Aporte de la familia a la sociedad

Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base

Fecha: 22 de mayo de 2025

Frase: “…mientras afirmamos la belleza de la familia, sentimos más que nunca que debemos defenderla. No dejemos que se contamine con los venenos del egoísmo, del individualismo, de la cultura de la indiferencia y del descarte, y pierda así su “ADN” que es la acogida y el espíritu de servicio” Papa Francisco

1.   Celebración de la Palabra (Ver)

“Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los demás gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón; los cuales, habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Pero vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido enseñados en él, conforme a la verdad que está en Jesús: que en cuanto a la pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que os renovéis en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios en justicia y santidad de verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación, según la necesidad, para que imparta gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Quítese de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Ef 4, 17-32)

¿Cómo están constituidas las familias de nuestra colonia? ¿Qué aportes dan a la sociedad?

2.   Catequesis (Juzgar)

En esta ocasión estudiaremos un resumen de un texto de Mons. José Ignacio Munilla titulado “El aporte de la familia a la sociedad” en él explora la vocación social inherente a cada persona y el papel fundamental que la familia desempeña en la construcción de una sociedad más solidaria y humana. El autor sitúa su reflexión en un contexto contemporáneo marcado por el individualismo, la crisis de las utopías políticas y sociales, y una solidaridad que, aunque valorada, a menudo se queda en el plano ideológico. A lo largo del capítulo, Mons Munilla defiende que la familia no solo es un pilar esencial para contrarrestar estas tendencias, sino también una escuela de socialización y un baluarte contra la estatalización y las ideologías que debilitan los vínculos humanos.

El texto se divide en dos grandes secciones: «Nuestra vocación social» y «La aportación social de la familia». En la primera, el autor analiza los desafíos actuales que reflejan una pérdida de esta vocación, mientras que en la segunda destaca cómo la familia puede ser la respuesta a estos problemas, ofreciendo estabilidad y formación humana.

Nuestra vocación social

La llamada a mejorar el mundo en tiempos de individualismo

Todos los seres humanos tienen una vocación social: estamos llamados a mejorar el mundo. Esta idea cobra especial relevancia en una época como la actual dominada por el individualismo, donde las personas tienden a encerrarse en sus propias «burbujas». El autor recuerda un momento histórico clave: la caída del Muro de Berlín, que marcó el colapso de las utopías políticas y sociales del siglo XX. En ese contexto, se esperaba, por ejemplo, que Europa redescubriera sus raíces cristianas, respondiendo al llamamiento de san Juan Pablo II: «¡Europa, sé tú misma!». Sin embargo, esta esperanza no se materializó como se anticipaba. Pensemos como esta realidad también se ha visto en nuestro país, después de la guerra civil la gente quedó muy polarizada entre dos bandos políticos y las familias desintegradas, lo cual fue el caldo de cultivo para el fenómeno de las pandillas, incluso podríamos considerar como este mismo fenómeno llevo al aislamiento de tantos jóvenes que aún en plan de bien, no podían salir de sus casas con libertad a un parque a interactuar con otros, la sospecha reinaba, pero la necesidad afectiva de amistad se hacía presente, incluso vemos como también hoy esa herida afectiva termina en la promiscuidad, abuso de sustancias y alcoholismo actual, a esto se aúna el fenomeno global del auge de la redes sociales que terminan encerrando en un mundo de fantasía a jóvenes y adultos, dando rienda a las nuevas adicciones a la pornografía, a la murmuración, la violencia entre otros, ¿no nos damos cuenta de que “pegue” tienen las series que habla de narcotráfico, adulterio y otros temas contrarios a la dignidad del hombre?

A pesar de este desencanto, se reconoce un aspecto positivo: la solidaridad ha ganado prestigio como valor social. Los movimientos solidarios gozan de buena reputación, pero hay un riesgo que no se puede olvidar, muchas veces esta solidaridad suele ser más ideológica que práctica se ayuda si eres de mi grupo, partido político o si te haces de mi religión. A menudo se convierte en una bandera que se enarbola sin transformar verdaderamente la vida de las personas, corriendo el riesgo de convertirse en una solidaridad «virtual». Para Mons. Munilla, cualquier intento de mejorar el mundo que no parta de una conversión personal auténtica está destinado a reducirse a una mera «pose» solidaria por ejemplo personas que se van de voluntarios a algún lugar a ayudar a los pobres pero no son capaces de colaborar con el pago de los recibos o la limpieza de la propia casa.

Dos evidencias de la falta de vocación social

El autor identifica dos fenómenos concretos que, según él, reflejan una pérdida de la vocación social en la sociedad actual:

La crisis de natalidad

Mons. Munilla argumenta que la baja tasa de natalidad en muchos países, especialmente en Europa, donde los fallecimientos superan a los nacimientos, es un signo claro de una sociedad que no apuesta por el futuro. Contrario a la creencia común, el autor sostiene que esta crisis no se explica principalmente por dificultades económicas, ya que las clases más acomodadas no presentan índices de natalidad significativamente mayores. En cambio, la raíz del problema está en una crisis de esperanza y un narcisismo creciente. La sociedad ha reemplazado la paternidad responsable por una paternidad confortable, priorizando la comodidad individual sobre el compromiso con las generaciones futuras. Este fenómeno, para el obispo, es un olvido evidente de la vocación social. El Salvador ha registrado una caída en el índice de fecundidad que parece sutil pero que no debemos pasar desapercibido en la decada de los sesenta se registraban 6.62 hijos por mujer, para el año dos mil se había reducido a la mitad, 3.08 para el 2023 era de 1.78[1]. El índice de fecundidad de reemplazo (medida que determina la sostenibilidad de la población) es de 2,1 hijos por mujer, lo que significa que, en promedio, cada mujer debe tener 2,1 hijos para que la población se mantenga estable, a la larga esto en que se traduce: menor atención por el adulto mayor, aumento de la edad para pensionarse, poca población económicamente activa para desempeñar ciertas labores, etc. Ahora que se sucedería si lanzaramos la pregunta por ¿cuántos niños nacen dentro de la unión de una pareja, luego cuántos dentro de un matrimonio, cuántos dentro de un matrimonio religioso? Estas variables no son accidentales. «La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2366)

El debate sobre la eutanasia

Mons. Munilla habla luego de una realidad que ocurre en España actualmente pero que no tardará en llegar: la discusión sobre la eutanasia y el supuesto «derecho» a quitarse la vida. Más allá de las creencias religiosas, subraya que nadie es dueño absoluto de sí mismo. Citando a san Agustín —«Yo soy yo, pero no soy mío»—, recuerda que nuestras decisiones afectan a quienes nos rodean. La posibilidad de optar por la eutanasia ignora el impacto emocional y social que tiene en la familia y los amigos, lo que también refleja una falta de solidaridad y vocación social.

La verdadera solidaridad en la vida cotidiana

Para Mons. Munilla, la solidaridad auténtica no se limita a grandes gestos o movimientos, sino que se manifiesta en la vida cotidiana: en la maternidad, la paternidad, el cuidado de los enfermos y la presencia activa junto a quienes sufren. El autor advierte que confiar únicamente en nuestras capacidades humanas para transformar el mundo lleva inevitablemente a la decepción, ya que nos enfrentamos a nuestra propia impotencia y a la corrupción del mundo. Esta desilusión puede resultar en el abandono de los ideales solidarios.

Sin embargo, propone una perspectiva distinta para el cristiano: la vocación social debe nacer de la iniciativa de Dios para instaurar su Reino. Citando el Evangelio —«El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo»—, el cristiano siembra y riega, pero es Dios quien hace crecer el Reino a lo largo de la historia, preparándolo para la parusía final.

La fe como fundamento de la perseverancia

El principal pecado de nuestro tiempo, según Mons. Munilla, es la falta de fe en la gracia y en la acción continua de Dios en la historia. Solo quien confía en que Dios sigue presente, «escribiendo derecho con renglones torcidos», puede perseverar en su compromiso social sin sucumbir al desaliento ante los fracasos. El autor usa una metáfora futbolística para ilustrar esta idea: Dios tiene la capacidad de «meter goles de tacón y con el tobillo roto», llevando adelante su plan de salvación incluso en medio de nuestras limitaciones. Los cristianos, por tanto, deben aprender a discernir la voluntad divina en los acontecimientos, confiando en que Dios transforma el mundo a su manera.

El Jubileo de la Esperanza nos abre esta perspectiva, el Papa Leon XIV nos habla de como Dios continua a dar su gracia en abundancia para transformar el mundo, hablando de los efectos de la Palabra de Dios en nuestra vida comenta la parábola del sembrador diciendo:

“Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa de dónde cae la semilla. La arroja incluso donde es improbable que dé fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud sorprende a los oyentes y los lleva a preguntarse: ¿por qué?

Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios” (Audiencia General 21 de mayo de 2025)

El peligro de la estatalización

Otro desafío que Mons. Munilla identifica en la sociedad del bienestar es la tendencia hacia la estatalización, donde las administraciones públicas asumen todas las responsabilidades, debilitando la iniciativa social. El autor critica la actitud de pensar que «para eso está el Estado», especialmente en áreas como la educación. Se cuestiona la insistencia en una escuela pública unificada bajo el control total del Estado, preguntándose: «¿Dónde queda entonces nuestra vocación de ser educadores?». Para él, abogar por la estatalización de la educación es renunciar a la vocación social, ya que traslada la responsabilidad de los ciudadanos y las familias al Estado. “Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2223) Les propondría retomar el compendio de Doctrina Social de la Iglesia y ver los numerales del 237 al 243, aquí les pongo un extracto del n. 239:

“El derecho y el deber de los padres a la educación de la prole se debe considerar « como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable, y… por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros ». Los padres tiene el derecho y el deber de impartir una educación religiosa y una formación moral a sus hijos: derecho que no puede ser cancelado por el Estado, antes bien, debe ser respetado y promovido. Es un deber primario, que la familia no puede descuidar o delegar.”

La ideología dominante, según Mons. Munilla, desprecia la iniciativa social en la educación, caricaturizándola como un «club privado de selectos», ignorando que muchas de estas iniciativas benefician a las clases más desfavorecidas. Para esta ideología, el problema no es el elitismo, sino la existencia misma de la iniciativa social. Aunque el estado del bienestar tiene aspectos positivos, lo considera ambivalente: una vez en el poder, las administraciones tienden a controlarlo todo, convirtiendo al Estado en un «dios y señor» que elimina las instituciones intermedias entre el individuo y el gobierno. Esto resulta en un modelo con «más Estado y menos sociedad».

El principio de subsidiariedad

Frente a esta tendencia, el obispo defiende el principio de subsidiariedad de la Doctrina Social de la Iglesia, que busca contrarrestar el estatalismo. Este principio promueve que las responsabilidades se asuman en los niveles más cercanos a las personas —como la familia, la educación, la empresa y la Iglesia— antes de delegarlas en instancias superiores como el Estado. Para el autor, este enfoque protege la iniciativa social y fortalece los vínculos comunitarios.

El principio de subsidiaridad, busca promover la dignidad humana al proteger la autonomía y el espacio vital de las comunidades menores, como la familia, las asociaciones y los grupos locales. Estas entidades, que forman el tejido de la sociedad civil, son esenciales para el crecimiento social y la creatividad individual, y deben ser apoyadas —no absorbidas— por las sociedades de orden superior, como el Estado. Según este principio, destacado en la encíclica Quadragesimo anno como un eje clave de la filosofía social, las entidades de orden superior deben adoptar una actitud de ayuda (subsidium), ofreciendo soporte económico, institucional o legislativo, sin restringir la iniciativa ni la libertad de las entidades menores. De este modo, se fomenta una verdadera comunión de personas, preservando su dignidad y evitando que sus funciones sean usurpadas por estructuras mayores.

Nos enseña el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (n. 185-186) que:

La subsidiaridad está entre las directrices más constantes y características de la doctrina social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social.395 Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social.396 Es éste el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano ».397 La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de sociabilidad.398

La exigencia de tutelar y de promover las expresiones originarias de la sociabilidad es subrayada por la Iglesia en la encíclica « Quadragesimo anno », en la que el principio de subsidiaridad se indica como principio importantísimo de la « filosofía social »: « Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos ».399

Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital.

A la subsidiaridad entendida en sentido positivo, como ayuda económica, institucional, legislativa, ofrecida a las entidades sociales más pequeñas, corresponde una serie de implicaciones en negativo, que imponen al Estado abstenerse de cuanto restringiría, de hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa, libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas.”

La aportación social de la familia

La fe como base del principio de subsidiariedad

En la segunda parte del artículo Mons. Munilla argumenta que la fe es esencial para defender el principio de subsidiariedad. La renuncia a la iniciativa personal y la dependencia excesiva del Estado, según el autor, provienen de la pérdida de valores trascendentes. Cita un artículo de Juan Manuel de Prada que describe este proceso como una cadena de desarraigos:

«Se comienza por el desarraigo espiritual, pues es en Dios donde se encuentra el fundamento de la razón de nuestro ser, nuestro origen y destino. Se sigue por el desarraigo existencial, pues una vida sin origen ni destino por el desarraigo existencial, pues una vida sin origen ni destino entra en una angustiosa crisis de sentido. Continua con un desarraigo intelectual, pues la carencia de metafísica se suple con individualismos y utopías, a la vez que el desarraigo moral, confundiendo la voluntad con los impulsos vitales, lo cual desemboca en el desarraigo de vínculos humanos y familiares, que nos lleva a un individualismo orgulloso, que nos condena a recurrir al poder político como única forma de salvación del caos»

 

El error del marxismo y el resurgimiento de la fe

Mons. Munilla contrasta esta dinámica con el fracaso de la revolución marxista, que se centró en la alienación económica y la lucha de clases, ignorando el papel central de la familia. Para el autor, lo que sucede en la familia tiene un impacto mucho mayor en la vida de las personas que lo que ocurre en la esfera económica. Curiosamente, señala que países como Rusia y Polonia, que en el pasado fueron modelos de estados ateos, hoy tienen los índices más altos de confesión religiosa en Europa. Esto, para él, es una prueba de que el Reino de Dios sigue abriéndose paso en la historia.

La ideología de género como «metástasis del marxismo»

El obispo critica la ideología de género, a la que describe como una «metástasis del marxismo» más inteligente que su predecesor. Mientras el marxismo se enfocó en la economía, esta ideología ataca lo antropológico y la familia, buscando transformar las estructuras humanas desde su raíz. El obispo, siguiendo al Papa Francisco, la considera una forma de «colonización ideológica» que intenta “corregir” los errores de revoluciones pasadas al centrarse en la institución familiar.

La estabilidad familiar como herencia

La mayor aportación de la familia a la sociedad, según Mons. Munilla, es ofrecer a los hijos una familia estable. Los niños no necesitan padres perfectos, sino padres que se amen profundamente y con madurez. Esta experiencia les permite afirmar: «Esto es posible. Yo lo he vivido». Para el autor, esta estabilidad es el mayor tesoro y la herencia más valiosa que se puede dejar a las nuevas generaciones, en un mundo donde la fragilidad de los vínculos es cada vez más evidente.

Además, la familia es una escuela de socialización donde se aprende a conjugar el «nosotros». La falta de hermanos y de hijos en la sociedad actual ha generado una carencia de experiencia de fraternidad, introduciendo el narcisismo de manera casi inconsciente. En la familia, los individuos aprenden a ser «uno más» entre los hermanos, pero también a reconocer su singularidad. Esto contrasta con la ideología del igualitarismo, que el autor critica por equiparar lo diferente con lo injusto. Tratar igual lo diverso o diferente lo igual es igualmente discriminatorio. La familia enseña a valorar la unicidad de cada persona sin caer en la masificación.

Citando a G.K. Chesterton, subraya que tanto el capitalismo como el marxismo están en guerra con la familia, ya que ambos prefieren individuos aislados —»átomos»— que sean más fáciles de controlar. Sin la familia, las personas quedan desprotegidas frente al Estado. La familia, en cambio, es un «pequeño estado libre» que ofrece resistencia a estas fuerzas y fortalece la cohesión social. Por ello, el autor llama a reivindicar y presentar la familia como un modelo vivo ante los demás.

3.   Edificación espiritual (Actuar)

-¿Cómo el individualismo afecta nuestra capacidad de responder al llamado de mejorar el mundo? ¿Qué ejemplos de tu vida muestran cómo ha debilitado los vínculos humanos?

-¿Por qué la sociedad prioriza la «paternidad confortable» sobre la responsable? ¿Qué consecuencias observas en la caída de la tasa de fecundidad en El Salvador?

-¿Cómo la eutanasia refleja una falta de vocación social al ignorar su impacto en la familia? ¿Qué acciones podemos tomar para apoyar a los enfermos?

-¿Cómo la dependencia del Estado debilita la iniciativa social y el rol de la familia en áreas como la educación? ¿Qué podemos hacer para fortalecer la responsabilidad local?

-¿Cómo tu familia te ha enseñado a equilibrar el «yo» con el «nosotros»? ¿Cómo podemos promover la familia como espacio de formación en valores como la fraternidad?


[1] https://datosmacro.expansion.com/demografia/natalidad/el-salvador