Transfigurados

Catequesis para Pequeñas Comunidades y Comunidad Eclesiales de Base

A Pedro que, extasiado ante la luz de la Transfiguración, exclama: «Señor, bueno es estarnos aquí» (Mt 17, 4), le invita a volver a los caminos del mundo para continuar sirviendo el Reino de Dios: «Desciende, Pedro; tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor» (san Agustín). La mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura.” (San Juan Pablo II, Vita Consecrata n. 75)

1.    Celebración de la Palabra

• Dn 7, 9-10.13-14. Su vestido era blanco como nieve

• Sal 96. El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra.

2P 1, 16-19. Esta voz del cielo es la que oímos.

• Mt 17, 1-9. Su rostro resplandecía como el sol

La primera lectura nos presenta la visión apocalíptica del libro de Daniel que nos narra la gloria de Dios. El Salmo 96 canta alabanzas a la majestad divina. La segunda carta de Pedro nos invita a poner atención a la palabra de Cristo que es transmitida por la Iglesia. El Evangelio nos presenta el episodio de la transfiguración en la cual la gloria de la divinidad de Cristo se revela.

Para comenzar nuestro diálogo ¿Soy pronto a escuchar la voz de Cristo?

2.    Catequesis

El Evangelio de la Transfiguración nos muestra un Cristo glorioso y resplandeciente, es una manifestación de su divinidad momentos antes de su pasión. La Iglesia a lo largo de los siglos ha visto este episodio como una preparación para sus apóstoles, un consuelo que les permita soportar la tragedia de su muerte en cruz.

En primer lugar, vemos al Señor apartarse a un alto monte, era justamente un período festivo en Israel, la gente se reunía para celebrar las fiestas de las tiendas, el fervor nacional se dejaba sentir, y Jesús que habría obrado tantos milagros, que habría predicado ante grandes multitudes podría haber sido en ese momento declarado rey por aquellos que buscaban un mesianismo político. Su retiro a un lugar apartado con sólo tres de sus apóstoles es parte de la lógica de Jesús que quería purificar aquella visión de sus connacionales, Él es el mesías el Hijo de Dios que habría de padecer y morir para la salvación de la humanidad, justamente ese era el tema de conversación que tenía con Moisés y Elías. Ante la oposición de la autoridades de la época estos dos personajes vienen a refrendar la autoridad del Señor, la Ley y los profetas se reúnen en Cristo.

Jesús subiendo al alto monte, y resplandeciendo con gran fulgor recuerda a Moisés que cada vez que entraba en la tienda del encuentro luego de hablar con Dios, tenía que cubrir su rostro porque resplandecía de la gloria del Altísimo. De algún modo justamente en esto contemplamos al alma cristiana que recogida en oración entra en contacto con su Señor, habla con Él cara a cara, como se decía de Moisés se dice también de nosotros, se habla como con un amigo. Subir al monte del Señor no es otra cosa que entrar en la oración, ahí el alma cristiana se transfigura y adquiere nuevas fuerzas, justamente el verbo que la Escritura utiliza para denotar la transfiguración del Señor es el mismo que san Pablo utilizara cuando en el capítulo 12 de la carta a los romanos exhorta a la comunidad cristiana a renovarse continuamente sin acomodarse a la mentalidad de los tiempos evitando así la mundanidad. La oración es el encuentro con el Altísimo, Moisés resplandecía por la luz que venía de Aquel que es la fuente de la luz, Cristo resplandece desde dentro pues Él es, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, y este mismo Jesús es el que habita en nuestro interior por la acción de la gracia de modo que todo cristiano también se convierte en un resplandor de la gloria de Dios.

Pero en el diálogo con Dios, el cristiano ha de estar dispuesto a vivir aquello que el Padre manda cuando dice “Escúchenlo”, Cristo sigue hablando a la humanidad, de un modo especial a través de su Palabra escuchada y predicada por la Iglesia.

“La Iglesia no cesa de escuchar sus palabras, las vuelve a leer continuamente, reconstruye con la máxima devoción todo detalle particular de su vida. Estas palabras son escuchadas también por los no cristianos. La vida de Cristo habla al mismo tiempo a tantos hombres que no están aún en condiciones de repetir con Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Él, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en Cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en Cruz y su Resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la «fuente de la vida y de la santidad», el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna” (San Juan Pablo II, Redemptor Hominis 7)

El cristiano resplandece de la gloria del Señor al anunciar su Palabra con las virtudes de su vida y con la predicación del Evangelio, pero todo ello es preparado en el monte de la oración, santo Tomás de Aquino nos enseñará que la predicación nace de la contemplación dirá él “contemplar y transmitir a los otros lo que se ha contemplado” ese será el tema que acuñará la Orden de Predicadores fundada por santo Domingo de Guzmán, se contempla al Señor que nos habla en su Iglesia y se contempla la realidad a la cual habla, de modo que nos convertimos en luz que ilumina la historia desde Cristo. ¿Qué palabra soy yo hoy para la humanidad?

Y es que otro aspecto importante es considerar que Jesús no sólo sube al alto monte, sino también baja, y continua a predicar, continua a obrar, continua a proclamar el año de gracia del Señor y está próximo a entregar su vida por amor.

“Jesús transfigurado sobre el monte Tabor quiso mostrar a sus discípulos su gloria no para evitarles pasar a través de la cruz, sino para indicar a dónde lleva la cruz. Quien muere con Cristo, con Cristo resurgirá. Y la cruz es la puerta de la resurrección. Quien lucha junto a Él, con Él triunfará. Este es el mensaje de esperanza que la cruz de Jesús contiene, exhortando a la fortaleza en nuestra existencia. La Cruz cristiana no es un ornamento de la casa o un adorno para llevar puesto, la cruz cristiana es un llamamiento al amor con el cual Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado. En este tiempo de Cuaresma, contemplamos con devoción la imagen del crucifijo, Jesús en la cruz: ese es el símbolo de la fe cristiana, es el emblema de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Hagamos que la cruz marque las etapas de nuestro itinerario cuaresmal para comprender cada vez más la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el cual el Redentor nos ha salvado a todos nosotros. La Virgen Santa supo contemplar la gloria de Jesús escondida en su humanidad. Nos ayude a estar con Él en la oración silenciosa, a dejarnos iluminar por su presencia, para llevar en el corazón, a través de las noches más oscuras, un reflejo de su gloria.” (Papa Francisco, (12 de marzo de 2017)

Al contemplar la fiesta de la transfiguración no podemos olvidar que nos encontramos celebrando las fiestas titulares de nuestra Arquidiócesis, no pase como en Semana Santa, que muchos olvidan la razón del feriado nacional, su origen es dar al pueblo fiel la oportunidad de participar en las festividades religiosas. Al conmemorar al Divino Salvador del mundo también nosotros hemos de dar gracias al Padre eterno por Cristo Jesús Salvador nuestro, en Él nos han sido concedida todas las bendiciones, más aún este día debe interpelarnos y hacernos reflexionar en que situaciones de nuestra vida personal, familiar y social estamos necesitados de un salvador, Cristo viene en nuestro auxilio, quiere transfigurar nuestra realidad, y todo comienza por la conversión del corazón y los actos concretos de cada individuo en la construcción de una sociedad en la que brillen los valores del Reino de los Cielos.

3.    Edificación espiritual

¿Contemplo mi realidad personal, familiar y social a la luz de la Palabra de Cristo?

¿Cómo estoy siendo yo palabra de Cristo en mi familia, mi comunidad o en la colonia? ¿Cómo doy testimonio del Señor?

¿Qué realidades de mi persona, de mi familia, de nuestra comunidad o de nuestra colonia manifiestan la necesidad del Salvador del mundo?

¿Cómo vivo las fiestas patronales de nuestra Arquidiócesis? ¿estoy pendiente por los medios de comunicación? ¿sigo la novena? ¿participo de la procesión de “la Bajada”?