“Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (San León Magno, Sermo 21, 3).
Celebración de la Palabra (Ver)
“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de impíos, ni se detiene en el camino de pecadores, ni toma asiento con farsantes, sino que se complace en la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley. Será como un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto a su tiempo, y no se marchitan sus hojas: cuanto hace prospera. No así los impíos, no así. Son como polvo que dispersa el viento. Por ello, los impíos no se levantarán en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos. Porque el Señor vela sobre el camino de los justos, mientras el de los impíos acaba en perdición.” (Sal 1, 1-6)
“Entren por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella.¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!” (Mt 7, 13-14)
“La bienaventuranza consiste en la visión de Dios en la vida eterna, cuando seremos en plenitud «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4)
“Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Porque no recibieron un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibieron un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!» Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados. Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros.” (Rm 8, 14-18)
¿Qué entendemos por la palabra “moral”? ¿Cómo sabemos que algo es bueno o malo? ¿Qué entendemos por “actuar según conciencia”?
Catequesis (Juzgar)
Comenzamos una nueva sección en nuestra serie de catequesis, hemos hablado ya de la fe que creemos repasando de modo sintéticos los principales contenidos doctrinales del Credo, luego proseguimos a la reflexión sobre el modo en que celebramos la fe a través de los sacramentos y la Sagrada Liturgia, ahora pasamos al cómo vive el cristiano, la vida nueva en Cristo Jesús, es decir la moral cristiana, lo que se profesa en la fe se comunica a través de los sacramentos lo cual nos habilita a vivir un nuevo estilo de vida.
La persona humana creada a imagen y semejanza de Dios goza de una dignidad altísima, ella se encuentra llamada y está ordenada a Dios, a la vida en comunión con Él, a esto le llamamos la bienaventuranza eterna o la eterna felicidad en la presencia de Dios, es Cristo quien haciéndonos partícipes de su vida divina nos merece el alcanzar esta bienaventuranza y nos muestra el camino, de ahí sabemos nosotros la vida moral del cristiano tiene un principio base: buscar y amar la verdad y el bien y evitar el mal.
“La bienaventuranza consiste en la visión de Dios en la vida eterna, cuando seremos en plenitud «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4), de la gloria de Cristo y del gozo de la vida trinitaria. La bienaventuranza sobrepasa la capacidad humana; es un don sobrenatural y gratuito de Dios, como la gracia que nos conduce a ella. La promesa de la bienaventuranza nos sitúa frente a opciones morales decisivas respecto de los bienes terrenales, estimulándonos a amar a Dios sobre todas las cosas.” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica n. 362)
Para poder obrar según su vocación a la bienaventuranza eterna al hombre se le ha dado la libertad, ésta es la característica propia de los actos humanos por la cual puede obrar o no obrar, entre más se hace el bien, más libre es el hombre, y aunque también elegir entre el bien y el mal es posible, este último sólo es comprendido como un abuso de la libertad (mal uso) que conduce a la esclavitud del pecado. En virtud de su libertad el hombre es responsable de sus actos aunque esa responsabilidad puede ser disminuida o incluso anulada “ a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia soportada, el miedo, los afectos desordenados y los hábitos.” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 364)
Sabemos también que una de las consecuencias del pecado original es la debilitación de nuestra libertad, esta se agrava por los pecados sucesivos, pero la gracia del Señor nos conduce por la acción del Espíritu Santo a la verdadera libertad para que podamos colaborar libremente en su Iglesia y en el mundo. Para determinar la moralidad de un acto, es decir para reconocer su bondad o malicia el hombre debe verificar el objeto (qué hace), la intención (para qué lo hace) y las circunstancias (incluidas las consecuencias de los actos). Hemos de tener presente la acción buena supone la bondad en los tres puntos anteriores, nunca es lícito hacer una acción mala para un fin bueno, un fin malo corrompe la acción buena, y aunque las circunstancia atenúan la responsabilidad sobre un acto no alteran nunca la calidad moral.
“Hay actos cuya elección es siempre ilícita en razón de su objeto (por ejemplo, la blasfemia, el homicidio, el adulterio). Su elección supone un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral, que no puede ser justificado en virtud de los bienes que eventualmente pudieran derivarse de ellos.” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 369)
Cuando hablamos del obrar humano siempre tenemos que considerar el mundo emocional, clásicamente se han llamado también pasiones a las emociones, ellas nos pueden inclinar a obrar o no obrar de un modo determinado, nunca olvidemos que el hombre siempre obra por un fin, siempre obra buscando el bien, sea real o aparente, a nivel emocional cuando hablamos de amor se está hablando del atractivo que provoca el bien. En sí mismas las emociones o pasiones no son ni buenas ni malas, su moralidad viene de si contribuyen a una acción buena o mala.
El hombre conoce el bien y el mal moral en virtud de su conciencia, esta se define como un juicio de la razón que en un momento oportuno le impulsa a hacer el bien y evitar el mal, se dice habitualmente que cuando un hombre prudente escucha su consciencia puede sentir la voz de Dios que le habla. La conciencia de la persona debe ser formada, esto se hace a través de la educación, la escucha de la Palabra de Dios y de las enseñanza de la Iglesia, el consejo de personas prudentes, la vida de oración y el autoexamen (examen de conciencia). Nunca una persona en virtud de su dignidad humana debe ser forzada a obrar contra conciencia aunque pueda actuar erróneamente, por ello la persona siempre ha de trabajar en corregir la conciencia moral de su errores. No es imputable a una persona un mal cometido por ignorancia involuntaria (aunque sigue siendo un mal).
“Tres son las normas más generales que debe seguir siempre la conciencia:
- Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.
- La llamada Regla de oro: «Todo cuanto quieran que les hagan los hombres, hagánselo también ustedes a ellos» (Mt7, 12).
- La caridad supone siempre el respeto del prójimo y de su conciencia, aunque esto no significa aceptar como bueno lo que objetivamente es malo.” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 375)
El buen obrar moral de una persona le hace desarrollar virtudes humanas, que se definen como disposiciones firmes y estables para hacer el bien (su opuesto son los vicios) decía san Gregorio de Nisa “El fin de una vida virtuosa consiste en ser semejantes a Dios”. Clásicamente se dividen en dos tipos, virtudes infusas (Dios las infunde en el alma) entre las que destacan las teologales: fe esperanza y caridad; y la virtudes humanas: que la tradición clásica agrupa en torno a la prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Las virtudes son perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo que lleva al hombre a actuar como de un modo instintivo hacia aquello que da más gloria Dios y por ende se ordena de un modo más perfecto a la bienaventuranza eterna.
Cuando obramos mal, decimos que entramos en el camino del pecado. “El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia.” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 392) Los pecados pueden diferenciarse según las virtudes a las que se oponen, o si se refieren directamente a Dios, al prójimo o a sí mismos, o si son de pensamiento, palabra, obra u omisión. Sin embargo, según su gravedad se distinguen en veniales o mortales, los primeros hieren nuestra relación pero no la rompen, lo segundos nos hacen merecedores de la condenación eterna puesto que suponen la destrucción de la relación de amistad con Dios.
“Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia o Reconciliación.” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 396)
El pecado ciertamente es un acto personal y cada uno es responsable de sus actos, nadie puede obligar a otro a pecar, sin embargo, nuestras acciones pueden tener repercusiones en la vida de los demás, y de ese modo popularmente se dice que el pecado salpica, más aún podemos incluso llegar a cooperar con actos malos de diferentes maneras:
—participando directa y voluntariamente;
—ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
—no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
— protegiendo a los que hacen el mal.
Incluso se habla de que los pecados pueden llegar a crear verdaderas “estructuras” generando situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina, induciendo a los miembros de una sociedad al mal, por ello a este tipo de pecado se le ha venido a conocer como “pecado social” no porque todos pequen sino porque se han generado las condiciones para tal situación.
Por gracia del Bautismo y la Confesión sabemos podemos recuperar la vida de la gracia, somos justificados, es decir somos hechos justos por Cristo, sin embargo, para vivir esa vida nueva y apartarnos del pecado contamos de un modo especial con la ley moral, que nos prescribe los caminos que nos conducen al cielo y nos prohíbe los caminos que nos apartan de Dios, esta ley está inscrita en nuestro corazón por la ley natural por el cual el hombre por su razón discierne entre el bien y el mal. En el camino que supone la historia de la salvación al pueblo de Israel se le dio la Ley Antigua para poder vivir en relación con Dios pero será con la Ley Nueva, la ley del Evangelio que se llegará la plenitud, que se sintetiza en el amar a Dios y al prójimo, “La Ley nueva se encuentra en toda la vida y la predicación de Cristo y en la catequesis moral de los Apóstoles; el Sermón de la Montaña es su principal expresión” (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica n. 421)
La vida en Cristo es la vida en santidad a la que todos estamos llamados, y se realiza en la unión íntima con Él y en Él con la Trinidad santísima. Esta es la plenitud de la vida cristiana. De un modo especial este nuevo estilo de vida se compendia en el Decálogo el cual comenzaremos a ver la próxima semana.
Edificación espiritual (Actuar)
¿Qué aprendí de esta catequesis?
¿Cómo busco formar mi consciencia? (¿o la de los hijos si son padres de familia?
¿Cómo las emociones afectan mis decisiones? ¿Busco educarme emocionalmente?
¿Soy consciente que he de formarme en virtudes? ¿cómo puedo hacerlo?
El deseo de felicidad que el hombre lleva inscrito en su interior se corresponde al anhelo de la bienaventuranza eterna ¿es el cielo mi fin último? ¿se nota?