Catequesis Pequeñas Comunidades y Comunidades Eclesiales de Base
Tema: Formación al Matrimonio
Fecha: 07/08/2025
Frase: “Son las familias las que generan el futuro de los pueblos” Leon XIV
1. Celebración de la Palabra (Ver)
Leer Efesios 5, 25-33
¿Cómo se preparan los novios para el matrimonio?
2. Catequesis (Juzgar)
La catequesis de esta semana será un comentario a los numerales del 205 al 230 de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia.
Preparar el corazón: El noviazgo como escuela del amor duradero
La primera etapa en el camino hacia el matrimonio no es la planificación de una ceremonia, sino la preparación del corazón. Como enseña el Papa Francisco, los jóvenes deben descubrir “el valor y la riqueza del matrimonio” como vocación. No se trata sólo de una opción cultural o una solución a la convivencia, sino de una alianza de amor que configura toda la vida, cuerpo y alma, y que participa del misterio de Cristo y la Iglesia.
«Es preciso recordar la importancia de las virtudes. Entre estas, la castidad resulta condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal» (Amoris Laetitia 206).
En este tiempo, la comunidad cristiana debe acompañar a los novios en un camino que no sea puramente teórico, sino experiencial, encarnado y alegre. Los grupos de novios, las charlas formativas, la cercanía de matrimonios mayores, e incluso los momentos personalizados con sacerdotes y agentes de pastoral, se vuelven fundamentales para que aprendan a amarse verdaderamente. Amar no se improvisa. Aprender a amar es aprender a dar la vida por el otro, conocerlo en su luz y en su sombra, y decidir caminar juntos.
No se trata de “darles todo el Catecismo”, sino de iniciarles en una pedagogía del amor real, que los ayude a madurar en el compromiso libre, consciente y abierto a la vida. En este proceso, la sinceridad en el diálogo es esencial. No basta con compartir salidas o experiencias agradables: hay que hablar de las expectativas, de los miedos, de la visión del amor y del matrimonio. La autenticidad permite detectar posibles incompatibilidades antes de dar un paso irreversible.
Y no hay mejor escuela que el testimonio de familias vivas en la fe. Padres que se aman, que se perdonan, que oran juntos y perseveran a pesar de las pruebas, son el terreno más fértil donde los hijos aprenden lo que significa casarse “hasta que la muerte los separe”. Por eso, toda pastoral matrimonial sólida es, a largo plazo, una pastoral vocacional al matrimonio.
II. Celebrar el misterio: La boda como sacramento y signo
En segundo lugar, el camino de preparación no termina en la boda, sino que la celebra como culmen y comienzo. Muchos novios llegan al altar extenuados por la fiesta, las invitaciones, la decoración… y olvidan que lo más importante no es el vestido, sino el alma con que se entrega el corazón. La celebración matrimonial es un acto litúrgico, un signo sacramental, una epifanía del amor de Dios.
«El cuerpo […] se convierte en el lenguaje de los ministros del sacramento, conscientes de que en el pacto conyugal se manifiesta y se realiza el misterio» (Amoris Laetitia 213).
La formación debe entonces ayudar a los novios a comprender el sentido profundo del rito: el consentimiento, los anillos, las lecturas, la bendición nupcial, la unión de los cuerpos en la noche de bodas, todo es expresión de un misterio mayor: Cristo se entrega a su Iglesia, y en los esposos se hace visible ese amor.
Los novios deben ser guiados a rezar juntos, a consagrar su relación ante María, a preguntarle al Señor: “¿Qué esperas de nosotros como matrimonio?”. La boda debe ser una ocasión evangelizadora: muchas personas poco vinculadas con la fe estarán presentes, y puede ser el momento oportuno para anunciar con alegría la belleza del matrimonio cristiano.
Y no debe olvidarse: el consentimiento matrimonial implica libertad y fidelidad, dos realidades que hoy parecen opuestas. Enseñar que la fidelidad no es cárcel sino raíz de libertad, es una tarea urgente. Porque el “sí” del matrimonio no se limita a un día, sino que se prolonga en cada gesto cotidiano. Como afirma el Papa, “la vida conyugal viene a ser, en algún sentido, liturgia”.
III. Caminar en esperanza: acompañar los primeros años del matrimonio
Finalmente, la pastoral matrimonial no puede detenerse después de la boda. Muchas veces, los recién casados descubren que lo que idealizaban no corresponde con la realidad. El amor entra en crisis, la rutina agota, el cuerpo cambia, llegan los conflictos y las frustraciones. Es entonces cuando más que nunca necesitan ser acompañados, sostenidos, escuchados y orientados.
«Cada matrimonio es una “historia de salvación”, y esto supone que se parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta creativa y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y preciosa» (Amoris Laetitia 221).
La Iglesia debe ser madre y maestra, generosa en recursos concretos: encuentros de matrimonios, talleres sobre comunicación, retiros breves, espacios de espiritualidad familiar, momentos de oración en casa, celebración del aniversario matrimonial, confesión frecuente, acompañamiento espiritual personal y de pareja.
Es esencial ayudarles a desarrollar una rutina compartida: saludarse cada mañana, bendecirse, compartir tareas, celebrar los logros, cortar la rutina con una fiesta, sorprenderse mutuamente. No se trata de “sentirse bien”, sino de construir juntos, como artesanos del amor, una vida que es proyecto de Dios.
Y el fruto de ese amor maduro es la apertura a la vida. Enseñar los métodos naturales no es sólo biología o técnica, sino camino de libertad, respeto y diálogo conyugal. Los esposos deben discernir juntos, con conciencia iluminada, generosa y abierta al don de los hijos, escuchando la voz de Dios en lo profundo del corazón.
Cuando uno de los esposos no comparte la fe, el desafío es aún mayor. Pero el amor fiel y generoso tiene fuerza santificadora, incluso cuando parece que el otro no responde. El amor verdadero transforma, evangeliza y sostiene. Como recuerda san Pablo: “El marido no creyente queda santificado por la mujer, y la mujer no creyente por el marido” (1 Co 7,14).
Conclusión: Pastoral misionera del amor
Esta formación al matrimonio no puede reducirse a cursos ni documentos. Requiere una pastoral misionera, cercana, creativa y en salida. Aprovechar momentos clave —bautizos, bodas, funerales—, visitar hogares, bendecir casas, proponer caminos simples pero eficaces de acompañamiento, confiar en la fuerza del testimonio de matrimonios maduros, reactivar el corazón de la comunidad parroquial: esta es la gran tarea.
La Amoris Laetitia no propone un ideal inalcanzable, sino un camino humano, realista y esperanzador, donde la gracia de Dios transforma el amor humano en signo visible del amor eterno de Cristo. Podemos enriquecernos en formación al matrimonio a partir de esta Exhortación, así como de la Familiaris Consortio de san Juan Pablo II y la Humanae Vitae de san Pablo VI.
3. Edificación espiritual (Actuar)
-¿Qué elementos creen que no pueden faltar en una verdadera preparación al matrimonio? ¿Cómo puede ayudar la comunidad cristiana a ofrecerlos con mayor cercanía y eficacia?
-¿Qué gestos o ritos sencillos podrían redescubrirse para que la boda sea una auténtica celebración de fe y no solo un evento social? ¿Qué papel puede jugar la oración en pareja durante la preparación?
-¿Qué acompañamientos concretos creen que necesitan los matrimonios jóvenes durante sus primeros años? ¿Cómo podrían implementarse pastoralmente desde una parroquia o grupo familiar?
-¿De qué manera los matrimonios ya constituidos pueden ser “misioneros del amor” para los novios y recién casados? ¿Qué frutos han visto en el testimonio de parejas cristianas que conocen?
-¿Qué cambios personales sentimos que deberíamos hacer para vivir y proponer el matrimonio como una vocación al amor fiel y fecundo?