Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: Heridas afectivas
Fecha: 15/05/2025
Frase: “Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios? Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” (San Agustín)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Leer: Ezequiel 37, 1-14
¿Qué heridas afectivas vemos en nuestra colonia? ¿cómo ves la ignorancia religiosa?
2. Catequesis (Juzgar)
Para nuestra catequesis en la próxima tres semanas vamos a estudiar algunos capítulos del libro “Dios te quiere feliz” de Mons. Ignacio Munilla, obispo español, el cual nos presenta algunos temas de actualidad que pueden servirnos en el ámbito familiar. En este primer encuentro veremos el capítulo «Sanar las heridas afectivas», abordaremos dos crisis fundamentales que caracterizan nuestro tiempo: la emergencia educativa y la emergencia afectiva. Estas dos realidades, según él, están profundamente interconectadas, al punto de que las describe como «la cara y la cruz de una misma moneda». Para comprender la emergencia educativa, se inspira en el Papa Benedicto XVI, quien utilizó este término para señalar una crisis de pensamiento en la sociedad moderna, dominada por el relativismo. Este relativismo ha erosionado la capacidad de las personas para responder a preguntas existenciales esenciales como «¿qué hago yo en esta vida?» o «¿existe una verdad por la que merezca la pena luchar?». La falta de un marco intelectual sólido deja a las personas desorientadas, incapaces de encontrar un sentido profundo para su existencia.
Sin embargo, Mons. Munilla no se detiene en el ámbito intelectual. Argumenta que esta emergencia educativa está íntimamente ligada a una emergencia afectiva, que se manifiesta en las heridas emocionales que afectan la vida de las personas. Para ilustrar esta desconexión cultural y religiosa, relata una anécdota significativa: una conversación con una joven que desconocía el significado de la expresión «llorar como una Magdalena». La joven, en un intento por interpretar la frase, sugirió que podría referirse a una magdalena (pan dulce) mojada en café que gotea. Esta respuesta, aunque ingenua y hasta graciosa, pone de manifiesto una ignorancia profunda sobre las raíces cristianas de la cultura. Según Mons. Munilla, este desconocimiento no es un rechazo activo del mensaje cristiano, sino una falta de exposición a él, lo que plantea un desafío crucial para la evangelización en el mundo actual, me pongo a pensar en mi propia experiencia cuando algún joven me preguntó “¿qué es primero casarse o acompañarse?” o las personas que se acusan de pecados que no han cometido y los llaman por otro nombre, o también jóvenes que han pasado todos los niveles de catequesis pero ignoran las historias fundamentales de los personajes bíblicos.
La solución para alguno sería que vengan a clase de “religión” o “educación en la fe”, pero no basta con abordar la emergencia educativa desde una perspectiva puramente intelectual. Aunque alguien pueda estar bien formado en principios teóricos, las heridas afectivas pueden impedir que esa formación se traduzca en una vida coherente y auténtica. Entonces qué hacer ¿lo mandamos al psicólogo y que él resuelva? Tampoco eso bastaría para ejemplificar esta tensión entre intelecto y afecto, Mons. Munilla comparte un diálogo que tuvo con un terapeuta agnóstico. Este terapeuta argumentaba que, para un joven atrapado en la adicción, lo más importante era sentirse querido, incluso si eso significaba ignorar la búsqueda de la verdad. Mons. Munilla responde con una advertencia clara: «Cuidado, que también la afectividad puede ser usada como una pequeña droga si no está basada en una verdad». Este intercambio subraya su convicción de que el bienestar emocional, si no está anclado en la verdad, puede convertirse en una forma de escapismo que no conduce a una sanación verdadera.
La propuesta del Evangelio ofrece una solución integral que aborda tanto la mente como el corazón. Recordemos la expresión de Cristo en reproche a Pedro «Tú piensas como los hombres, no piensas como Dios», ella nos recuerda que hay que alinear tanto el pensamiento como los afectos con la voluntad divina. Esta integración es esencial porque, las heridas afectivas no sanadas pueden bloquear la recepción del mensaje evangélico, incluso en personas intelectualmente preparadas. Por lo tanto, la evangelización efectiva requiere no solo transmitir conocimientos, sino también sanar los corazones rotos.
El análisis realizado sobre estas emergencias no es meramente teórico; tiene implicaciones prácticas para la vida cotidiana y la misión de la Iglesia. La emergencia educativa exige una formación que contrarreste el relativismo y ofrezca respuestas claras a las grandes preguntas de la vida. Al mismo tiempo, la emergencia afectiva reclama una atención especial a las heridas emocionales que impiden a las personas vivir plenamente su fe.
Las tres heridas afectivas y la respuesta del Evangelio
Mons. Munilla identifica tres heridas afectivas principales que afectan a la sociedad contemporánea: el narcisismo, el pansexualismo y la desconfianza. Para cada una de estas heridas, ofrece un diagnóstico detallado y propone remedios basados en las enseñanzas del Evangelio.
Narcisismo
El narcisismo, es una herida que se caracteriza por la incapacidad de amar a los demás debido a un enfoque excesivo en uno mismo. Esta condición se manifiesta de dos maneras aparentemente opuestas pero intrínsecamente relacionadas: por un lado, una euforia triunfalista, donde la persona busca constantemente ser el centro de atención y recibir admiración; por otro, una autocompasión depresiva, en la que el individuo se lamenta de su situación y se encierra en su propio sufrimiento. Ambas formas son expresiones de una misma necesidad insatisfecha: la búsqueda desesperada de afecto y reconocimiento. Esta autoabsorción, advierte, dificulta recibir la Revelación de Cristo, que llama a salir de uno mismo para amar y servir a los demás.
Para sanar el narcisismo, podemos encontrar tres remedios fundamentales. Primero, el amor de Dios: la certeza de ser amado incondicionalmente por Dios proporciona una base sólida para la autoestima. En palabras de Mons. Munilla, «Soy amado, luego existo», una afirmación que contrasta con la autoestima superficial basada en logros o apariencia. Segundo, una espiritualidad equilibrada que combine la mística del amor divino con la ascética del sacrificio. No se puede vivir una mística sin renuncia, que puede alimentar el ego en lugar de transformarlo. Tercero, el acompañamiento y el servicio: dejarse ayudar por otros y servir a los pobres rompe el ciclo de autoabsorción. El encuentro con los pobres puede sanar al narcisista al confrontarlo con el sufrimiento real y relativizar sus propios problemas.
Pansexualismo
Se trata de una obsesión cultural con el sexo, separándolo de su conexión natural con la procreación, el matrimonio y el amor. Inspirándose en las palabras de Jesús, «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», Mons. Munilla critica la revolución sexual que ha disociado estos elementos esenciales. Esta separación, sostiene, no ha traído libertad, sino esclavitud, generando adicciones, vacío emocional y sufrimiento, especialmente entre los jóvenes. El pansexualismo convierte el sexo en un fin en sí mismo, despojándolo de su dimensión relacional y trascendente.
Dos remedios principales para esta herida los podemos encontrar en, primero, la castidad, una virtud que él reivindica como liberadora e integradora, contrarrestando la narrativa cultural que la presenta como represiva. La castidad, explica, permite vivir la sexualidad en armonía con el amor y la entrega. El segundo es el acompañamiento psicológico y programas para superar adicciones sexuales. La Iglesia hoy en día es de las pocas que apuesta por ofrecer formación afectivo-sexual y apoyo práctico para sanar las heridas causadas por el pansexualismo.
Desconfianza
Esta surge de decepciones acumuladas, como la inestabilidad familiar o las traiciones personales. Mons. Munilla relata el caso de un adolescente angustiado por las peleas constantes de sus padres, mostrando cómo estas experiencias pueden generar un rechazo a confiar en los demás y en Dios. Esta desconfianza lleva al aislamiento y a la dificultad para abrir el corazón, bloqueando las relaciones humanas y espirituales.
Para sanar esta herida, podemos descubrir dos caminos. Primero, la comunidad eclesial: vivir la comunión en la Iglesia ofrece un espacio de confianza y apoyo mutuo. Segundo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que fomenta la confianza en la providencia divina. Experimentar la fidelidad de Dios y de la comunidad cristiana puede restaurar la capacidad de confiar, sanando las heridas del pasado.
Compensaciones y esperanza en la sanación
Hemos de estar muy atentos a las «compensaciones», mecanismos que las personas utilizan para lidiar con sus heridas afectivas, como el apego, el poder o las adicciones. Inspirado en el psicólogo Amadeo Cencini, explica que estas compensaciones surgen cuando no se vive plenamente la vocación al amor. Aunque pueden ofrecer un alivio temporal, no sanan las heridas subyacentes y a menudo agravan el problema.
Cuatro consejos prácticos para superar estas compensaciones. Primero, priorizar la verdad sobre la sinceridad: expresar sentimientos no es suficiente si no están alineados con la verdad. La sinceridad sin verdad puede llevar a autoengaños. Segundo, elegir la fidelidad sobre la mera perseverancia: la fidelidad implica un compromiso apasionado, no solo resistencia. Usando el ejemplo del hermano mayor del hijo pródigo, Mons. Munilla muestra cómo alguien puede perseverar sin ser verdaderamente fiel, hacer el bien y no disfrutarlo. Tercero, vivir un amor esponsal con Dios: esta relación, marcada por la vulnerabilidad y el compromiso, refleja la entrega de un matrimonio. Este amor revela la vulnerabilidad de Dios, que se entrega a nuestra respuesta. Cuarto, la devoción al Corazón de Jesús: el obispo narra la historia de un padre que, inspirado por la confianza de su hijo, dejó un trabajo inmoral. Este acto de abandono a la providencia divina, sostiene, proporciona una seguridad interior que elimina la necesidad de compensaciones.
El capítulo culmina con un mensaje de esperanza. Mons. Munilla reconoce que todos llevamos heridas, pero afirma: «el corazón no es de quien lo ha roto, sino de quien lo repara, que es Jesucristo». Citando Filipenses 1,6, «el que comenzó en nosotros la buena obra, si le dejamos, la llevará a feliz término», asegura que Cristo tiene el poder de restaurar y sanar. Esta confianza en la acción de Dios permite superar las heridas afectivas y vivir con alegría, sabiendo que nuestro corazón pertenece a Aquel que lo repara.
3. Edificación espiritual (Actuar)
¿En qué momentos de nuestra vida hemos sentido una separación entre lo que pensamos y lo que sentimos? ¿Cómo podemos trabajar para integrar razón y afectos en nuestra vida espiritual?
¿Qué actitudes o comportamientos en nosotros mismos o en nuestra comunidad podrían reflejar narcisismo? ¿Cómo podemos fomentar una autoestima basada en el amor de Dios en nuestra parroquia?
¿Cómo percibimos la influencia de la cultura pansexualista en nuestra sociedad, especialmente entre los jóvenes? ¿De qué manera podemos promover la virtud de la castidad como un camino de libertad en nuestros grupos parroquiales?
Mons. Munilla habla de las «compensaciones» (como el apego o la búsqueda de poder) que usamos para llenar el vacío de las heridas. ¿Qué compensaciones reconocemos en nuestra vida o en nuestra sociedad? ¿Cómo podemos vivir con mayor fidelidad a nuestra vocación (matrimonio, soltería, sacerdocio) para evitar caer en estas trampas?
¿Qué experiencias personales o comunitarias nos han hecho desconfiar de los demás o de Dios? ¿Cómo puede nuestra parroquia convertirse en un espacio donde se restaure la confianza a través de la comunión y el apoyo mutuo?