La oración en la Biblia

“Nosotros, por tanto, leemos las Escrituras para que estas “nos lean a nosotros”. Y es una gracia poder reconocerse en este o aquel personaje, en esta o esa situación. La Biblia no está escrita para una humanidad genérica, sino para todos nosotros, para mí, para ti, para hombres y mujeres en carne y hueso, hombres y mujeres que tienen nombre y apellidos, como yo, como tú. Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con un corazón abierto, no deja las cosas como antes, nunca, cambia algo. Y esta es la gracia y la fuerza de la Palabra de Dios.” (Papa Francisco, Catequesis 27 de enero de 2021)

Cuando pensamos en abordar el tema de la oración en la Sagrada Escritura ciertamente estamos ante un panorama vastísimo, vamos a buscar sintentizar en un breve espacio de tiempo algunas lecciones que podemos recabar contextualizándonos en los diferentes tipos de libros que encontramos en las Escrituras y algunos personajes o lecciones que nos pueden ilustrar para cultivar nuestra vida de oración.

El punto de partida será recordar que la Biblia es una colección de libros que recogen la experiencia de Dios que ha vivido un Pueblo, “encuentro” es una palabra clave que guía la trama de la revelación divina que va tejiéndose a lo largo y ancho de las Escrituras.

“La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. La Constitución dogmática Dei Verbum había expresado esta realidad reconociendo que «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía»” Benedicto XVI, Verbum Domini n. 6

 Dios se manifiesta a su Pueblo en palabras y obras, el hombre bíblico es un hombre que se presente como miembro de una comunidad que Dios se ha formado, el hombre entra diálogo con Dios en el seno de la comunidad que le ha transmitido la fe, Dios forma una alianza de amor por el cual en Cristo Jesús rescata al hombre del pecado y de la muerte comunicándole una nueva vida, la Palabra que Dios dirige al hombre se hace carne y habita en lo profundo de su interior por la fuerza del Espíritu Santo, Espíritu que congrega a todos una nación santa, estirpe elegida, pueblo sacerdotal con el cual Dios sigue comunicándose a lo largo de la historia y mediante el cual se sigue comunicando a todos los hombres llevandoles a conocer la Verdad plena.

“Quien conoce la Palabra divina conoce también plenamente el sentido de cada criatura. En efecto, si todas las cosas «se mantienen» en aquel que es «anterior a todo» (Col 1,17), quien construye la propia vida sobre su Palabra edifica verdaderamente de manera sólida y duradera. La Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo.[31] De esto tenemos especial necesidad en nuestros días, en los que muchas cosas en las que se confía para construir la vida, en las que se siente la tentación de poner la propia esperanza, se demuestran efímeras. Antes o después, el tener, el placer y el poder se manifiestan incapaces de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. En efecto, necesita construir su propia vida sobre cimientos sólidos, que permanezcan incluso cuando las certezas humanas se debilitan. En realidad, puesto que «tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo» y la fidelidad del Señor dura «de generación en generación» (Sal 119,89-90), quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca (cf. Mt 7,24). Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra» (Sal 119,114) y, como san Pedro, actuemos cada día confiando en el Señor Jesús: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5).” (Benedicto XVI, Verbum Domini n. 10)

Recorramos pues grosso modo algunos aspectos que la Sagrada Escritura nos presenta sobre la oración.

El Pentateuco.

Los primeros libro cinco libros de la Escritura, nos presentan en los orígenes todo cuanto existe como fruto de una Palabra divina que pone orden a un caos informe. A pesar de la traición y rebeldía de nuestro primeros padres, el Señor da una palabra que marcará toda la historia de la salvación en el llamado protoevangelio, una palabra que es esperanza y cercanía de uno que no abandona a su miseria a la humanidad, sino que le habrá de salvar. En su primera parte el Génesis nos plantea la oración como el encuentro del hombre como un Dios que le ha creado, y le ha creado por amor, y no lo abandona su muerte, sino que le da una esperanza de salvación. La segunda parte del Génesis nos relata los acontecimientos vividos por los patriarcas, de un modo especial encontramos a Abraham, en el padre de la fe, descubrimos al orante que va formando con Dios una historia fiándose de su Palabra, el Señor promete su bendición y la manifestación de su favor en situaciones concretas, a saber tierra y descendencia, el Señor conoce los anhelos del corazón orante y ofrece su mano bondadosa para saciar a aquel que se fía de Él.

El otro gran paradigma de la oración lo tenemos en el Éxodo con Moisés, con el cual Dios hablaba como quien habla con un amigo, esta podría ser la definición más propia de la oración en el Pentateuco, Dios camina con el hombre, en sus alegría y penas, el Señor va paso a paso con su Pueblo, liberando de la dura esclavitud, que no sólo era la opresión del faraón sino el corazón que se encontraba aprisionado a una estructura de pensamiento en la cual se miraba incapaz de futuro, abriendo el mar rojo y pactando una alianza con este Pueblo, toda la travesía hacia la tierra prometida será el tejido de una relación entre Dios y aquellos que han sido liberados, así pues el Éxodo y los demás libros (Deuteronomio, Número y Levítico) son para nosotros un eco de como la oración implica el establecimiento de una relación estable con Dios, un pacto firme y sólido, no un hecho aislado sino la perseverancia y firmeza del amor.

Los llamados libros históricos (Josué, Jueces, 1ª y 2ª de Samuel, 1ª y 2ª de Reyes, 1ª y 2ª de Crónicas) Los jueces nos muestran las historia de hombres concretos que muchas veces tienden a olvidarse de Dios y su favor divino, pero que encontrando el vacío y sin sentido que hay en una vida sin Él, sumidos en el peso de su pecado, claman a Él y encuentra su misericordia; en la rebeldía de Saúl y sus infidelidades vemos como el torcido corazón del hombre olvidándose de Dios puede llegar al punto de la superstición queriendo manipular lo sobrenatural como cuando acude al nigromante; en David vemos al que contrito de corazón se arrepiente de su pecado y encuentra la misericordia; en Salomón y su oración por la sabiduría encontramos al hombre que pide con sinceridad la bendición de Dios para su futuro y como el Señor responde a su súplica, pero también como la perseverancia ha de ser en fidelidad hasta el final o puede terminarse perdiendo lo que tanto se había anhelado.

Los libros proféticos nos presentan una gran variedad de lecciones en el campo de la oración, desde el modo en que Dios llama a una misión, los relatos vocacionales ocurren en el contexto de la oración; las dificultades que nos presenta Jeremías por ejemplo es un paradigma de la experiencia del hombre que combate con Dios en su interior, podríamos decir el combate del orante que escuchando la voz del Señor es consciente de las resistencias que en su humanidad se manifiestan ante la palabra que se le dirige, pero que movido por el amor sabe superar como aquel que se ha descubierto “seducido por el Señor”

De un modo particular en los libros del Antiguo Testamento también se cuenta con los libros que nos narran las historias de algunos hombres y mujeres que en su vivencia de la fe manifiestan oraciones que brotan del corazón como Tobías y Sara o Rut y Ester.

Como escuela de oración por excelencia nos encontramos con la Lírica bíblica recogida por libros como Lamentaciones o Salmos, siendo este último el lugar donde la Iglesia a encontrado un fuente de la que ha bebido a lo largo de los siglos. Hay una expresión de san Ambrosio que resume muy bien como en este libro encontramos el resonar del corazón de la Iglesia que unida a Cristo esposo, eleva en el Espíritu Santo una oración al Padre.

«¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos, nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.

En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.

¿Qué otra cosa es el salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.

Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que dice: Orar con el espíritu, pero orar también con la mente; cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también con la mente; con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: Tocaré para ti la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.» (De los Comentarios de San Ambrosio sobre los salmos 1,9-12)

Pasando al Nuevo Testamento encontramos los Santos Evangelios, sabemos que el modelo de oración es nuestro mismo Señor Jesucristo, cuantas veces los vemos recogido por las noches en oración al Padre, encontramos las palabras de alabanza que eleva al contemplar como los misterios del Reino se abren a los sencillos, escuchamos su oración en la noche de la Última Cena en la llamada plegaria sacerdotal que nos muestra el Evangelio de san Juan, descubrimos sus sentimientos más profundos en el Getsemaní e incluso en el Sermón de la Montaña nos da el Padre Nuestro como modelo de oración.

Luego en las Cartas que nos presenta el texto Sagrado, descubrimos las fórmulas de la Liturgia de las primeras comunidades cristianas, las bendiciones que los apóstoles enviaban a la comunidad, y las constantes exhortaciones a orar continuamente.

Carta a los Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
8se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

El libro del Apocalipsis finalmente se nos presente como una gran Liturgia celeste en la cual escuchamos la oración que los ángeles y santos tributan a Dios en lo alto, sus símbolos y gestos recogen de un modo esplendido el modo en que nosotros también estamos llamados a alabar al Señor.

Apocalipsis 11, 17-18; 12, 10-12

Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Hay muchas maneras de beber del manantial que nos presentan la Sagrada Escritura para la vida de oración, a veces encontraremos lecciones sobre cómo orar, otras veces nos sentiremos inclinados a dejarnos llevar por la oración bíblica para expresar lo que llevamos dentro como cuando salmodiamos, en otras ocasiones podría ser que el ejercicio de la lectio divina nos lleva a reconocer la voluntad de Dios sobre algún aspecto de nuestra vida, en otras ocasiones será el testimonio de los hombres y mujeres en oración que encontramos en ella los cuales nos harán reconocer algunas etapas de la vida de oración, esto y mucho más. Por eso al terminar el mes de septiembre, adquiramos un renovado amor por acercarnos a la Palabra de Dios y dóciles a ella digamos “Quiero meditar en tus mandatos, y fijar la vista en tus senderos. En tus estatutos pongo mi gozo, no olvidaré tus palabras. Favorece a tu siervo para vivir y guardar tu palabra.” Sal 119, 15-17

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