Predicando sobre José

Bossuet

Extracto del Sermón “Custodio del Depósito”

…no puedo hacer nada más apropiado a este día tan solemne, que presentarles a este gran santo como un hombre, al que Dios ha elegido entre todos los otros, para poner en sus manos su tesoro y hacerlo aquí en la tierra su depositario. Quiero haceros ver hoy que como nada le conviene mejor, no hay nada tampoco que sea más ilustre; y que este hermoso título de depositario, al descubrir los propósitos de Dios sobre este bienaventurado patriarca nos muestra la fuente de todas sus gracias y el fundamento seguro de todos sus elogios.

   Primeramente, cristianos, me es fácil haceros ver cuánto esta cualidad le es honorable. Pues si el nombre de depositario lleva una señal de honor y expresa el testimonio o la rectitud; si para confiar un depósito elegimos a aquéllos de nuestros amigos cuya virtud es más conocida, cuya fidelidad es más probada; en suma, los más íntimos, los más fieles: cuál es la gloria de San José, a quien Dios hace depositario no solamente de la bienaventurada María, cuya angelical pureza la hace tan agradable a sus ojos, sino también de su propio Hijo, que es el único objeto de sus complacencias y la única esperanza de nuestra salvación: en consecuencia, en la persona de Jesucristo San José es establecido el depositario del tesoro común de Dios y de los hombres. ¿Qué elocuencia puede expresar la grandeza y la majestad de este título?

   Fieles, si este título es tan glorioso y tan ventajoso a aquél cuyo panegírico debo hacer hoy, es necesario que yo penetre tan gran misterio con la ayuda de la gracia; y que buscando en nuestras Escrituras lo que se lee allí de José, haga ver que todo se relaciona con esta hermosa cualidad de depositario. En efecto, encuentro en los Evangelios tres depósitos confiados al justo José por la divina Providencia y al mismo tiempo también tres virtudes que sobresalen entre las demás y que responden a estos tres depósitos; es lo que tenemos que explicar por orden; acompañadme, por favor, atentamente.

   El primero de todos los depósitos que ha sido confiado a su fe (entiendo el primero en el orden del tiempo) es la santa virginidad de María, que él debe conservar intacta bajo el velo sagrado de su matrimonio, y que él siempre cuidó santamente como un depósito sagrado que no le estaba permitido tocar. Éste es el primer depósito. El segundo es el más augusto, es la persona de Jesucristo, al cual el Padre celestial deja en sus manos, para que sirva de padre a este Santo Niño que no puede tener uno en la tierra. Cristianos, ya veis dos grandes y dos ilustres depósitos confiados al cuidado de José Pero yo señalo todavía un tercero, que encontraréis admirable, si puedo explicároslo claramente. Para entenderlo, es necesario señalar que el secreto es como un depósito. Traicionar el secreto de un amigo es violar la santidad del depósito; y las leyes nos enseñan, que si divulgáis el secreto del testamento que os confío, puedo luego obrar contra vosotros, como por haber faltado al depósito: Depositi actione tecum agí posse, como hablan los jurisconsultos. La razón es evidente, porque el secreto es como un depósito. Por donde podéis comprender fácilmente que José es depositario del Padre eterno, porque Él le ha dicho su secreto. ¿Qué secreto? El secreto admirable es la encarnación de su Hijo. Porque, fieles, no ignoráis, que ésa era la voluntad de Dios, no manifestar a Jesucristo al mundo antes de que llegase la hora; y San José fue escogido no solamente para conservarlo, sino también para ocultarlo. Por eso, leemos en el Evangelista que él admiraba con María todo lo que se decía del Salvador: pero no leemos que él hablara, porque el Padre Eterno, descubriéndole el misterio, le descubre todo en secreto, y bajo la obligación del silencio; y este secreto es un tercer depósito, que el Padre agrega a los otros dos; según lo que dice el gran San Bernardo, que Dios quiso encomendar a su fe el secreto más sagrado de su corazón…Oh, incomparable José ¡cuán querido sois por Dios, porque os confía estos tres grandes depósitos, la virginidad de María, la persona de su Hijo único y el secreto de todos sus misterios!

   Pero no creáis, cristianos, que él desconocía estas gracias. Si Dios lo honra con estos tres depósitos, él de su parte presenta a Dios el sacrificio de tres virtudes que yo encuentro en el Evangelio. Yo no dudo de que su vida no haya estado adornada con todas las otras; pero, he aquí las tres principales, que Dios quiere veamos en sus Escrituras. La primera, es su pureza, que aparece por su continencia en su matrimonio; la segunda, su fidelidad; la tercera, su humildad y el amor a la vida escondida. Quién no ve la pureza de José en esta Santa Sociedad de púdicos deseos y esta admirable correspondencia con la virginidad de María en sus bodas espirituales. La segunda, su fidelidad en los infatigables cuidados que tiene por Jesús, en medio de tantas adversidades que desde el comienzo de su vida acompañan por todas partes a este divino Niño. La tercera, su humildad, al poseer un tan gran tesoro por una gracia extraordinaria del Padre eterno, muy lejos de vanagloriarse de esos dones o de hacer conocer esas ventajas, se oculta cuanto puede a los ojos de los mortales, gozando apaciblemente con Dios del misterio que le revela y de las riquezas infinitas que Él pone a su cuidado. ¡Ah! ¡qué de grandezas descubro aquí, y qué importantes instrucciones descubro en ella! ¡Qué de grandezas veo en esos depósitos, qué de ejemplos en esas virtudes! ¡Y la explicación de un tema tan bello cuan gloriosa será para José y fructuosa para todos los fieles!


Extracto del Sermón “El Señor se buscó un hombre según su corazón”

Este hombre según el corazón de Dios no se muestra para afuera y Dios no lo escoge según las apariencias, ni por el testimonio de la voz pública. Cuando envió a Samuel a la casa de Jesé para encontrar allí a David, el primero de todos que mereció esta alabanza, ese gran hombre, al cual Dios destinaba para la más augusta corona del mundo, no era conocido ni siquiera en su familia. Le presentan al profeta todos sus mayores, sin pensar en él; pero Dios, que no juzga al modo de los hombres, le advertía en secreto no mirar a su rica estatura, ni a su atrevido porte; de tal modo que, rechazando a aquéllos introducidos en el mundo, hizo acercarse a aquél, al cual mandaban a apacentar los rebaños: y derramando sobre su cabeza la unción real, dejó a sus padres asombrados, por haber hasta ese momento conocido tan poco a ese hijo, al cual Dios elegía con tan extraordinaria supremacía.

Parecido proceder de la Providencia divina me hace aplicar hoy a José, el hijo de David, lo que se dijo del mismo David. Había llegado el tiempo de que Dios buscase un hombre según su corazón, para depositar en sus manos lo que le era más caro; quiero decir la persona de su Hijo único, la integridad de su santa Madre, la salvación del género humano, el secreto más sagrado de su disposición, el tesoro del cielo y de la tierra. Deja a Jerusalén y las otras famosas ciudades; se detiene en Nazaret; y en esta aldea desconocida elegirá también a un hombre desconocido, un pobre artesano, en una palabra a José, para confiarle un cargo, con el cual los ángeles del primer orden se hubieran sentido honrados, para que, señores, entendamos que el hombre según el corazón de Dios debe ser buscado él mismo en el corazón y que son las virtudes ocultas las que lo hacen digno de esta alabanza. Como me propongo hoy tratar estas virtudes ocultas, es decir, descubriros el corazón del justo José, necesito más que nunca, cristianos, que aquél que se llama el Dios de nuestros corazones, me ilumine con su Espíritu Santo. Pero que injuria haríamos a la divina María, si estando acostumbrados a pedirle su ayuda en otros temas ahora cuando se trata de su santo esposo, no nos esforzáramos a decirle con particular devoción: Ave.

Es un vicio común de los hombres el darse totalmente a lo exterior y descuidar lo interior, el trabajar para mostrar y aparentar y despreciar lo efectivo y lo sólido, el pensar a menudo cómo parecen y no pensar cómo deben ser. Es por eso, que las virtudes estimadas son aquéllas que se ocupan de negocios y que forman parte del trato con los hombres: al contrario, las virtudes ocultas e interiores en las que el público no toma parte, donde todo ocurre entre Dios y el hombre, no solamente no son seguidas, sino ni siquiera escuchadas. Y sin embargo es en este secreto en el que consiste todo el misterio de la verdadera virtud. En vano pensáis formar un buen magistrado, si no hacéis antes un hombre de bien; en vano consideráis qué puesto podréis ocupar en la sociedad civil, si antes no meditáis qué hombre sois en particular. Si la sociedad civil construye un edificio, el arquitecto hace primero tallar una piedra y después se la pone en el edificio. Antes de meditar qué lugar se dará a un hombre entre los otros, es necesario formarlo en sí mismo; y si no se trabaja sobre esta base, todas las otras virtudes, por brillantes que puedan ser, no serán sino virtudes de ostentación y aplicadas por afuera, que no tendrán cuerpo ni verdad. Podrán obtenernos el respeto y hacer nuestras costumbres agradables, en fin, nos podrán formar a gusto y según el corazón de los hombres; pero no hay sino las virtudes particulares, que tengan este admirable derecho de formarnos al gusto y según el corazón de Dios.

Estas virtudes particulares, este hombre de bien, este hombre a gusto de Dios y según su corazón, es lo que quiero mostraros hoy en la persona del justo José. Quito los dones y los misterios que podrían elevar su panegírico. No os digo más, cristianos, que él es el depositario de los tesoros celestiales, el padre de Jesucristo, el conductor de su infancia, el protector de su vida, el esposo y guardián de su santa Madre. Quiero callar todo cuanto reluce, para hacer el elogio de un Santo, cuya principal grandeza es haber sido de Dios sin ostentación. Las virtudes mismas, de las cuales os hablaré, no son ni de la sociedad, ni del trato: todo está encerrado en el secreto de su conciencia. La simplicidad, el desapego, el amor a la vida oculta son pues las tres virtudes del justo José, que intento proponeros. Me parecéis sorprendidos al ver el elogio de un santo tan grande, cuya vocación es tan alta, reducido a tres virtudes tan comunes: pero sabed que en estas tres virtudes consiste el carácter de este hombre de bien del que estamos hablando; y me es fácil haceros ver que también en estas tres virtudes consiste el carácter de San José. Pues, Hermanas, a este hombre de bien, al cual contemplamos, para ser según el corazón de Dios, le es necesario primeramente que lo busque; en segundo lugar, que lo encuentre y en tercer lugar, que se complazca en él. Quienquiera busca a Dios, que busque con simplicidad a aquél que no puede soportar los caminos desviados. Quienquiera quiere encontrar a Dios, que se desapegue de todas las cosas para encontrar a aquél que quiere ser él solo todo nuestro bien. Quienquiera quiere gozar de Dios, que se esconda y se retire para gozar en el reposo, en la soledad, de aquél, que no se comunica entre la turbación y la agitación del mundo. Es lo que ha hecho nuestro patriarca. José, hombre simple, buscó a Dios; José, hombre desapegado, encontró a Dios; José, hombre retirado, gozó de Dios…

IMG: «Bossuet» pintura de Hyacinthe Rigault