El cristiano no sólo ora a momentos sino que busca llevar una auténtica vida de oración, de hecho el catecismo afirma que “la oración es la vida del corazón nuevo” (Catecismo 2697), Jesús mismo ha dicho que es necesario “orar siempre y sin desfallecer” (Lc 18, 1), pero “no se puede orar en todo tiempo sino se ora, con particular dedicación , en algunos momentos” (Catecismo n. 2697) y se nos presenta ciertos ritmos de oración que podemos seguir para realizar este ideal aprovechando la oración al levantarse o al acostarse, la bendición y acción de gracias por los alimentos, la Liturgia de las Horas, las celebraciones litúrgicas etc. El Señor lleva a cada alma de un modo particular en estas vías sin embargo hay tres expresiones que tienen una particular importancia: la oración vocal, la meditación y la contemplación, todas las cuales tienen como centro el recogimiento interior que es “Esta actitud de vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios” (Catecismo n. 2699)
Los maestros de vida espiritual según las diferentes escuelas hacen entorno a estas expresiones una gradación en la oración, es decir somo escalones que hay que recorrer para avanzar hasta la unión con Dios. La oración vocal se caracteriza por el recurso de palabras sensibles para dirigirse al Señor, responde justamente a nuestra naturaleza humana, espiritual y material, el hombre ora con todo el cuerpo incluso con su voz, el mismo Señor preguntado por sus discípulos que les enseñase a orar muestra el Padre Nuestro, que será claramente una oración vocal. Nadie puede prescindir de ella aún y si se cree muy avanzado, más aún “la oración se hace interior en la medida en que tomamos consciencia de Aquel a quien hablamos” (Catecismo n. 2704)
La meditación se caracteriza porque busca “comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que el Señor le pide” (Catecismo n. 2705). Para realizarse habitualmente necesita cierta materia que se la proporciona la Sagrada Escritura o la misma Liturgia, se confronta la Palabra de Dios con el libro de la propia vida “La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo” (catecismo n. 2708) Existen diferentes métodos para hacer oración mental, es importante conocerlos afincándonos en los ejemplos y escritos de los santos que nos llevan a encontrar uno que nos ayude, pero el método es simplemente guía eventualmente uno va formulando el propio.
La oración contemplativa según el catecismo responde al deseo del hombre de estar con el Señor, entrar en ella es un recoger el corazón bajo la moción del Espíritu Santo, es un “despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera , hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para noernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar” (Catecismo n. 2711) Es la oración que llega a su expresión más sencilla, es don, es gracia, es alianza, es comunión que se acoge y nos une a la Santísima Trinidad. Se trata de una escucha que despierta la obediencia de la fe, se participa en el sí de Jesús.
La contemplación es silencio, este “símbolo del mundo venidero” (San Isaac de Nínive, Tractatus mystici, 66) o “amor […] silencioso” (San Juan de la Cruz, Carta, 6). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús. (Catecismo n. 2717)
La oración es la vida del alma, pero también es un combate, es decir implica lucha contra nuestras propias debilidades y contra las astucias del enemigo. “Se ora como se vive, porque se vive como se hora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su nombre” (Catecismo n. 2725). Hay que salir al paso de los obstáculos tales como conceptos erróneos que lo reducen a una operación psicológica o mero ritualismo, las mentalidades de mundo (o lo que el Papa Francisco llama la mundanidad espiritual) reduciendo la oración a la racionalidad, la productividad, el aislamiento de la realidad o el emotivismo, y el sentido de fracaso en la oración “desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes” (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc. La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.” (Catecismo 2728).
De un modo particular hay dos dificultades habituales a) las distracciones: que nos hacen perder de vista a Aquel a quien oramos, ellas revelan a qué está apegado nuestro corazón, lo importante será volver a poner la atención en Dios y no darles tanta vuelta a las cosas, cultivar un corazón sobrio nos ayudará hay muchos estímulos que nos podemos ahorrar que nos ayudaría a cultivar el recogimiento interior. B) las sequedades: es una ausencia de gusto por los pensamientos y recuerdos que evoca la oración, ahí es donde se acrisola la fe, la perseverancia es la clave para triunfar.
Por otro lado hay que estar atentos a dos tentaciones, una es la falta de fe, es decir, considerar que es más importante otras cosas o que son más urgentes, de verdad creemos todavía aquello que Jesús nos dice “sin mí, no pueden hacer nada” (Jn 15, 15); la otra, es la acedía “Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón” (Catecismo 2733)
En el campo de la oración sobre todo cuando suplicamos al Señor surge también otra dificultad ¿es mi oración escuchada? ¿por qué tarda tanto? Frente a esto primero que el presupuesto de la oración es la humildad del corazón, en ocasiones cuando damos gracias a Dios o lo alabamos no nos preocupamos tanto por si mi oración fue agradable mientras que cuando pedimos queremos que todo suceda a nuestro antojo ¿cuál es mi actitud al orar? La de quien se sirve de Dios o la del que sirve a Dios, no hay que confundir la confianza del hijo con la prepotencia del orgulloso.
En este sentido acercarnos a la oración nos transforma porque nos hemos de aprender a confiar y esa es ya una respuesta, según hemos de pedir aquello conveniente a nuestra salvación, aquello que nos une más a Jesús “El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre ¿Cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?” (Catecismo n. 2740)
La perseverancia en la oración implica recordar que siempre es posible orar, que es para nosotros una necesidad vital y que es inseparable de la vida cristiana.
«Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón» (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6).
Para la reflexión:
¿Puedo decir que llevo una vida de oración?
¿Cómo cultivo el recogimiento interior? ¿Qué creo que le amenaza?
¿Cuáles son mis principales dificultades en la oración? ¿cómo las enfrento?
Para hacer oración todos los días es muy oportuno hacerse un horario ¿lo tienes? ¿lo cumples?
Ejercicio espiritual:
La oración ha de ser preparada, no podemos llegar como un rayo a querer meditar, les propongo el esquema de la escuela de san sulpicio, compendiado por el padre dominico Antonio Royo Marín en su libro Teología de la Perfección Cristiana (n.500ss), recomiendo ver también los otros métodos que ahí se proponen.
Preparación:
Remota: una vida de recogimiento y de sólida piedad (vida de gracia)
Próxima: escoger el punto la víspera por la noche: para ver las principales consideraciones y propósitos que habremos de formar; dormirse pensando en la materia de la meditación, al levantarse aprovechar el primer tiempo libre para hacer la meditación.
Inmediata: ponerse en la presencia de Dios (especialmente en nuestro corazón), humillarnos profundamente: acto de contrición; invocar al Espíritu Santo.
Cuerpo de la oración:
Adoración, Jesús ante nosotros: Considerar en Dios, en Jesucristo o en algún santo sus afectos, palabras y acciones en torno a los que hemos de meditar; rendirle homenaje de adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, amor, gozo o compasión.
Comunión, Jesús en nuestro corazón: Convencernos de la necesidad de practicar aquella virtud, afectos de contrición por el pasado, de confusión por el presente y de deseo para el futuro; pedir a Dios esa virtud (participando así de las virtudes de Cristo) y por todas nuestras necesidades y las de la Iglesia.
Cooperación, Jesús en nuestras manos: Formar un propósito particular, concreto, eficaz, humilde; renovar el propósito de nuestro examen particular.
Conclusión
Dar gracias a Dios por las luces y beneficios recibidos en la oración, pedirle perdón por las faltas cometidas en ella, pedirle que bendiga nuestros propósitos y toda nuestra vida, formar un “ramillete espiritual” para tenerlo presente todo el día, ponerlo en manos de Nuestra Buena Madre.