Espiritualidad de Comunión

Introducción.

“La unidad de la Iglesia es la unidad entre las personas, y no se consigue estableciendo un plan, sino en la vida. Se realiza en la vida.” (Papa Francisco, Audiencia General 08 de octubre de 2024) Aunque a simple vista pudiera parecer que comenzar con esta cita pudiera ser contradictorio en el marco de estos días de planificación pastoral, quiero partir recordando que en el fondo nuestro objetivo no es la mera publicación de un documento, sino discernir los caminos por los que el Espíritu Santo nos va conduciendo en la historia como miembros de esta Iglesia particular y los pasos que hemos de dar para mejor corresponder a su acción en nuestras vidas, pasos que damos juntos como hermanos y que se evidencian en lo concreto de una vida que aspira a la santidad. Para tratar el tema de la espiritualidad de comunión quiero dividir esta intervención en tres momentos: en primer lugar, repasemos un poco la naturaleza de la Iglesia y veamos como la dimensión comunitaria forma parte esencial de su vida. Luego trataremos cuatro puntos que ya san Juan Pablo II nos invitaba a considerar para hacer de la espiritualidad de comunión un principio educativo en la vida de la Iglesia. Y por último les hago una propuesta de algunos medios concretos para vivir esta dimensión de nuestra vida eclesial partiendo del capítulo 12 de la carta a los Romanos.

1.    Naturaleza de la comunión eclesial

Hablar de espiritualidad de comunión es hablar de la esencia misma de la Iglesia, desde sus más antiguas prefiguraciones descubrimos en el Pueblo de Israel sus carácter de ser asamblea congregada y elegida por Dios para entrar en una alianza con el hombre. Llegada la plenitud de los tiempos el mismo Jesús atrae las multitudes hacia sí con sus gestos y palabras, llama de un modo particular a 12 para que le sigan de un modo más estrecho y para luego ser enviados a continuar su misión siendo sus testigos. Con su pasión, muerte y resurrección se establece la nueva y eterna alianza por la cual los hombres son reconciliados con Dios y hechos hijos adoptivos del Padre. El Espíritu Santo en pentecostés se manifiesta en los apóstoles que una coralidad de lenguas diversas anuncia la Buena Nueva de la salvación.

La división que el antiguo pecado había ocasionado entre Dios y los hombres, entre los hombres entre sí y las consecuencias nefastas que tuvo frente a la creación es por el vínculo de la caridad de aquellos que no sólo serán el Pueblo sino también familia de Dios que comienza a manifestar el Reinado de Cristo en la historia. Injertado en el Cuerpo místico del Señor por el Bautismo, los cristianos entramos en una nueva relación con Dios, pero también comienza en una nueva relación entre nosotros en cuanto hermanos por la fe y los efectos de la redención de la humanidad resplandecen hasta en su relación con las criaturas.

“Porque todos los que somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo (cf. Hb 3,6), al unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza de la Trinidad, secundamos la íntima vocación de la Iglesia y participamos, pregustándola, en la liturgia de la gloria consumada” (Lumen Gentium n. 51)

Cuando hablamos de espiritualidad podemos hacer alusión a diferentes significados, a la dimensión no material del hombre, al llamado a la trascendencia que llevamos dentro, incluso a alguno puede sonarle como algo etereo y abstracto comprensible solo en el plano metafísico, sin embargo para precisar términos diremos que estamos hablando de la vida nueva en el Espíritu, que se vive en la comunión con Dios, Uno y Trino, en su Iglesia; en el fondo la llamada a la comunión obedece a nuestra vocación de haber sido creados por y para gloria de la Santísima Trinidad, gloria que se manifiesta en la vivencia del mandamiento del doble mandamiento del amor “amarás a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios”.

Benedicto XVI nos enseñaba que:

“La idea de la comunión como participación en la vida trinitaria está iluminada con particular intensidad en el evangelio de san Juan, donde la comunión de amor que une al Hijo con el Padre y con los hombres es, al mismo tiempo, el modelo y el manantial de la comunión fraterna, que debe unir a los discípulos entre sí:  «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15, 12; cf. 13, 34). «Que sean uno como nosotros somos uno» (Jn 17, 21. 22). Así pues, comunión de los hombres con el Dios Trinitario y comunión de los hombres entre sí.”

Más aún nos recuerda que la comunión que se establece entre los hombres es fruto de la obra del Espíritu Santo en nosotros, Él es quien sella el vínculo del amor que tiene un carácter escatológico que comienza a ser un anticipación del mundo futuro:

“Precisamente así, por ser anticipación del mundo futuro, la comunión es un don también con consecuencias muy reales; nos hace salir de nuestra soledad, nos impide encerrarnos en nosotros mismos y nos hace partícipes del amor que nos une a Dios y entre nosotros. Es fácil comprender cuán grande es este don:  basta pensar en las fragmentaciones y en los conflictos que enturbian las relaciones entre personas, grupos y pueblos enteros. Y si no existe el don de la unidad en el Espíritu Santo, la fragmentación de la humanidad es inevitable.” (Audiencia del 26 de marzo de 2006).

2.    Espiritualidad de comunión

Al encontrarnos con este título en los albores del jubileo del 2025, en tiempos en los que estamos buscando redescubrir el carácter sinodal de la vida de la Iglesia, también podríamos redescubrir las perspectivas que el sucesor de Pedro nos hacía notar ya a inicios de siglo, puesto que el tema fue tocado ya por san Juan Pablo II en un documento titulado Novo Millenio Ineunte en 2001 en el que manifestaba que el gran desafío del nuevo milenio que comenzaba era hacer de la Iglesia “Casa y escuela de comunión” (NMI 43) ahí nos da cuatro criterios que hemos de valorar para hacer de la espiritualidad de comunión un auténtico principio de educativo de todos los miembros de la Iglesia:

  1. “Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.” De ahí porque quería comenzar apelando a la naturaleza de la cuestión al inicio de la presentación, estamos llamados a vivir en comunión porque buscamos vivir el amor como lo viven el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, más aún porque descubrimos la presencia de Dios en nosotros y en nuestros hermanos, lo que se conoce como el misterio de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo, nos lleva a asumir nuestra existencia desde otra tonalidad, estamos llamados a ser una liturgia viviente o como diría san Pablo “un alabanza de su gloria” (Ef 1, 12) pero esta alabanza se eleva a coro junto con todos nuestros hermanos. En este sentido cuán importante es la vida de oración puesto que ella me lleva a redescubrir la presencia de Dios en mí y a ser consciente de su presencia en el hermano, cuanto nos ayudaría esto a guardar relaciones de mutua estima y amabilidad.
  • “Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.” Así pues de la comunidad de vida en Dios se desgaja el hecho de la auténtica preocupación por el hermano, aquí encuentra su explicación por ejemplo el porqué uno de los efectos de la comunión eucarística es la solidaridad fraterna con el necesitado, no puedo ser indiferente con aquel con quien comparto lo más profundo de la vida. “…que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21) es el anhelo de Jesús.
  • “Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.” Esto supone ser hombres y mujeres de esperanza, ya que implica el reconocer que es Dios quien va tejiendo una historia de salvación con todos y cada uno, y confiamos que habrá de dar los auxilios necesarios para vivir una vida santa, y estos brillan también todo lo que de bueno hay en los hermanos. A veces podemos llegar a tener una visión pesimista de las cosas, escépticos incluso cínicos, bajo la apariencia de “ser realistas” terminamos siendo profetas de desesperanzas, no olvidemos sólo aquel que sabe tener una mirada de fe sobre la realidad, aquel que se abre creer que Dios camina con nosotros en la historia es capaz de llenarse de esperanza, y sólo así se puede avanzar. El cínico es un triste que termina paralizado, el hombre lleno de esperanza es capaz de llegar lejos.
  • “En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias.” Muchas veces es necesario aprender a dar un paso hacia atrás, aunque suene políticamente incorrecto, no se puede liderar siempre, es necesario también aprender a saber seguir, abrirnos a los cambios reconociendo que en ocasiones otros también pueden hacer el trabajo. Vencer la envidia pasa por redescubrir que el hecho que a otro le vaya bien no significa que a mi me esté yendo mal, podría ser que hubiera espacio para crecer y ser mejor, pero siempre el bien del prójimo redunda en un bien para mí, porque somos parte de una misma familia.

3.    Caridad fraterna

En el mundo de hoy ciertamente es un desafío predicar la comunión, nuestra sociedad esta fuertemente viciada por el egoísmo, es muy común escuchar a los psicólogos hablar de como cada vez se tiende más al narcisismo que es el correspondiente de lo que en la tradición clásica se ha denominado soberbia, incluso hay quien advierten frente a lo que se conoce como la tétrada oscura, porque aquel que se busca sólo a sí mismo (narcisista) tiende a caer también en la psicopatía que se revela en la incapacidad de ser émpatico con los demás, en el maquiavelismo, ya que no lo importa los medios que ocupe para llegar a sus objetivos y en el sadismo, porque descubre cierto placer en hacer sufrir a los demás, no sería extraño que casi todos conociéramos a alguien así, incluso dentro de las estructuras pastorales en que nos movemos, sabemos que los ídolos del mundo pueden llevar a una persona a cometer barbaridades y la tentación existe aunque uno persevere en la Iglesia, la espiritualidad de comunión nos llevará a apartarnos del mal a través del ejercicio de la caridad fraterna, la cual está muy bien ejemplificada en el capítulo 12 de la carta a los romanos, creo yo que esta es una auténtica hoja de ruta, que nos puede ayudar a la hora de poner en práctica el plan pastoral.

“Que la caridad esté libre de hipocresía (sinceridad y transparencia), abominando el mal, adhiriéndose al bien (primer principio de la moral); amándose de corazón unos a otros con el amor fraterno, honrando cada uno a los otros más que a sí mismo (humildad); diligentes en el deber, fervorosos en el espíritu, servidores del Señor (saber primerear); alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación (la mirada puesta en la Providencia); constantes en la oración (el alma de todo el obrar cristiano, el corazón de la misión); compartiendo las necesidades de los santos, procurando practicar la hospitalidad (la prueba tangible del amor). Bendigan a los que los persiguen; bendíganlos y no los maldigan (“Hazme un instrumento de tu paz…es dando como recibimos”). Alégrense con los que se alegran, lloren con los que lloran (Empatía). Tengan los mismos sentimientos los unos hacia los otros, sin dejarse llevar por pensamientos soberbios, sino acomodándose a las cosas humildes (el ejemplo de Cristo pobre). No se tengan por sabios ante ustedes mismos (Ser más amigo de aprender que de enseñar). No devuelvan a nadie mal por mal: busquen hacer el bien delante de todos los hombres (Ser lámpara que ilumina). Si es posible, en lo que está de su parte, vivan en paz con todos los hombres. No se venguen, queridísimos, sino dejen el castigo en manos de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo retribuiré lo merecido, dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer; si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto, amontonarás ascuas de fuego sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.” (Rm 12, 9-21)

Aunque no tengo una comprobación estadística de lo que les voy a decir al menos que la experiencia anecdótica sirva de algo pero cada vez me convenzo más que la razón por la que muchos se alejan de la vida de la parroquia o se acercan a ella es en primer lugar por razones de comunión, es tan frecuente escuchar que alguien se fue porque se discutió con otra persona como que alguien llegó porque un amigo le invitó, pero en ese deseo de ser con y para el otro que se puede ver herido o edificado hemos de recordar que hemos de saber redescubrir el profundo deseo de Dios en el hombre, una sed que sólo puede colmar Él. Si la oración personal y la comunión eucarística son fundamentales en nuestra relación con Dios, el diálogo y el pasar tiempo con los demás hará otro tanto en nuestras relaciones con los hermanos.

Pequeñas cosas que pueden manifestar la caridad fraterna en nuestras comunidades parroquiales:

  1. Puntualidad
  2. Amabilidad
  3. Participación activa
  4. Asumir los compromisos: responsabilidad
  5. Escuchar la voz de los jóvenes y de los ancianos (cuida los brotes y las raíces)
  6. De vez en cuando siéntate a platicar con un niño
  7. Aprende a conciliar: tercero trascendente y amor por el bien
  8. Adáptate sin acomodarte al mundo presente
  9. Sé el cambio que deseas ver
  10. No te olvides de pedir perdón y perdonar

Conclusión.

Cultivar la espiritualidad de comunión ha de partir siempre de Cristo, es unidos a Él que participamos de la vida de la Santísima Trinidad, y es unidos a Él que nos vinculamos por el Espíritu Santo a los demás. Está inscrito en el corazón mismo de la Iglesia la llamada a la comunión, no hemos de mermar los esfuerzos en buscar vivir cada vez más esta realidad, la primacía de la caridad será siempre la clave, todo lo que podamos hacer por pequeño que parezca para formar lazos de amistad ayudará al camino que queremos realizar juntos como Iglesia arquidiocesana. “La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros «un solo corazón y una sola alma» (Hch4,32).” (San Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte n.42)