Una fuente de gracia y modelo para nuestra vida cristiana
1. Un poco de historia: una devoción que brota del Evangelio y florece en la Iglesia
Podríamos decir que el primer mariólogo en maravillarse por el Corazón de María santísima fue san Lucas que nos dice en el Evangelio:
«María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19),
esta expresión la usara dos veces en sus escritos, y considerar que reservó un espacio para ello en su investigación a la hora de presentarnos la vida de Cristo, es muy sugestivo de cuanto habrá admirado a nuestra Buena Madre. De ahí se entiende también el hecho de que la Iglesia ha venerado desde antiguo el corazón interior de la Virgen, modelo de oración y vida interior.
Sin embargo, la memoria litúrgica del Inmaculado Corazón de María fue impulsada particularmente por el papa Pío XII, quien en 1944 la estableció como fiesta universal para pedir la paz en tiempos de guerra. Pero antes ya había santos que difundieron su devoción: san Bernardo, san Buenaventura, y especialmente san Juan Eudes, quien fue el primer gran teólogo y apóstol de los Corazones de Jesús y de María.
Él mismo decía con valentía:
“Todas estas solemnidades son fiestas del santísimo Corazón de la Reina de todos los corazones, porque, como dijimos antes, su Corazón es la fuente y el origen de todo lo que hay de grande, santo y admirable en cada una de estas fiestas. Y así, la fiesta del Santo Corazón de la Madre de Dios, que se celebra el 8 de febrero, abarca todas las demás fiestas de nuestra santa Madre, pues es la fiesta de su Corazón propiamente dicha: la fiesta de ese Corazón que es el principio de toda su santidad, de todas sus santas virtudes, de todos sus santos misterios y de todas las glorias y grandezas que poseerá eternamente en el cielo: “Toda la gloria de la Hija del Rey está en su interior” (Sal 44, 14)” (Le Cœur Admirable, IX, 12).
2. ¿Qué contemplamos este día? El Corazón de María como misterio de gracia
Hablar del corazón es hablar del símbolo del amor de María por Jesús, y así como habitualmente hablamos del triple amor del Corazón de Jesús, san Juan Eudes ha querido hacer algo análogo con el Corazón de María, de modo que usa la imagen de los tres corazones en ella:
- Su corazón corporal, el órgano físico, que latía de amor por Jesús y lo formó en su seno, a este apartado podríamos circunscribir todo su mundo emocional.
- Su corazón espiritual, sede de su inteligencia, libertad y amor, totalmente orientado a Dios. La vida interior que se manifiesta en las potencias del alma (entendimiento y voluntad) en María como en todo ser humano enriquecidos por los tesoros de la gracia que se manifiesta en la virtudes teologales, que estarían presente en ella en grado superlativo dada la plenitud de la gracia de que gozaba en atención a los méritos de su Hijo.
- Y muy poéticamente llega incluso a hablar de un “corazón divino” en María para describir su profunda unión con Cristo mismo que habitaba en ella como el alma del alma, esto teológicamente podríamos comprenderlo si recordamos como cuando hablamos de la virtud de la caridad, estamos hablando de nuestra participación en el mismo amor con Dios ama, es su vida divina que actúa por la gracia en nosotros, la famosa “theosis” que hablaba los antiguos escritores cristianos. Queremos amar tan unidos al Corazón de Cristo que amemos con su mismo amor hasta donde nuestra limitación de creaturas nos lo permite.
San Juan Eudes meditando en estos misterios diría:
“No te sorprendas si digo que el Corazón virginal de esta Madre del Amor Hermoso es, en verdad, un Corazón admirable. María es admirable en su divina Maternidad porque, como dice san Bernardino de Siena, “ser Madre de Dios es el milagro de los milagros”, miraculum miraculorum. Pero el augusto Corazón de María también es verdaderamente admirable, pues es el principio de su divina Maternidad y de los maravillosos misterios que este privilegio implica.” (Le Cœur Admirable, I, 5)
Contemplamos entonces un Corazón totalmente consagrado al amor, donde Dios reinaba sin obstáculo alguno.
3. Virtudes del Corazón de María: un modelo para nuestra vida cristiana
En el Corazón de nuestra Buena Madre, podríamos considerar sus diferentes virtudes:
- Su fe inquebrantable, incluso en el Calvario.
- Su esperanza, aun en la oscuridad del sepulcro.
- Su caridad ardiente, que hizo de ella Madre de todos los hombres.
- Su obediencia perfecta, su humildad abismal, su fortaleza maternal.
Pero entre todas las virtudes, hoy queremos destacar su pureza.
La pureza es unidad del corazón, libertad interior que viene del dominio de sí (de ahí porque implica la vivencia de la castidad), es un amor que traduce en transparencia ante Dios. Ser puros como María es dejar que nuestro corazón no esté dividido, sino todo entero para el Señor.
¿Cómo podemos vivir esta pureza hoy? Custodiando los sentidos, de un modo especial la mirada, el oído y el tacto; huyendo del ruido, para cultivar el silencio interior particularmente la exposición prolongada al “scrolling” infinito; y eligiendo con libertad amar a Dios sobre todo, incluso en lo pequeño.
El Catecismo de la Iglesia (n. 2518) nos enseña que:
“La sexta bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Los «corazones limpios» designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe:
Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (San Agustín, De fide et Symbolo, 10, 25).
Asimismo nos recuerda que la virtud se trabaja, y nos da modos concretos para hacerlo (n. 2520):
“El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue
— mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso;
— mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12, 2; Col 1, 10);
— mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: “la vista despierta la pasión de los insensatos” (Sb 15, 5);
— mediante la oración:
«Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: […] que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado» (San Agustín, Confessiones, 6, 11, 20).
4. La Palabra de Dios: un espejo del Corazón de la Virgen
En el Evangelio (Lc 2,41-51) contemplamos el episodio de Jesús perdido y hallado en el Templo. El texto concluye con una frase clave:
“Su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón.”
Ese corazón que había acogido la Palabra en la Anunciación, ahora la medita en medio del desconcierto. María no entiende todo, pero confía y espera. Es la escuela del silencio y de la fe. Y ahí nos muestra la ocupación de un corazón puro iluminando el camino para aquellos que anhelan contemplar a Dios.
Me parecen muy sugestivas las palabras de Benedicto XVI meditando este texto:
“Ella, en efecto, es la flor más hermosa que ha brotado de la creación, la «rosa» que apareció en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, enviando a su Hijo, dio al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo protagonista humilde y discreta de los primeros pasos de la comunidad cristiana: María es su corazón espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viva del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu…
María fue la primera que guardó plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino antes aún como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y en ella puso su morada la Santísima Trinidad. Además, donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra suya y a comprenderla profundamente (cf. Jn 14, 26), ¿cómo no pensar en María que en su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia.” (Regina Coeli, 09 de mayo de 2010)
Y también diría en otra ocasión:
“Se afirma que María «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19); en griego el término es symballon. Podríamos decir que ella «mantenía unidos», «reunía» en su corazón todos los acontecimientos que le estaban sucediendo; situaba cada elemento, cada palabra, cada hecho, dentro del todo y lo confrontaba, lo conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que acontece en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede garantizar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón.” (Audiencia General, 19 de diciembre de 2012)
Y este amor del Corazón Inmaculado de María no sólo es consideración de su vida interior sino de su dinamismo misionero y del servicio a la caridad:
“Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Madre ya empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Galilea a Judea es el mismo Jesús quien «impulsa» a María, infundiéndole el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias, las dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayuda a superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).
Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la caridad cristiana es una virtud «teologal». Vemos que el corazón de María es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza del Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos un corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo de la santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est, 19).
Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contiene en sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los más mínimos detalles, se hace «teologal» cuando está animado por el Espíritu de Cristo.
Que María nos obtenga el don de saber amar como ella supo amar.” (Palabras del Papa Benedicto XVI al final del rezo del rosario en los jardines vaticanos, Jueves 31 de mayo de 2007)
Conclusión
Asi vemos como la pureza del Corazón inmaculado de María santísma se traduce en obras concretas de amor, de ese mismo modo el cristiano que cultiva la ascesis y la vida interior, así como la frecuencia de los sacramentos por los cuales recibe los auxilios espirituales de la gracia, también producirá frutos de amor.