Cristo médico, la terapéutica de las enfermedades del alma: la Tristeza

En primer lugar recordemos que cuando se habla de tristeza en la tradición antigua descubrimos su concepción como una pasión del alma, asociada a la ausencia de un bien sensible que se esperaba o la presencia de un mal, así santo Tomás de Aquino por ejemplo dice (Cf. STh I-II, q.38) que para aliviarla se puede hacer recurso al placer sensible obtenido ordenadamente (comer o escuchar música), las lágrimas (expresión de las emociones acumuladas) el estudio (en cuanto contemplación de la verdad), el sueño y el baño (que relajan el cuerpo) y la compañía de los amigos.

En ocasiones surge de cierto humor melancólico de la persona, dada un mayor sensibilidad frente a los problemas que tienen algunos, sin embargo de ordinario es una realidad manejable, pero también existen otras ocasiones en que tiene sus razones en algunas cuestiones propiamente patológicas, posiblemente fruto de traumas en el sentido técnico de la palabra, que deben ser acompañadas por especialistas de la salud mental como el caso de la depresión clínica, no es nuestro punto el tratar esto en particular aunque lo que hablamos puede ayudar a salir de la situación.

En nuestro contexto habla de la tristeza vista por los Padres de la Iglesia como vicio capital que se ha arraigado en el alma de la persona, en primer lugar no hay que olvidar que el presupuesto base es tener la voluntad de sanar,  destacamos esto porque en el caso de la tristeza sucede a menudo que hay personas que encuentra cierto “gusto” en el malestar que le producen este vicio ya que es más fácil desresponsabilizarse de la consecuencia de los propios actos revictimizándose, cualquiera pensaría que esto es ilógico, pero curiosamente sucede que en ocasiones saber que se puede cambiar pero que hay que realizar un esfuerzo arduo para hacerlo produce más temor que el propio mal sufrido. De ahí porque san Juan Crisóstomo dijese “Es muy útil para disipar la tristeza afligirse profundamente por ella” (Juan Crisóstomo, Consolaciones a Estagiro, III, 14)

Alguna causas y remedios

No alcanzar un placer esperado, en pocas palabras la pérdida de un bien sensible, un deseo insatisfecho o la decepción de una esperanza carnal, estamos aquí en el campo de la tristeza entendida como pasión. El remedio práctico: desapegarse de los bienes sensibles “Quien se libera de todas las codicias del mundo se vuelve inaccesible a cualquier tristeza del mundo” (San Máximo el Confesor, Centurias sobre la caridad, I, 22). No se trata de eliminar la sensibilidad, no es un pero estoicismo, sino que se procura no esclavizarse a la búsqueda del placer sensible.

    La ira que se experimenta ante una ofensa, o el rencor que se ha desarrollado por un evento pasado. Podríamos decir los arrebatos de ira y los resentimientos que le siguen habitualmente son una especie de tristeza. En todo caso el primer movimiento del hombre ante una ofensa no sólo es el estallido de violencia en el que en ocasiones se cae, sino también el apartarse, el peligro es quedarse aislado, ya que ahí solo se evade el problema no se soluciona, de no atenderse la situación el resentimiento no desaparece, sino que de modo latente sólo tiende a crecer.

    El remedio esta dado por el Evangelio, es preciso perdonar, y no sólo eso sino amar, mostrando benevolencia incluso hacia el ofensor comenzando por rezar por él. “¿Sientes tristeza contra alguien? Reza por él y quebrará el impulso de la pasión pues la oración purifica de toda amargura el recuerdo del mal que este hombre te ha causado. Luego, cuando consigas tener caridad y benevolencia para con el prójimo, eliminarás de tu alma todo resto de pasión” (Máximo el confesor, centurias sobre la caridad, III, 90)

    Incluso dicen los padres espirituales es preciso acusarse a sí mismo porque en el habernos airado se manifestado nuestra propia debilidad “Si buscamos cuidadosamente la causa de la inquietud (que sentimos como consecuencia de una ofensa), siempre es el hecho de no acusarnos a nosotros mismos. De ahí viene que sintamos ese abatimiento y que no hallemos nunca reposo. No hay que extrañarse de que todos los santos digan que no existe más camino que éste. Si no vamos por esta vía, no dejaremos nunca de hacer sufrir. De sufrir nosotros mismos, haciendo inútiles todos nuestros esfuerzos. En cambio, qué alegría, qué descanso disfruta por doquiera que va, el que se acusa a sí mismo como dice Abba Poemen. Si le sobreviene un daño, un ultraje o una pena cualquiera, se juzga digno de ella y no se perturba. ¿Acaso hay un estado más exento de preocupaciones?” (Doroteo de Gaza, Instrucciones espirituales, VII, 81-82).

    Y se puede dar un paso ulterior: pedir perdón al que me ofendió, aún y si él comenzó la discusión. Porque en mi ira o resentimiento yo le hice juicios temerarios o incluso correspondí con una agresión. Alguno podría excusarse diciendo “fue en legítima defensa” pero recordemos que ese principio apunta a detener la agresión, no a convertirse en agresor.

    Los propios pecados cometidos. San Pablo dice “la paga del pecado es la muerte”, pues bien culpa experimentada fruto del pecado es una especie de tristeza a nivel emocional, aun y si es un pecado venial, pero que acarrea la muerte espiritual en el caso del pecado mortal puesto que destruye la caridad en nosotros. Cuando se peca es normal experimentar cierta culpa sin embargo hay que estar atentos al peligro de dejarse llevar por ella en los complejos, por ello los maestros de vida espiritual advierten de no dejarse llevar por los excesos en ella.

    Podríamos decir no hay que hacer las paces con el pecado, pero tampoco dejar que nos lleve a la perturbación mal sana. Es preciso buscar la reconciliación prontamente con el Señor “si así el bienaventurado san Francisco que aborrecía mucho esta tristeza en sus frailes, respondió a uno de sus compañeros que andaba triste diciendo: No debe el que sirve a Dios andar triste, si no es por haber cometido algún pecado; si tu le has cometido, arrepiéntete y confiésate, y pide a Dios perdón y misericordia, y suplícale con el Profeta que te vuelva la alegría y prontitud que sentía en vuestro servicio antes que pecara y sustentadme, y confirmadme en eso con el espíritu magnifico y poderos de vuestra gracia.” (Alfonso Rodríguez s.j., “Ejercicios de perfección y virtudes cristianas”, De la Tristeza y la alegría – Cap. III)

    La llamada tristeza incausada por la propia persona y que ocurre predominantemente por acción de los demonios, para vencerla el primer remedio es hablar con el padre espiritual, manifestar la situación de tristeza y escuchar su consejo, es muy importante debido a que nadie es buen juez de sí mismo y el acompañamiento de alguien versado en la materia nos ayudará al discernimiento. También puede darse a la lectura espiritual y meditación de la Sagrada Escrituras, y en todo caso siempre recurrir a la oración “La oración es antídoto de la tristeza y del desánimo” (San Nilo, Apotegmas, serie alfabética, Nilo, 3)

    No hay que olvidar que la tristeza mal sana, es la deformación de la tristeza virtuosa, que “consiste para el hombre en primer lugar en afligirse por estar separado o alejado de Dios, por estar privado de los bienes espirituales, en sentirse afectado dolorosamente a causa de su estado de caída en general o de sus pecados en particular; en llorar sus faltas presentes, pasadas, conscientes e inconstantes…en segundo lugar, consiste en afligirse al ver al prójimo mismo alejado de Dios y privado de los bienes espirituales, y en entristecerse por sus pecados y flaquezas” (Jean Claude Larchet, La terapéutica de las enfermedades del alma, p.536-537)

    “La tristeza según Dios produce un arrepentimiento saludable, que no lamentamos; en cambio la tristeza del mundo produce la muerte” (2 Cor 7, 10)

    “Casiano pone las señales para conocer cual sea tristeza buena y según Dios, y cuál mala y del demonio. Dice que la primera es obediente, afable, humilde, mansa, suave y paciente. Al fin, como nace de amor de Dios contine en sí todos los frutos del Espíritu Santo, que cuenta san Pablo que son, Caridad, Gozo, Paz, Longanimidad, Bondad, Fe, Mansedumbre, Continencia. Pero la tristeza mala y del demonio es áspera, impaciente, llena de rencor y amargura infructuosa, y que nos inclina a desconfianza y desesperación, y nos retrae y aparta de todo lo bueno. Y más, esta tristeza mala no trae consigo consuelo ni alegría ninguna; pero la tristeza buena y según Dios, dice Casiano, es en cierta manera alegre, y trae consigo un consuelo un conhorte y talente grande para todo lo bueno, como se ve discurriendo por todas esas cuatro maneras de tristeza que habemos dicho. El mismo andar uno llorando sus pecados, aunque por una parte aflige y da pena, por otra consuela grandemente. Por experiencia vemos cuan contentos y satisfechos quedamos cuando habemos llorado muy bien nuestros pecados.” (Alfonso Rodríguez s.j., Ejercicios de Perfección Y virtudes Cristianas, De la Tristeza y Alegría, Cap. VII)

    Cuanto más nos acercamos a Dios, más nos damos cuenta de nuestra imperfección, nos dolemos de haber estado alejados tanto tiempo de Él, más pecador se va viendo uno, llora sus faltas, san Agustín (Cf. Sermon de la Montaña, Libro I, Cap. 2) aquí miraba la realización de “bienaventurados los que lloran por serán consolados”, es una tristeza que se transforma en alegría porque lleva a la conversión, recuerda la experiencia de saber perdonado y amado por Dios, de saberse objeto de la misericordia de Dios y lleva a ser misericordioso con los demás.

    Así pues, hemos visto algunas causas y soluciones para la tristeza mal sana, hemos visto como distinguirla de aquella que lleva y ayuda a la propia conversión cuando se traduce en un deseo por apartarse del pecado y abrazar la misericordia de Dios, pidámosle al Señor la gracia de que considerando estas realidades podamos volvernos con un corazón más generoso y libre hacia Él en este tiempo de cuaresma.