Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: La fecundidad ampliada en la familia cristiana
Fecha: 28/08/2025
Frase: “No basta con traer al mundo a un hijo para decir que uno es padre o madre. «Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él» (Carta ap. Patris corde). Pienso de modo particular en todos aquellos que se abren a acoger la vida a través de la vía de la adopción, que es una actitud muy generosa y hermosa. José nos muestra que este tipo de vínculo no es secundario, no es una alternativa. Este tipo de elección está entre las formas más altas de amor y de paternidad y maternidad. ¡Cuántos niños en el mundo esperan que alguien cuide de ellos! Y cuántos cónyuges desean ser padres y madres y no lo consiguen por motivos biológicos; o, incluso teniendo ya hijos, quieren compartir el afecto familiar con quien no lo tiene. No hay que tener miedo de elegir la vía de la adopción, de asumir el “riesgo” de la acogida” (Papa Francisco, Audiencia 05 de enero de 2022)
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Lectura: Isaías 54, 1-3
“Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores; porque más hijos tendrá la abandonada que la casada, dice el Señor. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas y asegura tus estacas, porque te extenderás a derecha y a izquierda”.
¿Cómo se percibe la esterilidad en nuestro contexto social? ¿cómo se valora el tema de la adopción? ¿las familias de nuestra colonia son abiertas o cerradas?
2. Catequesis (Juzgar)
En esta catequesis veremos abordaremos el apartado Fecundidad Ampliada que toca la exhortación Amoris Laetitia, ello también nos da pie para abordar el tema sobre la inmoralidad de la inseminación artificial y fecundación in vitro.
I. La fecundidad como don que se expresa en múltiples formas
La primera gran enseñanza de Amoris Laetitia es que la fecundidad matrimonial no se reduce a la capacidad biológica de engendrar. El matrimonio conserva siempre su valor porque es comunión de vida y amistad en Cristo, incluso cuando los hijos biológicos faltan. Dios ha querido que el amor humano, sellado en el sacramento, se abra a la vida en sentido amplio: en la acogida, en el cuidado de otros, en la solidaridad con los más vulnerables, en la transmisión de la fe y en la construcción del bien común.
En este horizonte, la adopción ocupa un lugar privilegiado. No es un “plan B” frente a la esterilidad, sino una manifestación eminente del amor gratuito: regalar una familia a quien no la tiene. Los padres adoptivos se convierten en mediaciones del amor fiel de Dios, que nunca olvida a sus hijos (Is 49,15). También la acogida temporal de niños, huérfanos o abandonados expresa una fecundidad auténtica, pues abre el hogar a quien más lo necesita. Por ello, la Iglesia alienta a las legislaciones a facilitar procesos de adopción ágiles y transparentes, de modo que el derecho del niño a crecer en una familia prevalezca sobre intereses burocráticos o económicos.
Esta perspectiva permite a todos los matrimonios descubrir que el amor conyugal es siempre fecundo, más allá de los límites biológicos: una fecundidad que se convierte en testimonio de la gratuidad y de la ternura de Dios en medio del mundo.
II. Fecundidad social y discernimiento eucarístico
La fecundidad matrimonial no solo se dirige a los hijos, sino que se proyecta sobre la sociedad. Una familia cristiana no puede concebirse como un círculo cerrado, aislado del resto. Está llamada a ser una comunidad abierta que participa de las alegrías y dolores de su entorno, y que transforma la realidad con la fuerza de la fe. Así lo muestra la familia de Nazaret: sencilla, cercana, integrada en la vida del pueblo, compartiendo las preocupaciones de los demás.
De este modo, cada hogar se convierte en una “iglesia doméstica” que ilumina el espacio público con la luz del Evangelio: transmite la fe a los hijos, despierta el deseo de Dios en quienes la rodean y se hace cercana a los más pobres. La poesía recuerda bellamente esta misión: “y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.
La Eucaristía, sacramento de la comunión, ilumina también la dimensión social de la familia. San Pablo en 1 Cor 11 denuncia que algunos celebraban el banquete mientras los pobres quedaban excluidos: ese modo indigno de participar contradice la verdad del Cuerpo de Cristo. “Discernir el Cuerpo” significa reconocer a Cristo tanto en el sacramento como en los hermanos más débiles. Por eso, no se puede comulgar auténticamente si se vive de espaldas a los pobres o en un estilo de vida cerrado y autosuficiente. Una familia que participa de la Eucaristía está llamada a ser solidaria, reconciliada y comprometida con quienes sufren.
Así entendida, la fecundidad ampliada se traduce en apertura social: la familia no es un refugio cerrado, sino un hogar en salida, que se convierte en fermento de justicia y fraternidad en medio del mundo.
III. El discernimiento sobre la técnica: por qué la fecundación artificial es inmoral
En este marco, es necesario explicar también por qué la Iglesia rechaza las prácticas de inseminación artificial y fecundación in vitro. El Catecismo (n. 2377) enseña que son inmorales porque disocian la procreación del acto conyugal, instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen de la persona humana.
En el designio de Dios, el acto conyugal integra inseparablemente dos dimensiones: la unitiva (donación recíproca de los esposos) y la procreativa (apertura a la vida). La contracepción rompe esta unidad cerrando la unión al don de la vida. La fecundación artificial comete el error contrario: busca la procreación al margen de la unión de los esposos. En ambos casos, se altera la lógica del amor conyugal querido por Dios.
Además, la fecundación in vitro conlleva graves problemas éticos:
Reducción del hijo a objeto de deseo: se convierte en un “derecho” fabricado en laboratorio y no en un don gratuito de Dios.
- Descarte de embriones: se producen múltiples fecundaciones; algunos embriones son congelados, otros descartados o destruidos, lo que equivale a numerosos abortos.
- Selección eugenésica: se eligen los embriones considerados “más fuertes” y se descartan los demás, instaurando una lógica de discriminación en el origen mismo de la vida.
- Violación del derecho del hijo: en las técnicas heterólogas, al intervenir material genético de terceros, se priva al niño de conocer a su padre y madre verdaderos, lesionando un derecho fundamental.
Paradójicamente, en una misma institución médica puede practicarse aborto en un piso y fecundación artificial en otro. Ambas prácticas obedecen a la misma lógica: cuando no quiero la vida, la suprimo; cuando la deseo, la fabrico. En el fondo, se trata de una mentalidad de dominio sobre la vida, sometida al capricho humano y no acogida como don de Dios.
La medicina tiene una misión noble: sanar la infertilidad, acompañar el sufrimiento, ofrecer tratamientos que respeten la dignidad de la persona. Pero no tiene derecho a sustituir el acto conyugal ni a manipular el origen de la vida humana. El hijo no es un producto ni un derecho, sino un don que se recibe con gratitud.
A modo de síntesis:
- El don fecundo del amor conyugal, que se expresa en la procreación, la adopción y la acogida.
- La fecundidad social y eucarística, que abre la familia a la misión, al servicio y a la solidaridad.
- El discernimiento ético sobre la técnica, que recuerda que la vida es un don y no un objeto de fabricación.
La tarea pastoral es acompañar a las familias en todas estas dimensiones: animar a quienes no pueden tener hijos, fortalecer a quienes adoptan, educar en la apertura solidaria y ayudar a discernir frente a los desafíos de la cultura tecnocrática. La familia cristiana, alimentada por la Eucaristía, se convierte así en un hogar fecundo, abierto a la vida y testigo de la gratuidad del amor de Dios en el mundo.
3. Edificación espiritual (Actuar)
¿Cómo vivimos la maternidad/paternidad espiritual (aunque no tenga hijos propios)?
¿Qué espacios de nuestra vida familiar podemos abrir para ser más acogedores con quienes están solos o necesitados?
¿Cómo podemos testimoniar en la comunidad parroquial una fecundidad que vaya más allá de lo biológico?
¿Qué significa para mí “discernir el Cuerpo de Cristo” en relación con los pobres y excluidos?
¿Qué compromiso concreto de solidaridad podemos asumir como familia esta semana?
Reflexionen sobre la siguiente afirmación del Papa Francisco (05/01/2022):
“El otro día, hablaba sobre el invierno demográfico que hay hoy: la gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada más. Y muchas parejas no tienen hijos porque no quieren o tienen solamente uno porque no quieren otros, pero tienen dos perros, dos gatos… Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hace reír, lo entiendo, pero es la realidad. Y este hecho de renegar de la paternidad y la maternidad nos rebaja, nos quita humanidad. Y así la civilización se vuelve más vieja y sin humanidad, porque se pierde la riqueza de la paternidad y de la maternidad. Y sufre la Patria, que no tiene hijos y ―como decía uno de manera un poco humorística― “y ahora que no hay hijos, ¿quién pagará los impuestos para mi pensión? ¿Quién se hará cargo de mí?”: reía, pero es la verdad. Yo le pido a san José la gracia de despertar las conciencias y pensar en esto: en tener hijos. La paternidad y la maternidad son la plenitud de la vida de una persona. Pensad en esto.
Es cierto, está la paternidad espiritual para quien se consagra a Dios y la maternidad espiritual; pero quien vive en el mundo y se casa, debe pensar en tener hijos, en dar la vida, porque serán ellos los que les cerrarán los ojos, los que pensarán en su futuro. Y, si no podéis tener hijos, pensad en la adopción. Es un riesgo, sí: tener un hijo siempre es un riesgo, tanto si es natural como si es por adopción. Pero es más arriesgado no tenerlos. Más arriesgado es negar la paternidad, negar la maternidad, tanto la real como la espiritual. A un hombre y una mujer que voluntariamente no desarrollan el sentido de la paternidad y de la maternidad, les falta algo principal, importante.”