📖 1 Juan 4,16
“Dios es amor; y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.”
Santa Teresa del Niño Jesús comprendió que su vocación no era hacer cosas extraordinarias, sino vivir ordinariamente con amor extraordinario. Afirmó con sencillez: “Sólo pretendo una cosa: comenzar a cantar lo que un día repetiré por toda la eternidad: ‘¡Las misericordias del Señor!’” (Historia de un alma). No se presentaba ante Dios con un catálogo de méritos, sino con las manos vacías, llena de confianza. Su camino espiritual no era un esfuerzo voluntarista, sino una respuesta amorosa a un Dios que tuvo la iniciativa en el amar.
Este “caminito” de Teresita es profundamente evangélico. No se trata de minimizar el esfuerzo, sino de reconocer que la clave está en el amor confiado, en saber que Dios no exige perfección según las categorías del mundo, sino docilidad para conducirnos a la plenitude del amor. Teresita nos enseña a vivir sin máscaras, sin necesidad de aparentar, sino con la confianza serena del hijo que sabe que su Padre lo ama tal como es. Esa confianza es, en sí misma, una forma de oración continua, una comunión silenciosa con el Corazón del Padre.
Cada uno de nosotros está llamado a recorrer este caminito. En medio del cansancio, las luchas o los propios errores, podemos volver una y otra vez a la certeza de que Dios es Amor, y que lo único necesario es abrirle el corazón. La confianza humilde es el mayor acto de amor que podemos ofrecerle.
Preguntas para reflexionar:
¿Qué implicaciones tiene en mi vida saber que Dios me ama?
¿Confío más en mis obras que en su misericordia?
¿Qué gesto sencillo de amor puedo ofrecer hoy al Señor?