La familia y la cultura vocacional

Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base

Fecha: 26/06/2025

Frase: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”. (Papa Francisco, Gaudete et exultate n. 14)

1.            Celebración de la Palabra (Ver)

  • 1 Samuel 3, 1-10 – La vocación de Samuel
  • Salmo 139 (138), 1-24 – Tú me sondeas y me conoces
  • Lucas 1, 26-38 – “Hágase en mí según tu palabra.”

Para fomentar el diálogo: ¿Cómo promovemos, valoramos y acompañamos las vocaciones en nuestras familias y comunidad parroquial??

2.            Catequesis (Juzgar)

Introducción

La familia no es solo un núcleo afectivo o un espacio social; es, ante todo, el primer taller donde el corazón humano aprende a escuchar a Dios. En ella se siembran las semillas de toda vocación: al amor, al servicio, a la entrega. Cuando en una familia se vive la fe de forma auténtica, los hijos aprenden a descubrir que sus vidas no son casualidad, sino parte de un designio de amor. La familia es, pues, la primera escuela de discernimiento. Allí los niños y jóvenes experimentan por primera vez lo que significa ser llamados a una misión: ayudar en casa, cuidar a un hermano, orar juntos… Todo eso prepara el terreno para que puedan escuchar un día la gran pregunta de Dios: “¿Qué quieres que haga por ti?” (cf. Mc 10,51). Así, una cultura vocacional nace donde hay oración, testimonio y apertura al plan divino.

Cultura vocacional: la promoción de una vida con sentido

Fomentar una cultura vocacional no es simplemente promover sacerdotes o religiosas, sino formar personas que descubren que su vida tiene un propósito, que están llamadas a algo grande. Esta cultura se edifica cuando enseñamos a los niños y jóvenes que no estamos aquí por azar, sino que Dios nos ha pensado y amado desde antes de nacer (cf. Jer 1,5). Dios nos llama a participar activamente en su plan de salvación: cada uno con una misión única.

En este contexto, la vocación se convierte en un llamado concreto a amar: ya sea como esposos, como consagrados o como ministros ordenados. La cultura vocacional nos aleja del vacío existencial y nos encamina hacia una vida con dirección, guiada por la voluntad de Dios. Los hogares que cultivan esta cultura son aquellos que preguntan con frecuencia: “¿Qué quiere Dios de nosotros hoy?”, y que viven sabiendo que hay una historia más grande que vale la pena abrazar.

En un mundo que presenta propuestas de felicidad tan variadas y en tantas ocasiones desatinadas, una familia que enseña a vivir con propósito da un norte hacia el cual caminar, esto previene de las ansiedades y desesperaciones que muchos padecen hoy, más aún, ayuda a descubrirse parte de la historia de la salvación, miembro vivo del Cuerpo de Cristo que busca extender su reinado de amor en el mundo, colaborador de Dios en la transformación de la realidad desde una visión positiva de la humanidad, se vive con esperanza porque sabemos que no vamos a la deriva sino guiados por el Espíritu de Dios y esto siembra confianza.

El rol de los padres en el discernimiento vocacional

Los padres tienen un papel clave en el discernimiento vocacional de sus hijos. No se trata de imponer una vocación, sino de acompañar con amor, sabiduría y oración. Un padre que escucha y una madre que acoge con fe pueden abrir caminos insospechados en el corazón del joven. La actitud de María y José ante Jesús es el modelo perfecto: no entendían todo, pero se fiaban de Dios. Acompañar en el discernimiento implica enseñar a los hijos a preguntarse: “¿Qué quiere Dios de mí?” y ayudarles a leer los signos de su vida interior.

Los padres pueden favorecer espacios de silencio, momentos de oración familiar, y testimonios de entrega generosa. También deben hablar con naturalidad de todas las vocaciones posibles, sin prejuicios ni temores. Un hogar donde se valora la vida sacerdotal y consagrada con la misma estima que el matrimonio, es un hogar donde se escucha la voz de Dios con libertad.

El propio testimonio de vida ayuda muchísimo, la cercanía con la Iglesia y sus miembros es el mejor camino para mostrar cómo se manifiestan los diferentes itinerarios de vida en la fe. Es muy importante acompañar a los jóvenes para que no vayan “en piloto automático” sino que cobren cada vez mayor conciencia de sus decisiones, por ejemplo, cuando buscan entrar en un noviazgo ayudarles dialogando con ellos acerca de cuáles son sus intenciones, conocer qué entienden por este tipo relación o qué es lo que han visto a su alrededor; si alguno tiene una inquietud hacia el sacerdocio o la vida consagrada, animarle a hablar con alguien que viva esa vocación, a pasar tiempo con la persona para ver de qué se trata en la práctica, pero también informarse que dice la Iglesia sobre cada estado de vida.

En este punto es importante recordar que la vida común en pareja responde a una vocación sobrenatural al matrimonio para el cristiano, no se trata sólo de “lo que toca después del noviazgo”, es el llamado de Dios a formar una familia basada en una alianza que forma una auténtica comunidad de vida y amor. ¿Cuántos hablan bien del matrimonio? Es muy común escuchar expresiones como “se echó la soga al cuello” “hoy ya tiene que pedir permiso” “no te compliques mejor no te cases” hay quienes incluso se cierran a vivir un noviazgo para evitar tener problemas. El diálogo en la familia que busca iluminar su vida desde la fe de la Iglesia ha de ayudar a transformar esta visión de la realidad.

“Es verdad que estas dificultades que sufren en su familia de origen llevan a muchos jóvenes a preguntarse si vale la pena formar una nueva familia, ser fieles, ser generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para madurar y las más bellas alegrías para compartir. No dejen que les roben el amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad.” (Papa Francisco, Christus vivit 263)

El Magisterio de la Iglesia sobre el discernimiento vocacional

El Magisterio de la Iglesia ha insistido en que el discernimiento vocacional es un proceso esencial de la vida cristiana. El Concilio Vaticano II, en Optatam Totius, subraya que toda la comunidad cristiana debe cooperar en el fomento de las vocaciones, pero especialmente la familia.

“El deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana; ayudan a esto, sobre todo, las familias, que, llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer seminario, y las parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos adolescentes. Los maestros y todos los que de algún modo se consagran a la educación de los niños y de los jóvenes, y, sobre todo, las asociaciones católicas, procuren cultivar a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina. Muestren todos los sacerdotes un grandísimo celo apostólico por el fomento de las vocaciones y atraigan el ánimo de los jóvenes hacia el sacerdocio con su vida humilde, laboriosa, amable y con la mutua caridad sacerdotal y la unión fraterna en el trabajo.” (OT n.2)

San Juan Pablo II, por su parte, decía que “Una responsabilidad particularísima está confiada a la familia cristiana, que en virtud del sacramento del matrimonio participa, de modo propio y original, en la misión educativa de la Iglesia, maestra y madre. Como han afirmado los Padres sinodales, «la familia cristiana, que es verdaderamente «como iglesia doméstica», ha ofrecido siempre y continúa ofreciendo las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. Y puesto que hoy la imagen de la familia cristiana está en peligro, se debe dar gran importancia a la pastoral familiar, de modo que las mismas familias, acogiendo generosamente el don de la vida humana, formen «como un primer seminario» en el que los hijos puedan adquirir, desde el comienzo, el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia»” (Pastores Dabo Vobis, n. 41).

Hay otros textos que se pueden reflexionar sobre todo en la Exhortación Apostólica “Christus vivit” pero dado que hablaremos de ella en futuras catequesis me quedo con estos textos a modo de muestra.

“La pastoral vocacional, en cambio, ha de colocarse en estrecha relación con la evangelización, la educación en la fe, de forma que la pastoral vocacional sea un verdadero itinerario de fe y lleve al encuentro personal con Cristo, y con la pastoral ordinaria, en especial con la pastoral de la familia, de tal modo que los padres asuman, con gozo y responsabilidad, su misión de ser los primeros animadores vocacionales de sus hijos…”( Mensaje del Papa Francisco al Encuentro Internacional “Pastoral Vocacional y la Vida Consagrada. Horizontes y esperanzas” 2017)

El discernimiento no es una búsqueda solitaria ni puramente psicológica: es una respuesta al amor de Dios, que llama en medio de la historia concreta. Por eso, la Iglesia invita a las parroquias, colegios y movimientos a trabajar en conjunto, y considera el acompañamiento espiritual una herramienta irrenunciable. El discernimiento es gracia, pero también tarea.

Obstáculos al discernimiento vocacional en la familia y cómo superarlos

En muchos hogares, el discernimiento vocacional encuentra obstáculos reales. Uno de los más frecuentes es la mentalidad mundana que identifica la felicidad con el éxito material, lo cual dificulta pensar en una vida entregada a Dios como algo valioso. Otro obstáculo es el miedo de los padres a “perder” a sus hijos si se consagran.

“Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2230)

“Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.” (Catecismo de la Iglesia Católica 2233)

También la falta de diálogo y de oración en familia impide que los jóvenes puedan preguntarse por el sentido de su vida. En otros casos, hay heridas afectivas, ambientes violentos o ausencia de testimonio cristiano. Para superar estos obstáculos, es necesario sanar las relaciones familiares, abrir espacios de escucha mutua, fortalecer la vida espiritual del hogar, y confiar en que Dios no arrebata, sino plenifica. Es clave que los agentes de pastoral ayuden a las familias a descubrir que acompañar la vocación de un hijo no es perderlo, sino devolverlo a Dios, que es el mejor Padre.

Conclusión

La familia cristiana es la primera escuela donde se aprende a escuchar la voz de Dios y descubrir que la vida tiene un propósito. Fomentar una cultura vocacional significa ayudar a niños y jóvenes a vivir con sentido, abiertos al llamado de Dios, ya sea al matrimonio, al sacerdocio o a la vida consagrada. Los padres, con su testimonio y acompañamiento, juegan un papel clave en este discernimiento, guiando sin imponer, escuchando sin presionar. El Magisterio de la Iglesia enseña que el discernimiento vocacional requiere oración, escucha y acompañamiento, y debe apoyarse en la comunidad cristiana. No obstante, existen obstáculos como el miedo, el materialismo y la falta de vida espiritual en el hogar. Superarlos implica renovar la vida familiar en la fe y abrirse al Espíritu Santo. Promover vocaciones es más que suscitar llamadas específicas: es formar cristianos maduros, capaces de responder al amor de Dios con generosidad y entrega.

3.            Edificación espiritual (Actuar)

·  ¿En qué aspectos mi familia o comunidad puede crecer para ser un ambiente más propicio al discernimiento vocacional?

·  ¿Cómo reaccionaría si un hijo mío sintiera el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada?

·  ¿Qué tipo de testimonio estoy dando sobre la belleza y el valor de la vocación cristiana al matrimonio?

·  ¿Conozco lo que enseña la Iglesia sobre el discernimiento y lo transmito a quienes acompaño pastoralmente?

·  ¿Qué obstáculos veo con mayor frecuencia en mi comunidad y cómo podemos trabajar para superarlos