El tesoro de la palabra

Miércoles – III semana de cuaresma

• Dt 4, 1.5-9. Observad los mandatos y cumplidlos.
• Sal 147. Glorifica al Señor, Jerusalén.
• Mt 5, 17-19. Quien los cumpla y enseñe será grande.

En este día la Iglesia nos invita a considerar la gran importancia que la sagrada Palabra de Dios tiene en nuestra historia. Ya en libro del Deuteronomio encontramos como para los antiguos israelitas le Ley era considerada la fuente de su sabiduría, y recodemos que para ellos sabiduría el arte de vivir. La Ley era la palabra dada por Dios a su Pueblo, en esa  palabra revelada Israel encuentra la vida verdadera, la que no pasa, dicho de manera breve, en ella el hombre se encuentra con su Dios.

«…por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»

Concilio Vaticano II, Dei Verbum 2

Sabemos ciertamente por los profetas e incluso por el mismo Jesús como en ocasiones la concepción que se tenía la Ley se había cambiado por aquella de una serie de normas de cumplimiento formal, una tentación que puede presentarse en toda época, olvidarse del sentido con el cual proclamada la Palabra para limitarse simplemente aun cumplimiento formal de la misma. En la Palabra el hombre está llamado a encontrar el amor de un Dios que nos libera de la esclavitud del pecado y sus consecuencias, la Palabra nos purifica como diría a Jesús a los apóstoles, en la Palabra encontramos realmente nuestro camino de regreso a la casa del Padre. Recordemos de hecho que la Ley les fue dada a los Israelitas al salir de la esclavitud de Egipto, la palabra que se les anunció fue en realidad el mensaje de Dios acerca de cómo habrían de vivir en libertad, pues aquellos que se alejan del pecado caminando por los senderos del Señor van rumbo al país de la vida.

Por ello la Iglesia nos invita numerosas veces a tomar la Sagrada Escritura y descubrir en ella el mensaje de Dios a su Pueblo, el Señor que sale a nuestro encuentro y que nos quiere enseñar el camino de la vida, el camino que nos conduce a la patria celeste, el camino que nos descubre el plan bendito de salvación que ha pensado para toda la humanidad, el camino de regreso a la casa del Padre.

Al meditar sobre la Palabra, no podemos olvidarnos que nuestro amado Jesús es la Palabra de Dios que ha puesto su morada entre nosotros, Él no sólo nos anuncia la fuerza transformadora de una vida según la voluntad del Padre, sino que en todo su ser y obrar nos muestra el modo en que hemos de conformar nuestro corazón al amor divino que nos ha sido relevado y que se ha derramado en nosotros por el Espíritu Santo.

«Revestir el nombre de Cristo sin seguir el camino de Cristo ¿no es traicionar el nombre divino y abandonar el camino de la salvación? Porque el mismo Señor enseña y declara que el hombre que guarda sus mandamientos entrará en la vida (Mt 19,17). Que el que escucha sus palabras y las pone en práctica es un sabio (Mt 7,24) y que aquel que las enseña y conforma su vida según ellas será llamado grande en el reino de los cielos. Toda predicación buena y saludable no aprovechará al predicador si la palabra que sale de su boca no se convierte luego en actos.

Así que ¿hay un mandamiento que el Señor haya enseñado con más insistencia a sus discípulos que este de amar los unos a los otros con el mismo amor con que él nos ha amado? (Jn 13,34) ¿Se encontrará entre los consejos que conducen a la salvación y entre los preceptos divinos un mandamiento más importante para guardar y observar? Pero como el que por la envidia se ha vuelto incapaz de actuar como un hombre de paz y de corazón ¿podrá guardar la paz o el amor del Señor?»

San Cipriano de Cartago, Sobre la envidia y los celos, 12-15

Tan grande es el tesoro que se nos ha dado que el mismo Cristo nos habla del caracter purificador de la palabra de Dios, Él mismo lo ha dicho: «Ustedes han sido purificados por la palabra que les he dado» (Jn 15, 3). Con razón desde la antigüedad los cristianos han hecho recurso de ella para alejarse del vicio y adquirir la virtud, ella es el alimento de la vida oración, ella nos enseña cómo hemos de vivir, continúa a ser la sabiduría del Nuevo Israel del cual formamos parte.

Cuando experimentamos los fuertes movimiento de la pasión de la ira como no recordar a Jesús que dijo «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29); cuando nos vemos tentados a precipitarnos cayendo en la temeridad en el obrar, «Más vale hombre paciente que valiente, mejor dominarse a sí mismo que conquistar ciudades» (Pr 16, 32); cuando sentimos que no podemos frente a la dureza de una prueba o al hacer experiencia de nuestra debilidad «Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Co 12, 9); cuando arrepete contra nosotros el vicio de la lujuria cómo no nos servirá recordar el premio anunciado por Jesús «Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8) o si nos sentimos fuertemente seducidos por el mundo porque no recurrir al menos a estimular el temor servirl «¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios? » (1 Co 6, 9-10).

Que el Señor nos conceda la gracia de saber descubrir los tesoros de vida eterna en su Palabra.

IMG: «Moisés y las tablas de la ley» de Rembrandt