Homilía V Domingo de Pascua – Ciclo C
Muchas veces escuchamos cómo todos estamos llamados a la santidad, aún recuerdo que el domingo pasado les pregunté ¿quieren ser santos? La Iglesia no predica la mera autosuperación, ni la mera cultura de bienestar, ni el mero asistencialismo, no se trata de voy a trabajar en mí a secas, como rondan en muchas publicaciones en las redes sociales. Cuando la Iglesia habla de vida nueva en el Señor, no podemos perder de vista que la máxima aspiración del cristiano es encarnar en su vida la vida de Cristo, llegar a decir como san Pablo, ya no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí. Esto no es otra cosa que la santidad.
Pero sucede que muchos asociacian la palabra santidad con un perfeccionismo moral del cual se sienten muy lejos, es más fácil que percibamos nuestras debilidades y pecados, nuestros errores y faltas, que la gracia de Dios que actúa en cada uno. Tenemos que recordar que aunque el pecado es contrario a la santidad, esta no se trata de un mero cumplir un precepto de manera formal, sino de mucho amar, así es, el amor es la medida de la santidad, sólo en el amor se comprende que el santo busca vivir una relación íntima y profunda con Jesucristo y con el prójimo. Sólo en el amor se es capaz de descubrir como a pesar de los tropiezos y caídas el santo se va fortaleciendo hasta el punto de llegar a ser fuerza para otros. Sólo el amor revela que podemos ser santos porque Dios nos ama de tal manera que nos da su mismo amor para que podamos vivir unidos a Él.
Y ese amor se traduce en gestos concretos con Él ciertamente cuando buscamos corresponderle ¿cómo se hace esto? Guardando su palabra…pero ¿podrémos guardar una palabra que no conocemos? De ahí la importancia hermano de la meditación de la Sagrada Escritura, no se trata de una obligación que viene desde afuera, es realmente una sed que brota de lo profundo de nuestro ser, es el anhelo de escuchar su voz y disfrutar de poder vivir lo que ella me enseña. Pero también escuchamos hoy de modo especial que el amor también se ha de vivir con el prójimo y reflexionando sobre esto ¿no les parece que el amor al hermano se reviste de muchas maneras?
A veces ese amor se manifestará en la diligencia que tenemos por asistir a los demás, en otras ocasiones será un perdonar o un pedir perdón, otra veces será un ser generoso con el que necesita, otras veces será aprender a decir que no a continuar actitudes mal sanas, pudiera ser que también ese amor se manifieste en la corrección fraterna, o incluso podría darse en la delicadeza con el que una mamá prepara un desayuno en la mañana, o la alegría con la que un papá cuando llega del trabajo en la noche trae algo del supermercado, pudiera ser que ese amor se traduzca en paciencia con el débil y enfermo, o que fuese una plegaria que eleva una madre por su hijo tras las rejas, el amor puede ser el tiempo y atención que dedicas para platicar o jugar con tus niños, o quizás la felicitación o reconocimiento por un logro obtenido, el amor será también la obediencia de un hijo que pedi permiso para salir, su prontitud al estudio y su responsabilidad en las cosas de casa….el amor no requiere grandes actos pero si presencia y constancia.
Tengamos presente este amor brota del hecho que Él nos amó primero, incluso dice en el Evangelio “como yo los he amado”, oigan bien lo que está diciendo Jesús, Él nos ha amado, ese es el punto partida de todo. El amor del corazón de Cristo. Y es la oración diaria y el cuidado de la vida sacramental la que nos lleva a reconocerlo, de ahí porque se nos insiste tanto en ello. El silencio ante el Señor nos permite reconocer su presencia, también el silencio ante el prójimo tiene el mismo efecto. Porque para escuchar es importante primero aprender a guardar silencio, entonces podremos abrirnos ante el misterio de Dios y del prójimo. Nunca lo olvides: Amor saca amor.
En este día al escuchar la palabra de Cristo Jesús pidamosle la gracia, Señor enséñanos a amar.