Introducción
En la Carta a los Romanos, san Pablo dedica un capítulo entero a saludar a diversos hermanos y hermanas de la comunidad: Prisca y Aquila, Andrónico y Junia, Urbano, Trifena, Trifosa, Rufo, entre muchos otros (Rm 16). De la mayoría no sabemos más que su nombre, pero su sola mención nos recuerda que el Evangelio no se transmitió solo por grandes figuras, sino por la colaboración silenciosa y fiel de muchos creyentes. Ellos forman parte de esa “nube de testigos” que sostiene la fe de la Iglesia.
¿Qué nos dice la Sagrada Escritura?
El capítulo 16 de Romanos es un mosaico de nombres. Allí descubrimos matrimonios misioneros como Prisca y Aquila, parientes de Pablo como Andrónico y Junia, mujeres trabajadoras en la misión como Trifena y Trifosa, y hermanos acogedores como Rufo y su madre. No sabemos sus historias completas, pero intuimos que sus casas se convertían en lugares de reunión, que compartían sus bienes, que arriesgaban su vida para sostener la misión de la Iglesia naciente. Su anonimato resalta la grandeza de los pequeños gestos: hospitalidad, servicio, oración y constancia. Gracias a ellos, la semilla del Evangelio se extendió en la Roma pagana.
Enseñanza
a) Cristológicos
La nube de testigos anónimos nos recuerda que la Iglesia es Cuerpo de Cristo y que cada miembro tiene un lugar en el plan de salvación. En ellos se cumple lo que Jesús dijo: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Cristo actúa no solo en los grandes milagros, sino también en la vida sencilla de quienes hacen presente su amor en lo cotidiano. Ellos proclaman, con su discreción, que la santidad es participación en la vida de Cristo, quien se hace presente en la humildad de lo pequeño.
b) Moral-espiritual
Estos discípulos nos enseñan que no necesitamos ser conocidos para ser valiosos a los ojos de Dios. Lo que cuenta no es la visibilidad, sino la fidelidad. En cada parroquia, en cada familia, hay personas que sostienen la fe con sus oraciones, con su servicio silencioso, con su constancia en medio de dificultades. Ellos nos invitan a perseverar en lo pequeño, a descubrir que nuestra vida, aun oculta, puede ser un lugar donde Cristo se manifiesta. Ser cristiano es, en gran parte, vivir en lo cotidiano con amor y paciencia.
“La comunión eclesial es, por tanto, un don; un gran don del Espíritu Santo, que los fieles laicos están llamados a acoger con gratitud y, al mismo tiempo, a vivir con profundo sentido de responsabilidad. El modo concreto de actuarlo es a través de la participación en la vida y misión de la Iglesia, a cuyo servicio los fieles laicos contribuyen con sus diversas y complementarias funciones y carismas.”
(Christifideles Laici n.20)
c) Doctrina social
La mención de tantos colaboradores nos recuerda que la misión de la Iglesia es comunitaria. Nadie evangeliza solo: la fuerza de la Iglesia está en la comunión de carismas y en el trabajo conjunto. En una sociedad que exalta la fama y el individualismo, estos hermanos nos llaman a valorar el trabajo en equipo, la cooperación y la fraternidad. Ellos son ejemplo de cómo la Iglesia puede ser fermento en el mundo cuando cada uno aporta su grano de arena para construir la justicia y la paz.
Cita clave
“Saluden a Trifena y a Trifosa, que se afanan en el Señor. Saluden a la querida Pérsida, que tanto ha trabajado en el Señor” (Rm 16,12).
Oración
Señor Jesús, gracias por los hermanos y hermanas que, sin ser famosos ni conocidos, sostienen la vida de la Iglesia con su servicio y oración. Haz que también nosotros seamos fieles en lo pequeño y trabajemos unidos por tu Reino. Amén.
IMG: «Cristo glorificado» del Beato Angelico