Gratitud

Homilía Dominical – XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Exordio

Hermanos: ¡cuántas veces en la vida sentimos la necesidad de que alguien reconozca lo que hacemos! Cuántas mujeres quisieran, al final del día, que su familia notara todo lo que han hecho en el hogar: la comida, la limpieza, el cuidado, las preocupaciones silenciosas. Y cuántos hombres, después de una larga jornada, esperan también una palabra de aliento,
un “gracias” sincero por su trabajo, su esfuerzo, su entrega.

Ese deseo de ser valorado no es malo en sí mismo: es humano, nace de nuestro corazón relacional. Pero el Evangelio de hoy nos enseña algo más profundo: que el amor verdadero no busca el aplauso, sino que actúa por amor mismo, y que la gratitud auténtica no se queda en palabras, sino que lleva al encuentro con el Dador.

Hoy, en la escena de los diez leprosos, Jesús nos enseña cómo debemos hacer el bien, y el leproso que vuelve nos enseña cómo debemos recibir los bienes del Señor.

1. Jesús nos enseña cómo hacer el bien

Jesús va camino a Jerusalén y, al pasar entre Samaría y Galilea, diez leprosos le gritan desde lejos: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.” El Señor no busca demostrar poder, no hace gestos grandiosos ni se detiene a preguntar quiénes son. Simplemente les dice: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.” Y, mientras van obedeciendo, quedan curados.

Jesús no hace el bien para ser admirado, ni busca reconocimiento alguno. Su única motivación es el bien del hombre y la gloria del Padre. Su amor es puro, gratuito, desinteresado. No obra por vanidad ni por el aplauso del pueblo; obra porque ama. Y porque ama, busca nuestro bien.

Así es el Corazón de Cristo: una fuente de misericordia sobreabundante, que no espera nada a cambio. Él te ama, no porque seas perfecto, porque te lo hayas merecido, o te sea debido sino porque eres suyo. Decimo el amor de Jesús es incondicional, es decir no te pone condiciones para amarte.

Jesús nos enseña, entonces, que el bien auténtico se hace sin cálculo, sin medir cuánto nos agradecen, sin esperar recompensa. Hacer el bien por amor, por el simple hecho de que amar al otro glorifica a Dios.

2. El leproso nos enseña cómo recibir los beneficios de Dios

De los diez que fueron curados, solo uno vuelve. Y lo hace gritando de alegría, postrándose a los pies de Jesús, dándole gracias y glorificando a Dios.
Era samaritano, es decir, extranjero. El menos esperado, el menos valorado, es quien mejor entiende lo que ha pasado. No solo fue curado, fue salvado. Porque la verdadera gratitud no se queda en palabras: se convierte en seguimiento. Este hombre no solo agradece, sino que vuelve a Jesús y se queda con Él. Su acción expresa lo que la fe madura comprende: no basta con recibir los dones, hay que volver al Dador.

Como Naamán, que al ser curado dijo: “Ya no ofreceré sacrificios a otros dioses, sino al Señor” (2 Re 5,17), también este samaritano reconoce al verdadero Dios. Por eso Jesús le dice: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
Su gratitud lo transforma en discípulo. Y ese es el sentido de toda gracia recibida: no detenernos en el milagro, sino seguir al Dios que obra el milagro.

Conclusión

Queridos hermanos: esta Palabra nos invita a vivir en doble fidelidad: a hacer el bien como Jesús —por amor, no por vanidad—, y a recibir el bien como el leproso agradecido —con fe, con alegría y con seguimiento—. Es verdad que todos deseamos ser reconocidos, pero la fe nos enseña a buscar la mirada que realmente nos llena: la del Padre que ve en lo secreto. Cuando esa mirada nos sostiene, ya no dependemos del aplauso. Y si llega un “gracias” humano,
lo recibimos con sencillez y lo devolvemos como alabanza al cielo.

El corazón agradecido se vuelve dulce, generoso, libre. El vanidoso, en cambio, termina agrio y resentido. Pidamos hoy la gracia de ser agradecidos sin vanidad, generosos sin buscar recompensa, seguidores fieles de Cristo que devuelve todo al Padre.

Tarea:
Aprender a llevar un diario de gratitud, apuntar en un cuaderno todas las noches una oración de acción de gracias especificando las bendiciones recibidas en el día.
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Jesús sigue pasando por nuestras vidas. Sigue sanando, sigue bendiciendo, sigue amándonos sin medida. Que no seamos como los nueve que siguieron su camino, sino que sepamos reconocer su bondad y alabarle con las palabras que hemos repetido con el salmista: “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad”