Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
XI Domingo Tiempo Ordinario
«Hombre, procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad; que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso; toma en tus manos la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar y, así afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio. Dios te pide fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad » (San Pedro Crisólogo).
1. Celebración de la Palabra
• Ex 19, 2-6a. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.
• Sal 99. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
• Rm 5, 6-11. Si fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón seremos salvos por su vida!
• Mt 9, 36-38; 10, 1-8. Llamando a sus doce discípulos, los envió.
La primera lectura de este domingo nos manifiesta la singularidad del Pueblo elegido por Dios, el salmo nos lleva contemplar como este Pueblo se reconoce a sí mismo propiedad del Señor, la segunda lectura nos presente la gran profesión de misericordia divina que hace san Pablo puesto que reconoce que aún cuando éramos enemigos de Dios, Cristo dio su vida por nosotros, el. Santo Evangelio nos revela los sentimientos profundos del Corazón de Jesús y el inicio del Discurso de la misión apostólica.
¿Me siento parte del Pueblo de Dios? ¿Busco llevar a otros a formar parte de este Pueblo?
2. Catequesis
La elección del Pueblo santo de Dios ha sido una de las grandes constantes del Antiguo Testamento que nos van presentando como Israel es llamado a convertirse en una gran nación en la que serán congregados todos los demás pueblos hasta ser Uno, de alguna manera desde aquel entonces se va perfilando como un anuncio o figura de la Iglesia.
En el contexto del Éxodo el punto de nacimiento de este Pueblo es la liberación de Egipto. Y se habla que el Pueblo es “propiedad exclusiva” (otras traducción dirán “especial tesoro”) del Señor lo que nos manifiesta la noción de una posesión privada que adquiere personalmente, tiene un gran valor y de la cual se tiene en sumo cuidado para su conservación, el Señor no sólo llama a Israel sino que con lo cuida con particular atención; es “nación santa” en el sentido estricto de la palabra, ya que ha sido separado de entre los demás pueblos uniéndose íntimamente a Dios y por cual debe vivir de un modo particular “sed santos como yo, el Señor vuestro, soy santo” (Lv 19, 2) y es también “reino de sacerdotes” no tanto porque sea gobernado por sacerdotes (Ni Josué ni Saúl eran de la tribu sacerdotal) o porque todo el pueblo ejerza esa función (sólo designada a la tribu de Leví) sino porque es un reino al servicio del Señor.
“La reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el seno de todos los pueblos: «En cualquier nación el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es grato» (Hch 10, 35; cf LG 9; 13; 16).
La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; Gn 15, 5 – 6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). «Jesús instituyó esta nueva alianza» (LG 9).” (Catecismo n. 761-762)
El Pueblo que habrá de nacer de la Nueva Alianza habrá de continuar la misión de Cristo Jesús participando de su triple ministerio de sacerdote, profeta y rey. Se trata de un pueblo sacerdotal en cuanto que unidos a Cristo, Sumo y Eterno sacerdote, ofrecen el sacrificio de alabanza al Padre a través de su inmolación diaria por la salvación de los hombres mientras van realizando su camino de conversión el cual se evidencia en el morir al pecado a través de todo acto de virtud; asimismo son un pueblo profético en cuanto que adheridos a la fe se vuelven sus anunciadores como verdaderos testigos del Señor en medio del mundo; también este pueblo participa de la función regia de Cristo cuando lo imita en su vocación de servicio, nos enseña particularmente sobre este último punto el Concilio Vaticano II que:
“Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2, 8-9), entró en la gloria de su reino. A Él están sometidas todas las cosas, hasta que Él se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Co 15, 27-28). Este poder lo comunicó a sus discípulos, para que también ellos queden constituidos en soberana libertad, y por su abnegación y santa vida venzan en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm 6, 12). Más aún, para que, sirviendo a Cristo también en los demás, conduzcan en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar.
También por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz» . Un reino en el cual la misma creación será liberada de la servidumbre de la corrupción para participar la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21). Grande, en verdad, es la promesa, y excelso el mandato dado a los discípulos: «Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Co 3, 23).” (LG n. 36)
La Iglesia ve en la gran misión evangelizadora el anuncio del Reino, los apóstoles son llamados por Cristo para ir a las multitudes que se encuentran “maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36). De la compasión de Cristo brota en el evangelio de san Mateo uno de los grandes discursos de Jesús, el discurso de la misión apostólica. La misión de los apóstoles es continuación de la misión de Cristo, de hecho, van y hacen lo que ya ha comenzado a hacer el Señor.
No podemos perder de vista que el origen de la Misión es Dios Uno y Trino. El fin de la misión es que los hombres participen de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en el Espíritu santo. El motivo de la misión es el mismísimo amor de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (Cf. 1 Tm 2, 4) por ello tampoco olvidamos que el verdadero protagonista de la misión es el Espíritu Santo que conduce a la Iglesia por los caminos de la misión, nos recuerda el decreto sobre la misión del Concilio Vaticano II: “la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección. pues así caminaron en la esperanza todos los Apóstoles, que con muchas tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta a la pasión de Cristo en provecho de su Cuerpo, que es la Iglesia. Semilla fue también, muchas veces, la sangre de los cristianos.” (Ad Gentes n. 5)
La misión es encomendada de un modo especial a los apóstoles, de ahí que decimos que la Iglesia desde su nacimiento es apostólica y esto por tres motivos: porque fue y permanece edificado sobre ellos (testigos escogidos y enviados por Cristo); porque guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo, su enseñanza; y porque ella sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a los sucesores de los apóstoles los cuales continúan a apacentar la Iglesia.
También afirmamos que toda la Iglesia apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero y todos sus miembros de diferente manera participan en este envío, de ahí que “toda la actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra” (Apostolicam Actuositatem 2) recibe el nombre de apostolado. Este encuentra la fuerza de su fecundidad en la unión vital con Cristo según las diversas vocaciones de los miembros de la Iglesia, “es siempre la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, que es como el alma de todo apostolado” (Catecismo n. 864)
3. Edificación espiritual
La misión nace de las entrañas de misericordia de Cristo que se compadece de su Pueblo que anda abatido ¿Qué situaciones serían dignas de la compasión de Cristo en mi vida, en mi familia o mi colonia?
¿Cómo anunciar el Reino de Dios en medio de esa realidad?
¿Cómo vivo el triple ministerio de Cristo en mi vida?
¿Qué cosas realizo como apostolado? ¿me doy cuenta que esto es parte esencial dentro de la vida cristiana? (Si no tengo ninguno ¿qué me detiene? Y ¿Qué estoy esperando para hacer algo al respecto?)
IMG: «Jesús envía a los doce» de Duccio Buoinsengna