IX El Espíritu Santo

“El Espíritu Santo es especialista en acortar las distancias; nos enseña a superarlas. Es Él quien conecta la enseñanza de Jesús con cada tiempo y cada persona. ¡Con Él, las palabras de Cristo cobran vida, hoy! Sí, el Espíritu las hace vivas para nosotros. A través de la Sagrada Escritura nos habla y nos orienta en el presente. Él no teme el paso de los siglos, sino que hace que los creyentes estén atentos a los problemas y acontecimientos de su tiempo. De hecho, cuando el Espíritu enseña, actualiza, mantiene la fe siempre joven” Papa Francisco

Celebración de la Palabra (Ver)

“Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse. Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban asombrados y se admiraban diciendo: —¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua materna? »Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y la parte de Libia próxima a Cirene, forasteros romanos, así como judíos y prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios.” (Hch 2, 1-11)

¿Cómo se habla en nuestro medio sobre el Espíritu Santo? ¿Qué se suele decir de Él y de su acción en nuestra vida? ¿Cuál ha sido mi experiencia personal?

Catequesis (Juzgar)

“Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna” (San Basilio Magno).

Jesús antes de subir a los cielos nos prometió la llegada de otro consolador (Él es el primero) que habría de venir y sostenernos en el camino de la fe, que habría de fortalecer en medio de la persecución y la prueba, que habría de recordarnos todo lo que Él había enseñado y que nos conduciría hacia la verdad plena, ese es el Espíritu Santo, Él es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que” procede del Padre y al Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” en cuanto que es verdadero Dios, aunque su acción divina ha estado siempre presente es en los últimos tiempos, que comenzaron con la Encarnación del Hijo, que el Espíritu Santo se nos revela y nos es dado, Él nos despierta a la fe, nos hace nacer por las agua del Bautismo a la vida eterna (de ahí que le confesamos como el “Señor y dador de vida”) y por tanto, devolviéndonos la semejanza divina, nos remite los pecados, nos hace entrar en la comunión de los santos y congrega a la Iglesia como Pueblo santo de Dios.

De Él conocemos a través de la Sagrada Escritura que Él ha inspirado, de los Padres de la Iglesia, del Magisterio de la Iglesia que Él asiste, en la Sagrada Liturgia donde Él nos pone en comunión con Cristo, en la oración donde Él intercede por nosotros, en los carismas y ministerios en los que edifica la Iglesia, en los signos de la vida apostólica y misionera, y de modo especial en el testimonio de los santos en quienes nos revela su santidad y da continuidad a la obra salvadora.

Jesús, el Ungido del Espíritu Santo, antes de subir a los cielos nos hace partícipes de su unción, nos comunica su Gloria, es decir el Espíritu Santo que lo glorifica, por eso el Catecismo de la Iglesia afirma “La misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él” (Catecismo de la Iglesia Católica n.690) por eso decimos que el Espíritu Santo nos santifica, nos hace vivir y gozar de la santidad de Dios al unirnos a Cristo Jesús, viviendo su vida divina en nosotros, de ahí que san Pablo dijese que somos morada del Espíritu Santo.

¿Cómo obra el Espíritu Santo en nuestras vidas? Nos da la vida nueva en el Bautismo, nos hace testigos de Cristo en la Confirmación y en el día a día diríamos que su acción se da perfeccionando las virtudes, es decir nuestro modo de obrar, y lo hace decía santo Tomás de Aquino como un “instinto” en nosotros. El hombre virtuoso se dispone a recibir un impulso especial de los dones del Espíritu Santo, el Catecismo los define como: “disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1830) ellos completan y llevan a su perfección las virtudes. La tradición de la Iglesia nos refiere siete según el capítulo 11 del profeta Isaías: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El Señor nos los dio el día de nuestro Bautismo, los llevó a plenitud en la Confirmación, pero espera que nosotros dispongamos nuestra vida a través de la práctica de las virtudes para que ellos comiencen a activarse plenamente, hasta que lleguen a producir los frutos del Espíritu Santo y nuestra vida se configure según las Bienaventuranzas.

San Francisco de Sales nos enseña a comprender la acción de los dones del Espíritu Santo en nuestra vida leídos en clave de amor:

  • La sabiduría es el amor que saborea gusta y experimenta la dulzura y suavidad de Dios
  • El entendimiento es el amor atento para intuir y penetrar la belleza de las verdades de la fe para conocer por ellas a Dios en sí mismo, y descendiendo de ahí, considerarlo en las criaturas
  • El consejo es el amor en cuanto nos hace cuidadosos, atentos y hábiles para escoger bien los medios aptos a servir a Dios santamente
  • La fortaleza es el amor que estimula y anima al corazón para cumplir cuanto el consejo ha determinado que debe hacerse
  • La ciencia es el mismo amor que nos tiene atentos a conocernos a nosotros mismos y a las criaturas para llevarnos a un conocimiento más perfecto del servicio que debemos a Dios
  • La piedad es el amor que dulcifica el trabajo y nos emplea cordial y agradablemente, con todo afecto filial, en obras gratas a Dios, nuestro Padre
  • Temor es el amor que nos impulsa a evitar cuanto desagrada a su Divina Majestad

La obra del Espíritu en nosotros produce ciertas perfecciones para mayor gloria de Dios, estos son los frutos del Espíritu Santo que el Catecismo define como “perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna” (Catecismo n. 1832). La reflexión teológica del P. Royo Marín nos enseña que “cuando el alma corresponde dócilmente a la moción interior del Espíritu Santo, produce actos de exquisita virtud que pueden compararse a los frutos de un árbol. No todos los actos que proceden de la gracia tienen razón de frutos, sino únicamente los más sazonados y exquisitos, que llevan consigo cierta suavidad y dulzura… Según Santo Tomás, son frutos del Espíritu Santo todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual…Los frutos son completamente contrarios a las obras de la carne ya que la carne tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mueve a lo que está por encima de nosotros.”  (Teología de la Perfección Cristiana p.179-180)

Tradicionalmente se han enumerado los 12 siguientes según el capítulo 5 de la carta a los Gálatas:

  • La caridad, en cuanto fruto del Espíritu Santo, se refiere la suavidad y dulzura que eleva a Dios y por tanto separa de lo terreno
  • El gozo espiritual es uno de los efectos internos de la virtud de la caridad, y procede de la elevación del alma a cosas altas así como de la pureza de conciencia
  • La Paz se refiere a una conciencia que no acusa porque se va apartando cada vez más del mal.
  • Longanimidad, es la fuerza y ánimo de esperar el bien por llegar durante un largo período de tiempo
  • La Afabilidad impulsa al trato amable y placentero con el prójimo
  • La bondad es el aspecto interno de la afabilidad y denota el corazón sencillo y amable tal como el de la Madre de Bondad
  • La longanimidad es una virtud derivada de la fortaleza que nos da fuerzas y ánimos para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea, cuya consecución se hará esperar mucho tiempo
  • La fe en cuanto fruto hace referencia a seguridad y firmeza que produce un deleite por las muchas cosas conocidas bajo la luz sobrenatural, por la excelencia y nobleza de las mismas, así como la perfección del conocimiento sobre ellas
  • La mansedumbre en cuanto la serenidad de ánimo que lleva hacerse todo a todos
  • La templanza como fruto se concibe como modestia o continencia, es decir como el gozo y paz como aquel que viven los vencedores de una batalla; o como el gozo que viene del recto uso de las cosas lícitas para dirigirlo a la mayor gloria de Dios

La obra del Espíritu Santo nos fortalece en la persecución “Cuando los lleven a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo defenderse, o qué tienen que decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.” (Lc 12, 11-12), nos eleva en la oración cada vez más sencilla y agradable a Dios “Asimismo también el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Pero el que sondea los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede según Dios en favor de los santos.” (Rm 8, 26-27) es la memoria viva de la Iglesia y nos conduce a la verdad plena continuando la acción profética de la antigüedad aún hoy “Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, los guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y les anunciará lo que va a venir.” (Jn 16, 13)  y nos impulsa al anuncio misionero como en Pentecostés.

“(El Espíritu Santo)Igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (san Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 75)

De hecho, recibimos la unción del Espíritu Santo en un sacramento particular, la Confirmación, aunque hablaremos más delante de Él veamos cuales son sus efectos:

“— nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir «Abbá, Padre» (Rm 8,15).;

— nos une más firmemente a Cristo;

— aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;

— hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11);

— nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG 11,12)” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1303)

El Espíritu Santo ha de ser invocado continuamente por el cristiano que realmente aspire a la santidad, pues esta es obra suya, por eso la Iglesia nos recomienda acudir a Él, su invocación diaria es para nosotros un medio de crecimiento en la vida espiritual. El Catecismo de la Iglesia (n.2671-2672) nos enseña que:

“La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: “Ven, Espíritu Santo”, y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:

«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor» (Solemnidad de Pentecostés, Antífona del «Magnificat» in I Vísperas: Liturgia de las Horas; cf. Solemnidad de Pentecostés, misa del día, Secuencia: Leccionario, V, 1).

«Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno!» (Oficio Bizantino de las Horas, Oficio Vespertino del día de Pentecostés, capítulo 4: «Pentekostárion»).

El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.”

Edificación espiritual (Actuar)

¿Qué aprendí de esta catequesis?

Luego de esta catequesis ¿dónde veo la acción del Espíritu Santo en mi vida?

¿Suelo invocar al Espíritu Santo a diario?

¿Cómo podría decir que es mi relación con Él?

¿Estoy aprovechando los efectos del sacramento de la Confirmación en mí? ¿Soy verdaderamente un testigo del Señor?

IMG: «Pentecostés» en una miniatura de un misal del siglo XIV