El tema que ahora se nos presenta parece ser un tanto difícil, en momentos en que al ver nuestra realidad poco apuestan por la familia del modo en que tradicionalmente se ha visto comprendida, sabemos nosotros que en nuestra colonia la familia nuclear fundamentada en el matrimonio es algo escaso, es ya visto como algo poco común el ver un hogar donde papá y mamá están a la cabeza de sus hijos, los profundos dilemas que se viven sea por la pobreza, por el egoísmo irresponsable, por las migraciones, no sólo hacen que proliferen los hogares monoparentales, sino que incluso veamos como muchos de nuestros niños vivan con otros agentes que hagan de tutores como los abuelos o tíos. A esto podríamos sumar el hecho de que hay otros que se ven víctimas de la soledad, las malas compañías, maltratos de toda índole y cualquier suerte de situaciones contrarias a un ambiente sano de crecimiento.
¿Significa esto que hemos de dejar de apuntar a la familia como una línea de acción de nuestra pastoral? ¿qué hay del testimonio de tantos psicólogos y sociólogos que cifran en este primer ambiente de socialización el primer lugar a tratar? ¿no será, al contrario, que antes de abandonarlo es lo que más hemos de priorizar?
Claro que hay que hacer oración por aquellos que se encuentran en situaciones complicadas, y cuando se presente la oportunidad, dar una mano amiga que ayude a otros a salir adelante, recordar que también la Iglesia vive una misión subsidiaria muchas veces en este tipo de ambientes. Las Comunidades parroquiales, los grupos, movimientos y asociaciones de fieles suponen un substrato en el que muchos de nosotros venimos a experimentar una noción de familia que viene a ser unida por vínculos que van más allá de la sangre.
Pero no olvidemos el testimonio de la vida de los santos, que siempre han apuntado a cambiar el mundo comenzando con la propia conversión, cada uno de nosotros siempre puede romper con la historia de pecado que se ha venido formando. El Señor quiere hacer con nosotros una historia de salvación, “cambiar lo que sí puedo”, animando a tantos jóvenes que aún siguen viniendo a buscar construir un futuro diferente animándoles a asumir el matrimonio no como un mero contrato social sino como una vocación altísima, mostrando como la dimensión vocacional de la vida implica vivir conun propósito y de una manera sobrenatural, descubriendo en los hijos no un problema a resolver sino la ocasión para aprender a amar de un modo más profundo y por tanto de encontrar una alegría que no se basa simplemente en una recompensa a corto plazo y efímera sino en la satisfacción de realizarse como persona en la paternidad o maternidad, incluso descubrir la dimensión sobrenatural de la capacidad del concepto de procreación.
La ciencias humanas como la psicología y la sociología nos recuerdan siempre cómo la familia sigue siendo el mejor lugar para comenzar a transformar una sociedad. La conversión que parte del encuentro con Cristo que nos ha salido al paso en su santa Iglesia y que nos da la vida eterna, nos hace semilla de ese Reino de los Cielos que manifiesta su primavera en aquellos que le acogen con fe:
“…la familia ofrece al niño el ámbito primario de acogida de la existencia y de personalización. En ella encuentra el niño esa «urdimbre constitutiva y urdimbre de identidad» (Juan Rof Carballo) en la que se va tejiendo su ser. La familia es, en principio, el grupo humano con mayor capacidad para ofrecerle una experiencia positiva, gozosa, entrañable, de la vida y también de lo religioso. Según Gerardo Pastor, «ni las guarderías o escuelas, ni los grupos de coetáneos, ni las parroquias, ni los medios de comunicación social (prensa, radio y televisión), logran penetrar tan a fondo en la intimidad infantil como los parientes primarios, esos seres de quienes se depende absolutamente durante los seis o nueve primeros años de la vida (padres, hermanos, tutores)».
Ningún grupo humano puede competir con la familia a la hora de poder ofrecer al niño el «suelo religioso y de valores» en un clima de afecto. En el hogar, el niño puede captar valores morales, conductas y experiencias religiosas, símbolos, etc, pero no de cualquier manera sino en un ámbito de afecto, confianza, cercanía y amor. Y es precisamente esta experiencia positiva la que puede enraizarlo en la fe religiosa.
Es cierto que, en la medida en que se vaya emancipando de sus padres, el niño se pondrá en contacto con otras realidades y accederá a otros modelos de referencia. Llegarán entonces los conflictos y tensiones, pero no será fácil eliminar del todo la referencia religiosa de la familia si en el hogar el joven sigue encontrando una vivencia adulta y sana de la fe. Si la TV, los amigos y la calle tienen a veces una influencia tan grande, ésta se debe, en buena parte, a que en el seno de la familia hay abandono y dejación de los padres, y desde la parroquia o comunidad cristiana poco apoyo y orientación.” (P. José Pagola, Facultad de Teología de san Sebastián, SAL TERRAE 1997/10. Págs. 743-754)
La familia tiene un rol importante en la maduración de la fe, en primer lugar porque en ella los esposos cultivan juntos el amor, un amor que tienen un carácter sobrenatural por el vínculo que les une, pero también es en el seno de la familia donde no se transmite la fe de padres a hijos, incluso considerando el rol de la familia extensa vemos como muchas veces la figura de los abuelos y otros parientes puede resultar sumamente positiva. La transmisión de la fe es un proceso auténticamente educativo no sólo en las relaciones interpersonales que establece el niño con el resto de los miembros de la familia, sino que también le enseña a vivir la relación un Dios vivo que le ama.
El amor gratuito de Dios se experimenta en primer lugar en sus padres, es ahí el primer lugar donde un niño se siente amado por quién es él, ¿qué ha hecho un recién nacido para merecer los mimos de su madre? ¿qué ha hecho un niño pequeño para ser custodiado por su padre? Estas primeras atenciones nos recuerdan nuestra vocación al amor, a ser amados por quienes somos no tanto por lo que hacemos, pero también es ahí mismo y sobre este mismo fundamento que se comprende como el amor saca amor.
“Queridos amigos: La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres… Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia (Benedicto XVI, Audiencia 29-12-2012).
Decimos que la familia es escuela de oración pero no sólo para los hijos, por ello retomando unas palabras del Papa Pío XII veamos algunas notas de las oración de los esposos.
“¡Gran virtud es la devoción, salvaguardia de toda otra! Pero el acto más bello y ordinario de ella es la oración, que para el hombre, que es espíritu y cuerpo, es el alimento cotidiano del espíritu, como el pan material es el manjar cotidiano del cuerpo. Y de igual modo que la unión hace la fuerza, la oración en común tiene mayor eficacia sobre el corazón de Dios. Por eso nuestro Señor bendijo particularmente toda oración hecha en común, proclamando a sus discípulos: “Os digo además, que si dos de vosotros se unen sobre la tierra y piden cualquier cosa, les será concedida por mi Padre que está en los Cielos. Porque donde hay dos o tres personas congregadas en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18, 19-20).
Pero ¿qué almas podrán encontrarse más verdadera y plenamente reunidas en el nombre de Jesús para orar, que aquellas en las que el santo matrimonio ha impreso la imagen viviente y permanente de la sublime unión de Cristo mismo con la Iglesia, su amada esposa, nacida en el Calvario de su costado abierto? Unión grande y fructuosa, queridos recién casados, es por lo tanto la que os pone a los dos juntos de rodillas ante Dios que os ha dado el uno a la otra, para pedirle que conserve, aumente y bendiga la fusión de vuestras vidas. Si todos los cristianos que oran en su propio y particular recogimiento, deben dar también en su vida un puesto a la oración en común que les recuerda que son hermanos en Cristo y que están obligados a salvar sus almas no aisladamente, sino ayudándose mutuamente, ¡con cuánta mayor razón no deberá separaros vuestra oración como eremitas y recogeros en una meditación solitaria, que haga que no os encontréis nun ca juntos ante Dios y su altar!
Y ¿dónde se apretarán y fundirán en uno vuestros corazones, vuestras inteligencias, vuestras voluntades, más profunda, fuerte y sólidamente que en la oración de los dos, en la que la misma gracia divina descenderá para armonizar todos vuestros pensamientos y todos vuestros afectos y anhelos?
¡Qué dulce espectáculo a la mirada de los ángeles es la oración de dos esposos que elevan sus ojos al cielo e invocan sobre sí y sobre sus esperanzas la mirada y la mano protectora de Dios! En la Sagrada Escritura, pocas escenas igualan la conmovedora oración de Tobías con su joven esposa Sara: conocedores del peligro que amenaza a su felicidad, ponen sucon fianza elevándose ante Dios sobre las bajas miras de la carne, y se animan con el recuerdo de que, hijos de santos, no les estaba bien unirse a la manera de los gentiles, que no conocen a Dios” (Tob 8, 4-5)
160. También vosotros, como Tobías y Sara, conocéis a Dios que siempre hace surgir el sol, aunque nublado, sobre vuestra aurora. Por muy llenas y cargadas de ocupaciones que puedan estar vuestras jornadas, sabed encontrar al menos un instante para arrodillaros juntos e iniciar el día elevando vuestros corazones hacia el Padre celestial e invocando su ayuda y bendición. Por la mañana, en el momento en que el trabajo cotidiano os llama imperiosamente y os separa hasta el mediodía, y acaso hasta la tarde, cuando después de una ligera colación cambiáis una mirada y una palabra antes de separaros, no olvidéis nunca recitar juntos, aunque no sea sino un simple Pater Noster o una Ave María, y dar las gracias al Cielo por aquel pan que os ha concedido. La jornada, larga, acaso penosa, os tendrá lejos el uno de la otra; pero cercanos o lejanos, estaréis siempre bajo la mirada de Dios: y vuestros corazones, ¿no se alzarán acaso con devotos y comunes anhelos hacia Él, en el que quedaréis unidos y que velará sobre vosotros y sobre vuestra felicidad?
161. Y cuando cae la tarde y, terminado el duro trabajo del día, os reunís al fin dentro de las pare des domésticas con la alegría de gozar un poco el uno con la otra y comunicaros las incidencias de la jornada, en aquellos momentos de intimidad y de reposo, tan preciosos y dulces, dad el puesto debido a Dios. No temáis: Dios no vendrá importuno a turbar vuestro confiado y delicioso coloquio; al contrario, Él, que ya os escucha y que en su corazón os ha preparado y procurado aquellos instan tes, os los hará, bajo su mirada de Padre, más suaves y confortantes.
En el nombre de nuestro Señor os lo suplicamos, queridos recién casados: empeñaos por conservar intacta esa bella tradición de las familias cristianas, la oración de la noche en común, que recoge al fin de cada día, para implorar la bendición de Dios y honrar a la Virgen Inmaculada con el rosario de sus alabanzas, a todos los que van a dormir bajo el mismo techo: vosotros dos y, después, cuando hayan aprendido de vosotros a unir sus manecitas, los pequeños que la Providencia os haya confiado, y también si para ayudaros en vuestras labores domésticas os los ha puesto el Señor a vuestro lado, los criados y colaboradores vuestros, que también son vuestros hermanos en Cristo y tienen necesidad de Dios.
Que si las duras e inexorables exigencias de la vida moderna no os dan lugar a alargar tan piadoso intermedio de bendición y acción de gracias al Señor, y de añadirle, como gustaban de hacer nuestros padres, la lectura de una breve Vida de santo, del santo que nos propone todos los días como modelo y protector particular, no sacrifiquéis del todo, por rápido que tenga que ser, este momento que dedicáis juntos a Dios para alabarle y llevar ante Él vuestros deseos, vuestras necesidades, vuestras penas y vuestras preocupaciones del presente y del futuro.
162. Un ejercicio tal de la devoción cristiana no equivale a transformar la casa en una iglesia o en un oratorio: es un impulso sagrado de almas que sienten en sí la fuerza y la vida de la fe. También en la antigua Roma pagana, la morada familiar tenía la habitación y el ara dedicados a los dioses Lares, que especialmente en los días festivos, eran adornados con guirnaldas de flores y en los cuales se ofrecían súplicas y sacrificios. Era un culto manchado por el error politeísta; pero con cuyo recuerdo ¡cuántos y cuántos cristianos deberían sonrojarse, ellos que con el Bautismo en la frente no encuentran ni sitio en sus estancias para colocar la imagen del verdadero Dios, ni tiempo en las veinticuatro horas del día, para unir en torno a Él el homenaje de la familia! Para vosotros, queridos hijos e hijas, que gozáis en vuestro ánimo el ardor cristiano encendido por la gracia del santo matrimonio, el centro de donde irradie todo el curso de vuestro vivir debe ser el Crucifijo, o la efigie del Sagrado Corazón de Jesús, que reine sobre vuestro hogar y os llame todas las noches ante Él y que os hará encontrar en Él el sostén de vuestras esperanzas, el aliento de vuestros afanes; porque hasta la más larga jornada de la vida humana, nunca pasa del todo serena y sin nubes.
163. Pero para, uniros a porfía en la devoción, os enseñaremos un camino más alto que os conduce fuera de vuestra casa a aquella que es por excelencia la casa del Padre, vuestra querida iglesia parroquial. Allí está la fuente de las bendiciones del Cielo; allí os espera aquel Dios que ha santificad vuestra unión, que ya os ha concedido tantas y tantas gracias; allí está el altar en torno al cual la Misa festiva reúne al pueblo cristiano, y la Iglesia, esposa de Cristo, os llama con solemne invita ción.
Allí debéis asistir juntos, siempre que podáis y será espectáculo edificante – y ojalá pueda ser con frecuencia, con mucha frecuencia -, que en la unión devota más profunda de todas, en la santa Mesa, os acerquéis para recibir el Cuerpo de nuestro Señor: este sacratísimo Cuerpo, el más poderoso vínculo de unión entre todos los cristianos que se alimentan de él y viven, como miembros de Cristo, de su vida, que efectuará divinamente la plena fusión de vuestras almas en la altura del espíritu. ¡Y cómo os alegraréis, con incomparable gozo, cuando podáis dejar sitio entre vosotros dos a una cabecita de ángel de ojos cándidos, que junto a las vuestras se alzará para recibir sobre los labios inocentes la Hostia blanquísima, en la que le habréis enseñado a creer que está presente su querido Jesús! Vuestro gozo aumentará y se multiplicará cada vez que junto a vosotros el Bautismo regenere a uno de vuestros pequeños, y sus corazones crezcan prontos a participar con vosotros en esta Mesa divina.
164. No siempre, es verdad, las vicisitudes y las necesidades de la vida os darán tiempo para arrodillaros juntos ante el sagrado altar: más de una vez os veréis obligados a cumplir tales actos de piedad cristiana cada uno por su parte; otras veces vuestros deberes os impondrán acaso largas sepa raciones, como ocurre en la hora presente con las exigencias de la guerra. ¿Pero qué mejor reunión podrán entonces tener vuestros corazones apenados por vuestra ausencia, que la sagrada Comunión, en que Jesús mismo os unirá en el suyo a través de todas las distancias?
165. Esposos jóvenes como sois, desde el altar y desde la bendición de vuestro santo matrimonio miráis hacia el porvenir y soñáis fúlgidas y rosadas auroras de muchos años. San Francisco de Sales concluye sus advertencias a los cónyuges invitándoles a celebrar con una fervorosa comunión recibida juntos, el día aniversario de sus bodas; y es también un buen consejo que no podemos abstener nos de repetiros y dirigíroslo también a vosotros. Volviendo a los pies del altar donde cambiasteis vuestras promesas, volveréis a encontraros a vosotros mismos, volveréis a entrar en vuestras almas: y con la gracia de esta unión en Cristo, ¿no es verdad que aseguraréis duración y fuerza, sin debili tamiento, a aquellas intenciones y propósitos de mutua confianza, de íntimo e indestructible afecto, de don recíproco sin reserva, por los que nace y brilla en vuestros pensamientos y en vuestros cora zones la fidelidad de los primeros días de vuestra vida común, y que según la intención de nuestro Señor deben continuar informando y sosteniendo la de toda vuestra peregrinación por aquí abajo?
Que pueda la bendición apostólica que os impartimos con plena efusión de Nuestro corazón paterno, impetraros, queridos recién casados, la abundancia de aquella tierna y fuerte, franca y per severante devoción, que en las incidencias de la vida es fuente fecunda y perenne de verdadero aliento, de verdadera paz, de verdadera alegría, de verdadera felicidad.” (12 de febrero de 1941)
Todo vínculo de comunión como el que se forma en la familia, es un reflejo de la comunión por excelencia que es la que vive la Santísima Trinidad, en el año de la oración no podemos olvidar el rol fundamental que juega la familia al momento de mostrarnos como hemos de entrar en relación con Dios uno y trino, es en la Iglesia doméstica que siempre misionera, se busca pasar la llama de la fe a la siguiente generación, ahí en la oración que la familia realiza los niños aprenden a vivir con una mirada sobrenatural de la realdiad
«en la familia… la persona humana no solo viene generada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que, mediante la regeneración del bautismo y la educación de la fe, ella viene introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia» (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 15).
“Es significativo que, precisamente en la oración y mediante la oración, el hombre descubra de manera sencilla y profunda su propia subjetividad típica: en la oración el «yo» humano percibe más fácilmente la profundidad de su ser como persona. Esto es válido también para la familia, que no es solamente la «célula» fundamental de la sociedad, sino que tiene también su propia subjetividad, la cual encuentra precisamente su primera y fundamental confirmación y se consolida cuando sus miembros invocan juntos: «Padre nuestro». La oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de la familia, ayudando a que ella participe de la «fuerza» de Dios. En la solemne «bendición nupcial», durante el rito del matrimonio, el celebrante implora al Señor: «Infunde sobre ellos (los novios) la gracia del Espíritu Santo, a fin de que, en virtud de tu amor derramado en sus corazones, permanezcan fieles a la alianza conyugal». Es de esta «efusión del Espíritu Santo» de donde brota el vigor interior de las familias, así como la fuerza capaz de unirlas en el amor y en la verdad.” (San Juan Pablo II, carta a las familias)
La educación en la vida de oración se realiza de manera diferenciada según las diferentes etapas de la vida, al inicio podemos pensar en como se trae a los niños a que vean la imagen de la Virgen, del Niño Jesús en el pesebre, a encender una vela frente al Santísimo, etc. Luego se les enseñan las pequeñas oraciones del Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria, el ángel de la guarda etc. No hay que esperar hasta que vengan al Catecismo para aprender estas cosas, se pueden realizar desde antes.
Sin embargo conforme vamos creciendo nuestros padres han de llevarnos a valorar el encuentro a solas con el Señor como quien trata con un amigo, podríamos decir ya no sólo es el repetir una fórmula sino preguntarme qué implicaciones tiene aquello que digo, qué significan esas palabras, cuál es la experiencia que mi familia tiene de la relación con Dios, por qué vamos todos los Domingos a la Eucaristía, por qué visitamos la Capilla de Adoración.
Ciertamente es oportuno propiciar los espacios de oración comunitaria, ya decía el dicho “familia que reza unida permanece unida” pero también es importante que los padres de familia muestren a sus hijos las vías de una oración más profunda enseñándoles a meditar la Palabra de Dios, en los escritos de algunos primeros cristianos encontramos como luego de haber celebrado la Eucaristía se invitaba a que la familia al llegar a la casa compartiera la comida y entonces el padre de familia preguntara a los niños que era lo que el Señor le había dicho a partir de la Palabra que se había escuchado en aquella ocasión.
Este punto es importante, ya que no podemos seguir pensando que vivimos en una sociedad cristiana, aunque es cierto que vemos a muchos acudir a procesiones u otras tradiciones de piedad popular, y nos parece que las misas dominicales siempre llenan los templos, o que incluso si vemos una gran proliferación de otras denominaciones cristianas no católicas, cada vez atestiguamos que la instrucción religiosa es deficiente, en muchos casos parece que hay un ánimo supersticioso más que una fe firme en la persona de Cristo, pueda ser que se conozca algo sobre Él, pero tantas veces nos encontramos con que se trata de un personaje edulcorado o que se reduce sólo ser un referente moral de una buena persona que condona cualquier conducta con tal de que uno se sienta emocionalmente complacido.
La fe que parte del encuentro personal con Cristo Jesús se vive en el seno de la Iglesia. La comunidad cristiana, de la cual la comunidad familiar es una manifestación, está llamada a ser testigo del Resucitado, de lo que el mismo Jesús dijo e hizo y que la Iglesia desde tiempos apostólicos nos transmite como tal. Un testigo se mueve por convicciones firmes que se asientan en algo más que los propios sentimientos, se trata de las experiencias de vida compartidas y transmitidas por la comunidad de referencia como lo es la familia.
Ella se apoya ciertamente en la comunidad parroquial para llevar a cabo esta misión, los padres de familia animan sus hijos a integrarse a los diferentes grupos y movimientos de jóvenes con la esperanza que puedan vivir una relación más estrecha con Jesús, recordemos no se trata sólo de que tengan un lugar donde jugar o aprender un código ético de conducta, la parroquia no es correccional, se trata de que los niños y jóvenes encuentren en ella ambientes que les ayuden al desarrollo de su fe, sin embargo no hemos de olvidar que nada sustituye la familia, los niños y jóvenes aprenden más del ejemplo que del discurso.
“Elemento fundamental e insustituible para la educación de la oración es el ejemplo y el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas profundas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar” (san Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 60).
Cultivar la oración en familia, a través incluso de los gestos más sencillos tienen un gran peso para educar en una vida que siempre se vive en relación con Dios:
Desde la bendición de los alimentos y la consiguiente acción de gracias, el encomendarse al Señor antes de salir de viaje o las pequeñas tradiciones que tienen algunos de hacer la señal de la cruz antes de entrar al agua en una piscina o en el mar, las peregrinaciones que se hacen juntos a santuarios o incluso cuando al visitar un Pueblo siempre se detienen un segundo en la iglesia del lugar para hacer una pequeña oración. Es hermoso ver aún como en nuestra parroquia hay familias que participan en buen número de los retiros y otras actividades que se proponen desde las diferentes comunidades y movimientos.
“El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de asuntos, ocupado y preocupado. Es siempre poco, nunca es suficiente, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende rápido a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: hacer que veinticuatro horas rindan el doble. Hay mamás y papás que por esto podrían ganar el Premio Nobel. De 24 horas hacen 48: ¡no sé cómo hacen, pero se mueven y lo hacen! ¡Hay tanto trabajo en la familia!
El espíritu de oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la que siempre le falta el tiempo, vuelve a encontrar la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para ello son las dos hermanas Marta y María, de las que habla el Evangelio que hemos escuchado. Ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cf. Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían mucho, era su fiesta. Pero un día Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, incluso siendo importante, no lo es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cuestión verdaderamente esencial, la «parte mejor» del tiempo. La oración brota de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio. No os olvidéis de leer todos los días un pasaje del Evangelio. La oración brota de la familiaridad con la Palabra de Dios. ¿Contamos con esta familiaridad en nuestra familia? ¿Tenemos el Evangelio en casa? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Por la mañana y por la tarde, y cuando nos sentemos a la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús quien viene entre nosotros, como iba a la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que me preocupa mucho y que he visto en las ciudades: hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la cruz. Pero tú, mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la cruz: es una hermosa tarea de las mamás y los papás.
En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasos difíciles, nos encomendamos unos a otros, para que cada uno de nosotros en la familia esté protegido por el amor de Dios.” (Papa Francisco 26 de agosto de 2015)
Una familia orante aborda los tiempos prósperos y los tiempos difíciles desde otra perspectiva. En un momento en el que el frenesí del mundo y sus seducciones terminan muchas veces destruyendo a la persona. Un instrumento musical como por ejemplo un violín o una guitarra de tanto usarse termina en cierto desgaste que se manifiesta en sus cuerdas que se van aflojando, es necesario usar diapasón para afinar la cuerda que dará el tono a las demás. La oración en familia se presenta como ese diapasón que permite encontrar el propio tono cuando parece que hemos perdido la fuerza, y junto los demás miembros del hogar nos armonizamos para elevar un cántico nuevo para gloria de Dios en este mundo.
La oración en familia trae muchos beneficios:
Es el momento en que la pareja se ve fortalecida en medio de sus dificultades porque recuerda que su alianza no es sólo el uno con el otro sino también con el Señor, ayuda a fomentar la intimidad entre los esposos al compartir sus luchas y anhelos, les recuerda que caminan juntos en la consecución de sus metas, les ayuda a salir de sus egoísmos, fortalece la unidad, fomenta la gratitud y el reconocimiento del bien que el otro supone a la propia vida.
Es un medio excelente para tratar prevenir que la seducciones del pecado hagan mella en los niños y jóvenes puesto que les hace cultivar su amistad con Dios, fomenta virtudes como la fe, puesto que el punto de partida es creer en Dios que escucha nuestras suplicas de un modo especial cuando nos reunimos varios en oración; la esperanza y valor cuando las situaciones se vuelven adversas; la caridad para con Dios cuando reconozco su grandeza y sus bondades en mi vida; la humildad que nos hace reconocernos necesitados de Dios previniendo el orgullo; la misericordia, al rogar por las necesidades de los demás; la capacidad de perdonar, sobre todo cuando decimos “perdona nuestas ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”; fortaleza cuando se sienten los ánimos tambalear; amor al prójimo, puesto que escucho como mis familiares piden también por mis intenciones, no son indiferentes; pureza, sobre todo cuando hacemos las tradicionales tres avemarías antes de dormir, estas entre otras.
Asimismo la oración en familia nos ayuda a combatir los grandes males contemporáneos de la ansiedad y la depresión, no somos ajenos a la sociedad en que vivimos, la meditación de la Palabra en familia que nos hace dialogar y escuchar como la voz de Dios ilumina nuestra realidad social y personal, también se convierte en un espacio donde papá y mamá pueden aconsejar a sus hijos sobre como abordar las problemáticas que tienen que enfrentar en el día bajo la luz del Señor, se pueden convertir en espacios donde más que regañar busquemos discernir cual es el bien por hacer y el mal por evitar, en esos diálogos puede surgir las interrogantes reales que tienen los jóvenes, más aún son momentos en el que el matrimonio se puede unir para suplicar por un hijo que se ha alejado de la fe y que está enfrentando su propio combate con Dios, por usar una expresión del Génesis; nos ayuda a cultivar el hábito de la reflexión contrarrestando nuestra impulsividad y nos mueve a la acción contrarrestando nuestra pasividad. Nos libera del afán desordenado de buscar la afirmación de terceros que supone la manifestación contemporánea de la vanidad sabiendo que nuestra vida se vive de cara a Dios; nos libera del afán de desordenado de dominio porque reconocemos a Dios como Señor de la historia, nuestras vidas no están en las manos de los hombres sino en las de Dios; nos libera de la esclavitud de los bienes materiales porque nos lleva a poner la mirada en los eternos, etc.
Así pues luego de este pequeño esbozo sobre la oración en familia recobremos este buen propósito y abrámonos a la voz del Señor que nos llama a vivir en comunión de vida con Él.