cada día quieren configurar su existencia entera con Él. Anhelamos y queremos aquello que dice la jaculatoria: Jesús, que nuestro corazón sea semejante al tuyo. De ahí que la Iglesia nos invite con días como este a renovar nuestro compromiso de vivir en santidad que no es otra cosa que cultivar la amistad con Jesús. El Directorio General para el Ministerio y Vida de los presbíteros nos dice que:
“La espiritualidad del sacerdote consiste principalmente en la profunda relación de amistad con Cristo, puesto que está llamado a «ir con Él» (cfr. Mc 3, 13). En este sentido, en la vida del sacerdote Jesús gozará siempre de la preeminencia sobre todo. Cada sacerdote actúa en un contexto histórico particular, con sus distintos desafíos y exigencias. Precisamente por esto, la garantía de fecundidad del ministerio radica en una profunda vida interior. Si el sacerdote no cuenta con la primacía de la gracia, no podrá responder a los desafíos de los tiempos, y cualquier plan pastoral, por muy elaborado que sea, está destinado al fracaso.” (Directorio General 45)
El misterio del Corazón de Jesús
Para entrar en esta reflexión quisiera que comenzásemos preguntándonos ¿En qué consiste entonces el misterio de que contemplamos en el Corazón de Jesús? Por algo san Juan Pablo II instituyó justamente en esta solemnidad la Jornada Mundial de Santificación del Clero. Ciertamente hoy en día cuando se utiliza la palabra “corazón” habitualmente se hace referencia al órgano físico o un lugar donde se encuentran solamente los sentimientos, hasta es común escuchar la expresión “no sigas la razón usa el corazón” como si fuesen realidades contrapuestas. Frente a esto tenemos que hasta no hace mucho tiempo, incluso en la Biblia misma, por corazón se entendía algo más amplio, a grandes rasgos podríamos decir que se concebía como «la sede de todas la manifestaciones de la vida humana, tanto fisiológicas, como sensibles, y también de las espirituales»[1], la misma Escritura recoge en conjunto esta pluralidad de significados. Por eso el P. Joseph Galiffet dirá que en el Corazón de Jesús se ve en conjunto “el alma y la divinidad que en Él están unidas, los dones y las gracias que en Él se encierran, las virtudes y los afectos de las cuales es principio y asiento…”[2].
La gran guía clásica para meditar Corazón de Jesús es la encíclica Haurietis Aquas de Pío XII, en la cual nos recuerda que cuando contemplamos este misterio estamos contemplando el misterio del amor de Jesús, en este sentido él nos dice que podemos descubrir tres tipos de amor en el Señor en razón de sus dos naturalezas, un amor divino, un amor humano espiritual y un amor humano-sensible, en razón de nuestra meditación quiero llevarles a meditar todo esto desde nuestra perspectiva de pastores, es decir, el amor del Corazón de Jesús como el modelo de la caridad pastoral ya que esta “constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades pastorales del presbítero y de llevar a los hombres a la vida de la Gracia. La actividad ministerial debe ser una manifestación de la caridad de Cristo, de la que el presbítero sabrá expresar actitudes y conductas hasta la donación total de sí mismo al rebaño que le ha sido confiado” (DG 54).
Amor divino
“Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” Jn 3, 16. El amor de Dios hacia el hombre es la gran revelación que hace de sí mismo a la humanidad, la Sagrada Escritura recoge este misterio hermoso y sorprendente en todas sus páginas, Dios ama al hombre por Sí mismo, Dios lo ama porque Él es bueno.
El Antiguo Testamento nos expresa como este amor tiene un carácter espiritual, como conviene a Dios[3], se expresa en términos de ternura (cf. Dt 32, 11), en sentido paterno (cf. Os 11, 1.3-4), materno (cf. Is 49, 14-15) y de modo especial, en sentido conyugal (cf. Ct 2, 2; 6, 3; 8,6)[4] el cual es el que mejor expresa la alianza entre Dios y los hombres.
“Aquel día –oráculo del Señor– me llamarás “esposo mío”, y ya no me llamarás “mi amo”. Apartaré de su boca los nombres de los baales, y no serán ya recordados por su nombre. Aquel día haré una alianza en su favor, con las bestias del campo, con las aves del cielo, y los reptiles del suelo. Quebraré arco y espada y eliminaré la guerra del país, y haré que duerman seguros. Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor.” (Os 2, 18-22)
Llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios vino a nosotros, como decimos en el Credo “por nosotros y por nuestra salvación bajo del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”. El Corazón de Jesucristo late lleno del amor de Dios que viene a rescatar a la humanidad caída de las garras del pecado y sus consecuencias. Es el amor redentor, es el amor que se hace misericordia, es el amor que transforma al hombre caído en hijo adoptivo del Padre, la relación de amor adquiere un nuevo matiz, comenzamos a formar parte de la misma familia de Dios, entramos a vivir la vida divina de la gracia por el amor que el Señor nos ha tenido. Con razón el Papa Francisco dijo en alguna ocasión: “la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!”[5]
Así de este amor divino del Corazón de Jesús surgen abundantes gracias para la vida espiritual del cristiano, san Juan Eudes en una de sus meditaciones dirá que dona un amor eterno, inmenso e infinito, haciéndonos gozar por gracia lo que Él gozaba por naturaleza, así participamos del amor con el que el Padre ama al Hijo, es decir del Espíritu Santo; asimismo somos coherederos con Cristo de todos su bienes, así como por ese amor divino el Padre tiene en el Hijo todas sus complacencias y delicias, así las tiene en nosotros[6].
Tan hermoso es este misterio encerrado en el Corazón de Jesús que el papa Pio XII nos dice que por este amor divino, los Apóstoles y los Mártires recibieron la fortaleza para el anuncio de la verdad y el ardor del celo, los Doctores de la Iglesia pudieron ilustrar y defender la fe, los Confesores pudieron practicar de modo heroico las virtudes y ser de ayuda al prójimo; y las Vírgenes renunciaron alegremente a los goces de los sentidos[7].
El amor misericordioso Cristo Buen Pastor, es fuente de la caridad pastoral con la que hemos de vivir nosotros. Este amor divino nos transforma porque el Señor se apiada de nosotros, Él nos sale al encuentro y nos hace vivir una experiencia de este amor que restaura la vida, que cambia nuestro modo de ver la realidad, Él perdona nuestros pecados y nos da la vida nueva de su gracia. Recordemos la primera razón que nos ha de mover al amor por los demás, es el habernos descubierto amados incondicionalmente por Jesús, como diría el Santo Padre, el sabernos misericordiados.
En virtud del sacramento que recibimos también estamos llamados a administrar la misericordia divina, estamos llamados a ser signo vivo de este amor que reconcilia, por tanto, somos vínculo de comunión, puente, entre Dios y los hombres unidos al Sumo y Eterno sacerdote que es Cristo, pero también hemos de ser puente entre los hombres. Somos signo de la misericordia que reconcilia, y buscamos llevar esa vida divina de la gracia, ese amor, a nuestros hermanos a través de oración, de la celebración de la Sagrada Liturgia y los sacramentos, a través de la predicación de la Palabra, a través del santidad de una vida virtuosa, a través de la ayuda al pobre y afligido, la asistencia a las familias y comunidades en búsqueda de la paz ¿cuántos matrimonios en momentos de crisis corren al sacerdote? ¿cuántos jóvenes llenos de inquietudes buscan una respuesta en el sacerdote? ¿cuántos niños buscan consuelo de los problemas que hay en su casa con el sacerdote? El sacerdote busca comunicar a Cristo para que el Pueblo de Dios pueblo en Él tenga vida plena.
Amor humano-espiritual
El segundo amor es el que llamamos humano espiritual, es decir el amor que ejerce el alma. Por su naturaleza humana Jesús también vivía en cuanto hombre una vida interior como nosotros, Él también tiene un alma, recordemos el alma aunque no la vemos porque es espiritual, la percibimos por su obrar, por sus potencias, por lo que ella puede, el cual se manifiesta en el entendimiento, por el cual conocemos la verdad de las cosas, y por la voluntad, por la cual queremos el bien conocido. También Jesús vivía estas realidades, por eso al contemplar su Corazón contemplamos que en cuanto hombre amaba buscando siempre el bien, Él desarrollaba una vida interior como nosotros, una vida intelectual y moral.
Jesús también conoció como un ser humano puede conocer. La Sagrada Escritura nos lo muestra: dice san Lucas (2, 52) en los relatos de su infancia que crecía en “en sabiduría, en edad”; el profeta Isaías (11, 2-3) profetizó que Él estaría “colmado del espíritu de sabiduría y de entendimiento, de ciencia y de consejo” santo Tomás de Aquino meditando en la relación que existe entre el conocimiento que existe en Jesús al ser Dios y hombre verdadero dirá apoyándose en el versículo de Apocalipsis (5,12) que dice “Digno es el Cordero de recibir la divinidad y la ciencia” que Cristo conoce todo “lo que de cualquier modo existe, existirá o existió, o fue hecho o dicho o pensado por quienquiera que sea, en cualquier tiempo.”[8].
De ahí que nuestro Señor conocía todo lo que habría de padecer como dice a sus apóstoles “Miren, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará.” (Mt 20, 18-19).
Considera querido hermano por un momento al meditar en el amor del Corazón de Jesús: Él te conoce, Él nos conoce, sabe quienes somos, conoce nuestras luchas, conoce nuestros problemas, esta sabedor de nuestras debilidades, conoce ciertamente nuestras faltas, su conocimiento es tan perfecto que se dice que en el Getsemaní, mientras oraba al Padre, contemplaba no sólo los sufrimientos que habría de padecer, sino que también contemplaba los pecados por los cuales padecería, y sabemos que Él no había pecado, entonces contemplaba nuestros pecados querido hermano, ¡cómo no se estremecería! Sudaba gotas de sangre e incluso dice san Lucas que un ángel vino a consolarle.
Y quieres saber que tan grande es el misterio de amor que encierra el Corazón de Jesús, que no sólo Él te conoce, sino que también, ejercitando su voluntad, asumió esos sufrimientos para salvarnos, sí el tomó sobre sí libre y voluntariamente nuestros pecados para rescatarnos de la muerte eterna, el eligió todo esto por amor a nosotros, porque el amor no es otra cosa sino procurar el bien del otro, y Cristo nos procuró el mayor de los bienes, la comunión plena con Él, deberíamos conmovernos hasta las lágrimas al escuchar con cuanta libertad y firmeza elige dar su vida por nosotros “Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente.” (Jn 10, 18)
¿No es este el modo con el que sacerdote Padre espiritual y confesor debería también acercarse a los fieles que acuden a Él? ¿No es este el modelo de la verdadero amor de pastor o de lo que es lo mismo caridad pastoral? Es un conocimiento compasivo, que padece-con, es un conocimiento en el cual el pastor se ve como parte de su Pueblo, y va descubriendo la historia personal y comunitaria como historia de salvación, guía en el discernimiento a su Pueblo, ama con su Pueblo y a su Pueblo, abraza la cruz con su Pueblo, y cuando este se pone rebelde no reniega de Él, lo decía el Papa hablando de Moisés en una audiencia, el profeta no renegó nunca de Dios ni de su Pueblo. Y Cristo, del cual sabemos Moisés es figura, no sólo no renegó, sino que los excusó “Perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Me pregunto yo ¿cuántas veces murmuramos contra Dios por quejarnos de las situaciones que vivimos? ¿Cuántas veces murmuramos sobre nuestro Pueblo? ¿Cuántas veces hablamos mal de nuestros propios parroquianos? ¿Cuántas veces nos quejamos de nuestros colaboradores en las parroquias? ¿Cuántas veces cuando alguien los alaba decimos “pero como nadie es perfecto” y termino por menospreciarles? Nosotros estamos llamados a ser profetas de esperanza para nuestro Pueblo, la Buena Noticia es comunicar una esperanza que ya se comienza a gozar pero esto sólo es posible si yo me descubro amado por primero, “En la nueva evangelización, el sacerdote está llamado a ser heraldo de la esperanza, que deriva también de la conciencia de que él es el primero a quien el Señor ha tocado” (DG 46)
Amor sensible
Así como en Cristo encontramos una inteligencia y voluntad humanas, también encontramos una sensibilidad y afectividad físicas que están “radicadas materialmente”[9] en su cuerpo como nos sucede a todos los seres humanos. Los autores sagrados nos hablan de los diferentes emociones y gestos expresivos de Jesús, deseo como cuando la Última Cena dijo “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer…” (Lc 22, 15) o la alegría al enviar a los 72 discípulos en misión dice el evangelio que “En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.”(Lc 10, 21)
«La mirada, las palabras y las actitudes de Cristo dejan adivinar, por tanto, en filigrana, un verdadero corazón humano»[10] La Sagrada Escritura nos muestra esta sensibilidad y afectos de Jesús, se enfadó cuando los discípulos no dejaban acercarse a los niños (cf. Mc 10, 14), es más, les abrazaba (cf. Mc. 10, 16) se conmovió al ver la multitud de personas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 36), lloró por la muerte de Lázaro (cf. Jn 11, 35) y por la necedad de Jerusalén (Lc 19, 41), miró con amor al joven rico (cf. Mc 10, 21), vemos el celo con el que obra al expulsar los vendedores del Templo(cf. Mc 11, 15), se entristeció en la agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 38), fue consolado por la visita del ángel (cf. Lc 22, 43) etc.
Que hermoso considerar queridos hermanos, que al contemplar el Corazón de Jesús, estas contemplando aquel amor que no ama fríamente, sino con ternura y suavidad, que busca hacer llegar a nosotros la misericordia divina, por canales que son tan naturales para nosotros como las mismas emociones, considera como sentiría la suegra de Pedro cuando llena de fiebre Jesús se le acercó la tomo de la mano y la curó.
Imagínate a aquellos niños que querían conocerle, ver a aquel de quien todos hablaban, al que todos admiraban porque pasaba haciendo el bien y que quizás ya estaban por retirarse entristecidos por el regaño de los mayores cómo se habrán sentido cuando el salió en su defensa, con que ternura los habrá abrazado y que alegría invadiría el corazón de aquellos niños cuando eran bendecidos por el mismo Dios.
Considera sus tristezas al ver como hoy como en aquellos días, muchos le rechazan, le critican o son tan fríos e indiferentes con Él, Jesús lloró por la terquedad de aquellos que no entraron en la conversión, ¿cuántas lágrimas le habremos ocasionado? Quizás llorará por la muerte espiritual de aquel que cae en pecado mortal como cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro; y cuánta alegría experimentará su Corazón santísimo cuando entramos en la conversión y nos volvemos a Él, cuando no somos indiferentes ante sus sufrimientos en Cruz, cuando decidimos abrazar en fe la vida nueva a la que nos ha invitado, Él mismo ha dicho que esto hace a todo el cielo entrar en una gran alegría.
Jesús nos ha amado también con los afectos de su Corazón. Y esos afectos también son familiares al sacerdote, nosotros no somos de palo, también experimentamos su tristeza, también buscamos consolarles con una palabra de ánimo, nuestro pueblo es tan bueno que muchas veces basta poco para poder dar un auxilio que transforma la vida, involucrarnos a nivel afectivo es parte de nuestra configuración con Cristo sacerdote y víctima, claro está desde unos afectos rectamente ordenados que ayuden a transformar la situación difícil que se pueda estar viviendo, y yo ¿estoy dispuesto a sufrir con mi Pueblo? ¿o busco el imposible de vivir una caridad pastoral aséptica?
Relación de los tres amores
Que precioso tesoro queridos hermanos, en el Corazón de Jesús encontramos como el amor divino y el amor humano se han reconciliado, la Misericordia de Dios sale al encuentro del hombre, y en el Corazón del Hombre perfecto, reconcilia a la humanidad entera consigo.
Amar es un acto de la voluntad por el cual queremos el bien, y el máximo bien al que aspiramos es la bienaventuranza eterna, estar con Dios eternamente en la gloria del cielo, y es que es Él mismo el que nos ha creado para sí, sin embargo a causa del pecado nosotros nos alejamos de ese plan de amor, de hecho muchas veces bajo la tinieblas del error creemos que hacer la voluntad de Dios es como una camisa de fuerza, una serie de normas a cumplir, un conjunto de reglas por las cual el Señor nos quiere tener sometidos, no nos damos cuenta que todo el buen obrar del cristiano, el vivir una vida moral buena, no es otra cosa sino el camino hacia lo que Dios ha querido para nosotros, es el medio por el cual comenzamos a gozar del Bien que Él nos ha prometido.
Jesús, al no haber nunca cometido pecado alguno, al presentar una naturaleza humana perfecta por su unión con su naturaleza divina, nos enseña como el hombre ha de encontrar su plena felicidad en hacer la voluntad de Dios, para Él la voluntad del Padre no es una camisa de fuerza, al contrario es lo más gozoso que puede existir, de hecho dirá en alguna ocasión “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra” (Jn 4, 34). Entrar en la voluntad del otro es una gran expresión del amor. Cristo ha entrado en la voluntad del Padre por amor y haciendo eso nos ha manifestado la infinita misericordia que viene de lo alto.
El amor misericordioso de Dios ha salido al encuentro de la humanidad, y en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, la ha liberado de las ataduras del pecado y sus consecuencias, esta era la verdadera prisión del hombre; en el Misterio Pascual se manifiesta el gran tesoro del Corazón de Jesús, por esto esta espiritualidad es eminentemente Eucarística y podemos decir también sacerdotal, porque bien lo sabemos la celebración de la Santa Misa es la actualización, el traer al hoy de nuestra historia, de aquel supremo sacrificio de amor; y con razón la práctica de la adoración eucarística consolará al Corazón de nuestro Señor, pues esta es una prolongación de la alegría de aquella celebración.
Más aún, Cristo al hacer la voluntad del Padre, no sólo nos ha salvado sino que nos cómo acoger la salvación, nos enseña el camino del amor que nos conduce hacia el cielo, nos enseña a “hacer la voluntad de Dios”.
Para vivir unidos al Corazón de Cristo fuente del amor que nos santifica la Iglesia nos recuerda algunos elementos que no debemos obviar en nuestro plan de vida, que siempre es necesario, “Quien no sabe a que puerto se dirige ningun viento le será favorable” decía ya Séneca
“…es necesario que en la vida de oración del presbítero no falten nunca la celebración diaria de la eucaristía, con una adecuada preparación y sucesiva acción de gracias; la confesión frecuente y la dirección espiritual ya practicada en el Seminario y a menudo antes; la celebración íntegra y fervorosa de la Liturgia de las Horas, obligación cotidiana; el examen de conciencia; la oración mental propiamente dicha; la lectio divina, los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos; las preciosas expresiones de devoción mariana como el Rosario; el Vía Crucis y otros ejercicios piadosos; la provechosa lectura hagiográfica; etc. Sin duda, el buen uso del tiempo, por amor de Dios y de la Iglesia, permitirá al sacerdote mantener más fácilmente una sólida vida de oración.” (Directorio General n. 50)
El amor del Corazón de Cristo nos recuerda que la fuerza del amor genera atracción y produce semejanza entre los que se aman, nosotros unidos al corazón de Cristo podríamos recordar que Jesús, es el amor de Dios de que se nos ha hecho cercano y que quiere que nosotros nos acerquemos a Él y entre nosotros, de hecho aquí podríamos recordar las cuatro cercanías que el Papa nos ha pedido cultivar a los sacerdotes:
- Cercanía con Dios
- Cercanía con el obispo
- Cercanía con el presbiterio
- Cercanía con el Pueblo
“Pastor de la comunidad –a imagen de Cristo, Buen Pastor, que ofrece toda su vida por la Iglesia–, el sacerdote existe y vive para ella; por ella reza, estudia, trabaja y se sacrifica. Estará dispuesto a dar la vida por ella, la amará como ama a Cristo, volcando sobre ella todo su amor y su afecto, dedicándose –con todas sus fuerzas y sin límite de tiempo– a configurarla, a imagen de la Iglesia Esposa de Cristo, siempre más hermosa y digna de la complacencia del Padre y del amor del Espíritu Santo…Esta dimensión esponsal de la vida del presbítero como pastor, actuará de manera que guíe su comunidad sirviendo con abnegación a todos y cada uno de sus miembros” (Directorio General n. 77)
Conclusión
La espiritualidad del Corazón de Jesús, es una espiritualidad de la confianza, porque nos lleva a recordar que su costado fue atravezado fue para que tú y yo tuvieramos acceso a la fuente del amor, de hecho algun biblista dirá que en san Juan este es el correspondiente con el rasgado del velo del Templo. Tenemos acceso a Dios, el Dios cercano, que nos quiere cerca y que busca que nosotros estemos también cerca de aquel que sufre. El amor de Jesús nos dice que el Padre no es indiferente ante nuestra historia personal, familiar o social, y hoy quiere acercarse a ella para transformarla en historia de salvación amando con el corazón de sus sacerdotes. Mil videos de youtube, mil volantes fotocopiados, mil ornamentos recamados, mil perifoneos, mil discursos elaborados, mil planes pastorales, no tendran sentido si el sacerdote no está presente al lado del que sufre, es ahí donde de verdad el Evangelio se encarna y el Corazón de Cristo ama, es ahí donde el sacerdote es santificado, decía san Agustín “Sea oficio del amor apacentar el rebaño del Señor” (In Io 123, 5).
[1] L. Diez-Merino, La revelación bíblica y el corazón de Jesús …, 68.
[2] J. Gallifet, L’excellence de la devotion en B. de Margerie, Histoire doctrinale du culte au Coeur de Jésus, I, Paris 1992, 218.
[3] Cf. G. Filograssi, Oggetto del culto al Cuore di Gesù nell’enciclica “Haurietis aquas” q di Pio XII, 20.
[4] Cf. É. Glotin, La Biblia del Corazón de Jesús…, 199.
[5] Francisco, Angelus 9 de junio de 2013.
[6] Cf. Jean Eudes, Ouvres complets, VIII…, 345.
[7] Cf. Pio XII, Haurientis aquas, 22.
[8] Santo Tomas de Aquino, STh, III, q10, a2
[9] I. Andereggen, El corazón del Verbo encarnado…, 136.
[10] É. Glotin, La Biblia del Corazón de Jesús…, 204.