Introducción
“Adorar al Señor quiere decir darle a Él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer que únicamente Él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante Él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.” (Papa Francisco, 14 de marzo de abril). La oración de adoración goza de un puesto especial en la vida de oración del creyente ¿cuál puesto? El primero. Por ello en esta ocasión al meditar sobre ella quiero considerar con ustedes los siguientes puntos: qué es la oración de adoración, cuáles son su efectos en nuestra vida, en qué sentido la celebración de la Eucaristía es el mayor acto de adoración, como nuestras buenas obras también lo pueden ser y cuál es la importancia del culto eucarístico fuera de la Misa.
- De la Adoración en general.
Adorar al Señor, es el primer precepto del decálogo, si tenemos en cuenta que en su raíz lo que traducimos por decálogo es la palabra “torah” en hebreo que significa “instrucción” y si recordamos que aquellas diez palabras se le dieron a Israel como un don de Dios para entrar desde su libertad en una relación Él, en una alianza, que le garantiza el permanecer fuera de toda esclavitud, la adoración será pues la actitud fundamental que el hombre por la cual el hombre reverenciando la majestad infinita de Dios se hace libre. Cuando hablamos de “majestad” nos referimos a la “excelencia singular en Dios por su trascendencia infinita sobre todas las criaturas con exceso omnímodo” (STh II-II, q. 81 a.4)
La adoración que el hombre tributa a Dios es doble ya que: “puesto que estamos compuestos de doble naturaleza —la intelectual y la sensible—, ofrecemos doble adoración a Dios: una espiritual, que consiste en la devoción interna de nuestra mente, y otra corporal, que consiste en la humillación exterior de nuestro cuerpo” (STh q. 84, a.2) De ahí se sigue que como toda oración es en principio un ejercicio de la mente, esta se manifieste en gestos concretos como el ponerse de rodillas o la postración.
Como toda oración el momento de adoración ha de ser preparado a través del recogimiento interior, que podríamos decir es un ejercicio de atención que nos abre a vivir disponibles (dispuestos) a Dios, haciéndoLe el centro de nuestro mundo interior. Y no consideremos solo nuestros pensamientos sino también nuestros afectos, la serenidad que produce en nuestro interior el recogimiento nos ayuda a descubrir el delicado paso de Dios por nuestra historia. Lo más contrario a este preámbulo es la dispersión que se produce fruto de una atención desviada en múltiples focos, estas agitan nuestros pensamientos y afectos, generando confusión y caos, y por lo tanto distrayendo de lo que de verdad importa. “—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.” (Lc 10, 41-42)
- Los efectos de la adoración en la vida del hombre
Adorar al Señor redunda en una bendición para nosotros mismos:
“Que ofrecemos a Dios honor y reverencia, no para bien suyo, que en sí mismo está lleno de gloria y nada pueden añadirle las criaturas, sino para bien nuestro; porque, en realidad, por el hecho de honrar y reverenciar a Dios, nuestra alma se humilla ante Él, y en esto consiste la perfección de la misma, ya que todos los seres se perfeccionan al subordinarse a un ser superior, como el cuerpo al ser vivificado por el alma y el aire al ser iluminado por el sol.” (STh II-II, q. 81 a.7)
El reconocimiento de nuestra subordinación a Dios es un acto de humildad que nos sitúa en nuestro lugar en la relación con Él. Esto nos da una gran libertad porque reconocer nuestra dependencia supone en primer lugar saber que estamos en una relación con Él, y por la gracia bautismal sabemos que no somos esclavos, ni obreros oprimidos, no somos unos simples vasallos, sino que entramos en el seno de la Trinidad santísima en calidad de hijos del Padre, coherederos con Cristo del Reino y Templos del Espíritu Santo. Esto reafirma nuestra confianza en Él, nos hace arder en el amor, y redunda en una mayor reverencia a su Majestad.
- La celebración de la Eucaristía como acto de adoración
De un modo particular podemos decir que el santo Sacrificio de la Misa es el mejor acto de adoración que tributamos a Dios. Consideremos que el hombre da su dimensión espiritual y material “debe servirse de cosas sensibles y ofrecerlas a Dios como signo de la sumisión y del honor que le debe,” (STh II-II q.85, a.1) Nos entregamos a Él que es nuestro principio y fin “El alma se ofrece a Dios en sacrificio como a su principio creador y a su término beatificador” (STh II-II q.85, a.2)
El sacrificio de Cristo en la Cruz es el acto de adoración más excelente, ya que es la entrega que hace de sí el Verbo de Dios encarnado a la voluntad salvífica del Padre, pues le dice: “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46) mientras que en la cruz entregaba su cuerpo y sangre. La Iglesia nos enseña que en la Santa Misa celebramos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, ahí se vuelve a hacer presente su sacrificio de modo incruento y se aplica su fruto.
«(Cristo), nuestro Dios y Señor […] se ofreció a Dios Padre […] una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) […] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).
En la Sagrada Eucaristía, el Cristo total, cabeza y miembros (todos los bautizados), ofrecemos al Padre eterno el supremo acto de adoración que condesamos en la palabras de la doxología final de la Misa “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”
Siendo el supremos sacrificio es un acto de adoración que alaba a Dios por quien es Él, que le da gracias por todas sus bendiciones, expía nuestros pecados e impetra de lo alto todo don.
- Los obras buenas como sacrificio de adoración
En la celebración de la Misa también sabemos nosotros presentamos todos los sacrificios espirituales (logiké latreía) que realizamos en lo cotidiano del día a día siguiendo las palabras del apóstol: “Los exhorto, por tanto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus cuerpos como ofrenda viva, santa, agradable a Dios: éste es su culto espiritual.” (Rm 12, 1) o también “En fin, tanto si comen, como si beben, o hacen cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios.” (1 Co 10, 31). Toda obra buena que realizamos constituye un sacrificio con el cual podemos adorar a Dios en espíritu y verdad: “A toda obra buena se la llama sacrificio, siempre que se ordene a reverenciar a Dios” (STh II-II, q.81, a.4 sed. 1). Estos sacrificios espirituales los ofrecen los fieles en virtud del sacerdocio común de todos los bautizados, y son unidos al sacrificio de Cristo en la Misa por las manos del sacerdote ministerial que actúa en la persona de Cristo cabeza. Y no olvidemos que nos unimos plenamente a ese sacrificio a través de la santa comunión, no se nos olvide, cuando los antiguos israelitas ofrecían los sacrificios de la antigua alianza durante la pascua, el rito culminaba con el banquete donde se comía el cordero pascual.
Aunque podemos hacer oración de adoración en cualquier lugar adecuado, al participar de la santa Misa damos a Dios un culto de adoración uniéndonos al santo sacrificio de Cristo en el Calvario, hacemos el mejor acto de adoración que podemos. En razón de su Divina Majestad, le adoramos simplemente porque Él es, reconocemos su Excelencia, Él nos ha creado, Él nos ha redimido, Él es nuestra Felicidad eterna.
- La adoración al Santísimo sacramento
Los efectos de ese acto de adoración se pueden prolongar en el culto Eucarístico fuera de la Misa, este se manifiesta en la visita a capillas de Adoración, la llegada temprano a una iglesia para prepararse a la Santa Misa o el quedarse unos minutos después en acción de gracias, todo constituye una oportunidad de beber de la fuente que mana del pan de vida que es Jesús realmente presente en las especies eucarísticas:
“…en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, «sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otro»” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis n. 66)
Conclusión.
Ofrezcamos pues hermanos nuestro sacrificios espirituales al Señor como un acto de adoración a su Divina Majestad, unámoslos al sacrificio de Cristo en la celebración Eucarística, gocemos de la oportunidad que se nos da de prolongar la adoración en la Capilla dedicada al Santísimo Sacramento, y redescubramos como a través de la oración de adoración el hombre pasando el tiempo con el Santo de los santos forja el corazón que luego habrá de salir y compartir el amor con el que Cristo nos amó primero.
“La fonte” – San Juan de la Cruz
Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!.
Aquella eterna fonte está ascondida.
¡Que bien sé yo do tiene su manida
aunque es de noche!
Su origen no lo sé pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla
y que ninguno puede vadealla
aunque es de noche.
Su claridad nunca es escurecida
y sé que toda luz de ella es venida
aunque es de noche.
Sé ser tan caudalosos sus corrientes,
que infiernos cielos riegan y a las gentes
aunque es de noche.
El corriente que nace desta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente
aunque es de noche.
El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede
aunque es de noche.
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas
y de esta agua se hartan, aunque a escuras
porque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo
aunque es de noche.
IMG: «Santo Tomás de Aquino contemplando la Eucaristía» Banner en la iglesia de santa Rosa en Springfield KY (Fotografía de Fray Lawrence Lew o.p.)