1. El fin de la propia vida

«Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía…Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo» Benedicto XVI

Celebración de la Palabra (Ver)

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3, 16-17)

“Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.” (1 Tm 2, 3-4)

«PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3).

«Dios, nuestro Salvador… quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,3-4).

«No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12)

Para iniciar la reflexión.

¿En qué ocupan su tiempo los hombres y mujeres de nuestra sociedad? ¿Qué tendemos a hacer cuando tenemos “tiempo libre”? ¿Soy una persona que se plantea metas de vida o sólo voy “pasándola”?

Catequesis (Juzgar)

“Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Para lograrlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo como Redentor y Salvador. En Él y por Él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.” (Catecismo de la Iglesia Católica n.1)

El Catecismo nos enseña que Dios infinitamente perfecto y dichoso (eso significa la palabra bienaventurado) ha querido hacer al hombre partícipe de la felicidad de su misma vida divina. Por eso sale a su encuentro y le llama a ser hijo suyo y heredero de su Reino. A veces los hombres piensan que podrían ser felices si consiguieran todo lo que desean. Pero cuando lo obtienen -riqueza, poder y salud; una familia generosa y amigos leales-, encuentran que aún les falta algo. Todavía no son verdaderamente felices. Siempre queda algo que su corazón anhela.

Hay personas sabias que saben que el bienestar material considerado como un fin en sí mismo es una fuente de dicha que decepciona. El hombre tiene un ansia infinita, y cuando intenta colmarla con bienes parciales no hace sino ahondar su carencia profunda. El fumador, por ejemplo, ¿se sacia cuando ha consumido toda la cajetilla? El coleccionista ¿se siente satisfecho y colmado con un par de artículos más para su catálogo? El alcoholico ¿alguna vez apaga la “sed”? ¿Por qué lloran los niños cuando quieren un juguete que no se les da? Hoy en día podríamos decir ¿en algún momento puedo ver un solo “reel”? ¿un solo capítulo de una serie en un sitio de streaming?

El corazón del hombre no se sacia con bienes finitos, aunque los posea en enorme abundancia, porque fue hecho para una felicidad que no alcanza del todo a comprender “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que lo aman.” (1 Co 2, 9).  Se experimenta un abismo interior infinito que sólo podrá ser colmado por el amor infinito de su Creador. Por eso el consumo de lo material o de lo virtual no responde a esas preguntas fundamentales para nuestra vida. La pregunta por la felicidad en el fondo esconde la pregunta por el sentido de la vida, el para qué estoy aquí. Y es importante considerarlo porque en todo movimiento hay que considerar siempre el fin, decía Séneca un antiguo filósofo romano “ningún viento es favorable (para el barco de vela) que no sabe a qué puerto se dirige”

Si asistimos al Catecismo elemental cuando niños, quizá recordaremos las primeras cuestiones aprendidas y repetidas eran: “¿Quién te creó?” y, al responder que ha sido Dios el autor de nuestra creación nos volvían a inquirir sobre otra cuestión fundamental: “¿Para qué te ha creado Dios?” “Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida, y después, verlo y gozarlo en la otra” aún hoy en día el Catecismo de la Iglesia Católica dice de modo oficial al hablar de la vida moral, hemos sido creados con este propósito, viviéndolo alcanzamos la dicha eterna. La salvación justamente se comprende como la liberación del hombre de la esclavitud del pecado y la muerte los cuales nos sumen en la tristeza eterna, una liberación del sin sentido en el que nos sume el consumo de bienes aparentes y finitos, una liberación que amplia nuestra visión del mundo por la fe, y que nos hace redescubrir el horizonte más amplio de eternidad, es una liberación que siembra esperanza y que germina en amor por Dios que nos ha rescatado, es buen Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo y que quiere que gocemos de su vida eterna y la dicha que no pasará.

“El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios (Hb4, 7-11):

«Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30).” (Catecismo de la Iglesia n.1720)

Es hermoso queridos hermanos hacer memoria que nuestro Señor por un designio maravilloso de su amor nos creó para Él, nos creó para su gloria. Dios es amor, y lo propio del amor es expansionarse, Dios es el Sumo Bien, y lo propio del bien es difundirse, de ahí que Dios creara todo cuanto existe, para comunicar sus infinitas perfecciones a sus creaturas, no obra porque busque algo que necesite, sino porque en su Bondad busca hacer partícipes a sus creaturas de la felicidad suprema de su Gloria. Hemos sido hechos como diría san Pablo para ser una “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12).

Podríamos decir de modo sintético que nuestro fin es: ser santos para mayor gloria de Dios, he ahí nuestra verdadera felicidad. Todo ser humano lleva inscrito ese anhelo en su interior por ello cuando enfrentamos situaciones de pecado que nos apartan poco a poco o radicalmente del Señor no hacemos sino entrar en la tristeza. El pecado lo sufrimos en nuestra vida sea porque lo hemos cometido nosotros, sea porque el pecado de otros no ha hecho entrar en el dolor, de cualquier manera, ir contra el amor de Dios siempre hiere al hombre, pero en su infinita bondad sabemos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre como nosotros, con su muerte en Cruz nos ha liberado de las ataduras del pecado y nos ha hecho renacer a una nueva vida, esa vida eterna se nos da por la gracia de Dios que se nos dio en el bautismo y si en algún momento hemos roto con radicalmente con el amor de Dios se nos da la posibilidad de recuperarla por el sacramento de la Confesión, esa vida eterna que nos hace gozar de la felicidad eterna desde ya está llamada a crecer por el amor de tal manera que lleguemos a ser santos glorificando a Dios, hasta que un día seamos plenamente felices con Él gozando eternamente en su Presencia.

En pocas palabras principio fundamental para comprender nuestro fin es tener siempre presente “Dios te quiere feliz”. San Juan XXIII se repetía en su decálogo de la serenidad “Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.” Y es que el hombre que comienza a vivir según la voluntad de Dios, descubre como en ella encuentra su plena libertad, la Verdad de sí mismo, y el gozo de un Bien que comienza en este mundo y se prolongará en la eternidad.

El mundo hoy en día tiende a buscar su felicidad en el placer y en la estética, en la superficialidad del sentir y aparecer, de ahí la tendencia al hedonismo que busca sólo aquello que deleita los sentidos o el sentimentalismo que busca sólo lo que es agradable emotivamente hablando, de ahí la tendencia a sólo querer presentar una imagen de sí que muchas veces no se corresponde con la realidad de lo que somos. El hombre superficial tiende a dejarse llevar por las tinieblas que se ciernen en su entendimiento, rechaza conocer la verdad sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre Dios, todo es relativo a la propia subjetividad, es el reino de la opinión y de la emoción. Quien pierde de vista la Verdad, perderá también de vista el Bien, porque no habrá un recto examen de la realidad, se cae en una vida en base a fantasías efímeras que vienen a ser quebrantadas por las situaciones límite sumiendo a los hombres en tantos problemas que manifiestan en enfermedad emocionales, padecimiento crónicos y la descomposición de la unidad interior del hombre que poco a poco lleva también a la caos en la familia y la sociedad.

La Buena Nueva de Jesucristo es que el camino hacia la auténtica liberación del hombre del pecado y de la muerte, nos ha sido dado por su Pasión, Muerte y Resurrección. En Cristo se revela la Verdad auténtica de la humanidad entera, de la vocación última del hombre que es ser hijo amado del Padre, somos hijos en el Hijo de Dios por las aguas del Bautismo, el Espíritu Santo ha venido a morar en nosotros purificándonos de todo aquello que es contrario a nuestra naturaleza, nos ilumina con la Palabra para que conozcamos la realidad ya no según la sola razón, sino una razón iluminada por la fe que le hace tener presente el horizonte de la eternidad al que apunta todo lo creado; aviva en nuestros corazones la esperanza de un futuro de vida plena y lograda en Dios y hace arder nuestros corazones en el gozo de la caridad que es la posesión definitiva del Sumo Bien que es la comunión de vida con la Santísima Trinidad, es el goce de la vida de gracia en plenitud que comenzamos ya a recibir por la acción de los sacramentos.

Alcanzar el fin, supone rechazar el pecado, entrando en la conversión, y secundar cada vez más la acción de Dios en nuestras vidas a través de la vida sacramental, la vida de oración y el ejercicio de una vida virtuosa, así es que el hombre viene a ser santificado por Dios, fuente de toda santidad, y a la vez se convierte en una irradiación de su Gloria, esto es lo que pedimos al Padre eterno cuando decimos “santificado sea tu Nombre” anhelamos que El mismo sea glorificado por las obras que realiza en y con nosotros. “Alumbre así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos.” (Mt 5, 16).

“La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven….el Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios” (San Irineo de Lyon)

De lo anterior se comprende porque para el cristiano lo más próximo en esta vida a la felicidad plena y perfecta del cielo se encuentre en la Santa Eucaristía particularmente cuando se recibe la Sagrada Comunión, no sólo vemos y contemplamos, sino que nos unimos a Aquel en quien nuestro corazón encuentra toda su saciedad, de ahí porque también sea tan importante pasar tiempo con Jesús en adoración, porque ahí estamos ya en la antesala del cielo.

Edificación espiritual (Actuar)

¿Qué aprendí de esta catequesis?

¿En qué cosas me enseña el mundo a buscar la felicidad? ¿en dónde la he buscado yo?

¿Aún anhelo el cielo? ¿cómo vivo la dimensión sobrenatural de mi existencia terrena?

¿Por qué considero es importante la formación catequética?

¿A parte de la formación doctrinal que otros tipos de conocimiento de Dios hay?