Homilía para el V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Al reflexionar sobre el Evangelio de este domingo, lo primero que vemos en la escena es a Jesús que sube a la barca de Pedro para predicar. ¿Qué estaba haciendo el apóstol? Estaba simplemente y llanamente arreglando sus redes después de haber pasado una madrugada desafortunada, habían intentado pescar con sus compañeros y nada había caído, pongámonos en esa situación, se trata de alguien que después de un gran esfuerzo no había visto los frutos, decepcionado, triste, quizás añorando glorias pasadas, un hombre hasta cierto punto humillado pues es un pescador que no había logrado nada ¿cómo quedaría parado ante los demás? ¿no tendría responsabilidades con las cuales salir adelante? ¿proveedores o gente que dependiera de su venta? Estamos ante un hombre simplemente resignado ante la fatalidad ¿no nos encontramos así a veces nosotros también?
Pero en el horizonte aparece alguien, seguido por una gran cantidad de gente, es Jesús, que ha comenzado a predicar, que hace numerosos milagros, alguien a quien su fama le precede, a este punto Pedro ya le conocía, entonces Jesús para captar mejor a su audiencia pide poder predicar desde la barca, dicho y hecho. ¿Quizás Pedro sabiendo que era un rabino pensaría que le pudiera dar una palabra de aliento? ¿quizás daría chance porque un discurso diferente le podría caer bien? ¿quizás simplemente fue la hospitalidad propia del oriental? No sabe, incluso tampoco sabemos qué habrá predicado Jesús en aquella ocasión. Sin embargo, si vemos los efectos de aquella palabra, se volvió a encender el corazón de Pedro, renovó sus ilusiones, lo reanimó, a tal punto que cuando Jesús le dice de remar mar adentro, le hace caso.
Entonces Jesús le dice de lanzar las redes, Pedro no oculta el pesar de su corazón pero luego de haber escuchado la palabra de Cristo se decide a poner por obra lo que le pide, y ¡qué sorpresa se llevaría! ¡Las redes cargadísimas! Fue tanto que tuvo que pedir ayuda para sacarlas. Su corazón se llenaría de alegría, de estupor, de asombro. Pedro no sólo se sentiría animado por un discurso motivacional, descubre la fuerza de la Palabra de Cristo pero no sólo eso sino también su poder, que ahí donde había esterilidad saco abundante fruto, ahí donde había un corazón decepcionado lo lleno de ánimo.
Sin embargo, hay una reacción normal ante la contemplación de la grandeza de Dios, Pedro reconoce su pequeñez, se confiesa pecador, sin embargo Jesús no acusa, al contrario le recuerda lo mismo que ha recordado Dios a todos los que llama a una misión “no temas” y le da clave de lo que configurará su vida de ahí en adelante “desde ahora serás pescador de hombres”, hermanos no es eso lo que vemos a Jesús hacer al principio cuando predica, está pescando desde la barca de Pedro, aquellas multitudes había sido cautivadas por el Señor, y ahora Pedro será llamado a participar de la misión de Jesús.
Hermanos en medio de los sin sabores, arideces o situaciones incomprensibles en las que muchas veces no sentimos decepcionados, Jesús nos da una palabra, una palabra que puede cambiarlo todo, un palabra que puesta por obra nos dará una nueva vida. No sé como estarás hoy, quizás te encuentre como Pedro que ya solo quiere guardar todo y retirarse, pero hoy el Señor nos invita a escuchar su voz, a escuchar su Palabra y ponerla por obra, también hoy a ti y a mí nos dice, lanza la red a la derecha, y contempla sus maravillas, pero no te quedes ahí da el siguiente paso ¿cuál es? Dice el Señor: sígueme, es decir imítame.
IMG: «Jesús predicando desde la barca» Joseph Tissot