Adviento: aprendiendo a esperar «lo único necesario»

Hay esperas que no sólo requieren paciencia: requieren amor. Ese amor que sabe dejar ir en libertad incluso aquello que es bueno, valioso y amado. Todos tenemos algo —o alguien— que quisiéramos conservar para siempre. Y, sin embargo, la vida cristiana nos confronta con una verdad profunda: sólo Dios basta. Adviento es el tiempo en que el corazón se enfrenta a esta pregunta decisiva: “¿Qué estoy esperando realmente?”. No es fácil reconocer que a veces deseamos más los dones que al Dador, más las seguridades que a la Presencia. Pero este tiempo santo nos invita a mirar con honestidad y ternura nuestros apegos para descubrir un secreto escondido: cuanto más soltamos lo secundario, más libres somos para recibir lo eterno.


I. LA ESPERA QUE DESNUDA EL CORAZÓN

Esperar bien no es una pasividad resignada; es una forma de amor vigilante. Cuando esperamos un bien pequeño —un evento, una reunión, un regalo— la espera es ligera porque el objeto es cercano. Pero cuando esperamos lo supremo, aquello para lo cual fuimos creados, la espera se vuelve más profunda y, a veces, dolorosa. El Adviento nos ubica frente a esta realidad: toda nuestra vida es un gran Adviento. No esperamos sólo la Navidad, sino la plenitud de nuestra existencia: el encuentro cara a cara con Dios. Y esa espera revela el estado real de nuestro corazón. Si estamos excesivamente apegados a lo inmediato, lo eterno se vuelve borroso. Pero si aprendemos a mirar más allá, la vida adquiere una orientación distinta: ya no sólo buscamos consuelos, sino al Consolador; no sólo buscamos respuestas, sino al que es la Respuesta.

Una de las intuiciones centrales de los maestros espirituales es que nuestro amor necesita ser purificado. No porque amar a nuestra familia, nuestro trabajo o nuestros proyectos sea malo, sino porque ninguno de ellos es Dios. El alma madura cuando aprende a amar las cosas buenas sin absolutizarlas. Abraham en el monte Moria no fue probado para destruir lo que amaba, sino para ordenar su amor. Lo mismo ocurre con nosotros: hay momentos en que Dios permite que algo se escape de nuestras manos para que, en ese vacío, descubramos que Él es el único bien que permanece. Esta purificación, lejos de ser cruel, es una inmensa pedagogía del amor. Dios no quita para castigar, sino para que dejemos entrar lo que es mayor.

El Adviento ilumina esta pedagogía. Esperar bien significa entrar en esa dinámica donde el corazón aprende a no confundir las sombras con la luz. Nuestros afectos están llamados a abrirse a Dios, no a cerrarse sobre sí mismos. Por eso, cuando experimentamos que algo se nos pide dejar, o cuando lo que amamos no responde como quisiéramos, no estamos frente al abandono de Dios, sino frente a una invitación silenciosa: “Ven más adentro… ámame sobre todo”. No es un acto heroico solitario; es un proceso paciente, donde el Espíritu Santo va afinando en nosotros ese deseo profundo que nos hace capaces de recibir el Bien infinito.


II. EL DESPRENDIMIENTO COMO CAMINO DE MADUREZ ESPIRITUAL

Esperar implica aceptar que no controlamos los tiempos ni las formas con que Dios actúa. Y esa falta de control es precisamente lo que más nos cuesta. A veces, la vida nos conduce a desprendimientos no elegidos: hijos que siguen caminos inesperados, relaciones que cambian, proyectos que no se cumplen. Todo esto recuerda la enseñanza bíblica: nadie posee nada definitivamente. En Adviento, el corazón aprende que no está hecho para aferrarse, sino para recibir. Y sólo recibe bien quien sabe abrir las manos. El desapego no es un desprecio de la creación, sino la forma de ser libres dentro de ella. Cuando uno deja de necesitar que todo sea exactamente como desea, puede finalmente descubrir lo que Dios desea.

Los ejemplos de desprendimiento abundan: padres que deben dejar que sus hijos sigan su propio camino; personas que descubren que no pueden retener la salud, la juventud o el éxito; creyentes que deben aceptar que Dios no actúa según sus expectativas. Y la tentación siempre es la misma: querer forzar el resultado. Pero esperar bien significa permitir que Dios sea Dios. No es debilidad: es la forma más alta de confianza. Al soltar lo que amamos, no lo despreciamos; lo entregamos a Aquel que lo ama más que nosotros. En esa entrega nace una libertad nueva, porque dejamos de cargar lo que no nos corresponde.

El Adviento nos enseña que el verdadero amor no se aferra para poseer, sino que se entrega para liberar. Las relaciones más profundas no son las que retienen, sino las que ayudan a crecer hacia Dios. Por eso, incluso cuando sentimos que perdemos algo, puede ser en realidad el comienzo de un amor más puro. Al final de nuestra vida, tendremos que dejarlo todo, excepto a Dios. La espera cristiana es un entrenamiento para ese momento. Cada acto de desapego vivido con fe es una preparación para la plenitud del Cielo, donde todo se posee porque todo pertenece a Dios.


III. VIVIR DESDE EL CENTRO: ESPERAR SIN PERDER LA PAZ

Uno de los grandes aportes de la tradición espiritual es la imagen del “centro del corazón”, comparada con el centro de la rueda de la vida. En el borde están los cambios constantes: éxitos, fracasos, elogios, pérdidas, alegrías, tristezas. Todo gira. En el centro está Cristo, inmóvil, firme, eterno. Esperar bien significa aprender a vivir desde ese centro. Si mi corazón está en el borde, cada acontecimiento me eleva o me derrumba; si está en Cristo, la vida puede girar sin robarme la paz. Adviento es un tiempo privilegiado para mover lentamente el corazón hacia el centro, dejando que sea Dios quien determine nuestro equilibrio interior.

Vivir desde el centro implica no obsesionarse con retener lo que pasa ni con apresurar lo que llega. Es una forma de libertad interior que se alcanza cuando dejamos de medir nuestra vida desde lo que controlamos. El alma encuentra serenidad cuando descubre que su seguridad no está en el éxito, ni en la aprobación, ni siquiera en la estabilidad externa, sino en la voluntad amorosa de Dios. Por eso, esperar bien es también un acto de humildad: reconocer que mi vida no es mi proyecto, sino el proyecto de Dios en mí. Y que cada circunstancia —agradable o dolorosa— puede ser lugar de gracia.

Finalmente, esperar bien es esperar con confianza activa. No sentados en resignación, sino de pie, vigilantes, atentos, orando. Como las vírgenes prudentes del Evangelio, el corazón mantiene encendida la lámpara no por miedo, sino por amor. Cada oración, cada acto de desprendimiento, cada aceptación humilde del presente, se convierte en aceite que alimenta esa pequeña llama interior. Adviento nos recuerda que lo que esperamos es infinitamente mayor que cualquier consuelo temporal. El que viene no trae simplemente respuestas: Él mismo es la Respuesta. Por eso vale la pena esperar bien, esperar despiertos, esperar amando.


Quizá este Adviento nos encuentre cansados, aferrados a cosas buenas que tememos perder, o inquietos ante lo que no podemos controlar. Pero el Señor viene precisamente para liberar nuestro corazón de esos miedos. Él nos invita a descansar en su amor, a entregarle nuestros apegos y a caminar confiados hacia ese Bien mayor que prepara para nosotros. Esperar bien es aprender a decir: “Señor, Tú eres mi único necesario”. Y cuando el corazón descubre eso, incluso las renuncias se vuelven puertas hacia la alegría. Que este Adviento nos encuentre desprendidos, vigilantes y llenos de esperanza, sabiendo que Aquel que viene nunca defrauda.

Para la reflexión personal:

  • ¿Qué miedos, apegos o seguridades estoy sosteniendo hoy que me impiden mantener encendida mi lámpara con libertad y amor, como las vírgenes prudentes del Evangelio?
  • ¿Cómo podría vivir este Adviento con una “confianza activa”: vigilante, orante y entregando cada día un pequeño acto que alimente la llama interior en lugar de apagarla?
  • ¿Qué cambio ocurriría en mi corazón si hoy me atreviera a decir con verdad: “Señor, Tú eres mi único necesario”… y permitiera que esa frase reordenara mis prioridades, mis deseos y mis renuncias?

Nota de fuentes

Este artículo se inspira en la conversación entre P. Mike Schmitz y Mons. Robert Barron en la serie de Adviento “Waiting Well”, producida por Ascension Press.