Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: Las crisis en el matrimonio
Fecha: 21/08/2025
Frase: “Un recurso fundamental para afrontar y superar las crisis es renovar la conciencia del don recibido en el sacramento del matrimonio, don irrevocable, fuente gracia en la que siempre podemos confiar…así, la fragilidad, que siempre permanece y acompaña también a la vida conyugal, no llevará a la ruptura, gracias a la fuerza del Espíritu Santo” (Papa Francisco, 27 de enero de 2023)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Leer el Himno de la Caridad en el 1 Cor 13, 1ss
¿Qué crisis vemos en las parejas de nuestra colonia? ¿cómo se atienden? ¿qué propone la sociedad actual para estas situaciones?
2. Catequesis (Juzgar)
Las reflexiones que siguen se basan en el capítulo octavo de Amoris Laetitia (n.231-246), donde se aborda la maduración del amor conyugal, la realidad de las crisis en el matrimonio y el acompañamiento de quienes sufren rupturas. El texto ofrece una visión realista y a la vez esperanzadora sobre el amor, subrayando la importancia de la fidelidad, la reconciliación y la misión pastoral de la Iglesia frente a las heridas familiares.
I. El amor maduro y el valor de las crisis
El amor conyugal se asemeja a un vino que, con los años, se vuelve más suave y profundo. No se trata de mantener la misma pasión inicial, sino de alcanzar una fidelidad serena, hecha de pequeños gestos y de paciencia cotidiana. El matrimonio encuentra su plenitud en la capacidad de redescubrirse mutuamente, día tras día, con una alegría que se renueva incluso en la vejez, cuando los frutos se contemplan en los hijos y nietos. Este amor maduro no es fruto de la casualidad, sino del esfuerzo perseverante de atravesar juntos las pruebas sin huir de ellas.
Toda historia matrimonial está marcada por crisis inevitables, que forman parte de su belleza dramática. Lejos de ser signos de fracaso, estas crisis pueden convertirse en oportunidades de maduración y de renovación del vínculo. Cada etapa abre caminos distintos para ser felices, aunque no coincidan con los ideales soñados en la juventud. Una crisis asumida con valentía se transforma en ocasión de beber un vino mejor, más firme y auténtico. Por eso, es esencial que las parejas no teman a las dificultades, sino que las integren como parte de su camino de crecimiento.
El gran riesgo aparece cuando los problemas se niegan, se minimizan o se esconden, con la ilusión de que el tiempo los resolverá. Esa actitud, en vez de sanar, erosiona la relación, porque destruye la comunicación y consolida el aislamiento. Poco a poco, el cónyuge deja de ser “la persona amada” para convertirse en un compañero rutinario o incluso en un extraño. Frente a este peligro, se impone la necesidad de la comunicación sincera. Aprender a dialogar de corazón en tiempos de paz es lo que permite sostener la unión en momentos de tormenta.
II. Crisis comunes, fragilidades y reconciliación
Las etapas de la vida matrimonial incluyen crisis muy concretas: aprender a dejar a los padres y asumir la vida en común, afrontar la llegada de los hijos, reorganizar la convivencia durante la crianza, acompañar la adolescencia de los hijos, vivir el “nido vacío” o cuidar a los padres ancianos. Cada una de estas situaciones exige un esfuerzo adicional, que puede desgastar si no se afronta con apoyo y comprensión. Son momentos de prueba, pero también de crecimiento, donde el amor puede purificarse y reforzarse.
Junto a estas crisis comunes, cada cónyuge atraviesa crisis personales de orden económico, afectivo, laboral o espiritual. También irrumpen imprevistos que sacuden la estabilidad familiar. En todas estas situaciones, el perdón y la reconciliación son caminos indispensables. Superar la tentación de culpar únicamente al otro requiere humildad y apertura a la gracia. La experiencia demuestra que, con ayuda adecuada, la mayoría de las crisis puede resolverse, siempre que ambos estén dispuestos a sanar y reconstruir el vínculo.
Sin embargo, la fragilidad humana hace que muchas rupturas se produzcan por motivos superficiales: un orgullo herido, una ausencia puntual, los celos, el atractivo de otra persona, o cambios en los intereses y en el aspecto físico. En lugar de ver estas realidades como amenazas definitivas, conviene entenderlas como oportunidades de recrear el amor. La verdadera madurez consiste en volver a elegir al otro, aceptando que no puede cumplir todos los sueños, pero que sigue siendo el compañero de camino. Cada crisis, vivida así, se convierte en un nuevo “sí” que fortalece y transfigura el vínculo conyugal.
Muchas dificultades se originan en heridas antiguas o en inmadureces afectivas que no fueron sanadas en la infancia o adolescencia. Quien no ha experimentado un amor incondicional puede arrastrar inseguridades y exigencias desmedidas en la vida matrimonial. Otros aman con un estilo infantil, reclamando que todo gire en torno a sí, o con un estilo adolescente, basado en la crítica y la confrontación. Estas limitaciones requieren un proceso de curación personal que cada cónyuge debe afrontar con sinceridad, reconociendo que no basta esperar el cambio del otro: es necesario madurar y sanar uno mismo.
III. Rupturas, acompañamiento y misión pastoral
Existen situaciones donde la separación se vuelve inevitable, e incluso moralmente necesaria, especialmente cuando hay violencia, abusos o faltas graves de respeto que ponen en riesgo al cónyuge más vulnerable o a los hijos. La separación, sin embargo, debe ser siempre el último recurso, después de haber agotado todos los intentos razonables de reconciliación. El criterio fundamental en estas decisiones es la dignidad de la persona y la protección de los más débiles, nunca el interés individualista o pasajero.
La Iglesia está llamada a acompañar a quienes sufren separaciones, divorcios o abandonos. Es necesario valorar el dolor de quienes han sido injustamente tratados, ofreciendo una pastoral de reconciliación cercana, especializada y realista. También se anima a quienes permanecen fieles sin haberse vuelto a casar a encontrar fortaleza en la Eucaristía y a integrarse plenamente en la vida de la comunidad. La pobreza agrava los efectos de la ruptura, pues limita los recursos para rehacer la vida y expone a mayor abandono, lo que requiere una atención pastoral prioritaria.
Respecto a quienes han formado nuevas uniones, la comunidad debe recordar que no están fuera de la Iglesia ni deben sentirse excomulgados. Es necesario un acompañamiento respetuoso, evitando lenguajes o actitudes discriminatorias. Integrar a estas personas no significa negar la indisolubilidad matrimonial, sino manifestar la caridad pastoral de la Iglesia, que se hace cargo de las fragilidades humanas. Además, los procesos de nulidad matrimonial deben ser más ágiles, gratuitos y accesibles, de modo que los fieles encuentren justicia sin burocracias que prolonguen su sufrimiento.
En medio de todo este panorama, los hijos aparecen siempre como las víctimas más inocentes y frágiles. Usarlos como rehenes o manipular su afecto contra el otro cónyuge causa heridas profundas que marcan su vida futura. La Iglesia debe alzar la voz en defensa de los niños, acompañando a las familias en crisis y evitando añadir más cargas a quienes ya sufren. La pastoral familiar no puede excluir, sino integrar y sanar, mostrando siempre el rostro maternal de la Iglesia. La misión más urgente es fortalecer el amor conyugal, sanar las heridas y prevenir el avance de la ruptura matrimonial en la sociedad actual.
Conclusión
Los números estudiados presentan una visión realista del matrimonio, donde el amor madura a través de la fidelidad, las crisis y el perdón. La vida conyugal no está exenta de dificultades, pero cada obstáculo puede transformarse en una oportunidad de crecimiento. La Iglesia tiene la misión de acompañar a las familias en sus alegrías y dolores, con una atención especial a los hijos y a los más frágiles. La tarea pastoral más urgente es fortalecer el amor conyugal y sanar las heridas, para que el matrimonio siga siendo un signo vivo de esperanza y comunión.
3. Edificación espiritual (Actuar)
¿Qué gestos sencillos podemos hacer en casa para mejorar la comunicación y la cercanía diaria?
¿Cómo podemos acompañar a matrimonios en crisis sin juzgar, sino ofreciendo escucha y apoyo?
¿Qué heridas personales necesito empezar a sanar para amar mejor a mi familia?
¿Qué compromisos podemos asumir como comunidad para incluir y sostener a los divorciados o separados?
¿Cómo podemos cuidar mejor a los niños que sufren por la separación de sus padres, para que se sientan amados y acompañados?