Preparación del discurso homilético y de predicación

Síntesis elaborada con el apoyo de inteligencia artificial del capítulo n.º VII del Curso Formación de Predicadores de Academia Dominicana.

Introducción

En el capítulo anterior identificamos las propiedades del discurso homilético: fidelidad al mensaje, a la liturgia y a la asamblea. Este séptimo capítulo cierra el segundo módulo mostrando cómo preparar ese discurso para que, llegado el momento, pueda ser pronunciado con verdad, claridad y caridad. Partimos de una convicción sencilla: la buena homilía no nace de la improvisación, sino de un itinerario espiritual y técnico que integra Escritura, oración y diseño pastoral. Atenderemos a las dos fases clásicas —preparación y predicación—, aplicaremos las tres preguntas de Verbum Domini y articularemos tres momentos de trabajo: acercamiento bíblicoencuentro personal con Cristo y encuentro comunitario que concreta forma, tono y duración. Así, el predicador servirá mejor la fe de los sencillos y la unidad del rito.


1. Marco y rumbo: dos procesos y tres preguntas

La preparación y la predicación son procesos distintos y complementarios. Preparar significa estudiar, orar y ordenar; predicar es entregar con voz, cuerpo y silencio lo contemplado. Sin lo primero, lo segundo se vuelve frágil; sin lo segundo, lo primero queda estéril. Para orientar ambos procesos, conviene asumir las tres preguntas propuestas por Benedicto XVI: ¿Qué dicen las lecturas? ¿Qué me dicen a mí? ¿Qué debo decir a esta comunidad concreta hoy? Este “triángulo” impide el subjetivismo y el moralismo, y mantiene Cristo al centro.

La primera pregunta exige escucha obediente del texto, atendiendo al contexto literario, a su unidad cristológica y a la Tradición viva. La segunda reclama conversión del predicador: quien no oye por dentro, apenas repite por fuera. La tercera demanda discernimiento pastoral: aplicar sin violencia ni vaguedad, con conocimiento de la gente y de la hora litúrgica. De este modo, la preparación se convierte en una mesa con tres platos: Palabra recibidacorazón tocado y pueblo servido. Cuando falta uno, el alimento queda incompleto y el anuncio pierde sabor.

El rumbo general puede resumirse en una fórmula de trabajo: Texto → Oración → Diseño → Ensayo → Entrega → Revisión. El texto da el contenido, la oración otorga unción, el diseño ofrece claridad, el ensayo ajusta tiempos y voz, la entrega celebra y convoca, y la revisión corrige y mejora. Este ciclo humilde construye, domingo a domingo, la artesanía pastoral del predicador y evita el círculo vicioso de la improvisación ansiosa o del tecnicismo sin alma.


2. Primer momento: acercamiento a la Escritura

Toda homilía nace en la Liturgia de la Palabra. El primer paso es leer las lecturas del día —con primacía del Evangelio— y situarlas en su contexto bíblico. Conviene una primera lectura corrida para captar el conjunto, subrayar dos palabras y una imagen, y anotar conexiones con otros pasajes. Después, una segunda lectura más lenta, atendiendo verbos, paralelos y resonancias litúrgicas del tiempo (Adviento, Pascua…). Solo tras escuchar al Señor en el texto, se consulta algún comentario sólido para confirmar y enriquecer.

Herramientas prácticas: (1) el Leccionario y su orden; (2) una edición bíblica con notas sobrias; (3) la Catena Aurea u otros compendios patrísticos; (4) el Catecismo como gramática de la fe; (5) un cuaderno de ideas e imágenes. Metodológicamente, ayuda la secuencia ver–comprender–explicar: ver el texto, comprender su sentido en Cristo y explicar con exactitud y sencillez. Si aparece un término técnico (p. ej., “alianza”, “misericordia”, “transubstanciación”), se define en dos o tres frases aptas para la asamblea. Finalmente, se formula una idea-fuerza (12–15 palabras) que guiará la homilía.

Este trabajo pide tiempo y repetición. Leer varias veces memoriza y afina; confrontar traducciones aclara; escribir en pocas líneas obliga a la síntesis. Dos errores a evitar: iniciar por videos o resúmenes sin haber leído el pasaje, y coleccionar datos sin llegar a una propuesta. Cuando el texto ya “suena por dentro”, es hora de pasar a la oración personal, donde la Palabra deja de ser asunto “del domingo” y se vuelve palabra para mí hoy.


3. Segundo momento: oración y discernimiento personal

El predicador ha de ser el primer oyente de aquello que anuncia. Este momento no añade información; busca unción. Con el texto ya trabajado, se entra en oración: se agradece, se pide luz, se deja herir por una palabra, se discierne una llamada concreta. Preguntas útiles: ¿Qué rasgo de Cristo se revela aquí? ¿Qué resistencia aparece en mí? ¿Qué acto espiritual invita (agradecer, pedir perdón, confiar, servir)? Este diálogo transforma la homilía en testimonio más que en exposición.

De la oración brotan tono y pathos. Si el Espíritu consuela, la homilía no puede sonar agria; si corrige, no puede diluirse. Aquí también se decide el registro acorde al día: contemplativo, exhortativo, consolador o mistagógico. Ayudan prácticas sencillas: escribir una oración final para la asamblea; elegir una imagen que haga memoria (un gesto cotidiano, una escena del Evangelio); y componer tres movimientos: afirmación (qué dice el Señor), fundamento (por qué lo dice) y aplicación (qué haremos hoy).

La honestidad espiritual protege contra dos tentaciones: la autorreferencialidad (hablar de uno mismo sin medida) y la impersonalidad (decir verdades frías). El criterio es el amor pastoral: contar lo justo, con pudor y para edificar. Quien ora el texto encuentra la medida: pocas palabras, verdaderas y ardientes. Con esto en el corazón, llega la hora del encuentro comunitario, donde la Palabra se viste de forma, tiempo y voz concretos.


4. Tercer momento: diseño pastoral y entrega (homilía y otras predicaciones)

El diseño pastoral aterriza la preparación en decisiones concretas. Si es homilía, respeta su naturaleza litúrgica: una idea central, brevedad proporcionada (8–10 minutos, según fiesta y asamblea), lenguaje claro y digno, y conclusión operativa que conduzca a la oración de los fieles y a la Mesa. Si es predicación fuera de la Misa (retiro, catequesis, conferencia), el tiempo y el género son más flexibles: puede dividirse en secciones, dialogar y profundizar académicamente, siempre con caridad y precisión.

Para ambos casos sirve un guion sencillo: (1) Puente inicial (situación y promesa); (2) Palabra (explicar el texto con luz de Tradición); (3) Vida (aplicar con ejemplos pertinentes y una imagen); (4) Paso (acto concreto de la semana); (5) Oración (breve). En la entrega, cuidar voz, pausas, dicción y silencios; probar micrófono y sala; mirar a la gente; evitar jergas y muletillas. Tras predicar, hacer una revisión humilde: ¿qué entendieron?, ¿qué movió?, ¿qué ajustaré la próxima vez?

Diferencias clave a recordar: la homilía es acto litúrgico, atada al Leccionario y al año; la predicación puede partir de otros textos (santos, doctrina social, vida consagrada), sin desligarse de la Escritura. En la homilía conviene una sola idea; en otras predicaciones, un hilo conductor con subtemas. Siempre, tres rastros de calidad: verdad (doctrina), belleza(decir limpio) y bondad (llamar a un bien posible). Así, la preparación culmina en una entrega que une Palabra, rito y vida.


Conclusión

Preparar y predicar forman un único acto de caridad pastoral. La ruta es clara: escuchar la Escritura con método, dejar que el Espíritu hienda el corazón, y diseñar para una comunidad concreta el modo, el tiempo y el tono. De ahí nacen homilías breves, verdaderas y fecundas, que conducen a la oración de los fieles y a la Mesa; y predicaciones oportunas que acompañan procesos de conversión. El fruto no es el aplauso, sino pasos reales: reconciliaciones, obras de misericordia, perseverancia en la prueba. Que cada predicador pueda decir con verdad: “He dicho lo que contemplo y contemplo lo que digo”, para que la Palabra siga trabajando hoy en el corazón de la Iglesia.