Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: El perdón en la familia
Fecha: 24 de julio de 2025
Frase: “Cuando Dios nos perdona, olvida todo el mal que hemos hecho. Alguien dijo: “Es la enfermedad de Dios”. No tiene memoria, es capaz de perder la memoria en estos casos. Dios pierde la memoria de las historias malas de tantos pecadores, de nuestros pecados. Nos perdona y sigue adelante. Sólo nos pide: “Haz lo mismo: aprende a perdonar”, no sigas con esta cruz infecunda del odio, del rencor, del “me la pagarás”. Esta palabra no es cristiana ni humana. La generosidad de Jesús nos enseña que para entrar en el cielo debemos perdonar. Es más, nos dice: “¿Vas a Misa?” — “Sí” — “Pero si cuando vas a Misa te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, reconcíliate primero; no vengas a mí con el amor hacia mí en una mano y el odio para con tu hermano en la otra”. Coherencia del amor. Perdonar. Perdonar de corazón” (Papa Francisco, 17 de marzo de 2020)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Leer Mt 18, 21-35
¿Cómo se vive el perdón en nuestra sociedad? ¿En mi historia familiar? ¿cómo es para mí?
2. Catequesis (Juzgar)
Para la Catequesis de hoy nos basaremos en una reflexión Mons. José Ignacio Munilla sobre el perdón como clave sanadora de los conflictos familiares. En un mundo marcado por la fragilidad afectiva y las rupturas relacionales, la práctica del perdón se vuelve no sólo un imperativo moral, sino un camino terapéutico hacia la madurez espiritual y la paz del corazón.
La paradoja del hogar: donde más se ama, más se hiere
Uno de los puntos de partida de la reflexión es la constatación de que, contra todo pronóstico, perdonar puede resultar más difícil en el seno de la familia que en las relaciones sociales externas. Esto se debe a que el hogar es un lugar donde no se llevan máscaras. En la vida pública usamos caretas; en casa, en cambio, somos conocidos a fondo y nuestras reacciones son más crudas.
Hay refrán que ilustra esta realidad En el contexto familiar afloran nuestras heridas más profundas y se proyectan sobre aquellos que más nos aman. Las tensiones del matrimonio y la relación padres-hijos suelen ser el tubo de escape de frustraciones no resueltas. Esta dinámica sólo puede ser sanada si se aborda el núcleo interior de las heridas, y no sólo sus manifestaciones externas.
El Padre Nuestro se convierte en el gran marco teológico desde el cual entender el perdón. Particularmente la frase «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos» funciona como un criterio radical de autenticidad cristiana. No es posible pedir a Dios un perdón que no estamos dispuestos a ofrecer. Desde este prisma, podemos desarrolla cuatro claves fundamentales del perdón aplicables tanto al ámbito familiar como a la vida cristiana en general:
Primera clave: contemplar la misericordia de Dios
El primer paso hacia un perdón auténtico es enamorarse de la misericordia de Dios. Quien no ha sido profundamente conmovido por la paciencia divina frente a su propio pecado, difícilmente podrá ejercer el perdón hacia los demás. La parábola del siervo despiadado (Mt 18,23-35) expresa con fuerza esta verdad: si hemos sido perdonados de una deuda impagable, ¿cómo no perdonar pequeñas ofensas?
No tomar conciencia de la gravedad del propio pecado es una de las causas principales de la dureza de corazón. La cruz de Cristo nos revela que nuestro pecado fue tan grave que sólo pudo ser redimido por el don supremo del Hijo. Esta contemplación engendra gratitud y dispone al alma para perdonar.
Segunda clave: distinguir voluntad y sentimientos
Una dificultad común en el perdón es la discrepancia entre la decisión racional de perdonar y los afectos interiores que se resisten. Aquí se introduce una distinción fundamental: la voluntad no se identifica con los sentimientos. Es posible perdonar sinceramente desde la voluntad, aunque las emociones tarden en alinearse.
Perdonar no significa olvidar automáticamente ni suprimir el dolor. La sanación emocional requiere tiempo. La clave está en no dejarse gobernar por las emociones heridas, sino perseverar en el acto voluntario de perdonar. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2843) aporta una luz decisiva: «El corazón que se ofrece al Espíritu Santo transforma la herida en compasión y la ofensa en intercesión».
Tercera clave: educar la susceptibilidad
El perdón también implica una educación del corazón. Vivimos en una cultura narcisista, en la que la hipersensibilidad emocional convierte pequeñas tensiones en ofensas imperdonables. No basta con aprender a perdonar; es necesario aprender a no sentirse fácilmente ofendido.
Este crecimiento interior exige amar con libertad, sin intentar poseer al otro ni exigirle que sea como uno espera. Amar es respetar la alteridad del otro y no escandalizarse de su debilidad. El perdón maduro es el que perdona antes de que le hieran, porque ya ha asumido que el otro es frágil y que sólo Dios es absolutamente fiel.
Cuarta clave: perdonar a los enemigos
El mandamiento evangélico de amar a los enemigos (Mt 5,43-48) representa el punto culminante del perdón cristiano. G.K. Chesterton observó que el prójimo y el enemigo suelen ser la misma persona: aquel que vive conmigo. En el matrimonio, muchas veces la herida más dolorosa viene del ser más cercano.
Perdonar en este contexto es configurarse con Cristo. San Juan Crisóstomo decía que amar al enemigo es lo que más nos asemeja a Dios. Los mártires, muestran hasta qué punto el perdón puede ser total: muchos mueren perdonando a sus verdugos. La radicalidad del Evangelio encuentra aquí su expresión más conmovedora.
Ocho puntos para el perdón sanador en la familia
Después de estas claves generales, Mons. Munilla presenta una guía concreta de ocho puntos para vivir el perdón en el seno familiar. A continuación los desarrollamos brevemente:
a) Humildad como camino: El orgullo es la raíz de muchas rupturas matrimoniales. Ciega al corazón e impide ver la propia responsabilidad en los conflictos. La humildad permite reconocer la verdad y pedir ayuda.
b) Conocimiento de uno mismo: Santa Teresa de Jesús definía la humildad como “”andar en verdad. El conocimiento propio es clave para sanar las relaciones. La confesión es un medio privilegiado para mirarse a la luz de Dios.
c) Conciencia del plan divino en el matrimonio: Dios entrelaza a los esposos para ayudarse mutuamente a ser santos. Las virtudes y defectos del cónyuge forman parte de ese camino providencial de santificación.
d) Firmeza en los ideales, paciencia en la práctica: El Evangelio exige santidad, pero también educa en la paciencia. Como decía San Agustín: «Odia el pecado, ama al pecador». La firmeza no excluye la ternura.
e) No llevar cuentas del mal: El salmo 129 dice: «Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?». Aplicado al hogar, significa no hacer del pasado una munición contra el otro. La memoria de las ofensas destruye la convivencia.
f) Ponerse en el lugar del otro: Muchos errores tienen detrás una historia de dolor. El cónyuge que hiere puede estar repitiendo inconscientemente un patrón aprendido. Comprender su historia es camino de compasión.
g) Amar a la familia del otro como propia: Este gesto heroico de amor supera lo meramente humano. Tratar a la suegra como a la propia madre, ayudar a los hermanos políticos con generosidad, es signo de una entrega redimida por el Espíritu Santo.
h) Discernir antes de actuar: Es vital no tomar decisiones impulsivas. Discernir es sopesar con calma, consultar a Dios, distinguir entre heridas del amor propio y deseos auténticos de bien para el otro. Sólo así se forma una familia equilibrada, no permisiva ni autoritaria.
El perdón en la familia no es sólo una estrategia de convivencia, sino un ejercicio espiritual de alta madurez. Requiere aprender a convivir con heridas no completamente sanadas, a diferenciar el juicio objetivo del impulso emocional, y a vivir en clave de redención. La vida familiar es un laboratorio de santidad. Allí se conjugan la paciencia, la compasión, la renuncia al juicio, el acompañamiento del otro en sus sombras. Por eso, perdonar no es olvidar lo ocurrido, sino redimirlo a través del amor. Amar como Dios ama: esa es la meta.
El matrimonio cristiano no es una relación entre dos perfectos, sino entre dos que se saben perdonados y deciden crecer juntos. Esta espiritualidad del perdón se alimenta de la gracia sacramental, de la oración compartida, del examen de conciencia, de la Eucaristía y del diálogo honesto. Además, el perdón se convierte en memoria viva del amor de Dios. Cada vez que se renuncia a la venganza, se está testimoniando el Evangelio. La familia se transforma así en Iglesia doméstica, donde se celebra diariamente la resurrección del amor que parecía muerto.
El perdón es sanación, reconciliación, liberación del alma. A través de él se restauran vínculos, se cicatrizan heridas y se crece en comunión. Por eso, Mons. Munilla concluye su meditación pidiendo la intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret: que toda familia cristiana pueda vivir el milagro cotidiano del perdón, y que cada herida, visible u oculta, sea entregada a Cristo para su curación. Ofrecer la Eucaristía por la sanación de las heridas familiares no es una intención menor. Es un acto de fe en que el amor es más fuerte que el pecado, que la misericordia vence al resentimiento y que la última palabra la tiene el Evangelio.
3. Edificación espiritual (Actuar)
- ¿Me cuesta más perdonar en casa que fuera de casa? ¿Por qué? ¿Qué sentimientos o heridas se despiertan en mí dentro de la familia?
- ¿He experimentado alguna vez que perdonar me ha traído paz interior? ¿Qué cambió en mí o en mi familia después de perdonar?
- ¿Tengo alguna “lista de ofensas” que aún no he soltado del todo? ¿Estoy dispuesto a dejar atrás esas cuentas y comenzar de nuevo?
- ¿Me esfuerzo por ponerme en el lugar del otro cuando hay conflictos? ¿Qué pasaría si tratara de comprender mejor la historia del otro?
- ¿Cómo puedo practicar el perdón con más libertad esta semana? ¿Hay alguien en mi familia o comunidad a quien necesito perdonar o pedir perdón?