San Agustín
Sermón 51: Castidad de José, Virginidad de María
n. 9-10
Quienes pretenden eliminar la fe en los evangelios, quieren también mofarse de lo que sigue a continuación, como para mostrarnos que hemos sido unos temerarios al creer lo que dice el evangelista, a saber: Desposada María, su madre, con José, antes de comenzar a vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a la deshonra, resolvió abandonarla en secreto.
En efecto, como sabía que no se hallaba en estado por intervención suya, con lógica aparente la consideraba ya adúltera. Siendo justo —como dice la Escritura— y no queriendo exponerla a la deshonra, es decir, dar publicidad al hecho —pues son también muchos los códices que se expresan así —, resolvió abandonarla sin hacerlo público. Como marido, se turba ciertamente, pero, como justo, no se ensaña con ella. Es tan grande la justicia que se atribuye a este varón, que ni quiso tener consigo a una adúltera, ni osó castigarla una vez delatada. Resolvió abandonarla sin hacerlo público —dice—, porque no quiso castigarla ni delatarla. Ved, pues, su auténtica justicia: el motivo por el que quería perdonarla no era su deseo de tenerla.
En efecto, hay muchos que, llevados del amor carnal, perdonan a sus esposas adúlteras, queriendo retenerlas, aun siendo adúlteras, para satisfacer las propias apetencias carnales. Este varón justo, en cambio, no quiere tenerla consigo; luego su amor por ella no es carnal; y, sin embargo, no quiere castigarla; luego su perdón procede de la misericordia. ¡Extraordinaria justicia la de este varón! Ni se queda con la adúltera, ni hay sospecha de que su perdón proceda de un amor libidinoso; y, con todo, ni la castiga ni la delata. Con toda razón fue escogido para testigo de la virginidad de su esposa. Así, pues, la autoridad divina afianzaba al que la debilidad humana producía turbación.
Continúa diciendo el evangelista: Pensando él en todas estas cosas, he aquí que se le apareció en sueños un ángel que le dijo: José, no temas recibir a María como tu esposa, pues lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, ¿Por qué Jesús? Porque él —dijo— salvará a su pueblo de sus pecados. Se entiende, por tanto, que el término hebreo «Jesús» se traduce en latín por Salvador, lo que deducimos de la misma explicación del nombre. Como si se le preguntase: «¿Por qué Jesús?», añadió inmediatamente: Él salvará a su pueblo de todos sus pecados, dando razón del término. Esto creemos con piedad, esto retenemos con toda firmeza: que Cristo nació del Espíritu Santo y de la Virgen María.
n.19-20 y 30
«¿No es este el hijo del carpintero?»
La respuesta del Señor Jesucristo: Convenía que yo me ocupara de las cosas de mi Padre (Lc 2,49), no indica que la paternidad de Dios excluya la de José. ¿Cómo lo probamos? Por el testimonio de la Escritura, que dice así: Y les respondió: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Ellos, sin embargo, no comprendieron de qué les estaba hablando. Y, bajando con ellos, vino a Nazaret y les estaba sometido (v. 51)… ¿A quiénes estaba sometido? ¿No era a los padres? Uno y otro eran los padres… ellos eran padres en el tiempo; Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Palabra y Sabiduría (1 Co 1,24), era Padre de su Poder, por quien hizo todas las cosas. […]
Ya he hablado bastante sobre por qué no debe preocupar el que las generaciones se cuenten por la línea de José y no por la de María: igual que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal. Por tanto, desciendan o asciendan por él las generaciones. No lo separemos porque careció de concupiscencia carnal. Su mayor pureza reafirme su paternidad, no sea que la misma santa María nos lo reproche. Ella no quiso anteponer su nombre al del marido, sino que dijo: Tu padre y yo, angustiados, te estábamos buscando (Lc 2,48). […]
¿Acaso se le dice: “Porque no lo engendraste por medio de tu carne”? Pero él replicará: “¿Acaso ella le dio a luz por obra de la suya?”. Lo que obró el Espíritu santo, lo obró para los dos. Siendo —dice— un hombre justo, dice el evangelista Mateo (1,19) justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, dio el hijo a ambos.
IMG: «San Agustín» de Philippe de Champaigne