🌿 Día 25 – Él instruye a los pequeños

📖 Lucas 10,21

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has revelado a los pequeños.”

Santa Teresita se sabía amada por Jesús no a pesar de su pequeñez, sino precisamente por ella. En su Historia de un alma escribe que Dios se complacía en instruirla “en secreto” en las cosas de su amor, como un jardinero que cuida con esmero una fruta que quiere ofrecer pronto en su mesa.

“Cuando un jardinero rodea de cuidados a una fruta que quiere que madure antes de tiempo, no es para dejarla colgada en el árbol, sino para presentarla en una mesa ricamente servida. Con parecida intención prodigaba Jesús sus gracias a su florecita… El, que en los días de su vida mortal exclamó en un transporte de alegría: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla», quería hacer resplandecer en mí su misericordia. Porque yo era débil y pequeña, se abajaba hasta mí y me instruía en secreto en las cosas de su amor. Si los sabios que se pasan la vida estudiando hubiesen venido a preguntarme, se hubieran quedado asombrados al ver a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, unos secretos que toda su ciencia no puede descubrirles a ellos porque para poseerlos es necesario ser pobres de espíritu..” (MsA)

No buscaba en ella una inteligencia brillante ni hazañas espectaculares, sino un corazón pobre, sencillo y dócil. Teresita percibe que la gracia no sigue el camino del mérito humano, sino el de la humildad confiada.

Esta enseñanza la recibe no por libros o tratados, sino en el silencio del corazón, allí donde Dios habla directamente al alma pequeña. Teresita tenía apenas catorce años cuando comprendió verdades que escapan incluso a los más sabios. Y no lo dice con soberbia, sino con admiración por la misericordia divina que elige lo pequeño para confundir lo grande. En su caso, la infancia espiritual se convierte en escuela de sabiduría divina, donde el Maestro no es otro que Jesús mismo, y la condición para aprender no es saber, sino dejarse amar.

Jesús lo había dicho: “Se las has revelado a los pequeños.” Y Teresita vivía esta palabra como una certeza luminosa. El mundo admira a los fuertes, los doctos, los que pueden demostrar algo; pero Dios mira a los humildes, a los que no tienen con qué justificarse, a los que aceptan su pobreza como un don. Por eso su camino no es el del esfuerzo titánico, sino el del abandono confiado. Teresita se deja amar, se deja enseñar, se deja salvar. Y así, Dios puede hacer maravillas.

Esta mirada de Dios transforma toda la lógica espiritual: no se trata de subir a Dios, sino de dejar que Él baje hasta nosotros. Si somos pobres de espíritu, si no nos aferramos a nuestras propias ideas o seguridades, Dios nos instruirá directamente, como lo hizo con Teresita. Entonces, aún en medio de nuestras flaquezas, floreceremos en su amor. La verdadera sabiduría no se aprende en libros, sino en la oración silenciosa, en el contacto directo con el Corazón de Jesús, que es manso y humilde.

¿Y no es este el deseo de tantos corazones hoy? Ser instruidos no en teorías, sino en el arte de amar; no con definiciones, sino con ternura. Teresita nos recuerda que no hay que esperar tenerlo todo claro para amar a Dios, sino más bien amarle en lo oscuro, confiando como niños que se saben guiados. Entonces sí, podremos comprender los secretos que sólo se revelan a los que no tienen nada, y lo esperan todo.

Preguntas para orar:

¿Confío en que Jesús también me puede instruir en mi pequeñez y pobreza?

¿Estoy dispuesto a renunciar a mis seguridades para dejarme enseñar por el Corazón de Cristo?

¿Busco parecer sabio o ser pequeño a los ojos de Dios?