Introducción
Isaías es llamado el profeta de la esperanza y de la consolación. Su palabra se abre paso en medio de un pueblo tentado por la idolatría y las alianzas humanas, para anunciar la fidelidad de Dios y la venida del Mesías. Sus escritos, llenos de belleza y profundidad, nos revelan al “Dios con nosotros”.
¿Qué nos dice la Sagrada Escritura?
Isaías ejerció su ministerio en Jerusalén durante los reinados de Ozías, Jotam, Acaz y Ezequías, en un tiempo marcado por amenazas externas y decadencia interna. Su vocación nace en una visión grandiosa del Señor en el templo: contempla la gloria de Dios rodeado de serafines y, purificado por un carbón encendido, se ofrece a ser enviado (Is 6,1-8). Desde entonces, su misión será denunciar la injusticia y llamar al pueblo a la conversión, anunciando a la vez que Dios no abandona a su pueblo. En sus profecías resuena la promesa de un niño nacido de una virgen, llamado Emmanuel (Is 7,14); la figura del Siervo sufriente que carga sobre sí nuestras culpas (Is 53,4-6); y la esperanza de cielos nuevos y tierra nueva (Is 65,17). Isaías, con su palabra, se convierte en uno de los testigos más claros de la esperanza mesiánica.
¿Qué lecciones podemos sacar?
a) Dogmático-cristológico
Isaías es el profeta que más directamente anuncia a Cristo. En sus oráculos encontramos la profecía del nacimiento virginal de Jesús (Is 7,14; Mt 1,23), la descripción de su misión de anunciar la buena noticia a los pobres (Is 61,1-2; Lc 4,18), y sobre todo el retrato del Siervo sufriente que lleva sobre sí los pecados de la multitud (Is 53,4-6), cumplido en la Pasión del Señor. En Cristo Jesús, Dios mismo es “Emmanuel”, el Dios-con-nosotros, que viene a habitar en medio de su pueblo y a salvarlo con amor.
b) Moral-espiritual (afectivo-existencial)
La vida y la palabra de Isaías nos invitan a vivir abiertos a la esperanza. A menudo nos rodean tinieblas de pecado, problemas y pruebas, pero la fe nos recuerda que Dios no abandona a los suyos. Isaías nos enseña a mantenernos firmes, confiando en que el Emmanuel camina con nosotros. Su ejemplo nos motiva a ser testigos de esperanza en la familia, en la comunidad y en medio de quienes sufren.
«Este Enmanuel, nacido de la Virgen, come manteca y miel, y pide de cada uno de nosotros manteca para comer (…). Nuestras obras dulces, nuestras palabras suaves y buenas, son la miel que come el Enmanuel nacido de la Virgen (…). Comiendo en verdad de nuestras buenas palabras, obras y razones, nos alimenta con sus alimentos espirituales, que son divinos y mejores. Y desde el momento que es una cosa dichosa acoger al Salvador, abiertas las puertas de nuestro corazón, preparamos para Él la “miel” y toda su cena, y así Él mismo nos conduce a la gran cena del Padre en el reino de los cielos, que está en Cristo Jesús» (Orígenes, Homiliae in Isaiam 2,2).
c) Doctrina social
Isaías no solo habló de consuelo espiritual, sino que denunció con firmeza la injusticia social: el desprecio a los pobres, la corrupción de los jueces, el lujo egoísta de los poderosos. Para él, la verdadera religión es inseparable de la justicia: “Aprendan a hacer el bien: busquen la justicia, reprendan al opresor, defiendan al huérfano, protejan a la viuda” (Is 1,17). En nuestro tiempo, su mensaje nos recuerda que la fe cristiana nos compromete a la solidaridad fraterna, la atención a los que sufren y una vida en justicia y verdad.
Cita clave
“Aquí estoy, mándame” (Is 6,8).
Oración
Señor Jesús, Emmanuel, cumplimiento de las promesas de Isaías, enciende en nosotros la esperanza y haznos testigos de tu luz en medio de las tinieblas del mundo. Amén.
IMG: «Isaías» de Miguel Ángel