Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: Sexualidad y Matrimonio
Fecha: 03 de julio de 2025
Frase: “La unión en una sola carne se hace entonces unión de toda la vida, hasta que el hombre y la mujer se convierten también en un solo espíritu. Se abre así un camino en el que el cuerpo nos enseña el valor del tiempo, de la lenta maduración en el amor. Desde esta perspectiva, la virtud de la castidad recibe nuevo sentido. No es un «no» a los placeres y a la alegría de la vida, sino el gran «sí» al amor como comunicación profunda entre las personas, que requiere tiempo y respeto, como camino hacia la plenitud y como amor que se hace capaz de generar la vida y de acoger generosamente la vida nueva que nace.” (Benedicto XVI, 13 de mayo de 2011)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Gn 1, 18-25 y Jn 2, 1-12
¿Cómo ve nuestra sociedad la sexualidad en el matrimonio?
2. Catequesis (Juzgar)
La Catequesis de esta semana quiere ser un esfuerzo de presenter la sexualidad dentro del matrimonio desde la perspectiva de la llamada Teología del Cuerpo, este es un enfoque que san Juan Pablo II desarrolló en una serie de Catequesis en los años ochentas sobre el amor humano, me he servido de las explicaciones del Dr. Christopher West miembro del Theology of the Body Institute.
EL SEXO NO ES UN PROBLEMA: ES UN MISTERIO
En muchos entornos, hablar de sexualidad en clave cristiana produce reacciones defensivas. Algunos piensan que la Iglesia reprime el deseo o asocia el sexo con el pecado. Sin embargo, esta visión no representa el pensamiento católico auténtico. La Iglesia no teme al cuerpo ni al deseo sexual; estamos ante una realidad cargada de misterio, porque nos remite al origen de la vida, al deseo de comunión, al anhelo de eternidad. El cuerpo humano, en su diferencia sexual, es signo visible de nuestra vocación al amor. En otras palabras, el cuerpo dice algo. Es un lenguaje, y si se vive con verdad, comunica amor auténtico, fecundo, libre y total.
En la integración de la sexualidad y el amor humano uno de los términos más incomprendidos es “castidad”. Para muchos, suena a represión, negación o miedo al cuerpo. Pero en realidad, la castidad es la virtud que ordena el deseo sexual al verdadero amor. No se trata de apagar el deseo, sino de integrarlo. Es la capacidad de ver al otro no como un objeto de consumo, sino como una persona que merece ser amada por sí misma.
Esta virtud no es exclusiva de los célibes. También los esposos están llamados a vivir la castidad conyugal: esto es, a expresar su amor de manera verdadera, respetando el significado del cuerpo, sin manipulación ni egoísmo. La castidad permite que el encuentro íntimo sea un acto de donación, no de uso.
¿POR QUÉ LOS ESPOSOS NECESITAN SER CASTOS?
Existe una idea muy difundida de que la castidad es algo que se vive “hasta” el matrimonio, y que una vez casados, ya no es necesaria. Pero esto es falso. El matrimonio no anula la necesidad de la castidad; la transforma. En la vida conyugal, esta virtud se manifiesta en la capacidad de hacer del acto sexual una renovación de los votos matrimoniales. El acto conyugal es sagrado. Es el momento donde los esposos renuevan con sus cuerpos las promesas que se hicieron en el altar: amarse de manera libre, total, fiel y abierta a la vida. La castidad es la virtud que permite que esa expresión sea verdadera.
Muchas veces se identifica la castidad con una especie de frialdad emocional o sexual. Nada más lejos de la realidad. El amor casto no es un amor sin pasión, sino un amor con dirección. Es un amor que no teme al deseo, pero lo conduce hacia su fin verdadero. Es la pasión que se convierte en compasión, en ternura, en don sincero de sí.
En el matrimonio, la castidad permite a los esposos disfrutar de su sexualidad sin caer en la lógica del uso. Protege el deseo de la degradación. Cultiva la intimidad sin reducirla al acto sexual. Fortalece el respeto mutuo. Educa en la espera, en la escucha, en el sacrificio. Así, el cuerpo deja de ser un objeto y se convierte en un sacramento: el lugar donde se revela el amor de Dios.
“En el centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo —ante todo con el don del respeto de lo que viene de Dios («don pietatis»)—. Este don está en la mente del autor de la Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar «sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21). Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las «manifestaciones afectivas» desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran.” (San Juan Pablo II, Audiencia General 14 de noviembre de 1984)
La clave para una sexualidad verdaderamente humana y cristiana está en la “total donación”. No se trata solo de unión física, sino de una entrega espiritual. La desnudez corporal debe corresponder a una desnudez del alma. Solo puede entregarse del todo quien está dispuesto a mostrarse tal cual es, sin máscaras ni reservas.
Esta entrega total solo es posible en el contexto del compromiso definitivo del matrimonio. Es ese “para siempre” el que crea el espacio seguro donde uno puede ser vulnerable. Si no hay garantía de permanencia, inevitablemente se guarda algo, se protege algo. El cuerpo no miente: necesita un amor que sea irrevocable para entregarse plenamente.
LA ALEGRÍA DEL AMOR CONYUGAL
A menudo se acusa a la Iglesia de tomar el sexo demasiado en serio, de hacerlo “pesado”. Y en cierto modo, sí: el sexo es una realidad seria. Pero no en el sentido de algo triste o amargo, sino en el de algo profundo, significativo, sagrado. La cultura moderna tiende a trivializar el sexo, reduciéndolo a recreación. La Iglesia, en cambio, lo eleva.
El sexo es “pesado” porque tiene peso existencial: está vinculado al amor, a la vida, a la responsabilidad. Pero cuando se vive con verdad, con entrega, con apertura a la gracia, ese “peso” se convierte en gozo. Como dice el Evangelio: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. La alegría del amor conyugal no es superficial, sino profunda, exigente, pero liberadora.
El placer sexual no es malo. Es un don de Dios. Pero el problema surge cuando se convierte en fin en sí mismo. Cuando se persigue el placer sin referencia al otro, sin apertura a la vida, sin compromiso, se pervierte la naturaleza del acto. El placer es bueno cuando es consecuencia del amor. Pero se vuelve destructivo cuando se convierte en sustituto del amor. La castidad enseña a poner el placer en su lugar. Lo integra. No lo reprime, pero tampoco lo absolutiza. Permite disfrutar del placer con libertad, sin esclavitud. Enseña a buscar la alegría del otro, no solo la satisfacción propia. De este modo, el placer conyugal se transforma en un gozo lícito que fomenta la union de los esposos.
LA VERDADERA LIBERTAD SEXUAL
La libertad auténtica no es la capacidad de hacer lo que se quiera, sino la de elegir el bien. La cultura actual promueve una libertad sin límites, que muchas veces se convierte en esclavitud del deseo. Si alguien no puede decir “no”, no es libre: es esclavo de sus pasiones.
En el matrimonio, la libertad se “gasta” en el amor. El compromiso no es una pérdida de libertad, sino su realización. El “sí” para siempre que se dan los esposos es el acto supremo de libertad. Solo quien se entrega puede experimentar la verdadera comunión.
Cuando se vive desde el egoísmo, el sexo se convierte en medio de manipulación, poder o dominio. Puede usarse como premio, como castigo, como moneda de cambio. Pero cuando se vive como don, se convierte en sacramento del amor. La sexualidad está llamada a ser expresión de un amor generoso. No se trata de “usar” al otro, ni siquiera dentro del matrimonio. Amar es buscar el bien del otro, es hacer de uno mismo un regalo. El acto sexual es verdadero cuando se convierte en expresión de esa donación sincera.
EL LENGUAJE DEL CUERPO
El cuerpo tiene un lenguaje. Y como todo lenguaje, puede decir la verdad o puede mentir. En la unión conyugal, el cuerpo dice: “me entrego a ti por completo, para siempre, sin reservas”. Pero si no hay un compromiso real, si se oculta algo, si se busca solo el propio placer, ese lenguaje se vuelve falso. Por eso la Iglesia insiste tanto en la verdad del acto conyugal. No es puritanismo ni legalismo. Es una defensa del amor. El cuerpo está hecho para amar. Cuando se respeta su significado, se convierte en un canal de gracia.
El gran aporte de la Teología del Cuerpo es devolvernos una mirada sacramental del cuerpo humano. El cuerpo no es un objeto ni un obstáculo espiritual. Es signo, es sacramento, es teología viva. En la diferencia sexual, en el deseo de unión, en la capacidad de engendrar vida, se revela algo del misterio de Dios.
Cada persona es un misterio. El cuerpo revela ese misterio. El amor conyugal, cuando se vive según el designio divino, es una vía para contemplar ese misterio y para adentrarse en la comunión de Dios mismo.
“El cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde «el principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y —mediante este don— realiza el sentido mismo de su ser y existir. Recordemos que el texto del último Concilio, donde se declara que el hombre es la única criatura en el mundo visible a la que Dios ha querido «por sí misma» añadiendo que este hombre no puede «encontrar su propia plenitud si no es a través de un don sincero de sí»” (San Juan Pablo II, Audiencia General, 16 de enero 1980)
CONCLUSIÓN
El sexo, lejos de ser algo vergonzoso o trivial, es una de las realidades más profundas y sagradas de la existencia humana. Vivido en el marco del matrimonio, se convierte en camino de santificación, de comunión, de alegría verdadera. No se trata solo de evitar el pecado, sino de descubrir la belleza, la verdad y la grandeza del amor al que estamos llamados.
Los esposos, como hombres y mujeres hechos a imagen de Dios, están llamados a vivir una sexualidad redimida. Una sexualidad que no teme a la entrega, que no huye del sacrificio, que se abre a la fecundidad. Solo así, el amor humano se convierte en reflejo del amor divino.
En definitiva, el matrimonio en la vivencia de su intimidad expresa el amor por el que los esposos se donan mutuamente. Y en ese aprendizaje, la gracia no falta. Cristo, que realizó su primer milagro en una boda, quiere seguir transformando el agua de nuestra humanidad herida en el vino nuevo del amor redimido.
3. Edificación espiritual (Actuar)
- ¿Qué ideas o frases de la catequesis te llamaron más la atención o cambiaron tu forma de ver la sexualidad en el matrimonio?
- ¿Qué diferencias notas entre la visión cristiana del cuerpo y del sexo frente a lo que hoy propone la cultura dominante?
- ¿Cómo podríamos acompañar a los matrimonios en nuestra comunidad para que vivan la sexualidad como una vocación al amor verdadero?
- ¿Cómo nos ayuda la visión sacramental del cuerpo humano a redescubrir el valor del matrimonio como camino de santidad?
- Tarea para los esposos:
- ¿En qué aspectos de nuestra vida conyugal sentimos que podríamos crecer para que nuestra intimidad sea una expresión más auténtica de nuestro amor, respeto y entrega mutua? ¿Cómo podríamos integrar en nuestra vida conyugal prácticas que nos ayuden a fortalecer el amor como don de sí (por ejemplo: la continencia periódica, diálogo sobre nuestros límites, etc.)