Jesús, signo de contradicción

Homilía – XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Introducción

Queridos hermanos, el Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús con palabras que sorprenden: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49). ¿Cómo entender que el mismo Cristo, al que llamamos Príncipe de la Paz, hable de fuego y división? La respuesta es clara: Jesús no busca pleitos, pero su fidelidad absoluta al Padre lo convierte en signo de contradicción. La luz siempre incomoda a quienes aman la oscuridad, y el amor verdadero siempre confronta al egoísmo.

1. Jeremías y Cristo: el destino de los profetas

La primera lectura nos habla del profeta Jeremías, arrojado a una cisterna por anunciar la Palabra de Dios (cf. Jr 38,4-6). El rey Sedecías prefirió escuchar a sus consejeros y confiar en cálculos humanos antes que en la voz del Señor. El resultado fue la ruina de la ciudad y la humillación del propio rey. Jeremías, en cambio, permaneció fiel, aun a costa del rechazo y la persecución.

En Jeremías se anticipa el destino de Jesús. También Él fue rechazado y perseguido no por provocar violencia, sino por anunciar la verdad. Su coherencia incomodó a muchos: amó a los pobres, perdonó a los pecadores, denunció la hipocresía. Su único “alimento” fue hacer la voluntad del Padre, y esa fidelidad lo llevó hasta la cruz.

2. El discípulo también es signo de contradicción

El Concilio Vaticano II lo afirma con claridad: “Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo que recibieron en el bautismo” (Ad Gentes 11). Eso significa que nosotros, discípulos de Cristo, también seremos signo de contradicción. No porque busquemos conflictos, sino porque la vida coherente incomoda a un mundo que prefiere lo fácil y lo cómodo.

La carta a los hebreos nos anima a mantenernos firmes: “Todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado” (Hb 12,4). En otras palabras, aunque las pruebas sean reales, ninguna se compara con lo que Cristo soportó por nosotros. Esa certeza nos sostiene para seguir adelante.

3. El fuego que purifica nuestra vida

Ese fuego del que habla Jesús es el fuego del amor de Dios que purifica y transforma. Quien se deja encender por Él no puede permanecer tibio ni indiferente. Y esa coherencia tiene ejemplos concretos: el niño que dice la verdad aunque los malos amigos le digan que oculte cosas a sus papás; el joven que cuida su pureza aunque lo llamen anticuado; el adulto que rechaza la corrupción aunque pierda dinero; el anciano que sigue perseverando en la fe aunque su familia piense distinto. Nadie de ellos busca pleitos, pero todos muestran que el Evangelio sigue ardiendo en la historia.

“Es mejor para mí morir para unirme a Cristo Jesús que reinar sobre toda la tierra.” — San Ignacio de Antioquía

Ser signo de contradicción no roba la alegría, la multiplica. Quien se sabe amado por Cristo entiende que la fidelidad, aun en la prueba, es fuente de verdadera felicidad.

Conclusión

Hermanos, hoy el Evangelio nos pregunta: ¿seremos como Sedecías, confiando en cálculos humanos, o como Jeremías y Cristo, fieles a la Palabra de Dios aunque incomode? El fuego de Cristo no destruye, sino que forja. Ser signo de contradicción es el mayor honor del discípulo, porque significa que caminamos en la misma fidelidad de Jesús.

Pidamos al Señor la valentía de permanecer encendidos en su amor, aun cuando eso nos haga diferentes, aun cuando provoque incomodidad. Que nuestra vida sea luz en la oscuridad y alegría en medio de la prueba. Amén.