Transformando el corazón

Martes – III semana de Cuaresma

• Dn 3, 25.34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.

• Sal 24. Recuerda, Señor, tu ternura.

• Mt 18, 21-35. Si cada cual no perdona a su hermano, tampoco el Padre os perdonará

Al contemplar las lecturas de este día contemplamos la grandeza de la misericordia del Señor.

El profeta Daniel nos comunica la oración de Azarías para invocar al Señor todopoderoso, de la escuela de estos santos varones podemos aprender muchísimo en vistas a nuestra oración personal. El joven comienza reconociendo las obras del Señor, alabándole por sus maravillas, para luego con toda humildad presentarse tal y como es, o mejor dicho presentar al Pueblo de Israel con toda transparencia, reconociendo sus faltas y cómo se han alejado del Señor, podríamos decir asume su responsabilidad, para luego invocar la misericordia de Dios, apelando a las promesas hechas a los patriarcas en la antigüedad pero sobre todo a su bondad infinita.

El corazón del hombre ante el Señor debe pasar por esta dinámica purificadora, reconocer quiénes somos y reconocer hacia quién nos dirigimos. Somos hombres necesitados de Él, no nos bastamos a nosotros mismos, somos limitados y hemos de acudir a Aquel que todo lo puede, más aún hemos de reconocer como muchas veces nos alejamos de su Amor dejándonos seducir por el pecado, situación que nos lleva a clamar a Él para que nos libre de las fauces de este enemigo mortal, y si hemos caído no dudemos en volvernos hacia el Padre Bueno con un corazón contrito, un corazón arrepentido, un corazón que se abre a la gracia.

El santo Evangelio nos muestra como esa bondad de Dios hacia cada uno de nosotros debe difundirse hacia nuestros hermanos, hacer experiencia de la misericordia de Dios nos debe llevar a su vez a que seamos misericordiosos también con nuestro hermano. Ser bondadosos incluso con aquellos que nos hacen daño. Perdonar setenta veces siete en el fondo es un recordatorio de que la misericordia no tiene límites, pero ¿qué es ser misericordioso sino prodigar bienes en toda ocasión?

Meditando sobre este punto santo Tomás de Aquino nos enseña que hemos de recordar en primer lugar que esta palabra significa literalmente aquel que tiene un corazón mísero, un corazón que está entristecido a causa de un defecto propio o ajeno y esto tiene por consecuencia el buscar suplir este defecto con una perfección. Sabemos por otro lado que Dios es en sí mismo es eternamente feliz y también que Él es la perfección en grado sumo, por tanto vemos que cuando hablamos de misericordia de Dios lo hacemos en cuanto efecto: el Señor que movido por su infinita bondad buscar desterrar toda imperfección de nuestra vida (por ende de todo pecado) y colmarnos de aquella eterna felicidad de la misma vida divina, de la vida de la gracia.

Por ello la predicación de Jesús así como todo su obrar son un testimonio de la bondad infinita del Padre que busca colmarnos de sus bendiciones, en el corazón sacratísimo del Hijo de Dios, late el amor al ritmo de la misericordia que no sólo purifica nuestras almas, sino que las colma de la vida que no acaba y que redunda en un amor que genera comunión entre los miembros de la familia de Dios.

Un Padre de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, nos explica la dinámica del amor misericordioso de Dios en nuestras vidas:

«Cristo nos pide dos cosas: condenar nuestros pecados y perdonar los de los otros; hacer la primera cosa a causa de la segunda, que así será más fácil, porque el que se acuerda de sus pecados será menos severo hacia su compañero de miseria. Y perdonar no sólo de palabra, sino desde el fondo del corazón, para no volver contra nosotros mismos el hierro con el cual queremos perforar a los otros. ¿Qué mal puede hacerte tu enemigo que sea comparable al que tú mismo te haces con tu acritud?…

Considera, pues, cuantas ventajas sacas si sabes soportar humildemente y con dulzura una injuria. Primeramente mereces –y es lo más importante- el perdón de tus pecados. Además te ejercitas a la paciencia y a la valentía. En tercer lugar, adquieres la dulzura y la caridad, porque el que es incapaz de enfadarse contra los que le han disgustado, será mucho más caritativo aún con los que le aman. En cuarto lugar arrancas de raíz la cólera de tu corazón, lo cual es un bien sin igual. El libera su alma de la cólera, evidentemente arranca de ella la tristeza: no gastará su vida en penas y vanas inquietudes. Así es que, odiando a los otros nos castigamos a nosotros mismos; amándolos nos hacemos el bien a nosotros mismos. Por otra parte, todos te venerarán, incluso tus enemigos, aunque sean los demonios. Mucho mejor, comportándote así ya no tendrás más enemigos.»

San Juan Crisóstomo, Homilia 61, super Mattheum

Que el Señor nos conceda la gracia de saber vivir la dinámica de su amor que transforma nuestra realidad  en vida en abundancia y que así se cumpla su palabra en nosotros cuando dijo: bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia.

IMG: «Crucifixión» De Francisco de Zurbarán