IV Domingo de Pascua – Ciclo C
Lecturas:
• Hch 13, 14. 43-52. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.
• Sal 99. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
• Ap 7, 9. 14b-17. El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
• Jn 10, 27-30. Yo doy la vida eterna a mis ovej
En este cuarto domingo de Pascua, el Domingo del Buen Pastor, la liturgia nos invita a contemplar a Jesús, el Pastor que nos guía con amor y nos llama por nuestro nombre. El Evangelio según San Juan (Jn 10, 27-30) nos presenta sus palabras: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás». Estas palabras nos interpelan con una pregunta esencial para nuestra fe: ¿Quién te pastorea?
I. Jesús, el Buen Pastor
En la antigüedad, el pastor no era solo un cuidador de ovejas, sino una figura de referencia y protección para ellas, que guiaba al rebaño hacia pastos verdes y aguas tranquilas, como canta el Salmo 23. Jesús, al declararse el Buen Pastor, nos revela su corazón: Él nos conoce íntimamente, nos ama hasta dar su vida por nosotros y nos promete la vida eterna. Su pastoreo es un acto de amor sacrificial, no de dominio o interés propio. Como dice en otro pasaje: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11).
Este modelo contrasta con los falsos pastores de los que habla Ezequiel (Ez 34), que se preocupan más por sí mismos que por el rebaño. Hoy también encontramos «pastores» que buscan su propio beneficio, ya sea en la política, la cultura o incluso en algunos círculos religiosos. Por eso, debemos preguntarnos: ¿A quién seguimos? ¿En quién confiamos?
II. Las voces que nos guían
Vivimos en un tiempo saturado de voces que compiten por captar nuestra atención, moldear nuestras decisiones y definir quiénes somos. Las redes sociales, los medios de comunicación, la cultura popular, los influencers y hasta las tecnologías emergentes como la inteligencia artificial nos ofrecen caminos, promesas y visiones del mundo. Pero, ¿son estos verdaderos pastores que nos conducen a la vida plena que Jesús promete, o son lobos disfrazados de ovejas?
Pensemos, por ejemplo, en las redes sociales. Plataformas como Instagram, TikTok o YouTube nos prometen conexión y comunidad, pero a menudo nos atrapan en un ciclo de comparación y ansiedad. Los algoritmos, diseñados para mantenernos enganchados, nos muestran imágenes idealizadas de cuerpos perfectos, vidas exitosas o felicidad inalcanzable, haciéndonos sentir que no somos suficientes. Un joven puede pasar horas siguiendo a un influencer que exhibe riqueza o fama, solo para terminar sintiendo que su propia vida es insignificante. Este «pastoreo» no nutre el alma, sino que la vacía, alejándonos de la paz que ofrece el Buen Pastor.
La cultura del consumo es otro falso pastor. Nos bombardea con mensajes que equiparan la felicidad con poseer lo último: el teléfono más nuevo, la ropa de moda, el carro que más apantalla. Esta voz nos seduce con la ilusión de que «tener más» nos hará completos, pero, como nos recuerda el Evangelio, «la vida de un hombre no está asegurada por sus bienes» (Lc 12, 15). Un ejemplo concreto lo vemos en las compras impulsivas durante el «Black Friday», donde muchos gastan más de lo que pueden permitirse, solo para descubrir que la satisfacción dura poco y la deuda perdura. Este camino nos enreda en un ciclo de insatisfacción, donde nada basta y nosotros mismos nos percibimos como insuficientes.
Reflexionemos también sobre las figuras que admiramos: cantantes, youtubers, podcasters, tiktokers, deportistas o celebridades. Estas voces, a menudo amplificadas por plataformas digitales, nos presentan ideales que pueden ser inspiradores, pero también engañosos. Un adolescente puede idolatrar a un cantante que promueve la libertad sin límites, pero ¿qué emociones y pensamientos despierta esa influencia? ¿Fomenta el respeto, la generosidad, la verdad, o nos empuja hacia el egoísmo y la superficialidad? Algunos influencers, por ejemplo, comparten consejos sobre éxito o bienestar, pero sus mensajes suelen centrarse en el «yo» —mi imagen, mi triunfo— en lugar del amor oblativo que caracteriza al Buen Pastor.
La inteligencia artificial, una herramienta poderosa de nuestro tiempo, también puede convertirse en un falso pastor si no se usa con discernimiento. Por ejemplo, muchas personas confían en asistentes de IA para organizar sus vidas, desde planificar su día hasta elegir qué consumir culturalmente. Pero los algoritmos detrás de estas tecnologías no tienen valores morales; están diseñados para maximizar el engagement o el beneficio comercial, no para guiarnos hacia la verdad o la justicia. Un caso concreto es el uso de IA en redes sociales, donde los sistemas recomiendan contenido que refuerza nuestras opiniones existentes, encerrándonos en burbujas ideológicas que nos alejan del diálogo y la comunidad. Peor aún, la IA puede manipular datos personales para influir en nuestras decisiones, como en campañas publicitarias o políticas, haciéndonos sentir que somos libres cuando, en realidad, estamos siendo «pastoreados» por intereses ocultos. Estas voces, aunque atractivas, no nos llevan a las aguas tranquilas del Salmo 23, sino a un terreno árido donde la dignidad humana queda en segundo plano.
En nuestra sociedad, incluso los líderes políticos o ideológicos pueden actuar como falsos pastores. Prometen seguridad, prosperidad o justicia, pero a veces lo hacen a costa de dividir a las personas, fomentar el miedo o ignorar a los más vulnerables. Como los pastores egoístas de Ezequiel (Ez 34), estos buscan su propio provecho, no el bien del rebaño. La pregunta, entonces, resuena con urgencia: ¿Quién está guiando realmente nuestro corazón?
III. Reconocer la voz del Buen Pastor
En medio de este ruido, ¿cómo podemos escuchar la voz del Buen Pastor? Jesús nos da la clave en el Evangelio: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10, 27). Esta imagen no es solo poética; es una invitación a cultivar una relación viva con Cristo, una relación que se nutre en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, los sacramentos y la vida en comunidad. La voz de Jesús se distingue por su amor oblativo, un amor que no busca su propio interés, sino el bien de los demás. Mientras los falsos pastores manipulan o exigen, Jesús nos invita con ternura, dándolo todo por nosotros, hasta su propia vida.
Reconocer su voz requiere, ante todo, silencio interior. En un mundo donde las notificaciones y las pantallas nos distraen constantemente, necesitamos momentos de quietud para escuchar a Cristo. Por ejemplo, dedicar 15 minutos al día a leer un pasaje del Evangelio y reflexionar en oración puede ayudarnos a sintonizar con su voz. Este hábito sencillo, aunque pequeño, abre el corazón a la guía del Buen Pastor, que nunca nos abandona.
El discernimiento también implica contrastar las voces que nos rodean con los valores del Evangelio. Pensemos en algunos ejemplos concretos:
- Un joven de 25 años, recién graduado, enfrenta la presión de construir una carrera exitosa en un mundo competitivo. Las redes sociales le muestran historias de emprendedores que «lo lograron» antes de los 30, y siente que debe aceptar un trabajo agotador en una empresa que prioriza las ganancias sobre las personas. Pero, en la oración y en la comunidad parroquial, escucha la voz del Buen Pastor, que le recuerda que su valor no está en sus logros, sino en ser hijo amado de Dios. Este joven decide buscar un empleo que le permita equilibrar su vida personal y contribuir al bien común, confiando en que Cristo lo guiará.
- Una madre soltera, que trabaja largas horas para mantener a sus hijos, se siente abrumada por las expectativas de ser una «madre perfecta». Las redes sociales le presentan imágenes de familias ideales, haciéndola dudar de su valía. Sin embargo, al participar en la Eucaristía y compartir sus luchas con un grupo de oración, encuentra la voz de Jesús, que le dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Esta madre descubre que el Buen Pastor la sostiene, dándole fuerza para criar a sus hijos con amor y humildad, sin compararse con los estándares del mundo.
- Una joven de 18 años, apasionada por las redes sociales, se siente tentada a ganar seguidores imitando a influencers que promueven una imagen superficial. Pero, al reflexionar en un retiro juvenil sobre el llamado de Jesús, escucha su voz invitándola a usar su creatividad para compartir mensajes de esperanza y fe. En lugar de buscar likes, esta joven comienza a publicar contenido que inspira a otros a vivir con autenticidad, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor que pone a los demás por encima de sí mismo.
En el contexto de la inteligencia artificial, discernir la voz del Buen Pastor también significa usar la tecnología con responsabilidad. Por ejemplo, un estudiante que usa ChatGPT para hacer un trabajo escolar podría preguntarse: ¿Estoy buscando la verdad, como Jesús me invita, o solo quiero una solución rápida? Usar la IA para aprender y crecer es distinto a depender de ella para evitar el esfuerzo personal. La voz del Buen Pastor nos llama a ser auténticos, a buscar la sabiduría que viene de Dios, no solo la eficiencia que ofrece la máquina.
La comunidad cristiana es otro espacio clave para reconocer su voz. En la Eucaristía, en el consejo de un sacerdote, en los mensajes del Papa, en un grupo parroquial o en una conversación con un amigo de fe, Jesús nos habla a través de los demás. Una persona que lucha con la duda o la soledad podría encontrar en la comunidad la certeza de que no está sola, que el Pastor la acompaña a través de sus hermanos. Escuchar su voz, entonces, no es solo un acto individual, sino un camino compartido que nos une como rebaño.
IV. El pastoreo de Jesús en acción
El pastoreo de Jesús no es una idea abstracta ni un ideal lejano; es una realidad viva que se hace concreta en nuestra vida diaria, transformando nuestras luchas, decisiones y esperanzas. En el Evangelio, Jesús nos muestra tres dimensiones esenciales de su pastoreo: nos conoce por nuestro nombre (Jn 10, 3), nos conduce a la vida eterna (Jn 10, 28), y nos protege en los peligros (Sal 23, 4). Estas promesas no son solo palabras; son actos de amor que podemos experimentar en los momentos más ordinarios y en los más desafiantes.
Primero, Jesús nos conoce por nuestro nombre. Su conocimiento de nosotros no es superficial; es un amor profundo que abarca nuestras alegrías, temores, sueños y heridas. Él no nos ve como una masa indistinta, sino como personas únicas, creadas a su imagen. Esto significa que su guía es personalizada, adaptada a nuestras circunstancias. Por ejemplo, imagina a un padre de familia que ha perdido su empleo y se siente inútil, incapaz de proveer para los suyos. Escucha hoy el salmo 23 que dice “El Señor es mi pastor nada me falta” experimenta paz y consuelo, se serena y encuentra la fuerza para buscar nuevas oportunidades, sabiendo que el Buen Pastor lo conoce y lo sostiene, incluso en la incertidumbre.
Segundo, Jesús nos conduce a la vida eterna. Su pastoreo no se limita a ofrecernos consuelo temporal; nos abre las puertas del cielo, como promete el Apocalipsis: «El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida» (Ap 7, 17). Esta promesa nos da perspectiva en un mundo obsesionado con lo inmediato. Pensemos en una abuela de avanzada edad que enfrenta los achaques propios de esa época de la vida. Las voces del mundo podrían llenarla de miedo o desesperanza, pero ella, al recibir la Unción de los Enfermos, siente la paz de saber que el Buen Pastor la está guiando no solo a través de su dolor, sino hacia la vida eterna. Su fe se convierte en un testimonio para su familia, recordándoles que el destino final del rebaño es la casa del Padre.
Tercero, Jesús nos protege en los peligros. El Salmo 23 lo expresa con claridad: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo—tu vara y tu cayado me dan seguridad» (Sal 23, 4). Jesús no promete eliminar las dificultades, pero sí caminar con nosotros en ellas, como el pastor que lleva a la oveja perdida sobre sus hombros. En la práctica, esto se ve en innumerables momentos de nuestra vida. Considera a una estudiante universitaria que enfrenta la presión de sus compañeros para participar en comportamientos que van contra sus valores cristianos, como el consumo excesivo de alcohol. Siente miedo de ser rechazada, pero al acudir a la confesión y hablar con un sacerdote, encuentra la fortaleza para mantenerse fiel a su fe, sintiendo que Cristo la protege como un escudo en la tormenta.
Otro ejemplo lo vemos en una pareja que atraviesa una crisis matrimonial. Las tensiones financieras y las diferencias de carácter los han distanciado, y las voces del mundo les sugieren rendirse. Sin embargo, al participar en un retiro para parejas como el que tuvimos hace unos días en la Vicaría y comprometerse con la oración en pareja, descubren que el Buen Pastor los está guiando hacia la reconciliación. Su amor, renovado por la gracia, se convierte en un signo de esperanza para su comunidad.
Incluso en los momentos de luto, el pastoreo de Jesús se hace presente. Una persona que ha perdido a un ser querido puede sentirse atrapada en el duelo, pero al reunirse en su comunidad y ofrecer su dolor en la Eucaristía, experimenta la presencia consoladora de Cristo. Como el pastor que busca a la oveja perdida, Jesús no nos deja solos en nuestras cañadas oscuras; nos carga, nos sana y nos lleva a pastos verdes, donde su amor restaura nuestras almas.
Este pastoreo activo de Jesús nos invita a responder con confianza. No se trata de ser perfectos, sino de dejarnos guiar. Cada vez que acudimos a los sacramentos, escuchamos su Palabra o servimos a los demás, estamos diciendo «sí» al Buen Pastor, permitiendo que su amor moldee nuestras vidas.
El Buen Pastor nos sigue buscando
La pregunta «¿Quién te pastorea?» no solo nos desafía a discernir, sino que también nos llena de esperanza. Aunque a veces nos dejemos seducir por falsos pastores, Jesús nunca se cansa de buscarnos. Su amor es incondicional, su misericordia no tiene fin. En este tiempo de Pascua, Él nos invita a renovar nuestra confianza en su voz, a seguir sus pasos y a encontrar en Él la vida plena que anhelamos.
San Gregorio Magno nos enseña:
“Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que lo sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo íntimo de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es la presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida.
Gregorio Magno, Homilía 14, 3-6
Busquemos, pues, queridos hermanos, estos pastos, para alegrarnos en ellos junto con la multitud de los ciudadanos del cielo. La misma alegría de los que ya disfrutan de este gozo nos invita a ello. Por tanto, hermanos, despertemos nuestro espíritu, enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celestiales; amar así es ponernos ya en camino.
Que ninguna adversidad nos prive del gozo de esta fiesta interior, porque al que tiene la firme decisión de llegar a término ningún obstáculo del camino puede frenarlo en su propósito. No nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino.”
Escuchemos al Buen Pastor en la oración y en la comunidad. Pidámosle la gracia de ser siempre guiados por Él y de convertirnos, nosotros también, en instrumentos para que otros descubran su voz. Que María, Madre del Buen Pastor, nos ayude a responder con un corazón abierto y fiel, confiando en que, como dice el Salmo, «su bondad y su misericordia nos acompañarán todos los días de nuestra vida». Amén.