Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Fecha: 10/07/2025
Frase: “Me preocupan los pocos nacimientos. Hay una “cultura del despoblamiento” que proviene del escaso número de nacimientos de niños. Es verdad, todos pueden tener un perrito, pero es necesario tener hijos. Italia, España… necesitan niños. ¡Piensen que uno de estos países mediterráneos tiene una edad media de 46 años! Debemos tomarnos en serio el problema de los nacimientos, tomárnoslo en serio porque ahí se juega el futuro de la patria, ahí se juega el futuro. Tener hijos es un deber para sobrevivir, para seguir adelante. Piensen en esto: no es una publicidad de una agencia de natalidad, pero quiero subrayar el drama de los pocos nacimientos, que debe ser pensado muy seriamente.” (Papa Francisco, 20 de enero de 2024)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Gn 1, 26-28; Sal 128 (127) y Mt 6, 25-34
¿Cómo comprende el mundo la paternidad responsable hoy en día? ¿cómo se perciben los hijos en nuestra sociedad? ¿cómo se ven los métodos anticonceptivos?
2. Catequesis (Juzgar)
La apertura a la vida constituye uno de los pilares esenciales del matrimonio cristiano, junto con la unidad, la fidelidad y la indisolubilidad. En el contexto actual, marcado por una profunda crisis antropológica y espiritual, se vuelve urgente una reflexión teológico-moral sobre la transmisión de la vida y la legitimidad de los medios utilizados para su regulación.
Fundamento antropológico: la vida como don y vocación
Desde la perspectiva cristiana, la vida humana es un don de Dios y no una mera realidad biológica o sociológica. Cada ser humano es querido por Dios desde la eternidad (cf. Jr 1,5) y es creado a imagen y semejanza divina (Gn 1,27). Esta visión trascendente fundamenta la sacralidad de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.
“El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad (cf. 1 Jn 3, 1-2).” (Evangelium Vitae, 2).
La transmisión de la vida no es, por tanto, una actividad meramente natural o voluntarista, sino una colaboración con el acto creador de Dios, por eso se habla de procreación. El acto conyugal, en cuanto expresión del amor esponsal, debe permanecer abierto a esta cooperación con el Señor.
Unidad inseparable entre amor y fecundidad
El Magisterio ha insistido en la unidad indisoluble entre las dos dimensiones del acto conyugal: la unitiva y la procreativa.
“Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador.
Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad.” (Humanae Vitae 12)
La separación voluntaria de estas dimensiones a través de medios anticonceptivos constituye una manipulación del sentido del amor humano y una desnaturalización del lenguaje del cuerpo, como explica san Juan Pablo II en su Teología del Cuerpo.
La contracepción, en sus diversas formas (químicas, mecánicas o quirúrgicas), interrumpe artificialmente la posibilidad procreativa y, por ello, “es intrínsecamente deshonesta” (HV 14). No se trata únicamente de una cuestión de eficacia, sino de una objeción moral de fondo: la anticoncepción contradice la entrega total que los esposos están llamados a realizar en el acto conyugal.
Crisis contemporánea en la apertura a la vida: causas espirituales y culturales
La reducción de la natalidad en gran parte del mundo occidental no puede explicarse únicamente por factores económicos o estructurales. Si bien el elevado costo de la vivienda, la inestabilidad laboral y la falta de políticas familiares son obstáculos reales, no constituyen la raíz más profunda del problema.
La causa principal es de orden espiritual: la pérdida del sentido de la vida como don y vocación. La secularización ha disuelto la conciencia de que vivir es un milagro, y ha introducido una visión meramente utilitarista del cuerpo y de la existencia. En consecuencia, se impone una lógica de planificación egoísta, en la que la transmisión de la vida ya no es vista como una misión confiada por Dios, sino como una opción gestionada por conveniencia.
A esto se añade la confusión entre bienestar y felicidad. En una sociedad centrada en el consumo y la gratificación inmediata, los hijos son percibidos como una amenaza al confort. Esta mentalidad hedonista es incompatible con el don total de sí que exige el amor conyugal auténtico. Como advirtió san Pablo VI, el uso generalizado de métodos anticonceptivos acabaría debilitando la moralidad conyugal, banalizando la sexualidad y favoreciendo la instrumentalización de la mujer.
“Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.
Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.” (HV 17).
Consecuencias morales y sociales de la contracepción
La difusión masiva de la anticoncepción ha producido efectos devastadores, tanto en la vida moral como en la estructura familiar. Humanae Vitae anticipó con precisión profética varias consecuencias:
- El debilitamiento de la fidelidad conyugal
- El aumento de la promiscuidad sexual
- La objetivación de la mujer
- La ruptura entre sexualidad y amor
- La apertura a prácticas abortivas
La cultura anticonceptiva ha promovido una visión de la sexualidad desvinculada del amor y de la responsabilidad, generando la banalización del cuerpo. Al disociar el ejercicio de la sexualidad de su finalidad procreativa, se ha abierto el camino a múltiples distorsiones antropológicas, incluyendo la trivialización del matrimonio y el desprecio de la fecundidad.
Además, debe señalarse que algunos métodos comúnmente llamados “anticonceptivos” poseen también efectos abortivos, impidiendo la anidación del embrión fecundado (por ejemplo, dispositivos intrauterinos o ciertas píldoras). Esto añade una dimensión aún más grave al problema, pues implica la eliminación de una vida humana ya concebida.
Paternidad responsable y métodos naturales
La Iglesia no promueve una paternidad irreflexiva. Humanae Vitae (n. 10) introduce el concepto de paternidad responsable, esta no es simplemente evitar tener hijos como muchos piensan hoy, es algo más serio y profundo:
“En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana .
En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.
En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.
La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia” (HV 10)
Los métodos naturales de regulación de la natalidad —como el método Billings, el método sintotérmico o la naprotecnología— son moralmente lícitos porque respetan la naturaleza del acto conyugal y no introducen una ruptura artificial en su dinamismo. Como señala Amoris Laetitia retomando el Catecismo de la Iglesia, estos métodos “respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto mutuo y favorecen la educación de una libertad auténtica” (n. 222).
La diferencia ética entre los métodos naturales y la contracepción no radica en su eficacia, sino en su significado moral: mientras los primeros suponen una actitud de apertura a Dios y de respeto por el cuerpo, los segundos expresan una voluntad de dominio y exclusión del don de la vida.
Vocación a la fecundidad: física y espiritual
Finalmente, es necesario afirmar que la vocación a la fecundidad no se limita a la procreación biológica. El ser humano, creado a imagen de Dios, está llamado a una fecundidad espiritual que se manifiesta en múltiples formas: en el acompañamiento de personas, en el servicio a la comunidad, en la evangelización, en la caridad.
El celibato sacerdotal y la virginidad consagrada son signos escatológicos de esta fecundidad más profunda, que trasciende la biología y se orienta al Reino de Dios. Del mismo modo, los matrimonios que no pueden tener hijos están llamados a vivir una apertura fecunda en otros ámbitos del amor y del servicio. Todos, sin excepción, estamos llamados a dar fruto (cf. Jn 15,8).
Conclusión
La apertura a la vida no es un simple requisito moral, sino una expresión concreta de la verdad del amor humano. En un contexto cultural que valora la eficiencia por encima del don, y la autonomía por encima de la comunión, el mensaje de Humanae Vitae y de todo el Magisterio sobre este tema sigue siendo profundamente contracultural, pero también profundamente liberador.
Frente a la lógica del control, la Iglesia propone la lógica del don. Frente al miedo al sacrificio, ofrece el camino del amor oblativo. Y frente a la esterilidad de un mundo cerrado sobre sí mismo, proclama con firmeza la belleza de la fecundidad como signo del Dios vivo.
3. Edificación espiritual (Actuar)
¿Qué significa para mí que la vida es un don de Dios y no algo que controlo totalmente?
¿Cómo influye la cultura del bienestar en mi manera de pensar sobre tener hijos?
¿Qué he descubierto hoy sobre el sentido del amor conyugal y su relación con la apertura a la vida?
¿Cómo entiendo la diferencia entre paternidad responsable y paternidad egoísta?
¿Qué pasos concretos podría dar para abrirme más al plan de Dios sobre la vida y el amor?