“Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos.” 📖 Mateo 18,3
La invitación de Jesús a hacerse como niños no es un recurso poético, sino una condición para entrar en el Reino. Santa Teresita tomó estas palabras con radicalidad. Ella no entendía el crecimiento espiritual en el sentido de acumular méritos como un trabajador en una empresa que tiene que hacer cierto número de cosas para ganar reconocimiento, prestigio o fama ante sus jefes haciéndose grande frente a ellos mereciéndose su atención. Frente a Dios no podemos ser así porque Él no pone condiciones para amarnos, su amor es incondicional, nos ama porque somos sus hijos. Por ello el deseo de esta santa fue otro: “permanecer siempre pequeña”, confiando en que el Señor haría todo en ella.
Escribió:
“Comprendí también que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, siendo propio del amor el abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia [3ro] con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero Él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. ¡Y también a sus corazones quiere Él descender! Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina…” (Manuscrito A, 3r).
La infancia espiritual es, entonces, apertura total a Dios, sin defensas, sin justificaciones.
Ser niño espiritualmente no significa inmadurez, sino humildad y apertura. El niño sabe que no puede solo, no tiene vergüenza de depender, no teme reconocer sus errores ni buscar consuelo. Santa Teresita entendía que este es el camino de Jesús mismo, el que se hizo niño en Belén, el que se entregó sin defenderse. En su oración, ella se presentaba como con las manos vacías, no para quejarse de su pequeñez, sino para recibirlo todo de Dios. Hacerse pequeño es también aprender a recibir con gratitud y vivir sin pretensiones.
Hoy, el mundo valora la autosuficiencia, la independencia, la afirmación del propio yo. Pero Jesús nos recuerda que el Reino se abre sólo a quienes renuncian a ser “sabios y entendidos” para vivir como niños en brazos del Padre. No se trata de ignorancia, sino de confianza radical. Si te cuesta rendirte, si luchas con el control, si te pesan tus límites, tal vez hoy sea el momento de hacerte pequeño.
Preguntas para orar:
¿Qué actitudes de autosuficiencia necesito abandonar?
¿Estoy dispuesto a dejarme formar por Dios como un niño?
¿Confío en que Él cuida de mí incluso cuando no lo veo?