“Queridos hermanos y hermanas, los ídolos prometen vida, pero en realidad la quitan. El Dios verdadero no pide la vida sino que la dona, la regala. El Dios verdadero no ofrece una proyección de nuestro éxito, sino que enseña a amar. El Dios verdadero no pide hijos, sino que dona a su Hijo por nosotros. Los ídolos proyectan hipótesis futuras y hacen despreciar el presente; el Dios verdadero enseña a vivir en la realidad de cada día, en lo concreto, no con ilusiones sobre el futuro: hoy y mañana y pasado mañana caminando hacia el futuro. La concreción del Dios verdadero contra la liquidez de los ídolos. Yo os invito a pensar hoy: ¿cuántos ídolos tengo o cuál es mi ídolo favorito? Porque reconocer las propias idolatrías es un inicio de gracia, y pone en el camino del amor.” Papa Francisco
Celebración de la Palabra (Ver)
«Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Ex 20, 2-5).
«Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a Él darás culto» (Mt 4, 10).
¿Cuáles son las idolatrías contemporáneas que atraen a la gente de nuestra colonia? ¿Cómo se manifiestan?
Catequesis (Juzgar)
Jesús en su respuesta al joven rico le indica que para vivir la vida eterna es necesario observar los mandamientos (Cf. Mt 19, 16). La Ley antigua ciertamente no ha sido anulada sino llevada a plenitud por Cristo, es decir la vida según el Evangelio supone decálogo, del cual desarrolla sus exigencias como lo vemos en el Sermón de la Montaña y nos indica que el mayor de los mandamientos se entiende en el doble y único mandamiento de la caridad “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mt 22, 37-40)
Decálogo significa “10 palabras” que resumen y proclaman la ley de Dios, son dadas en el contexto del Éxodo y forman parte de la Alianza que el Señor sella con su Pueblo. Así los mandamientos son comprendidos como una implicación de la pertenencia a Dios por la Alianza. La Iglesia a lo largo de toda la Tradición constata la obligatoriedad de seguir los mandamientos, de hecho, el Catecismo nos dice que:
“Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano. La obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve. Así, la injuria de palabra está prohibida por el quinto mandamiento, pero sólo podría ser una falta grave en razón de las circunstancias o de la intención del que la profiere” (nn. 2072-2073)
Primer mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas
«Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Ex 20, 2-5).
«Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a Él darás culto» (Mt 4, 10).
Dios en un gesto de gran misericordia y bondad se ha revelado al hombre, el cual tiene por vocación manifestarlo a través de sus obras ya que ha sido hecho a imagen y semejanza suya. La adoración a Dios es el primer gesto de reconocimiento su bondad, el antiguo catecismo romano ya lo expresaba:
«El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4).
Y porque el amor a Dios implica la fe, la esperanza y la caridad tenemos que recordar que
- La fe nos recuerda que nuestro primer deber es creer en Él y dar testimonio de Él, por lo tanto, supone que la alimentemos y la guardemos de cualquier peligro, pecados contra la fe son:
“La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos”.” (Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2087-2088)
- La esperanza nos recuerda como la misma palabra lo indica que el hombre anhela que Dios le da la capacidad de corresponder a su amor, supone aguardar la bendición divina y el deseo de la bienaventuranza eterna, asimismo supone el temor de apartarnos de Él. Pecados contra la esperanza son:
“la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia —porque el Señor es fiel a sus promesas— y a su misericordia.
Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).” (Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2091-2092)
- La caridad nos mueve a amar a Dios con un amor sincero y no anteponer nada a Él. Pecados contra la caridad
“Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2094)
Junto con estas tres virtudes teologales, recordemos que hay otra virtud que implica nuestra relación directa con Dios en términos de justicia, la virtud de la religión, el ejercicio de esta virtud supone dar a Dios el culto debido, asimismo el lugar que le corresponde reconociendo como Creador, Salvador y Señor a quien es justo alabar y exaltar. Esta virtud nos aparta del repliegue sobre nosotros mismos o autorreferencialidad como dice el Papa Francisco, de la esclavitud del pecado y de la idolatría. En este último punto recordemos que el primer mandamiento también prohíbe la superstición, que es una desviación que supone atribuir una importancia mágica (manipuladora) a ciertas prácticas, así como la materialidad de oraciones o signos incluso sacramentales sin la debida disposición interna; también está prohibida la adivinación y cualquier suerte de magia o hechicería que pretender domesticar fuerzas ocultas para ponerlas a su servicio, así como el espiritismo. También representa un vicio conta la religión la llama “irreligión” que se manifiesta en el tentar a Dios (ponerlo a prueba), el sacrilegio (profanar los sacramentos, acciones litúrgica, personas, cosas y lugares consagrados a Dios), la simonía (compra o venta de cosas espirituales). También caben dentro de los pecados contra esta virtud, y por tanto contra el primer mandamiento, el ateísmo (que niega la existencia de Dios) y el agnosticismo que muchas veces cae en un indiferentismo y pereza de la conciencia.
Sobre el culto a las imágenes, recordamos que, aunque en antiguo estaba prohibida para salvaguardar la trascendencia de Dios, también sabemos que antiguamente el Señor ordenó o permitió las imágenes que conducían bajo símbolos a la salvación por el Jesucristo como la serpiente de bronce (Nm 21, 4ss) o el arca de la alianza con sus querubines (Ex 25, 10ss). Sin embargo, ya para finales del siglo VI la Iglesia en el Concilio de Nicea II (787) justificó el uso de imágenes sagradas porque al encarnarse Jesús, el Señor se ha manifestado visiblemente, y por lo tanto hay una nuevo modo de proceder frente a las imágenes.
“El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original” (San Basilio Magno), “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado” (Concilio de Nicea II, Concilio de Trento, Concilio Vaticano II). El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:
«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen» (Santo Tomás de Aquino).” (Catecismo n. 2132)
Para ayuda a nuestra conversión personal hemos de recordar, les propongo algunos ejemplos de pecados que siempre hay que confesar con prontitud si los hemos cometido:
El abandono de Dios, el culto a satanás, recurrir a la magia o brujería, formas graves de superstición, los pecados contra las virtudes teologales (herejía, apostasía, insubordinación a las verdades de fe, desesperación de la salvación, presunción de salvarse sin mérito, odio a Dios y al prójimo, hacer voluntariamente el mal al prójimo y la ausencia habitual de oración.
Edificación espiritual
¿Qué aprendí de esta catequesis?
¿Recuerdo cuáles son los diez mandamientos?
¿Cómo manifiesto habitualmente mi amor a Dios? ¿Busco crecer en la fe, esperanza y caridad? ¿En qué ocasiones podría poner en peligro la fe? (oyendo cosas contrarias) ¿en qué ocasiones podría poner en peligro mi esperanza? (anhelando solo bienes terrenos) ¿en qué ocasiones puedo poner en riesgo mi amor por Dios? (cuando priorizo cosas en vez de Dios)
Podríamos concluir esta reunión con las siguientes oraciones:
Acto de Fe
Señor Dios, creo firmemente y confieso todas y cada uno de las cosas que la santa Iglesia católica propone, porque Tú, oh Dios, revelaste todas esas cosas. Tú, que eres la Eterna Verdad y Sabiduría que no puede engañar ni ser engañada. En esta fe está mi determinación de vivir y morir. Amén.
Acto de Esperanza
Espero, Señor Dios, que, por tu gracia, consiga la remisión de mis pecados y, después de esta vida, la felicidad eterna, porque Tú lo prometiste, Tú que eres infinitamente poderoso, fiel y misericordioso. En esta esperanza está mi determinación de vivir y morir. Amén.
Acto de Caridad
Señor Dios, te amo sobre todas las cosas y a mi prójimo por causa de ti, porque eres el Sumo Bien, infinito y perfectísimo, digno de todo amor. En esta caridad está mi determinación de vivir y morir. Amén
IMG: El sacrificio de Isaac