Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: La caridad conyugal
Fecha: 17/07/2025
Frase: “ Pienso en Luis y Celia Martin, los padres de santa Teresa del Niño Jesús; y recuerdo también a los beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi, cuya vida familiar transcurrió en Roma, el siglo pasado. Y no olvidemos a la familia polaca Ulma, padres e hijos unidos en el amor y en el martirio. Decía que es un signo que da que pensar. Sí, al proponernos como testigos ejemplares a matrimonios santos, la Iglesia nos dice que el mundo de hoy necesita la alianza conyugal para conocer y acoger el amor de Dios, y para superar, con su fuerza que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las sociedades. Por eso, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, a ustedes esposos les digo: el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo (cf. S. Pablo VI, Carta enc. Humanae vitae, 9). Este amor, al hacerlos “una sola carne”, los capacita para dar vida, a imagen de Dios.” (Papa León XIV, Homilía 01 de junio de 2025)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Col 3, 12-17; 1 Co 13 (El Himno a la Caridad); Mt 19, 4ss
¿Nuestra sociedad aún cree en el “hasta que la muerte los separe”? ¿Creemos que es posible los esposos crezcan en su capacidad de amar? ¿Cuál ha sido la experiencia entre los hermanos sobre este punto?
2. Catequesis (Juzgar)
En el corazón de la vocación al matrimonio brilla una llamada a la caridad plena, derramada por el Espíritu Santo, que transforma la unión matrimonial en un reflejo vivo del amor de Cristo por su Iglesia. El capítulo «Crecer en la caridad conyugal» de la exhortación apostólica Amoris Laetitia no es simplemente una exhortación moral o una descripción sociológica del matrimonio, sino un verdadero tratado de espiritualidad conyugal. Nos muestra que el matrimonio cristiano no es sólo una estructura natural santificada por un rito, sino una vocación a la caridad en su forma más concreta, comprometida y fecunda. Y no olvidemos que la santidad es la perfección de la caridad.
El punto de partida es el reconocimiento de la caridad conyugal como una forma específica del amor cristiano, que tiene su origen y su plenitud en el sacramento del matrimonio. Este amor, dice el Papa Francisco, es una “unión afectiva, espiritual y oblativa” (n. 120), que recoge tanto la ternura de la amistad como la pasión erótica, pero que no se reduce a la variabilidad de los sentimientos. La clave está en que este amor ha sido santificado por la gracia sacramental, y por tanto es una participación real y transformadora en la Alianza entre Cristo y su Iglesia.
El amor conyugal abarca todo el ser de la persona y requiere una donación total. Este amor es es “fuerte” porque ha sido inundado por el Espíritu Santo en palabras de san Juan Pablo II “l Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal” (FC 13). Y, por tanto, es capaz de alcanzar una plenitud que no nace de los cónyuges por sí mismos, sino del don recibido comienza así a participar de un modo especial del mismo amor de Dios, y esto es la caridad conyugal ya que se aman los esposos como Cristo nos amó.
El matrimonio, signo e imagen del Dios comunión
La espiritualidad matrimonial nace de una realidad teológica: Dios es comunión. En el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la Trinidad revela el dinamismo de la entrega y del gozo mutuo. En este misterio trinitario se injerta la realidad conyugal Cuando un hombre y una mujer celebran el matrimonio, se convierten en “imagen” de Dios: no en un sentido simbólico superficial, sino como un signo eficaz de su amor.
De aquí brota una dimensión misionera: el matrimonio cristiano hace visible el amor de Cristo por su Iglesia. Y lo hace en lo concreto de lo cotidiano: en las decisiones comunes, en las renuncias silenciosas, en los pequeños gestos de cuidado, en la ternura compartida. No se trata de exigir una perfección imposible:
“No conviene confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica «un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios»” (AL 122)
El amor conyugal no es una relación pasajera ni un contrato revocable. Es la máxima expresión de la amistad humana, enriquecida por la gracia de Dios. Es una relación que, en su misma naturaleza busca el bien del otro, que haya reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad y cierta semejanza entre los que se aman. “Pero el matrimonio agrega a todo ello una exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de compartir y construir juntos toda la existencia” (AL 123) En un mundo que idolatra lo efímero, prometer amor para siempre parece una temeridad; sin embargo, es precisamente esa promesa la que revela la grandeza del amor.
El texto cita con fuerza al profeta Malaquías: “No traiciones a la esposa de tu juventud” (Ml 2,14-16). La fidelidad no es simplemente una exigencia externa, sino una respuesta al deseo más profundo del corazón humano y, para los creyentes, una alianza sagrada ante Dios.
El Papa recuerda que amar siempre, en todas las circunstancias, no es fruto sólo de la voluntad humana sino que requiere la acción gracia, permanecer unidos, incluso cuando desaparece la esperanza de hijos, es un gran misterio. Este amor sellado sacramentalmente tiene la capacidad de reinventarse continuamente, de superar las crisis, de renacer tras cada caída. Es una verdadera pascua conyugal.
El matrimonio es una amistad singular, que incluye la pasión, la exclusividad, la fidelidad y la apertura a la vida. En este sentido, es una comunión de vida que lo abarca todo: no hay zonas vedadas ni reservas personales. Hasta la sexualidad, lejos de ser sólo expresión de deseo, se convierte en un lenguaje de donación total. Así lo entendió el Concilio Vaticano II, al afirmar que “un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida” (GS 49).
Alegría y belleza: frutos espirituales del amor fiel
La alegría matrimonial no depende de la ausencia de dificultades. Es una alegría profunda, espiritual, que se alimenta del amor gratuito y generoso. El Papa retoma a santo Tomás para hablar de la “dilatación del corazón”. En la lógica del Evangelio, la alegría brota más del dar que del recibir. Por eso, el matrimonio, en su forma más madura, se convierte en una fuente de gozo que no teme el sacrificio, porque el amor lo transfigura.
“La alegría matrimonial, que puede vivirse aun en medio del dolor, implica aceptar que el matrimonio es una necesaria combinación de gozos y de esfuerzos, de tensiones y de descanso, de sufrimientos y de liberaciones, de satisfacciones y de búsquedas, de molestias y de placeres, siempre en el camino de la amistad, que mueve a los esposos a cuidarse: «se prestan mutuamente ayuda y servicio»” (AL 126)
El Papa también habla de la belleza del otro, no como una cualidad superficial, sino como la percepción de lo sagrado de su ser. Esta belleza no se agota en la juventud ni en los atractivos fpisicos o psicológicos. El amor verdadero sabe mirar al otro con ternura, incluso cuando ya no es “agradable” o está marcado por la enfermedad o el sufrimiento. Nos invita a valorar la experiencia estética del amor en la contemplación.
“La experiencia estética del amor se expresa en esa mirada que contempla al otro como un fin en sí mismo, aunque esté enfermo, viejo o privado de atractivos sensibles. La mirada que valora tiene una enorme importancia, y retacearla suele hacer daño. ¡Cuántas cosas hacen a veces los cónyuges y los hijos para ser mirados y tenidos en cuenta! Muchas heridas y crisis se originan cuando dejamos de contemplarnos. Eso es lo que expresan algunas quejas y reclamos que se escuchan en las familias: «Mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible». «Por favor, mírame cuando te hablo». «Mi esposa ya no me mira, ahora sólo tiene ojos para sus hijos». «En mi casa yo no le importo a nadie, y ni siquiera me ven, como si no existiera». El amor abre los ojos y permite ver, más allá de todo, cuánto vale un ser humano.” (AL 128)
La alegría no exime del dolor, así como en un batalla luego del momento arduo y dificil se celebra la victoria así los conyuges se regocijan cuando ha pasado la crisis.
Casarse por amor: la seriedad de una elección
El Papa Francisco dirige un mensaje especial a los jóvenes: casarse por amor no es contrario a la libertad, sino su plenitud. La institución matrimonial no sofoca el amor, sino que lo protege, lo encauza, lo enraíza en la vida. Casarse es una declaración pública de entrega, una opción por otro ser humano más allá de las emociones o del deseo pasajero.
En una cultura individualista, el matrimonio aparece como un riesgo. Pero, como recuerda el Papa, no asumir este riesgo es egoísmo. La verdadera entrega reclama visibilidad, compromiso, alianza pública.
“El matrimonio como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro.” (AL 131)
El amor no se mantiene vivo sólo con promesas o intenciones, sino con actos concretos. El Papa propone tres palabras que sostienen la convivencia conyugal: “permiso”, “gracias”, “perdón” (n. 133). Son expresiones de humildad, gratitud y reconciliación, pilares de cualquier relación madura. La espiritualidad conyugal no se construye sobre ideales abstractos, sino sobre pequeños gestos cotidianos, sobre una liturgia doméstica del amor que se expresa en la cortesía, en la ternura, en la capacidad de comenzar de nuevo cada día, mostrando que la caridad siempre puede crecer, pero no hacia expectativas de marketing sino en el ejemplo de los conyuges que en el día a día trabajan su relación.
“No hacen bien algunas fantasías sobre un amor idílico y perfecto, privado así de todo estímulo para crecer. Una idea celestial del amor terreno olvida que lo mejor es lo que todavía no ha sido alcanzado, el vino madurado con el tiempo. Como recordaron los Obispos de Chile, «no existen las familias perfectas que nos propone la propaganda falaz y consumista. En ellas no pasan los años, no existe la enfermedad, el dolor ni la muerte […] La propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la realidad que deben afrontar, en el día a día, los jefes y jefas de hogar». Es más sano aceptar con realismo los límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado a crecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase.” (AL 135)
Inspirado en santo Tomás de Aquino, el Papa recuerda que la caridad, por su naturaleza, no tiene límite de crecimiento. Esta verdad es clave para una espiritualidad matrimonial sólida: el amor que no crece, se estanca. El crecimiento en la caridad conyugal no es una tarea heroica humana, sino una cooperación diaria con la gracia.
En lugar de insistir sólo en la indisolubilidad como norma, Francisco propone afirmar la belleza de un amor que crece, que madura, que se enriquece. Este crecimiento no es automático: requiere oración, esfuerzo, perdón, actos de ternura y generosidad. El matrimonio es un don y una tarea, una vocación a la santidad en la vida cotidiana.
El Papa advierte contra la idealización del amor. No existen matrimonios perfectos. La propaganda consumista ofrece imágenes irreales de parejas siempre jóvenes, felices, sin dificultades. Pero la vida es otra cosa: el amor verdadero se forja en la prueba, se purifica en la crisis, se fortalece en el perdón. Aceptar las propias limitaciones, no como resignación sino como realismo espiritual, es fundamental. El amor cristiano es una travesía pascual: conlleva sufrimiento, pero lleva a la vida plena.
Diálogo: alma del amor conyugal
El diálogo es una dimensión constitutiva del amor. No basta con hablar, es necesario aprender a escuchar, a acoger, a comprender. El Papa Francisco ofrece una pedagogía del diálogo que incluye: dar tiempo, cultivar el silencio interior, valorar al otro, estar dispuesto a cambiar de opinión, superar las heridas comunicativas. En muchas crisis matrimoniales lo que falla no es el afecto sino la comunicación. Aprender a dialogar es una forma concreta de amar, y también un camino de sanación.
El Papa concluye con una observación sabia: no puede haber buen diálogo sin riqueza interior. La lectura, la reflexión, la oración, el contacto con la sociedad, enriquecen el alma y hacen que nuestras conversaciones tengan contenido. Cuando el alma se empobrece, el amor también corre peligro. La espiritualidad conyugal necesita tiempo para la lectura orante de la Palabra, para la oración en común, para el compartir espiritual. El diálogo, entonces, se transforma en un camino hacia la comunión, hacia esa “diversidad reconciliada” que es propia del amor cristiano.
El crecimiento en la caridad conyugal no es una utopía romántica, sino una vocación realista, ardua y maravillosa. Es un camino de santidad inscrito en la vida cotidiana, iluminado por la gracia del sacramento, sostenido por la oración, alimentado por la ternura, purificado en la prueba. En cada matrimonio cristiano late el Corazón de Cristo, que ama, sufre, perdona y entrega su vida por su esposa, la Iglesia. Ese Corazón es la fuente de donde mana la caridad conyugal, y el destino al que ella conduce.
Este itinerario, lejos de ser un ideal abstracto, es una misión concreta que urge a ser acogida, vivida y propuesta como camino de plenitud humana y cristiana. En un mundo que duda del amor, la familia cristiana —vivida como escuela de caridad— puede ser el testimonio más luminoso del Evangelio del amor.
3. Edificación espiritual (Actuar)
- ¿Qué gesto concreto de ternura o atención puedo retomar o fortalecer esta semana en mi relación más cercana? (Matrimonios: con mi cónyuge. Ancianos: con hijos o nietos. Jóvenes: con mis padres, hermanos o amigos. Personas solas: con un vecino, familiar o amigo que necesite afecto)
- ¿Qué palabra de las tres propuestas («permiso», «gracias», «perdón») necesito practicar más en mis relaciones cotidianas, y cómo puedo hacerlo?
- ¿En qué puedo mejorar mi forma de escuchar al otro cuando me habla o expresa una necesidad? (Ej. Matrimonios: evitar responder antes de tiempo. Jóvenes: dejar el celular de lado para escuchar mejor. Ancianos: dar tiempo y atención a quien les visita. Personas solas: escuchar con atención a quien se acerca.)
- ¿A quién conozco que está pasando por una dificultad familiar o afectiva, y qué gesto de cercanía puedo tener con esa persona esta semana?
- ¿Qué compromiso puedo asumir desde hoy para hacer crecer el amor en mi entorno familiar o comunitario con la ayuda de Dios?