Jueves – XXII semana del tiempo ordinario – Año par
• 1Co 3, 18-23. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
• Sal 23. Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
• Lc 5, 1-11. Dejándolo todo, lo siguieron.
San Pablo quiere llevar a los corintios a saber reconocer en los predicadores a ministros de Dios, misioneros que no se anuncian a sí mismos, sino que llevan la Palabra que Dios les ha dado, por tanto no tiene sentido el dividirse en facciones y entrar en rivalidades, los anunciadores de la Buena Nueva de la salvación tienen claro que sirven al mismo Señor. La unidad es signo de la vida en el Espíritu que anima la comunidad cristiana, es más, es signo de que aquellos fieles caminan no según el pensamiento mundano egoísta que busca seguidores para sí mismo, sino que caminan en la fe en Dios uno. A fin de cuenta la unidad tiene su fundamento en la pertenencia no a una corriente de pensamiento, a un discurso o a un predicador, sino a Dios.
La pureza del corazón de todo espíritu de disensión, conflicto y división llevará al hombre a ser capaz de acceder a la presencia de Dios, la mejor disposición al encuentro con el Señor es una vida que se abre a los demás, que sabe reconocer en ellos una palabra del Señor para su historia. Un hombre que obra el bien, se presenta ante Dios con manos inocentes, con manos libres, con manos dispuestas a acoger la gracia que Dios le quiere dar. El salmo nos muestra como el hombre libre de ataduras a pensamientos y actitudes mundanas es un hombre que pertenece a Dios y que habita en su presencia, es el hombre que ha encontrado la verdadera sabiduría que procede de lo alto.
San Pablo llama a los corintios a la unidad en la fe, la unidad en Cristo Jesús, la unidad en Dios, pues todo le pertenece a Él. La verdadera sabiduría esta en saber mantener el espíritu de comunión, pues este es el deseo de Cristo, “ut unum sint” (que sean uno) dijo en la oración sacerdotal que no presenta san Juan.
El santo evangelio nos narra la vocación de los primeros discípulos. San Lucas nos presenta a Cristo que en su ministerio público se encuentra anunciando la Buena Nueva de salvación y haciendo esto escoge la barca de Simón (Pedro) para poder dirigirse a la multitudes. Cristo llama, Cristo obra, Cristo anuncia, Cristo transforma la vida de este hombre que contempla con estupor sus maravillas, pues sin ser pescador sino hijo del carpintero de Nazaret es capaz de suscitar una pesca sin igual. Pedro tiene una experiencia de Jesús que se podría describir como fascinante y tremenda a la vez, su gestos de humildad al postrarse ante el Señor ponen de manifiesto su humildad y le habilitan a poder acoger el don de Dios, su llamado a ser “pescador de hombres”.
La experiencia de la propia indignidad muchas veces puede marcarnos ¿por qué el Señor me llama a esto? ¿qué es lo que ha visto en mí? ¿acaso conoce mi historia…si la conociera no me diría esto? ¿quién soy yo para vivir estas cosas concretas que me pide? ¿seré capaz de estar a la altura de esta vocación o misión particular? Cristo llama al que quiere, y porque llama concede las gracias necesarias para cumplir con la misión, con razón san Agustín le decía “Señor dame lo que pides, y pídeme lo que quieras”. La pesca milagrosa es ya un signo profético de lo que Pedro hará más tarde con la humanidad ¿cómo no recordar que con su primera predicación después de pentecostés más de cinco mil hombres abrazaron la fe? ¿cuántos continúan hoy los caminos del Señor escuchando la voz de los sucesores de Pedro? ¿cuántos se maravillan al contemplar sus palabras y gestos en el Evangelio?
Es el Señor quien lleva nuestra historia, es el quien nos santifica, es el quien nos llama a entrar en la voluntad del Padre, puede ser que muchas veces nosotros no sepamos cómo o quizás no veamos los frutos que se producirán por nuestro seguimiento de Cristo, pero no por ello hemos de descorazonarnos, nos debe bastar aquel famoso “Sígueme”, esa es la palabra que debe resonar en lo más profundo de nuestro ser. Pedro no preguntó a donde, no puso excusas, no se retrasó, sino que dejando sus redes lo siguió, eso es todo, caminar con Él haciendo lo que nos va pidiendo a cada paso, estando cerca de Él, contemplando su obra y colaborando en su misión.
“El apóstol es un enviado, pero, ante todo, es un «experto» de Jesús. La aventura de los Apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, deberán «estar» con Jesús (cf. Mc 3, 14), entablando con él una relación personal. Sobre esta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (cf. 1 Jn 1, 3).”
Benedicto XVI, 22 de marzo de 2016
IMG: «La pesca milagrosa» de Raffaello