Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: La vida de oración en la familia
Fecha: 29 de mayo de 2025
Frase: “El amor divino que ha unido al hombre y a la mujer, y que los ha hecho padres, es capaz de suscitar en el corazón de los hijos la semilla de la fe, es decir, la luz del sentido profundo de la vida (Discurso, 3 de octubre).” Benedicto XVI, 03 de octubre de 2010
1. Celebración de la Palabra (Ver)
“Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.” (Dt 6, 4-9)
“Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, presta oído a las palabras de mi boca: voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado. Cuanto hemos oído y sabido, y nos contaron nuestros padres, no lo ocultaremos a sus hijos; lo contaremos a la generación venidera: las alabanzas de Yahveh, su poder y las maravillas que hizo. Él estableció un testimonio en Jacob, y puso una ley en Israel; ordenó a nuestros padres enseñarlas a sus hijos, para que las conociera la generación venidera, los hijos que habían de nacer; y que ellos, a su vez, las contaran a sus hijos, para que pusieran en Dios su confianza, no olvidaran las hazañas de Dios y observaran sus mandamientos; para que no fueran como sus padres, generación rebelde y obstinada, generación de corazón inconstante, cuyo espíritu no fue fiel a Dios.” (sal 78, 1-8)
¿Cómo se vive la vida de oración en las familias de nuestra colonia? ¿Qué hay de las familias de nuestras comunidades?
2. Catequesis (Juzgar)
“La familia cristiana es el primer lugar de la educación en la oración. Fundada en el sacramento del Matrimonio, es la “iglesia doméstica” donde los hijos de Dios aprenden a orar “como Iglesia” y a perseverar en la oración. Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1685)
En nuestra serie de catequesis sobre la familia abordamos hoy un punto muy importante a la hora de considerar en cómo la familia transmite la fe, y este es, la familia como escucela de oración. Es en la familia en que aprendemos a dialogar con Dios, los padres son los primeros maestros en el arte de cultivar la vida interior de niños y jóvenes, en el numeral del Catecismo que hemos citado se hace alusión a redescubrir la propia identidad como miembro de la Iglesia en la familia mientras esta ora. El Espíritu Santo en la familia hace que sus miembros se descubran en esa comunión de vida y amor que brota del seno de la Santísima Trinidad, soy parte de este mundo no sólo como un ser creado más, sino que estoy vinculado a Dios de un modo especial y el arte de hacer oración me lo recuerda.
“La plegaria familiar tiene características propias. Es una oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La comunión en la plegaria es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del bautismo y del matrimonio. A los miembros de la familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las cuales el Señor Jesús promete su presencia: «Os digo en verdad que si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Esta plegaria tiene como contenido original la misma vida de familia que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidades de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos la pidan con humildad y confianza en la oración.” (Familiaris consortio n. 59)
La oración familiar tiene es experiencia de comunión, entre los esposos, y entre padres e hijos, y su materia es lo ordinario del día a día, es ahí donde aprendemos a presentar al Señor lo cotidiano y menudo que nos toca tratar, es ahí donde se le piden luces al Señor sobre diferentes puntos, y redescubrimos la vida diaria como el lugar en donde Dios actúa, no olvidemos que el Señor salva en la historia, en esa que construye día con día en medio de alegría, penas, preocupaciones, etc. En el contexto actual que se basa en el predominio de lo material, superficial, pasajero y emotivo consideremos como al incluir las experiencias diarias en la oración, la familia las interpreta a la luz de la fe haciendo que su visión de la realidad tenga la hondura precisa para descubrir como se articula todo el arco de su vida. Entre esposos, fortalece su alianza, ya que ponen su confianza no en sus solas fuerzas o en su propia astucia sino en la providencia de Dios que todo lo sostiene; entre padres e hijos, fomenta empatía y solidaridad, antes que relaciones de dominio y sospecha se va redescubriendo la familia como el lugar donde los unos procuran el bien a los otros y donde juntos van buscando soluciones a los problemas del día, es el lugar donde se hace experiencia del amor a través de la súplica de los unos por los otros. En una cultura individualista, la oración reafirma la unidad, tanto de la familia en sí como de la familia con Dios, uniendo lo humano y lo divino al transformar lo cotidiano en sagrado, es participar juntos del sacerdocio común de los fieles que han recibido en el santo bautismo..
“En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él: «Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo»
Elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. Escuchemos de nuevo la llamada que Pablo VI ha dirigido a las madres y a los padres: «Madres, ¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el rosario en familia? Y vosotros, padres, ¿sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: «Pax huic domui». Recordad: así edificáis la Iglesia»” (Familiaris Consortio n.60)
San Juan Pablo II nos recuerda que los padres son maestros de oración para sus hijos en primer lugar con su ejemplo, sea el recogimiento interior, a veces el hecho de hacer un altarsito para los santos o un pequeño oratorio en casa, el transmitirles una devoción a un santo en particular a través de las novenas, todo esto va ayudando a entrar en coloquio personal con Dios. A veces los padres de familia han tenido la costumbre de “mandar” los niños al catecismo o de “mandarlos” a la misa, a la flor de mayo, a “x” o “y” cosas pero ellos no van o llegan tarde. Nunca olvidemos que los niños aprenden más por imitación que por los discursos que hacemos con ellos. Evitar delegar esta tarea a otros da coherencia al testimonio paterno, formando en los hijos una fe personal que perdura, en contraste con la inmediatez del mundo actual. Sin la participación activa de los padres se puede transmitir un mensaje confuso: que la oración y la fe son algo secundario o externo a la vida familiar. En cambio, cuando los padres se involucran directamente —rezando con sus hijos, explicando el sentido de las oraciones o integrándolas en la rutina diaria—, demuestran que la fe es una prioridad viva y no solo una obligación formal.
Enseñar a orar no es solo transmitir una práctica religiosa, sino cultivar en los hijos por un lado, una fe personal que pueda acompañarlos toda la vida y, por otro lado, al hacerse en familia les recuerda la importancia de la vida en comunión con otros. La oración, por su naturaleza, requiere tiempo, paciencia y una conexión profunda con Dios, cualidades que no se adquieren de manera instantánea. Cuando los padres asumen esta tarea, no solo enseñan palabras o rituales, sino que forman en sus hijos valores como la perseverancia, la introspección, la capacidad de encontrar paz en el silencio y sobre todo la posibilidad de entrar en el diálogo íntimo y personal con Dios forjando haciendo viva la relación con Él.
Vivimos en un mundo dominado por la inmediatez, donde la tecnología y las redes sociales promueven respuestas rápidas, gratificación instantánea y una constante búsqueda de novedad. La oración, en cambio, va a contracorriente: exige pausa, reflexión y un ritmo que no se puede forzar. Al formarlos en la oración, los padres ofrecen a sus hijos una alternativa valiosa a esta cultura superficial, mostrándoles que lo profundo y lo duradero tiene un valor que supera lo efímero. Por ejemplo, prácticas como rezar en familia o meditar juntos sobre una lectura espiritual enseñan a los hijos a desacelerar, a escuchar y a encontrar sentido más allá de las distracciones cotidianas. En un entorno que privilegia lo instantáneo, esta formación en la oración se convierte en un regalo que los prepara para enfrentar la vida con mayor serenidad y propósito.
La oración hecha en casa prepara y se nutre de la celebración litúrgica, particularmente de la misa dominical, a veces ocurre que hay familias que se distancian porque piensan que los niños pequeños mucho distraen o estarán muy inquietos, la verdad es que en la lejanía nunca aprenderán a estar atentos, sobre todo en nuestros días donde los constante estímulos de un celular o la televisión trabajan en sentido contrario, en realidad deberíamos pensar en que se les vaya haciendo cada vez más partícipes de la vida de la Iglesia, se nota cuando los papás de un niño ponen atención porque lo mismo hace él, y aunque fuera inquieto es importante ayudarle a distinguir los momentos y los espacios para hacer cada cosa. Más aún la Iglesia recomienda hoy en día incluso que la familia como tal pueda participar de la Liturgia de las Horas, de este modo esta preparación de oración privada en familia a la oración en comunidad hecha en la Liturgia se vaya favoreciendo. Los padres tejen un ambiente donde la oración se integra naturalmente en la vida, a través de pequeños actos como bendecir la mesa, dar gracias al final del día o mantener un espacio de reflexión en casa, más aún la Iglesia ha motivado con mucha insistencia a cultivar el rosario en familia como un punto que ayuda a hacer una pausa y elevar la mente a Dios de un modo prolongado, contemplando los misterios de Cristo mientras que al ritmo de padrenuestros y avemarias se va suplicando el auxilio divino.
Estos hábitos refuerzan que la oración no es un evento aislado, sino un diálogo constante con Dios, accesible en cualquier momento. Este enfoque fortalece la fe de los hijos al hacerla parte de su identidad desde una edad temprana.
“ Hay una relación profunda y vital entre la oración de la Iglesia y la de cada uno de los fieles, como ha confirmado claramente el Concilio Vaticano II. Una finalidad importante de la plegaria de la Iglesia doméstica es la de constituir para los hijos la introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia, en el sentido de preparar a ella y de extenderla al ámbito de la vida personal, familiar y social. De aquí deriva la necesidad de una progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos. Las directrices conciliares han abierto una nueva posibilidad a la familia cristiana, que ha sido colocada entre los grupos a los que se recomienda la celebración comunitaria del Oficio divino. Pondrán asimismo cuidado las familias cristianas en celebrar, incluso en casa y de manera adecuada a sus miembros, los tiempos y festividades del año litúrgico.
Para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que presenta gran variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza extraordinaria con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a las diversas exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor. Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar explícitamente —siguiendo también las indicaciones de los Padres Sinodales— la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular.
Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas es de recordar el rezo del rosario: «Y ahora, en continuidad de intención con nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del santo Rosario en familia … no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida»[155]. Así la auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en el generoso seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen Santísima, constituye un medio privilegiado para alimentar la comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiritualidad conyugal y familiar. Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, es en efecto y de manera especial la Madre de las familias cristianas, de las Iglesias domésticas.” (Familiaris Consortio n. 61)
No podemos llamar vida cristiana a una vida en la que la oración no esta presente, es esencial para ella, la oración más aún es parte propia del mismo anhelo y llamada a la vida sobrenatural de todo hombre, una familia que hace oración no se desvincula del compromiso cotidiano que tiene con la sdiferentes responsabilidades que tiene en este mundo, al contrario les da una nuevo horizonte, un nuevo matiz, que le permite asumirlas con mayor entereza, no olvidemos que la oración es el alma de todo apostolado, una familia que ora transforma la sociedad en que vive, tiene una profundidad distinta para afrontar los problemas del día a día. Lejos de ser un escapismo, la oración auténtica impulsa a la familia a actuar en el mundo. Como dice Santiago. Por ejemplo, una familia que ora por la paz se siente llamada a promoverla en su entorno, resolviendo conflictos pacíficamente o participando en iniciativas comunitarias. Así, la oración se convierte en fuente de inspiración para vivir los valores del Evangelio.
El mundo en que vivimos ya ha tendido a sacar a Dios de la vía pública, y poco a poco va queriendolo sacar de la familia, corresponde a los padres de familia hacer brotar la belleza de la oración, el hacer descubrir a los hijos este ejercicio como el cultivo de una fe que se adhiera más firmemente al Señor y su Iglesia, una esperanza que no defrauda sabiendo que podemos confiar en Aquel que nos ha prometido la eternidad bienaventurada, y un amor que está cada vez más radicado en la entrega total de sí. En un mundo que margina la fe, la oración en familia es un acto de resistencia y afirmación de la identidad cristiana. Al mantener esta práctica, la familia ofrece un testimonio contracultural, mostrando que hay valores trascendentes más allá del éxito material. Por ejemplo, en una sociedad centrada en la autosuficiencia, orar juntos muestra humildad y confianza en Dios, inspirando a otros a reconsiderar sus prioridades. También podemos decir que en tiempos de inestabilidad, la familia que ora ofrece un modelo de esperanza y firmeza. Al anclar su vida en la relación con Dios, proyecta una luz que guía a otros. En una comunidad afectada por la violencia, la división, el resentimiento y las rencillas, una familia que mantiene su práctica de oración y vive los valores del Evangelio muestra que hay otra manera de vivir, basada en el amor y la paz.
“No hay que olvidar nunca que la oración es parte constitutiva y esencial de la vida cristiana considerada en su integridad y profundidad. Más aún, pertenece a nuestra misma «humanidad» y es «la primera expresión de la verdad interior del hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu».
Por ello la plegaria no es una evasión que desvía del compromiso cotidiano, sino que constituye el empuje más fuerte para que la familia cristiana asuma y ponga en práctica plenamente sus responsabilidades como célula primera y fundamental de la sociedad humana. En ese sentido, la efectiva participación en la vida y misión de la Iglesia en el mundo es proporcional a la fidelidad e intensidad de la oración con la que la familia cristiana se una a la Vid fecunda, que es Cristo.
De la unión vital con Cristo, alimentada por la liturgia, de la ofrenda de sí mismo y de la oración deriva también la fecundidad de la familia cristiana en su servicio específico de promoción humana, que no puede menos de llevar a la transformación del mundo.” (Familiaris consortio n. 62)
3. Edificación espiritual (Actuar)
- ¿Qué obstáculos enfrentamos en nuestras familias para cultivar la oración como una experiencia de comunión? ¿Cómo afectan estas tendencias a la forma en que los padres transmiten la fe a sus hijos?
- ¿Nos educaron nuestros padres en el arte de orar? ¿cómo lo hicieron?
- ¿Cómo hemos educado a nuestros hijos en vida de oración? ¿Cómo se cultiva la oración en nuestra casa hoy en día?
- ¿Qué pasos prácticos podemos dar para fortalecer la oración en nuestros hogares y vincularla con la vida de la Iglesia (por ejemplo, participar en la Liturgia de las Horas, rezar el rosario en familia o integrar a los niños en la misa dominical)?