📖 Salmo 4,9
“En paz me acuesto y al instante me duermo, porque sólo tú, Señor, me haces vivir tranquilo.”
Teresita no tenía miedo de mostrarse débil ante Dios. Al contrario, en su pequeñez encontraba el lugar privilegiado del amor. Escribió:
“¡¡Qué feliz, Jesús, es tu pajarito de ser débil y pequeño! Pues ¿qué sería de él si fuera grande…? Jamás tendría la audacia de comparecer en tu presencia, de dormitar delante de ti…
Sí, ésta es también otra debilidad del pajarito cuando quiere mirar fijamente al Sol divino y las nubes no le dejan ver ni un solo rayo: a pesar suyo, sus ojitos se cierran, su cabecita se esconde bajo el ala, y el pobrecito se duerme creyendo seguir mirando fijamente a su Astro querido.
Pero al despertar, no se desconsuela, su corazoncito sigue en paz. Y vuelve a comenzar su oficio de amor Invoca a los ángeles y a los santos, que se elevan como águilas hacia el Foco devorador, objeto de sus anhelos, y las águilas, compadeciéndose de su hermanito, le protegen y defienden y ponen en fuga a los buitres que quisieran devorarlo.
El pajarito no teme a los buitres, imágenes de los demonios, pues no está destinado a ser su presa, sino la del Águila que él contempla en el centro del Sol del amor.” (Manuscrito B, 5r).
Su imagen del “pajarito dormido” no es excusa para la pereza, sino una expresión mística: incluso cuando no puede ver, incluso cuando sus fuerzas flaquean, el alma descansa en Dios y permanece bajo su mirada. Dormirse en su presencia es, en realidad, una forma profunda de abandono.
Este texto habla también de la noche espiritual. Teresita reconoce que muchas veces el alma no logra ver a Dios. Las “nubes” —pruebas, distracciones, aridez— oscurecen el horizonte. Pero el alma sencilla, lejos de desesperar, sigue amando incluso dormida. Y lo más hermoso: no está sola. Ella invoca a los santos, y ellos, como águilas fuertes, la rodean, la protegen, y la defienden del enemigo. El pajarito no teme, porque sabe que no le pertenece al mundo ni al demonio, sino al Águila divina que es Cristo.
Hay días en que orar parece imposible, donde ni siquiera sentimos fuerzas para mirar al Señor. Pero incluso entonces, si mantenemos una voluntad humilde de seguir amando, Dios permanece con nosotros. Teresita nos enseña que la oración no es siempre un acto claro, sino muchas veces una disposición: dejar que Dios nos mire, aún cuando nuestros ojos se cierran de cansancio. Y confiar que los santos, nuestros hermanos mayores, velan por nosotros.
Preguntas para orar:
¿Qué hago cuando no siento a Dios: me alejo o me abandono?
¿Descanso mi debilidad en el amor fiel del Señor?
¿Me apoyo en la intercesión de los santos en mi lucha espiritual?