La Puerta Estrecha

Reflexión para el XXI Domingo de Tiempo Ordinario Ciclo C

• Is 66, 18-21. De todos los países traerán a todos vuestros hermanos. 
• Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio. 
• Hb 12, 5-7. 11-13. El Señor reprende a los que ama. 
• Lc 13, 22-30. Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

El Evangelio de este domingo (Lc 13,22-30) nos sitúa en el camino de Jesús hacia Jerusalén. San Lucas subraya que Cristo no va de manera improvisada, sino que se dirige hacia la Ciudad Santa donde culminará su misión pascual. En este trayecto, enseña y dialoga con quienes le siguen. La pregunta que desencadena el pasaje es significativa: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (v. 23). Era una preocupación del judaísmo de la época: ¿la salvación era privilegio de Israel o la podían alcanzar también otras naciones? Jesús no responde con cifras; ofrece una enseñanza práctica: lo decisivo no es “cuántos” se salvan, sino “cómo” entrar en el Reino, «qué» estamos haciendo.

Dice el Señor: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha” (v. 24). La imagen deja claro que no se entra por inercia, sino con decisión. Muchos pretenderán entrar, pero no lo lograrán porque llegan tarde o porque confían en una cercanía externa como los que dicen: “Hemos comido y bebido contigo” (v. 26). La parábola del dueño de casa que cierra la puerta señala la urgencia de la conversión: habrá un momento en que la oportunidad termine. La salvación está abierta a todos —como anuncia Isaías al reunir Dios a todas las naciones—, pero no se recibe de manera automática: es un don que exige respuesta. La nueva relación con Cristo implica una fe viva y esto conlleva, cambiar nuestra mentalidad, de modo que se adecúe a los criterios del Evangelio, y cambiar nuestras costumbres, manifestar ese modo de pensar renovado en actitudes y comportamientos concretos.

Este pasaje ilumina la universalidad de la salvación y la gracia que exige cooperación humana. Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4), pero respeta nuestra libertad. La “puerta estrecha” evoca la necesidad de la gracia junto con el esfuerzo humano: la salvación es don de Dios, pero no se da sin nuestra colaboración. La segunda lectura de Hebreos explica la pedagogía divina: “El Señor corrige a los que ama” (Hb 12,6). El camino hacia el Reino pasa por la purificación, apartándonos del pecado; morir a nuestro viejo yo, y abrazar la vida eterna forjando un corazón para vivir en santidad.

Entrar por la puerta estrecha conlleva renuncias y decisiones valientes. Por ejemplo, para los niños, significa obedecer con alegría, aprender a pedir perdón y rezar cada día. Para los jóvenes, supone elegir la verdad y la pureza frente a la presión social, custodiar los sentidos y ordenar el uso del tiempo y de las redes. Para los adultos, implica coherencia en la vida familiar y laboral: justicia en los negocios, dominio del consumo, oración en medio de la agenda. Para los ancianos, significa perseverancia humilde, testimonio de esperanza y servicio de la memoria de la fe en la familia y la comunidad. El camino es exigente, pero no solitario: Cristo camina con nosotros y su gracia fortalece nuestra debilidad.

La imagen de la puerta estrecha tiene también resonancias sociales: la salvación no se vive aislados, sino en comunidad. La misión del salmo —“Vayan por todo el mundo”— incluye evangelizar la cultura, promover el bien común y transformar estructuras injustas desde la dignidad de toda persona. Entrar por la puerta estrecha es optar por un amor eficaz que se traduce en justicia, solidaridad y participación responsable en la vida pública.

El Evangelio concluye con promesa: “Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios” (v. 29). Nadie está excluido: la puerta es estrecha, sí, pero abierta; y Dios mismo nos ofrece la fuerza para atravesarla. Por eso, nuestra respuesta es la del salmo de hoy: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”. Caminemos hacia el Reino invitando a muchos a entrar en la alegría de Dios.

Preguntas para la reflexión personal

  • ¿De qué manera puedo anunciar el Evangelio con mis palabras y con gestos concretos cada día?
  • ¿Qué prueba actual puedo vivir con paciencia como signo del amor de Dios que me corrige y educa?
  • ¿Qué decisiones concretas debo tomar hoy para entrar por la puerta estrecha del Reino?