La Virtud de la Esperanza
Comenzar contando la historia de la cucharita en el retiro con Mons. Marini “Lo mejor está por venir” sobre como una anciana antes de morir pidió ser enterrada con una pequeña cuchara en la mano, cuando le preguntaron el porqué, dijo que era porque cuando era niña y la llevaban a cenas veía que había una cucharita en la parte superior del plato, era la del postre. Con el signo quería mostrar ella que lo mejor estaba por venir.
Entonces, ¿qué es la esperanza? El Catecismo de la Iglesia Católica la define como “la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo” (CCE 1817). En pocas palabras, es un don de Dios que nos impulsa hacia Él, confiando en su amor y poder, no en nuestras propias fuerzas.
Todos buscamos felicidad. El Catecismo dice que Dios puso ese anhelo en nuestro corazón (CCE 1818). Cuando enfrentamos problemas —una pérdida, un fracaso, o la rutina diaria— ese anhelo puede sentirse como un vacío. La esperanza nos dice: “Hay más”. Nos recuerda, como dice Hebreos, que “fiel es el autor de la promesa” (Hb 10, 23). En la fe recordamos que nuestra vida tiene un propósito y eso le da sentido, tenemos por horizonte la eternidad.
La esperanza no es solo un deseo. Es una virtud, un hábito que guía nuestras decisiones. Nos invita a preguntarnos: Quid hoc ad aeternitatem? ¿Qué importa para la eternidad? Esto da sentido a cada acción, desde cómo tratamos a otros hasta cómo enfrentamos el día.
La esperanza cambia cómo vemos la vida. El Catecismo dice que nos protege del desaliento, nos sostiene en la debilidad y abre nuestro corazón a la alegría eterna (CCE 1816). Nos lleva del egoísmo al amor.
Hace un tiempo me tope con un concepto que el Papa Francisco recordaba mucho “memoria deuteronómica” este es un ejercicio de esperanza que nos lleva a considerar el pasado para animarnos hacia el futuro, cuando comienzo a tratar con Dios voy descubriendo el modo en que obra, y Él siempre quiere nuestra salvación, no he de temer. Pensemos que curioso es hoy en día cuanta gente recomienda aprender a llevar un diario de gratitud, psicológicamente ayuda a cambiar la mentalidad, pero nuestro fundamento es más grande, es dar a nuestra vida un talante eucarístico, “den gracias a Dios en todo momento” dice el apóstol, y sabes que todos los beneficios nos vienen por la Pascua de Cristo.
La esperanza también nos guarda de dos peligros. La desesperación dice: “No hay salvación para mí”. Santo Tomás de Aquino la vincula con la acedia —pereza espiritual— o con buscar placeres (lujuria) que apagan el deseo de Dios. La presunción, en cambio, cree que la salvación llega sin esfuerzo, por soberbia. La esperanza elige el camino del medio: confiar en Dios y colaborar con su gracia.
Tenemos la tentación de vivir también nosotros afanados en gustos terrenos, pero cuando mi mirada se fija, se clava, se atasca solo en cosas terrenas la aparto de las cosas del cielo. De igual modo hoy que está tan de modo entrar en modo estoico para muchos, o confiar demasiado en nuestros planes puede ser que nos quedemos enamorado del mapa y no del recorrido y la meta. De ahí la importancia de la vida de oración y el contacto con el Pueblo de Dios que nos ayuda a reordenar nuestros afectos.
Consideremos brevemente la vida de nuestro padre Santo Domingo como un testigo de esperanza y las lecciones que nos enseña, les invito a considerar cinco momento.
Confianza en Dios en medio de la adversidad:
A pesar de la hostilidad, el ridículo y el peligro, que enfrentó en la predicación a los albigenses permaneció en medio de ellos. Esta persistencia demuestra una esperanza que trasciende la desesperación humana, confiando en que Dios proveería el crecimiento, incluso cuando los esfuerzos humanos parecían insuficientes.
Nos invita a perseverar no obstante las adversidades o situaciones complejas que encontramos en nuestras misiones. Su predicación frente a la herejía nos recuerda que, como dice San Pablo, «yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento» (1 Cor 3,6).
Decisiones Audaces:
Un ejemplo notable es su decisión de dispersar a su pequeño grupo de frailes a diversas regiones, incluyendo París y Bolonia, a pesar de la oposición de consejeros bienintencionados que temían por la supervivencia de la Orden. Su declaración, «Yo sé bien lo que hago,» refleja una esperanza profunda y una confianza en la guía divina, incluso cuando el resultado era incierto. Este acto de «dispersar la semilla» de su Orden fue un acto de esperanza, confiando en que Dios la nutriría para que creciera, lo cual se cumplió al expandirse y prosperar la Orden.
En las parroquias todos tenemos que pasar esta experiencia, se inician proyectos, siempre encontraremos quien nos quiera desalentar, es cierto que no siempre sale todo bien y hay que ser prudentes, pero también nos toca arriesgarnos en muchas ocasiones. Pienso en incluso en el mismo cultivo de la vida interior podemos encontrar hermanos que con palabras o un mal testimonio nos pueden desanimar a querernos lanzar por el ideal de una vida santa, sin embargo sabemos que si el grano de trigo no muere no dará fruto. Me pongo a pensar como fue la decisión de cada uno de entrar al seminario o incluso la aventura que estamos haciendo conformando la Fraternidad, hay un padre amigo que me dijo la primera vez, te admiro que te vas a Colombia vos solo sin conocer a nadie. Y creo que así un poco todos.
El Celo por la Salvación de las Almas:
La misión de Domingo estaba impulsada por una visión esperanzadora de salvar almas, como se ve en su oración por «una verdadera caridad para cuidar y trabajar eficazmente por la salvación de los hombres, considerando que solo sería miembro de Cristo cuando se dedicara enteramente a la salvación de las almas» (Jordán de Sajonia, Los orígenes…, n. 13, PAGE42). Su incansable búsqueda de convertir a los herejes y su compasión por los que estaban alejados muestran una esperanza que creía en la posibilidad de redención para todos, incluso para los más alejados.
El sacerdote es el hombre que cree en la posibilidad de conversión cuando ya nadie cree en la gente, somos los testigos de tantos que manifiestan su arrepentimiento en el último momento, vemos los cambios más grandes en la vida de tanta gente que quizás anduvo perdida y el Señor les trajo de nuevo de regreso al redil.
Pienso en su oración constante ¿rogaría tanto quien no tiene esperanza de que su plegaria sería escuchada? Es un gran ejemplo en este sentido de lo sobrenatural de nuestro ministerio.
Mendicancia:
Domingo abrazó la pobreza evangélica como medio de apostolado, rechazando las posesiones materiales para centrarse en la riqueza espiritual. Su esperanza no estaba en la seguridad mundana, sino en el poder transformador de una vida vivida a imitación de Cristo y los Apóstoles. Esta confianza radical en la providencia divina, incluso frente a la escasez, ejemplifica su perspectiva esperanzadora. Es la mejor manera de aprender a tener una perspectiva de esperanza: la limosna acumulando tesoros en el cielo y el desapego de los bienes para considerar las cosas más valiosas: la comunión, la paz en la sociedad, la familia, la pureza del corazón que nos lleva a tener afectos rectamente ordenados, el valor de la amistad sincera, etc.
Esperanza en el Futuro de la Iglesia:
Como fundador, la visión de Domingo para la Orden de Predicadores era prospectiva, esperando renovar la Iglesia cultivandovida apostólica, fomentando la comunidad, la oración, el estudio y la predicación. Su establecimiento de la Orden y sus decisiones estratégicas, como enviar frailes a centros intelectuales importantes, fueron actos de esperanza de que la Iglesia se fortalecería y renovaría a través de sus esfuerzos. Lo mismo es nuestro trabajo en la parroquia o donde estemos, creemos que el Señor puede sacar adelante las situaciones más contrarias siempre que volvamos a la raíz del Evangelio, (cucharita) sabemos que lo mejor aún está por venir, el Señor no abandona su Iglesia.