Catequesis Pequeñas Comunidades y
Comunidades Eclesiales de Base
XII Domingo Tiempo Ordinario
“…el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación. Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo.” (Benedicto XVI)
1. Celebración de la Palabra
• Jr 20, 10-13. Libera la vida del pobre de las manos de gente perversa.
• Sal 68. Señor, que me escuche tu gran bondad.
• Rm 5, 12-15. No hay proporción entre el delito y el don.
• Mt 10, 26-33. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
La primera lectura nos narra las persecuciones que sufrió el profeta Jeremías en medio del anuncio de la palabra que le fue encomendada. El salmo 68 es un cantico de confianza en el Señor. La carta a los romanos hace énfasis en como a pesar del gran mal que supon el pecado es mucho mayor el bien que Dios nos ha dado. El Evangelio es continuación del discurso apostólico en el cual Jesús invita a perseverar en medio de las contrariedades.
¿Cómo asumo las dificultades cuando llegan? ¿soy de los que tiran la toalla fácilmente o busco combatir?
2. Catequesis
La Liturgia de la Palabra de este día es una clara invitación a testimoniar nuestra fe con amor y con valor. Las persecuciones y sufrimientos de los profetas fueron ciertamente el anuncio en vida de aquello que Jesús habría de padecer un día, ser testigos de la Verdad nos convierte en luz en medio de las tinieblas por pequeños que parezcan nuestro esfuerzos. Hemos de vivir con “voluntad de mártir” diría algún santo, aunque no todos estén llamados a dar ese supremo testimonio de la fe, cierto es que todos hemos de forjar en nosotros un carácter que nos lleve a vivir en el día a día la audacia que vivieron en ellos, no temiendo a aquellos que pueden matar el cuerpo pero que no pueden matar el alma, y esto se construye día a día, desterrando de nosotros las inclinaciones al pecado y siendo fieles a la gracia a Dios.
«En las cosas difíciles, molestas y desagradables es donde podemos practicar la fidelidad hacia Dios, y ésta será tanto más excelente por no haber intervenido para nada nuestra elección. Dice la Sagrada Escritura: ¿Qué sabe aquel que no ha sido probado? Bienaventurado el hombre que soporta la tentación, pues después de haber sido probado recibirá la corona de gloria que Dios ha prometido a los que lo aman. Si teméis a la tentación más de lo debido, daréis entrada al enemigo; y al contrario, si tenemos una confianza filial en Dios y nos volvemos hacia Él, para asegurarnos de su Bondad, el enemigo temerá tentaros, pues ve que su tentación es causa de que os echéis en los brazos de nuestro Señor. Despreciad la tentación, volviendo, sencillamente, vuestro corazón a Dios y, al volveros hacia Él, decidle por ejemplo: Soy tuya, Dios mío. ¡Jesús es bueno! ¡Viva Jesús! y otras palabras semejantes.
En suma, es un buen medio, para vencer, el no mirar al enemigo, sino volverse hacia el Amado celestial; y, aunque el enemigo aúlle y eche venablos, para rechazarle basta con no responderle, con no entretenerse con él ni hacerle caso…Confiemos a Dios nuestros buenos deseos y no estemos ansiosos pensando si fructificarán; pues quien nos ha dado la flor del deseo, también nos dará el fruto de su cumplimiento para su gloria, siempre que tengamos una fiel y amorosa confianza en Él. Sed todas de Dios, pensad en Él y Él pensará en vosotras. Él os ha atraído hacia Sí para que seáis suyas y tendrá cuidado de vosotras. No temáis nada; si los pollitos se ven seguros cuando están bajo las alas de su madre, cuánto más seguros deben sentirse los hijos de Dios bajo su paternal protección. Manteneos pues, en paz, puesto que sois hijas suyas dejad reposar vuestro corazón con todos sus cansancios y desfallecimientos en el pecho de ese Salvador, que es para sus hijos un Padre por su Providencia y una Madre por su dulzura y su tierno amor.» (San Francisco de Sales, Opúsculos: Cómo se vence al enemigo, XXVI, 348)
Recordemos el cristiano en este mundo es signo de contradicción no porque busque llevarle siempre la contraria a los demás, no porque siempre este criticando como escéptico todo lo que se hace, no porque lleve dentro de sí un espíritu de animosidad, ira o pendencia. No. El cristiano es signo de contradicción en este mundo porque es parcial, porque siempre está del lado de Dios y de su plan divino de salvación, es signo de contradicción en el mundo porque configura toda su vida según el Corazón de Jesús, y este siempre busca la voluntad del Padre, es decir aquello que es noble, verdadero, justo, amable, aquello que glorifica su Santo Nombre y que por tanto busca llevar a los hombres a vivir según la altísima vocación que les fue adquirida en el madero de la Cruz, el ser hijos de Dios. Él cristiano es signo de contradicción porque es luz donde muchas veces sólo hay tinieblas.
El cristiano según su participación el ministerio profético de Cristo, anuncia la palabra de Dios al Pueblo aquí y ahora, busca iluminar la realidad según la luz de la fe, por tanto denuncia el pecado que busca destruir al hombre y que le desvía del plan divino de salvación, y al mismo tiempo anuncia la Buena Nueva que llama a la conversión del corazón para volvernos al amor del Padre.
Para vivir hasta este punto hemos de perseverar en la virtud de la fortaleza, que nos lleva a perseverar en la búsqueda del bien arduo y a resistir ante el mal que pueda presentarse, aprendiendo a sufrir en la dimensión de la Cruz, confiando por la virtud de la esperanza en que el Espíritu Santo nos dará los divinos auxilios que necesitamos para perseverar en la consecución del bien que nos conduce a vivir los valores del Reino y que un día gozaremos en la presencia de nuestro Dios Uno y Trino.
Cuando contemplamos la vida de Cristo vemos siempre en sus actitudes y comportamientos una constancia firme en buscar hacer el bien y combatir el mal, incluso vemos como estuvo dispuesto a padecer en su predicación de la verdad, y nunca actuar dejándose llevar por la pasión desordenada en su modo de actuar. Jesús con su mansedumbre y humildad en medio de la pasión, en medio de las insidias que tramaban sus enemigos, en medio de perseverancia en hacer la voluntad del Padre es el gran testimonio de lo que significa vivir la virtud de la fortaleza. Él es nuestro modelo de un corazón que saber ser suave en la forma y firme en el obrar.
Cuando consideramos que el cristiano en el mundo en el que se mueve siempre ha de enfrentar numerosas dificultades y tentaciones nos damos cuenta de lo importante que es esta virtud. Ella implica dos grandes movimientos, la perseverancia en la consecución del bien y el saber resistir ante el mal.
Sabemos que en el combate espiritual siempre se nos presentará la tendencia a buscar aquello que es más cómodo y agradable a los sentidos y emociones, lo más placentero, sin embargo resistir al deleite se hace necesario cuando las acciones y los medios por los cuales se quiere obtener no son buenos, asimismo todos habrán de enfrentar incomprensiones y persecuciones de aquellos que se burlan de la fe o buscan humillar a los que quieren cambiar en su vida. Expresiones como “somos jóvenes nunca más lo volveremos a hacer” “sólo se vive una vez” “si te sientes bien hazlo” hasta otras como “¿de qué le sirve ir?” “Ahí solo van aburrirse” “haz como todos” etc. Se convierten en eslogan mundanos que buscan seducir o destruir.
En cualquier caso la virtud de la fortaleza nos sostiene no sólo como una motivación intelectual por la cual yo sé cuál es el bien por hacer, sino también como acto de la voluntad firme de continuar caminando. Más que darnos razones nos da la capacidad de obrar en la búsqueda del bien y la verdad.
Ella nos ayuda superar aquello que pueda constituir un obstáculo para que nuestra voluntad persiga un bien posible, significa que ella moderará los temores a las cosas que nos parezcan difíciles, ¡cuántas veces nos cortamos, quedamos paralizados y perdemos la oportunidad de hacer una obra buena por el temor de las dificultades que encontraremos en el camino! Por otra parte, el obstáculo en alcanzar un bien difícil puede provenir de los excesos en nuestros esfuerzos para lograrlo, en este sentido hemos de regular también la audacia de modo que en el combate espiritual ataquemos moderadamente ante la oposición que encontremos.
“Nos dice la experiencia que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece. Aguas torrenciales (esto es, abundantes tribulaciones) no pudieron apagar el amor (Ct 8, 7). Y así los santos, que soportan por Dios contrariedades, se afianzan en su amor con ello; es como un artista que se encariña más con la obra que más sudores le cuesta” Santo Tomás de Aquino
Muchas veces en una cultura que alienta la comodidad al máximo podemos ver que estamos más predispuestos a la debilidad frente aquello que resultó arduo, que ha animarnos a lanzarnos por grandes esfuerzos. La vida de santidad requiere el compromiso serio de lucha. ¿Qué hacer?
Si estamos en pleno combate espiritual recordemos que aquellos que se disponen a lanzarse a una arena primero entrenan, hemos de identificar nuestra debilidad y luego actuando por contrarios comenzar a ejercitarnos, así como quien agrega peso a una mancuerna para hacerse más fuerte, poco a poco subir la intensidad, y podemos comenzar por lo menudo del día a día, algunos ejemplos:
- Levantarse a una hora en específico
- No insultar ni perder la calma un día en el tráfico
- Responder amablemente a quien nos pide ayuda, aunque sea un “no” puede hacerse con serenidad
- No postergar un compromiso que se nos ha encomendado por que sea difícil
- Si tengo una serie de tareas, comenzar por los que son más complicados y terminar por los menos complejos.
- Tomar una decisión, aunque quizás las consecuencias no vayan a agradar a todos pero sabemos que es lo mejor en ese momento.
- Dejar los actividades no cuando me aburra sino cuando haya terminado lo que se había programado
- En medio de la enfermedad no dejarnos llevar por la fantasía que proyecta las cosas más grandes de lo que son
- Evitar ser quejumbrosos
- Ofrecer al Señor los sufrimientos que llegan y que no pedimos como un pequeño sacrificio
La fortaleza es sumamente necesaria para poder vivir en santidad, sobre todo en contexto de persecución religiosa, los Mártires han sido los campeones de esta virtud, dispuestos a dar su vida antes que echarse para atrás. Seremos capaces de decir con san Pablo “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4, 13) porque encontraremos nuestra fuerza en el Señor.
Y aunque no tuviéramos que dar la vida como los que derramaron su sangre por el Evangelio sabemos que es necesaria en el camino de santidad, decía san Juan Pablo II que “la virtud de la fortaleza requiere siempre una superación de la debilidad Humana, y sobre todo, del miedo. El hombre, en efecto, por naturaleza teme el peligro, las molestias, los sufrimientos. Por ello es necesario buscar hombres valientes no solamente en los Campos de batalla, sino también en los pasillos de los hospitales o junto al lecho del dolor” y también “la fortaleza marcha al unísono con la capacidad de sacrificarse…El Evangelio está orientado a los hombres débiles, pobres, mansos y humildes, operadores de la paz, misericordiosos; y al mismo tiempo contiene en sí una constante invitación a la fortaleza. Repite frecuentemente: no tengan miedo (Mt 14, 27). Enseña al hombre que, por una causa justa, por la verdad, por la justicia, es necesario dar la vida”
La fortaleza cristiana encuentra su imagen y piedra de toque en el Calvario, ahí contemplando al crucificado se renueva y crece, es la Cruz la gran Victoria frente al mal.
Desde un niño que cumple con sus tareas con prontitud y diligencia, pasando por un joven que es capaz de resistirse a entrar en una conversación deshonesta hasta un padre o una madre de familia que lucha por no dejarse llevar por la ira al corregir a sus hijos, todos son capaces de vivir esta virtud con la gracia de Dios.
Un gran medio que tenemos para crecer en ella lo encontramos en la oración silenciosa ante el Señor, un árbol fuerte crece poco a poco en silencio tomando sus nutrientes de la tierra a la cual se arraiga con tenacidad, también la recepción de la Santísima Eucaristía, llamada el “pan de los fuertes” puesto que nos hace gozar de la vida de los hijos de Dios, de aquel que hizo la voluntad del Padre hasta entregar su propia vida, y no podemos olvidar la confesión sacramental, que no sólo perdona nuestros pecados sino también nos robustece para no volver a caer.
Pidamos al Señor la gracia de crecer en esta santa virtud que caracterizó a los grandes campeones de la fe y no desaprovechemos la ocasión para cultivarla, ya que movidos por el amor, esta virtud nos llevará a perseverar como testigos del Resucitado.
3. Edificación espiritual
¿Qué aprendí de esta catequesis?
¿En qué ocasiones he experimentado temor por dar testimonio de mi fe? ¿He superado esos temores o los mantengo? (Una forma de temor es la “vergüenza” o “pena” como decimos)
¿Cómo puedo trabajar las virtud de la fortaleza en diferentes aspectos de mi vida?
¿A qué me puedo comprometer hoy para luchar contra la tendencia a siempre lo más cómodo, placentero o emocionalmente gratificante?