El concepto de hábito y virtud

Síntesis elaborada con el apoyo de inteligencia artificial del Curso Santo Tomás de Aquino II, Academia Dominicana. (Capítulo 3)


Introducción

En el capítulo anterior hemos explorado la estructura interna de la Suma Teológica, comprendiendo cómo Santo Tomás organiza su tratado desde Dios, principio de toda realidad, hasta el hombre, llamado a dirigirse nuevamente hacia Él mediante sus actos y virtudes. Vimos que la segunda parte de la obra, la Secunda Pars, está dedicada precisamente al movimiento del hombre hacia Dios, y que dentro de ella ocupa un lugar central el estudio de los actos humanos, los hábitos y las virtudes.

En esta nueva etapa del curso profundizamos en el sentido de los hábitos y de las virtudes según la doctrina tomista. A primera vista, estos conceptos pueden parecer antiguos o superados frente al lenguaje contemporáneo de los valores o la autorrealización. Sin embargo, Santo Tomás ofrece una visión profundamente actual, que une el conocimiento filosófico y la sabiduría cristiana, mostrando que la verdadera perfección del hombre consiste en configurarse con el bien.

Este capítulo introduce, por tanto, la base teórica y antropológica necesaria para comprender el tratado de las virtudes. Examinaremos primero qué entiende Santo Tomás por hábito, su relación con la naturaleza humana, y luego la noción de virtud como hábito bueno que perfecciona la razón y la voluntad en orden al bien.


El contexto actual y el valor del estudio de las virtudes

Hablar hoy de virtudes parece, en muchos ambientes, un discurso desfasado. En la academia contemporánea, la noción de virtud ha sido reemplazada por categorías como valores o competencias, y a menudo se percibe una desconexión entre la vida moral clásica y los ideales modernos de felicidad. Santo Tomás, sin embargo, ofrece una perspectiva integradora. Su reflexión sobre las virtudes no es un simple código de conducta, sino un camino de perfección humana. Frente a la confusión actual entre placer y felicidad, su pensamiento recuerda que la vida virtuosa es el medio para alcanzar la bienaventuranza, es decir, la plenitud del ser. Por eso el estudio de las virtudes conserva un valor permanente: ilumina la ética, la teología y la psicología humana.

Para Santo Tomás, el tema de las virtudes está inseparablemente unido al de la perfección humana. No se trata de ejecutar actos impecables como autómatas, sino de orientar libremente la vida hacia el bien. La perfección del hombre consiste en configurarse con lo bueno, actuando desde la libertad y no por imposición. Cada decisión y cada acción deben tender a un fin superior. De este modo, la libertad no se opone a la virtud, sino que es su condición: sólo el hombre libre puede ser virtuoso, porque sólo quien elige el bien puede perfeccionarse realmente.

El sistema aristotélico-tomista de las virtudes ofrece un marco coherente para comprender la teleología del obrar humano. Todo acto tiende hacia un fin, y ese fin último es el bien. Por ello, la virtud no se entiende sin referencia a la finalidad. En un mundo que a menudo separa el conocimiento de la acción y la moral de la felicidad, Tomás devuelve la unidad entre ambos. Estudiar las virtudes no es un ejercicio teórico, sino un modo de aprender a vivir bien, de dirigir la propia existencia hacia su plenitud.


La antropología tomista y la base del hábito

Para explicar la naturaleza del hábito, Santo Tomás parte del hilemorfismo aristotélico, según el cual el hombre está compuesto de materia y forma, cuerpo y alma. El alma es el principio que vivifica, informa y organiza la materia. Desde esta perspectiva, el alma humana posee tres funciones o niveles: la vegetativa, encargada de las funciones orgánicas como la nutrición y el crecimiento; la sensitiva, responsable del conocimiento a través de los sentidos y de los apetitos sensibles (concupiscible e irascible); y la intelectual, que abarca el entendimiento y la voluntad. Esta estructura tripartita permite comprender la unidad del ser humano y la manera en que actúa moralmente.

En el nivel intelectual del alma se hallan las dos facultades principales: la razón y la voluntad. La razón se divide en teórica (conocimiento por el saber mismo) y práctica (conocimiento ordenado al obrar). La voluntad es el apetito racional que desea el bien conocido. De la unión entre razón y voluntad surge la libertad, que permite al hombre elegir y dirigir sus actos. Estas dos facultades son las que, según Santo Tomás, necesitan ser perfeccionadas para que el hombre actúe rectamente. Esa perfección se logra mediante cualidades estables llamadas hábitos, que facilitan el ejercicio de la razón y de la voluntad en su tendencia natural hacia el bien.

Un hábito, según Tomás, es una cualidad estable que perfecciona las facultades del alma, en particular la razón y la voluntad, disponiéndolas para obrar con facilidad, constancia y agrado. No es algo físico ni material, sino una disposición interior del ser. El hábito da dirección y permanencia a las facultades, las orienta hacia sus actos propios y facilita su ejecución. Por ello, no se trata de una reacción instintiva, sino de una disposición racional y voluntaria. El hábito imprime en el alma una orientación permanente que configura el carácter y permite actuar según una regla interior de bien.


La adquisición de los hábitos y el surgimiento de la virtud

Los hábitos se adquieren mediante la práctica repetida de los actos, que van consolidando en el sujeto una disposición estable. Santo Tomás distingue los hábitos de las simples costumbres: una costumbre, como ponerse una corbata cada día, no transforma a la persona; un hábito, como el del músico que practica su instrumento, la perfecciona y la hace crecer en dominio de sí. Además de adquirirse por repetición, algunos hábitos son innatos, es decir, forman parte de las disposiciones naturales del ser humano. En ambos casos, requieren ser fortalecidos por el ejercicio constante, pues el hábito crece y se conserva mediante su práctica.

El hábito no es en sí mismo moralmente bueno o malo: su calidad depende del fin al que se ordena. Cuando orienta las potencias humanas hacia el bien, se llama virtud; cuando las orienta hacia el mal, se llama vicio. Así, los hábitos constituyen la base del carácter moral. Santo Tomás distingue además dos clases de hábitos según la facultad que perfeccionan: los intelectuales, que perfeccionan la razón en la búsqueda de la verdad, y los morales, que perfeccionan la voluntad en la elección del bien. Los primeros pueden ser especulativos (contemplativos) o prácticos (ordenados a la acción).

Una virtud es, en consecuencia, un hábito operativo bueno que perfecciona la razón o la voluntad, capacitando al hombre para realizar actos buenos de modo connatural y placentero. La virtud no sólo dispone al bien, sino que convierte al sujeto en bueno. Al igual que el hábito, se adquiere por la práctica, pero tiene un valor más alto, porque integra el conocimiento del bien y el deseo del bien. Las virtudes se dividen en intelectuales y morales, y entre estas últimas se distinguen las cardinales y las teologales. El vicio, en cambio, aleja de la razón y de la ley natural. En la vida cotidiana, el vicio de la indiferencia, por ejemplo, debilita la sensibilidad moral y oscurece la voluntad.


Conclusión

El pensamiento de Santo Tomás sobre los hábitos y las virtudes nos ofrece una comprensión profunda del ser humano como unidad de cuerpo y alma, razón y voluntad, libertad y finalidad. Los hábitos constituyen las disposiciones estables que permiten a las facultades actuar con perfección; las virtudes, su expresión más alta, orientan esas facultades hacia el bien y hacen al hombre bueno.

El mundo moderno, muchas veces indiferente o escéptico frente a la moral de las virtudes, necesita redescubrir esta sabiduría: no hay felicidad sin perfección, ni perfección sin virtud. Practicar el bien no sólo transforma las acciones, sino también el corazón, configurando en cada persona un modo de ser conforme a su fin último, que es Dios.

Este capítulo sienta las bases para continuar el estudio del tratado tomista de las virtudes. En las próximas sesiones, profundizaremos en las virtudes intelectuales y morales, las cardinales y las teologales, comprendiendo su estructura, su orden y su función en la vida espiritual.