Síntesis elaborada con el apoyo de inteligencia artificial del capítulo n.º VIII del Curso Formación de Predicadores de Academia Dominicana.
Introducción
En el capítulo anterior culminamos el módulo dedicado a la preparación y entrega del discurso homilético. Ahora iniciamos el tercer módulo, centrado en la predicación según el carisma dominicano. Miraremos cómo los Capítulos Generales han ido afinando el modo de anunciar a Cristo en contextos cambiantes, desde Santo Domingo hasta hoy. Este recorrido no pretende agotar cada acta capitular, sino perfilar grandes acentos: identidad, pobreza y estudio; compasión y misión; inculturación, justicia y paz; nuevos ámbitos como el mundo digital y los escenarios pospandemia. Con ese mapa, cada predicador podrá situar su servicio “en Iglesia” y “con la Orden”.
Raíces carismáticas: intuiciones de Santo Domingo
La tradición presenta signos fundantes: el sueño de Juana de Aza con el cachorro y la tea; la compasión activa de Domingo que vende sus libros ante el hambre; el diálogo paciente con el hospedero; y la perseverancia tras la muerte del obispo Diego. Estas escenas tejen una gramática del predicador dominico: Palabra que enciende, misericordia que se vuelve pan, conversación que busca la verdad y fidelidad que no depende de apoyos externos. Desde ahí, la predicación aparece como gracia y tarea.
En esa clave, la confirmación pontificia de 1216 no solo reconoce una forma de vida; garantiza una misión: predicar “en todo lugar”, con estudio serio, pobreza creíble y vida fraterna. La tea que incendia no es estridencia, sino luz que se comparte. La compasión no sustituye la doctrina, la verifica. El diálogo no rebaja la verdad, la hace accesible. Y la perseverancia no idolatra métodos, discierne el servicio oportuno. Así nace una Orden itinerante, bíblica, contemplativa y enviada, cuya identidad se despliega en la historia mediante decisiones concretas.
Por eso, la Orden recurre pronto a un instrumento de comunión y gobierno: el Capítulo General. Allí se escuchan tiempos y lugares, se corrigen derivas y se proponen rutas. Predicar no es repetir fórmulas, sino encarnar el mismo Evangelio en circunstancias nuevas. La memoria de Domingo actúa como criterio: estudio que se vuelve anuncio, pobreza que vuelve creíble el mensaje, fraternidad que sostiene el camino, y autoridad que sirve la misión, nunca al revés. Con ese espíritu se abren las etapas siguientes.
El sentido de los Capítulos Generales
Desde 1220, los Capítulos garantizan la actualización del carisma. Muy pronto aparece una decisión emblemática: renuncia a rentas y posesiones que podrían lastrar la libertad apostólica. No es gesto romántico, sino opción pastoral: una predicación pobre es más evangélica y más libre. El Capítulo no inventa el carisma; lo custodia y lo ordena, para que cada convento y provincia sirvan mejor al Pueblo de Dios.
A lo largo de los siglos, las actas muestran un método: leer los signos de los tiempos, reconocer luces y sombras, y ajustar vida y estructuras a la misión. Se vinculan explícitamente pilares entre sí: estudio, vida común, oración litúrgica y pobreza no son compartimentos estancos, sino un ecosistema que da coherencia a la palabra pronunciada. Cuando alguno se debilita, la predicación pierde filo; cuando se fortalecen juntos, la Orden “hace Iglesia” en clave de servicio, verdad y misericordia.
El objetivo es estable: predicar a Cristo; los énfasis, variables: herejías medievales ayer; descristianización, globalización y redes hoy. Por eso, los Capítulos no solo dictan normas; producen criterios: discernir destinatarios, lenguajes y espacios; promover estudios pertinentes; cuidar la dimensión social del Evangelio sin perder hondura teológica; y ensayar caminos comunes con toda la Familia Dominicana. Así, la Orden mantiene un “oído en el Evangelio y otro en el pueblo”.
Relecturas contemporáneas I: 1974–1986
Madonna dell’Arco (1974) pregunta: ¿a qué mundo predicamos? Tras el Vaticano II y las convulsiones del siglo XX, la Orden mira a América Latina, África y Asia no solo como destinos, sino como fuentes de voz teológica. Se habla de un Evangelio de liberación y salvación: no ideología, sino anuncio que toca estructuras injustas y corazones, con opción por los pobres y un fuerte anclaje bíblico-litúrgico. Predicar es encarnar.
Walberberg (1980) subraya “predicación y pobreza”: la credibilidad pasa por una vida sencilla y compasiva. Roma (1983) identifica nuevos ámbitos: parroquias, santuarios, universidades, diálogo ecuménico; el estudio ha de abrirse a jóvenes, niños y mujeres como interlocutores reales. Ávila (1986) revisa fronteras: ¿cómo anunciar donde hablar de Dios es limitado o peligroso? La respuesta combina prudencia y parresía: formar predicadores capaces de mistagogía, escucha y razón pública, sin renunciar al núcleo cristológico.
El hilo común es claro: la Orden no abandona su tradición; la despliega. Pobreza, estudio y vida común no se negocian; se reconfiguran para que la Palabra llegue más lejos y mejor. El mapa apostólico se amplía y la sensibilidad cultural se afina: la predicación exige conocer lenguas, símbolos, dolores y esperanzas de los pueblos. El Capítulo se vuelve taller donde la tea de Domingo aprende a alumbrar sin quemar y a calentar sin diluir.
Relecturas contemporáneas II: 1989–2001
Oakland (1989) es autocrítico: encuestas revelan descenso en número y calidad de predicación activa. Se pregunta por la relevancia del lenguaje, la formación intelectual y la respuesta evangélica ante injusticias y violencias, especialmente contra la mujer. México (1992) impulsa la inculturación: crear centros especializados, promover teologías contextuales y articular eclesiologías acordes a realidades locales. Caleruega (1995) pide “aterrizar la Palabra” con vitalidad, alegría y compasión.
Bolonia (1998) llama a reivindicar la identidad de predicadores en todas las ramas de la Familia Dominicana, y reconoce Internet como “nuevo país” para evangelizar, complemento —no sustituto— de la predicación tradicional. Providence (2001) afronta la globalización: denunciar lo contrario a la ética y humanizar procesos desde el Evangelio. Surgen nuevos escenarios priorizados: sociedades arreligiosas, migraciones, fundamentalismos, y la promoción y protección de la dignidad humana y los derechos humanos.
La síntesis de la etapa: identidad clara y apertura inteligente. Hablar con el mundo sin hablar como el mundo. Estudio riguroso y compasión concreta. Trabajo en red y en comunidad. Y una convicción: la Orden no busca “espacios de poder”, sino lugares de servicio, donde la verdad se proponga con razones y la caridad se pruebe en obras. La predicación se hace más pública y más personal a la vez.
Relecturas contemporáneas III: 2004–2016
Cracovia (2004) enlaza predicación y vida común: la fraternidad sostiene la voz y la purifica. Bogotá (2007) perfila el sujeto predicador: amar el mundo con el corazón en Dios; contemplación como fuente. Roma (2010) reafirma: “la predicación es el mayor signo de la identidad dominicana”. Trogir/Cracovia (2013) define: predicar es actualizar la Encarnación hoy, y exige enfrentar nihilismo, relativismo y consumismo, evitando la privatización o aburguesamiento de la vida.
Bolonia (2016), en los 800 años, envía a predicar gracia y misericordia. La vida fraterna es constitutiva del predicador; la violencia en comunidades, inaceptable. Se asume el clamor de migrantes, pueblos indígenas, jóvenes y ancianos, y se acoge la llamada de Laudato si’: reconciliación entre humanidad y creación. La predicación se hace casa abierta, diálogo paciente, defensa de la vida y cuidado de la casa común.
Resultado: una predicación mistagógica y social, centrada en Cristo y capaz de tocar heridas contemporáneas. La tea de Domingo no se guarda bajo la mesa conventual: sale a plazas, aulas, redes y periferias, con lenguaje bello y sobrio, y con gestos de misericordia. La Orden recuerda que estudio sin misión se seca; misión sin estudio se dispersa; y ambas sin fraternidad se agotan.
Hacia el presente: 2019–2025
Vietnam (2019) acuña la sinergia: la predicación del Evangelio es primer ministerio de la Iglesia; toda la Orden tiene derecho y responsabilidad en él. Tultenango (2022), tras la pandemia, agradece nuevas formas de anuncio, impulsa la formación de laicos dominicos y convoca a trabajar por la paz (comisiones de Justicia y Paz, “Mes Dominicano por la Paz”). Se insiste en una predicación encarnada que hable al corazón del hoy.
Cracovia (2025), aún en curso, deja preguntas abiertas y necesarias: ¿cuáles son los retos reales de predicar en 2025? ¿Hemos cumplido lo ya mandado o solo acumulamos textos? ¿Cómo hacer de la predicación un signo esperanzador en el Año Jubilar? La esperanza no es evasión; es virtud teologal que sostiene procesos largos, abre caminos y anima reformas concretas de lenguaje, estructuras y prioridades apostólicas.
La ruta inmediata parece clara: sinergia entre frailes, monjas, hermanas y laicado; estudio pertinente (no solo erudito), presencia humilde y valiente en los foros públicos —incluidas las redes—, y una compasión que se organiza para servir. Como en 1216, toca discernir dónde prender la tea para que ilumine, caliente y guíe.
Conclusión
La historia capitular confirma que el carisma dominicano vive de actualización: la misma Palabra, nuevos oídos; la misma gracia, nuevas formas. Desde Domingo hasta hoy, tres convicciones permanecen: la predicación brota de la contemplación, se verifica en la fraternidad pobre y se ofrece con estudio veraz. Los Capítulos han pedido relevancia sin ligereza, identidad sin cerrazón y compasión sin ideologización. El desafío sigue abierto: ser predicadores que ardan sin quemar, que disciernan sin dividir y que esperen activamente. Que la tea confiada a la Orden siga encendiendo corazones y caminos, hasta que Cristo sea conocido y amado “en todo lugar”.