Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: Noviazgo cristiano
Fecha: 27 de marzo de 2025
Frase: “El noviazgo…es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un buen trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va a la profundidad. Ambos se descubren despacio, mutuamente, es decir, el hombre «conoce» a la mujer conociendo a esta mujer, su novia; y la mujer «conoce» al hombre conociendo a este hombre, su novio. No subestimemos la importancia de este aprendizaje: es un bonito compromiso, y el amor mismo lo requiere, porque no es sólo una felicidad despreocupada, una emoción encantada.” (Papa Francisco)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
«Dijo luego Yahveh Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.’ Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió. Y le quitó una de las costillas, cerrando en su lugar con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.’ Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.» (Gn 2, 18-24)
¿Cómo se ve el noviazgo en nuestro entorno? ¿Cómo se vive ordinariamente? ¿Qué factores crees que lo influyen?
2. Catequesis (Juzgar)
I. Definición y Propósito del Noviazgo Cristiano
El noviazgo cristiano se erige como una etapa esencial en la vida de quienes, guiados por su fe en Jesucristo, aspiran a construir una relación que trascienda lo meramente romántico y se proyecte hacia el matrimonio como una vocación divina. No se trata solo de un encuentro entre dos personas atraídas mutuamente, sino de un tiempo de discernimiento y crecimiento mutuo que abarca dimensiones físicas, emocionales y, sobre todo, espirituales. El Papa Francisco lo describe con claridad al afirmar: «El noviazgo es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un buen trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va a la profundidad» (Audiencia General, 27 de mayo de 2015). Este «trabajo» al que alude no es un proceso superficial ni espontáneo, sino un esfuerzo consciente por edificar un amor sólido, intencional y orientado hacia un propósito mayor.
En esta línea, Mons. Ignacio Munilla añade una perspectiva complementaria al señalar que el noviazgo persigue dos grandes metas: «la primera, discernir si esta es la persona que Dios ha puesto en el camino de mi vida; y la segunda, crecer en la capacidad de comunión» (“Noviazgo Cristiano”, Conferencia en Talavera de la Reina 2018).
Así, el noviazgo cristiano se convierte en un camino de amor deliberado, donde la pareja no solo busca la satisfacción personal, sino también la santidad y la alineación con la voluntad de Dios. Este proceso de discernimiento implica una entrega que va más allá de los sentimientos, requiriendo oración y reflexión para confirmar si ambos están llamados a formar una familia juntos, un aspecto que lo distingue de otras formas de relación. Además, este tiempo permite a los novios fortalecer su comunión, inspirándose en el amor sacrificial de Cristo, quien «amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Efesios 5, 25), cultivando virtudes como la paciencia y la generosidad que serán fundamentales en su vida futura. Todo esto tiene un fin práctico y trascendente: prepararse para el matrimonio, no solo en lo espiritual, sino también en habilidades cotidianas como la comunicación y la resolución de conflictos.
«El noviazgo es un tema que tiene que interesarnos a todos porque es el camino más frecuente y el mejor para la constitución de una familia» (Fray Nelson Medina, Conferencia Noviazgo católico para el siglo XXI). De este modo, el noviazgo cristiano se revela como una etapa formativa integral, un espacio donde el corazón, la mente y el alma se alinean para construir un hogar centrado en Dios, reflejando un compromiso que trasciende el tiempo y se proyecta hacia la eternidad.
II. Principios
El noviazgo cristiano encuentra su raíz y su sentido en un conjunto de principios bíblicos y teológicos que no solo lo diferencian de las concepciones mundanas, sino que le otorgan una base sólida para orientar a las parejas en su camino hacia el matrimonio. Estos principios, extraídos de la Sagrada Escritura y enriquecidos por la tradición de la Iglesia, ofrecen una guía práctica y espiritual que trasciende las modas culturales.
En el corazón de esta visión está la vocación al amor, un llamado que brota del hecho de que «Dios es amor» (1 Juan 4,8) y de que los seres humanos, creados a su imagen (Génesis 1,27), están invitados a reflejar ese amor en sus relaciones. Este amor, en el contexto del noviazgo, no se reduce a una emoción pasajera, sino que se manifiesta como una decisión consciente de buscar el bien del otro, un compromiso que desafía el egoísmo y la superficialidad tan comunes en la sociedad actual.
Junto a esto, la castidad emerge como un valor esencial, no como una mera restricción, sino como una expresión de amor ordenado y respetuoso. El Catecismo de la Iglesia Católica lo subraya al señalar que los novios están llamados a la continencia (Cf. n.2350), una práctica que protege la dignidad de ambos y fortalece su vínculo espiritual. Mons. Munilla advierte sobre las consecuencias de ignorar este principio: «La sexualidad dentro del noviazgo impedirá discernir adecuadamente si esta persona está llamada a ser mi esposo o no lo va a impedir, porque puede tapar el sexo en el noviazgo tapa el discernimiento» (destacando cómo la castidad preserva la claridad en las decisiones de la pareja. Este enfoque se complementa con la importancia de la oración y el discernimiento, un hábito que encuentra eco en la Sagrada Escritura: «Confía en Yahveh con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia; reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus sendas» (Pr 3, 5-6). Estas palabras invitan a los novios a colocar a Dios en el centro de su relación, buscando su guía en cada etapa. Hoy en día hay quien piensa que la castidad lleva a la soledad, sin embargo Fray Nelson Medina nos recuerda que: «La mejor manera de salir de esa mentira es hablar con personas reales, pero también es fundamental la oración y el discernimiento», subrayando la necesidad de una vida espiritual activa para contrarrestar las falsas narrativas del mundo.
Además, el respeto a la dignidad del otro se presenta como un principio irrenunciable, pues «Dios creó al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó» (Génesis 1, 27) lo que exige tratar al otro con reverencia y evitar cualquier forma de manipulación.
Finalmente, el noviazgo se vive como una preparación para el matrimonio como sacramento, un misterio que refleja la unión entre Cristo y la Iglesia (Efesios 5, 25-32) Este horizonte sacramental imbuye cada paso del noviazgo con un sentido de trascendencia, animando a los novios a cultivar virtudes que les permitan vivir su futura alianza con fidelidad y amor eterno.
Diferencias entre el Noviazgo Cristiano y el Secular
En un contexto cultural donde las relaciones románticas suelen estar marcadas por la inmediatez y la búsqueda de gratificación personal, el noviazgo cristiano se alza como una propuesta contracultural que desafía las nociones predominantes del amor y el compromiso. Esta diferencia se hace evidente desde su fundamento mismo: mientras que el noviazgo secular se construye principalmente sobre la atracción emocional y las preferencias individuales, el cristiano se ancla en un propósito espiritual, buscando ante todo la voluntad de Dios y la glorificación de su nombre a través de la relación.
Mons. Munilla identifica un riesgo común en las relaciones modernas al señalar: «El gran enemigo de la comunión es el narcisismo, que genera inmadurez para el amor» , una crítica que pone de manifiesto cómo el enfoque cristiano, al priorizar el amor sacrificial sobre el egoísmo, ofrece una alternativa más madura y profunda.
Otra distinción significativa radica en la actitud hacia la sexualidad: la cultura secular tiende a promover la permisividad y la experimentación como algo inherente al noviazgo, mientras que el cristianismo defiende la castidad, considerando el cuerpo como «templo del Espíritu Santo» (1 Corintios 6, 19) y abogando por un amor que respete la integridad de ambos. Fray Nelson Medina critica esta visión secular al advertir: «Las películas te meten tres mentiras terribles sobre el noviazgo: que el romance es fácil, que está marcado por el destino y que está cargado de erotismo desde el principio» una reflexión que desenmascara cómo estas ideas distorsionan la esencia del amor verdadero.
Además, el noviazgo cristiano se distingue por su orientación a largo plazo, viendo el matrimonio como una vocación divina y no como una opción secundaria, en contraste con el secular, que a menudo carece de un propósito definido más allá del presente. Esta visión del amor como un don de sí mismo, inspirado en el sacrificio de Cristo, choca con la tendencia secular a reducirlo a un sentimiento pasajero.
Por último, el noviazgo cristiano se desarrolla en el seno de una comunidad —la Iglesia y la familia—, que ofrece apoyo y orientación, frente al individualismo que suele caracterizar las relaciones seculares. Estas diferencias no solo delinean un contraste teórico, sino que proponen un camino práctico hacia relaciones más significativas y duraderas, invitando a las parejas a vivir su amor con una mirada puesta en lo eterno.
Algunos consejos prácticos
Vivir un noviazgo cristiano en el mundo actual, con sus desafíos y presiones contrarias a los valores de la fe, exige un compromiso profundo y consciente con los principios del Evangelio. No se trata solo de buenas intenciones, sino de adoptar prácticas concretas que fortalezcan la relación, la mantengan alineada con la voluntad de Dios y la preparen para un matrimonio santo y duradero. Estos consejos no solo protegen el noviazgo de las trampas del mundo moderno, sino que lo nutren espiritualmente, permitiendo que crezca como un reflejo del amor de Cristo.
A. Orar Juntos y por Separado
La oración es el fundamento de cualquier relación cristiana, el puente que conecta a la pareja con Dios y entre sí. Orar juntos —ya sea asistiendo a misa, participando en adoraciones eucarísticas o rezando el rosario— crea un espacio sagrado donde ambos pueden fortalecer su fe y discernir juntos la voluntad divina para su futuro. Este hábito no solo une a la pareja espiritualmente, sino que también les ayuda a enfrentar los desafíos con una perspectiva eterna. Excluir a Dios es como cortar la raíz de la gracia que sostiene la relación. Por otro lado, la oración individual complementa este esfuerzo, permitiendo a cada uno cultivar su relación personal con Dios, reflexionar sobre su vocación y pedir sabiduría para amar al otro con autenticidad. Este equilibrio entre la oración compartida y la personal asegura que el noviazgo esté siempre anclado en la presencia divina.
B. Participar en la Vida Sacramental
Los sacramentos son fuentes de gracia que alimentan la vida espiritual y dan fortaleza a la pareja para vivir su amor según el modelo de Cristo. La Eucaristía, como centro de la fe cristiana, renueva el compromiso de entregarse el uno al otro con generosidad y sacrificio, mientras que la Confesión ofrece la oportunidad de sanar las heridas del pecado y mantener la pureza de corazón. Participar juntos en estos sacramentos no es un mero ritual, sino una forma de invitar a Dios a ser parte activa de la relación, dotándola de la fuerza necesaria para superar las tentaciones y crecer en virtudes como la paciencia, la humildad y el perdón. La vida sacramental disipa las falsedades del mundo, ayuda a la formación de la conciencia y sostiene a la pareja en su camino hacia la santidad.
C. Establecer Límites Claros
En una cultura que exalta el egoísmo, la gratificación instantánea y la hipersexualización, establecer límites claros en el noviazgo es un acto de amor y respeto hacia el otro y hacia Dios. Estos límites no son reglas opresivas, sino protecciones que resguardan el corazón, promueven la castidad y permiten que el amor se desarrolle en sus dimensiones más profundas: la emocional y la espiritual. Preserva incluso de abusos que pueden derivarse de heridas pasadas o personalidades narcisistas que reprimen la libertad de la persona por ser excesivamente invasivos. Definir desde el principio qué expresiones de afecto son apropiadas y evitar situaciones que puedan llevar a la tentación —como pasar demasiado tiempo a solas en privado— ayuda a la pareja a mantener la claridad y a honrarse el uno al otro. También el limite puede entenderse como evitar eternizar el período de noviazgo fruto de la inmadurez de uno de ambos o de la indecisión.
“La alianza del amor del hombre y la mujer se aprende y se afina. Me permito decir que se trata de una alianza artesanal. Hacer de dos vida una vida sola, es incluso casi un milagro, un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe. Tal vez deberíamos comprometernos más en este punto, porque nuestras «coordenadas sentimentales» están un poco confusas. Quien pretende querer todo y enseguida, luego cede también en todo —y enseguida— ante la primera dificultad (o ante la primera ocasión). No hay esperanza para la confianza y la fidelidad del don de sí, si prevalece la costumbre de consumir el amor como una especie de «complemento» del bienestar psico-físico. No es esto el amor. El noviazgo fortalece la voluntad de custodiar juntos algo que jamás deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por más atractiva que sea la oferta” (Papa Francisco, 27 de mayo de 2015)
D. Cultivar la Comunicación Profunda
La comunicación es el cimiento de toda relación sólida, pero en un noviazgo cristiano debe trascender lo superficial para abarcar los aspectos más profundos de la vida y la fe, conocer sus propios sueños, sus aspiraciones, su familia e historia. Hablar abierta y sinceramente sobre valores, expectativas del matrimonio, planes de familia y la relación personal con Dios no solo fortalece el entendimiento mutuo, sino que también prepara a la pareja para enfrentar desafíos futuros. «En el noviazgo tiene que haber diálogo, tiene que haber un conocimiento profundo de la otra persona» (Mons. Ignacio Munilla) advirtiendo que sin este intercambio, la relación puede construirse sobre ilusiones pasajeras. Esta comunicación profunda incluye compartir experiencias espirituales, discutir cómo vivir la fe en la vida diaria y resolver conflictos con madurez y caridad. Al hacerlo, la pareja no solo se conoce mejor, sino que también alinea sus corazones y voluntades hacia un propósito común, esencial para un matrimonio cristiano.
E. Comunidad
Un noviazgo cristiano no debe vivirse en soledad, sino en el seno de una comunidad de fe que brinde apoyo y orientación. Participar en grupos de novios, buscar el consejo de parejas cristianas experimentadas o involucrarse en actividades parroquiales ofrece a la pareja una red de sabiduría y responsabilidad que los ayuda a mantenerse firmes en sus valores. El que se aisla termina navegando solo en un mar con muchas tormentas, es cierto que ningún mar en calma a formado expertos marineros, pero cuando cuentas con el apoyo de una tripulación experimentada hay menos probabilidades de desastres. La falta de apoyo externo puede exponer a la pareja a decisiones impulsivas o errores graves. La comunidad no solo proporciona modelos a seguir, sino también oportunidades para que la pareja sirva junta, crezca en caridad y mantenga su enfoque en la vocación matrimonial. Este entorno protector es un refugio en tiempos de duda o dificultad.
F. Evitar la Convivencia Prematrimonial
Aunque la convivencia antes del matrimonio es una práctica común hoy en día, va en contra de la enseñanza cristiana y puede debilitar el propósito del noviazgo. Vivir juntos sin el compromiso sacramental expone a la pareja a tentaciones que comprometen la castidad y difumina la distinción entre el noviazgo y el matrimonio, afectando la libertad para discernir con claridad. Mantener hogares separados hasta el matrimonio respeta el diseño divino para la unión conyugal y preserva la integridad de la relación, permitiendo que el compromiso matrimonial sea un paso consciente y sagrado. La convivencia prematrimonial aumenta las probabilidades de divorcio en el futuro, genera inestabilidad emocional tanto en los que conviven como en los hijos, bajos niveles de compromiso, mayor inestabilidad financiera, mayor riesgo de violencia doméstica.
“La Iglesia, en su sabiduría, custodia la distinción entre ser novios y ser esposos —no es lo mismo— precisamente en vista de la delicadeza y la profundidad de esta realidad. Estemos atentos a no despreciar con ligereza esta sabia enseñanza, que se nutre también de la experiencia del amor conyugal felizmente vivido. Los símbolos fuertes del cuerpo poseen las llaves del alma: no podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el espíritu (1 Cor 6, 15-20). Cierto, la cultura y la sociedad actual se han vuelto más bien indiferentes a la delicadeza y a la seriedad de este pasaje. Y, por otra parte, no se puede decir que sean generosas con los jóvenes que tienen serias intenciones de formar una familia y traer hijos al mundo. Es más, a menudo presentan mil obstáculos, mentales y prácticos. El noviazgo es un itinerario de vida que debe madurar como la fruta, es un camino de maduración en el amor, hasta el momento que se convierte en matrimonio” (Papa Francisco, 27 de mayo de 2015).
G. Practicar la Caridad y el Servicio
El amor cristiano no se encierra en sí mismo, sino que se extiende hacia los demás en actos de servicio y generosidad. Participar juntos en obras de caridad —como voluntariados, ayuda a los necesitados o actividades misioneras— permite a la pareja vivir el mandamiento de amar al prójimo y crecer en virtudes como la humildad y el desprendimiento. Este servicio no solo fortalece su unión, sino que también les recuerda que su relación tiene un propósito mayor: ser un signo del amor de Dios en el mundo. Al practicar la caridad, la pareja se descentra de sí misma y se enfoca en el bien común, sentando las bases para un matrimonio centrado en los demás.
3. Edificación espiritual (Actuar)
-¿Qué aspectos del noviazgo cristiano (como el enfoque en la santidad y la voluntad de Dios) crees que podrían ser más desafiantes para los jóvenes de hoy, y cómo podemos explicárselos a nuestros hijos?
-¿Cuáles crees que son las diferencias más importantes entre el noviazgo cristiano y el secular, según el texto? ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a valorar estas diferencias en un mundo que promueve la inmediatez y el individualismo?
-El Papa Francisco habla del noviazgo como una “alianza artesanal” que requiere esfuerzo. ¿Qué hábitos o virtudes podemos fomentar en nuestros hijos para que vivan un noviazgo con compromiso y profundidad?
-¿Cómo ha influido tu fe en tus propias experiencias de noviazgo o matrimonio? ¿Qué lecciones de tu camino podrías compartir con tus hijos para prepararlos?
-El noviazgo es para discernir y crecer en comunión. ¿Qué conversaciones o actitudes podemos fomentar en casa para que nuestros hijos vean el noviazgo como un camino hacia la santidad?